NACIDOS PARA TRIUNFAR
Análisis Transaccional con Experimentos Gestalt



TRIUNFADORES


Los triunfadores tienen diferentes potencialidades. Tener éxito no es lo más importante; sí lo es ser auténtico. La persona auténtica tiene la experiencia de su propia realidad al conocerse a sí misma, al ser ella misma y al convertirse en alguien sincero y sensible. La persona auténtica es la que realiza su propia unicidad, hasta entonces desconocida, y aprecia la unicidad de los demás.
El triunfador no consagra su vida al servicio de lo que imagina que debe ser sino, por el contrario, se esfuerza por ser él mismo y, como tal, no consume sus energías en representaciones dramáticas ni en falsas pretensiones, ni tampoco en manipular o inducir a otras personas en sus propios juegos. El triunfador puede revelarse como realmente  es, en lugar de proyectar imágenes que agraden, inciten o seduzcan a los demás; tiene conciencia de que existe una importante diferencia entre ser cariñoso y actuar cariñosamente, entre ser estúpido y actuar estúpidamente, entre ser inteligente y actuar inteligentemente. El triunfador no necesita esconderse detrás de una máscara; se despoja de sus propias imágenes irreales de inferioridad o de superioridad y no se deja atemorizar por la autonomía.
Cada persona tiene sus propios momentos de autonomía, aunque sean transitorios. Sin embargo, el triunfador puede mantener su autonomía durante períodos cada vez más largos; en ocasiones, puede perder terreno o aun fracasar, pero, a pesar de ello, conserva la fe básica en sí mismo.
Un triunfador no se atemoriza de pensar por sí mismo ni de usar sus propios conocimientos; puede distinguir entre hechos y opiniones y no pretende tener todas las respuestas. Escucha a los demás; evalúa lo que tienen que decir, pero se reserva el derecho de llegar a sus propias conclusiones; admira y respeta a otras personas, pero no se deja definir, abatir, limitar o atemorizar por ellos.
Un triunfador no practica el juego del "desamparado" como tampoco el de echar la culpa; por el contrario, siempre asume la responsabilidad de su propia vida. No otorga a nadie falsa autoridad sobre si porque sabe que él es su propio jefe.
El triunfador posee un justo sentido del tiempo. Responde adecuadamente a cada situación, de una manera apropiada al mensaje enviado, y en todo caso preserva la importancia, el mérito, el bienestar y la dignidad de las personas con quienes se comunica. Sabe que hay una oportunidad para cada cosa y un momento para cada actividad.

Un momento para ser agresivo y otro para ser pasivo,
un momento para estar juntos y otro para estar solos,
un momento para luchar y otro para amar,
un momento para trabajar y otro para jugar,
un momento para llorar y otro para reír,
un momento para hacer frente y otro para retirarse,
un momento para hablar y otro para guardar silencio,
un momento para apremiar y otro para esperar.


Para un triunfador el tiempo es valioso; por consiguiente, no lo malgasta. Vive aquí y ahora. Vivir en el presente no quiere decir ignorar neciamente su pasado o desperdiciar la oportunidad de prepararse para el futuro; más bien, como conoce su pasado, es consciente del presente y vive en él y espera el futuro con optimismo.
Un triunfador aprende a conocer sus sentimientos y sus limitaciones y no los teme; tampoco se deja intimidar por sus propias contradicciones o ambivalencias. Sabe cundo está enojado y puede escuchar cuando los demás se enojan con él. También puede dar y recibir afecto, o amar y ser amado.
Un triunfador puede ser espontáneo; no tiene que responder de una manera rígida o preestablecida. Puede cambiar sus planes cuando sea necesario. Al triunfador le entusiasma la vida: goza con su trabajo, el juego, la comida, las otras personas, el sexo y la naturaleza. Goza los triunfos sin sentimientos de culpabilidad, y de las realizaciones de los demás sin envidia.
Aunque el triunfador puede gozar libremente, también es capaz de posponer el disfrute de su placer; puede disciplinarse en el presente para gozar más intensamente después. No teme buscar lo que desea, pero lo hace de una manera apropiada; no reside su seguridad en el control sobre los demás y no se dispone a ser perdedor.
Como el triunfador se preocupa por el mundo y sus habitantes, no se aísla de la sociedad y sus problemas; se preocupa, siente compasión y se compromete en esfuerzos por el mejoramiento de la calidad de vida. Aun en la adversidad nacional o internacional, no se considera totalmente indefenso. Hace todo lo que está a su alcance para hacer de éste un mundo mejor.



PERDEDORES


Aunque el individuo nace para triunfar, no es menos cierto que nace indefenso y dependiente por completo del medio ambiente. Los triunfadores hacen con éxito la transición desde la incapacidad total a la independencia y desde éstas a la independencia. No ocurre lo mismo con los perdedores; en algún momento durante su vida, los perdedores empiezan a eludir la responsabilidad de sí mismos.
Como ya lo hemos dicho, pocas personas son totalmente triunfadoras o perdedoras; la mayoría de los individuos triunfa en algunos aspectos de la vida y pierde en otros. El que triunfen o fracasen depende, en parte, de lo que les haya acontecido en la infancia.
La falta de respuesta a las necesidades de dependencia, la malnutrición, la brutalidad, las relaciones infelices, las enfermedades, las desilusiones continuas, el cuidado físico inadecuado y los traumatismos son algunas de las muchas experiencias que pueden contribuir a que un individuo se convierta en perdedor. Tales experiencias interrumpen, detienen o impiden el progreso normal de una persona hacia su propia autonomía y realización. Para poder hacer frente a las experiencias negativas, el niño tiene que aprender a manipularse y manipular a los demás. Estas prácticas son difíciles de desterrar más tarde en la vida y se convierten a menudo en normas establecidas. El triunfador busca la manera de deshacerse de ellas; el perdedor se aferra a ellas.
Algunos perdedores se consideran a sí mismos como exitosos pero ansiosos, exitosos pero atrapados o exitosos pero infelices. Otros se refieren a sí mismos como totalmente derrotados, sin objetivos, incapaces de avanzar, medio muertos o muertos de aburrimiento. El perdedor puede no reconocer que, en gran medida, él mismo ha cavado su propia fosa, construido su propia jaula y es el único responsable de su propio aburrimiento.
El perdedor raramente vive en el presente; lo destruye ocupándose con recuerdos del pasado o con expectativas del futuro.
Cuando el perdedor vive en el pasado, medita sobre los felices días de antaño o sobre sus desgracias pretéritas: con nostalgia, se aferra a la idea de cómo "solían ser las cosas" o se lamenta de su mala suerte; siente lástima de sí mismo y carga a los demás de la responsabilidad de su propia vida insatisfactoria. Culpar a los demás y disculparse a sí mismo son juegos favoritos del perdedor. Cuando vive en el pasado, el perdedor suele lamentarse de si...
Si me hubiera casado con...
si hubiera tenido otro empleo...
si hubiera terminado mis estudios...
si hubiera sido guapo (bonita)...
si mi esposo hubiera dejado de beber...
si mis padres hubieran sido mejores...


Cuando, por el contrario el perdedor vive en el futuro, espera el milagro que, como en cualquier cuento de hadas, podrá hacerle "vivir por siempre feliz": en lugar de buscar su propia vida, espera; se dedica a esperar el rescate mágico: Qué maravillosa será la vida cuando:

termine mis estudios...
llegue el Príncipe encantador (la mujer ideal)...
los niños crezcan...
esté disponible el nuevo empleo...
el jefe se muera..
 me favorezca la suerte...


En contraste con las personas que viven con la ilusión de un rescate mágico, algunos perdedores viven bajo la constante amenaza de una catástrofe:


pierdo el empleo...?
me vuelvo loco..?
se me cae algo encima...?
me rompo la pierna...?
no les caigo bien en la oficina...?
meto la pata...?


Cuando una persona hace girar su vida alrededor del futuro, experimenta ansiedad en el presente; le domina la ansiedad por aquellas cosas que prevé, ya sean reales o imaginarias: exámenes cuentas por pagar, aventuras amorosas, crisis, enfermedades, jubilación, las condiciones climáticas, etc. La persona que está excesivamente ocupada con el futuro deja pasar de largo las oportunidades reales del presente; como se ocupa demasiado con cosas irrelevantes, su ansiedad le desvía de la realidad y, en consecuencia, es incapaz de ver, oír, sentir, gustar, tocar o pensar por sí mima.
Como el perdedor es incapaz de utilizar la potencialidad total de sus sentidos y aplicarla a las situaciones inmediatas, sus percepciones son incorrectas o incompletas. Se ve a sí mismo y ve a los demás como a través de uno de esos prismas que deforman las imágenes; su habilidad para tratar eficazmente con el mundo real se ve entorpecida.
El perdedor gasta una buena parte de su tiempo en representaciones dramáticas; imagina, manipula, y perpetua antiguos roles de la niñez; gasta su energía en mantener su máscara, con la cual presenta a menudo una apariencia engañosa. Karen Horney escribe: "La promoción de una personalidad falsa es siempre posible a expensas de la personalidad real; esta última es tratada con desdén o, a lo más, corno a una parienta pobre". Para el perdedor comediante, su representación es a menudo más importante que la realidad.
El perdedor reprime su capacidad de expresar espontánea y adecuadamente todo el rango de su posible comportamiento; puede no darse cuenta de que existen otros caminos para encauzar de nuevo su vida si el camino que ha escogido no le lleva a ninguna parte. Tiene miedo de probar algo nuevo; se mantiene dentro de su propio status quo y es un repetidor que no sólo repite sus propios errores, sino que repite a menudo los de su familia y los de su cultura.
El perdedor tiene dificultad en dar y recibir afecto; no establece relaciones intimas, honradas y directas con otras personas; muy por el contrario, trata de manipularías para que vivan de acuerdo con sus propias expectativas y canaliza sus esfuerzos para corresponder a las de los demás.
Cuando un individuo es un perdedor, no usa su inteligencia adecuadamente hace mal uso de ella cuando racionaliza o cuando intelectualiza; en el primer caso, ofrece disculpas para hacer que sus actos sean admisibles; en el segundo, intenta engañar a los demás con su verbosidad. En consecuencia, muchas de sus posibilidades permanecen latentes, irrealizadas e ignoradas. Es como el príncipe-rana del cuento de hadas; está hechizado y vive la vida de algo que no le corresponde ser.

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Casi toda actividad humana es programada por un guión continuo que data de la niñez temprana, de tal manera que la sensación de autonomía es casi siempre una ilusión, que constituye la mayor desgracia del género humano porque hace posible solamente para unos pocos individuos afortunados el conocimiento, la franqueza, la creatividad y la intimidad. Para el resto de la humanidad, los otros individuos son principalmente objetos que hay que manipular. Deben ser invitados, convencidos, seducidos, sobornados o forzados a representar los roles apropiados para reforzar la postura del protagonista y cumplir con su guión; su preocupación con estos esfuerzos es tan grande que le impide encajar con sus propias posibilidades en el mundo real.

Eric Berne, pág. 75

Como es bien sabido, los padres nunca son como deben ser. Son muy grandes o muy pequeños, muy listos o muy torpes. Si son severos, debieran ser tolerantes; y así sucesivamente. ¿Pero cuándo se da el caso de encontrar padres que sean como deben ser? Siempre se puede culpar a los padres si se quiere practicar el juego de la culpabilidad y responsabilizar a los padres de los problemas de los hijos. Hasta que un individuo no consienta en desasirse de sus padres, continuará imaginándose a sí mismo como un niño.

Fredericks S. PerIs, pág. 79


Toda persona tiene un guión psicológico y existe en una cultura que posee guiones. El guión psicológico contiene la programación continua para el drama de la vida del individuo. Este está arraigado en los mensajes que el niño recibe de sus padres, los cuales pueden ser constructivos, destructivos o improductivos, y en las posturas psicológicas que finalmente adopta en relación consigo mismo y con los demás. Las posturas pueden estar relacionadas con la gente en general o dirigidas hacia un sexo en particular.
En la medida en que los mensajes del guión no están de acuerdo con las posibilidades reales del niño y niegan su voluntad de supervivencia, crean condiciones patológicas. La patología tiene diferentes niveles de gravedad. Puede ir desde ser tan leve que rara vez estorba al funcionamiento normal de la persona, hasta ser tan grave que convierte al individuo en una grotesca caricatura de su propio yo.
Aunque todos los guiones son como hechizos, algunos llenan la función de proporcionar al individuo ideas bastante realistas acerca de lo que puede hacer con sus habilidades en la sociedad de que forma parte. Otros guiones lanzan equivocadamente al individuo en pos de una estrella que fue elegida ilusoriamente o, tal vez, como resultado de un resentimiento. Todavía otros guiones programan al niño para la destrucción, para un final trágico.
Un día u otro, la mayoría de las personas representa roles y se enmascara de alguna forma. Si se hacen conscientes de sí mismas cuando están representando, este conocimiento les da cierta libertad para rechazar falsos roles. La farsa puede ser abandonada a favor de la autenticidad.
La persona consciente puede determinar el curso del plan de su propia vida y reescribir su drama de acuerdo con su personal unicidad. Puede ponerse en contacto con su posible yo y cambiar la dirección de su obligación de vivir la vida dentro de un sistema específico. Para muchas personas, esto no es fácil; por el contrario, frecuentemente es penoso y significa realizar un arduo esfuerzo de superación. En ocasiones es necesario un salvador verdadero, tal como lo ilustra la siguiente paráfrasis de "La parábola del águila" de James Aggrey:

Erase una vez un hombre que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como éstos. Un día, un naturalista que pasaba por allí le pregunto al propietario por qué razón un águila, el rey de todas las aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrada en el corral con los pollos.

-Como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido a volar- respondió el propietario. -Se conduce como los pollos y, por tanto, ya no es un águila.

-Sin embargo- insistió el naturalista-, tiene corazón de águila y, con toda seguridad, se le puede enseñar a volar.

Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista la cogió en brazos suavemente y le dijo: "Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela.

El águila, sin embargo, estaba confusa; no sabía qué era y, al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.

Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le animó diciéndole: "Eres un águila. Abre las alas y vuela" Pero el águila tenía miedo de su yo y del mundo desconocido y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos.

El naturalista se levantó temprano el tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y le animó diciendo: "Eres un águila. Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela."

El águila miró alrededor, hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Pero siguió sin volar. Entonces, el naturalista la levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a temblar, a abrir lentamente las alas y, finalmente, con un grito triunfante, se voló alejándose en el cielo.

Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que, de cuando en cuando, vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.


Al igual que el águila, la persona que ha aprendido a pensar de sí misma como algo que no es, puede volver a decidirse a favor de sus verdaderas posibilidades. Puede convertirse en triunfadora.

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Vivimos en dos niveles: el público, en el cual hacemos y que es visible, verificable; y el escenario privado, el pensante, el de ensayo, en el que nos preparamos para los roles que queremos representar en el futuro.

Dr. Frederick Perls


La búsqueda de aprobación paternal que nunca llega puede preocupar tanto a una persona que no le permita actuar "aquí y ahora" en sus relaciones actuales. En vez de ocuparse con la escena presente, la persona continua representando la escena anterior del conflicto interior.

Pág. 135

Incorporar a otra persona es absorberla, abrumarla y destruirla; y así, tratarla finalmente como algo menos que una persona completa. Identificarse con otra persona es perderse uno mismo, sumergir la propia identidad en la de ella, estar abrumado y, por tanto, tratarse a uno mismo finalmente corno algo menos que una persona completa.

Anthony Storr, pág. 155


La gente colecciona sentimientos arcaicos y después los canjea por una recompensa psicológica.

Pág. 180

El hombre nace libre, pero una de las primeras cosas que aprende es a hacer lo que se le dice y pasa el resto de su vida haciéndolo. Así pues, su primera esclavización es a manos de sus padres. El sigue sus instrucciones por siempre jamás, reteniendo el derecho, sólo en algunos casos, de escoger sus propios métodos y consolándose a sí mismo con una ilusión de autonomía.

Eric Berne, pág. 250


... El individuo autónomo está interesado en "ser". Permite que sus propias, aptitudes se revelen y anima a los demás para que hagan lo mismo. Proyecta sus propias posibilidades hacia el futuro como metas realistas que prestan dirección y propósito a su vida. Se sacrifica solamente cuando está sacrificando un valor menor por uno mayor, de acuerdo con su propia escala de valores. El no está interesado en conseguir más, sino en ser más.

Muriel James/Dorothy Jongeward, pág. 254. Nacidos para triunfar. Ed. Fondo Educativo Interamericano S.A., 1975








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