Se sabe que el punto vernal, es decir, el punto del cielo en el que se encuentra el Sol cuando corta en su carrera el ecuador celeste, en el equinoccio de primavera, varía cada año en unos cincuenta segundos de arco. Así, su desplazamiento en el cielo es, aproximadamente, de un grado de arco cada setenta y dos años. Es el fenómeno conocido con el nombre de «precesión de los equinoccios». Por tanto, al desplazarse este punto vernal con relación a la Tierra en las constelaciones del Zodíaco, se puede medir el tiempo por dicho desplazamiento en las constelaciones… No puede conocerse la posición de este punto a simple vista, y durante mucho tiempo se creyó que los antiguos no habían tenido noción de semejante fenómeno, descubierto no ha mucho. Pero luego se cayó en la cuenta de que lo conocían perfectamente y que los griegos — y los egipcios y persas antes que ellos— lo habían calculado muy bien. Este punto vernal da la vuelta al Zodíaco, es decir, retorna a su punto inicial en unos 26.000 años, o sea que al estar dividido el Zodíaco en doce constelaciones reconocidas como iguales, de treinta grados cada una, el punto vernal recorre cada una de ellas en unos 2.150 años. Al verificarse la precesión de referencia en sentido retrógrado, o sea, en el sentido Piscis, Acuario, Capricornio, Sagitario, Escorpión, Libra, Virgo, Leo, Cáncer, Géminis, Tauro y Aries, el punto vernal que actualmente se encuentra al final del signo de Piscis, se hallaba en el de Aries del 150 al 2.300; en el de Tauro, del 2.300 al 4.450; en el de Géminis, del 4.450 al 4.600; en el de Cáncer, del 6.600 al 8.750, y en el de Leo, de 8.750 a 10.900 (aproximadamente, por supuesto). Ahora bien, se comprueba —y la explicación rebasa mis conocimientos— que el tiempo durante el que el punto vernal se encuentra en una constelación del Zodíaco, corresponde a una Era religiosa, y que el símbolo de ésta se halla siempre, de una u otra manera, en estrecha correspondencia con la constelación en la que se halla el punto de referencia. Apenas hay necesidad de recordar que los primeros cristianos dibujaban un pez como jeroglífico de Cristo; que el Graal cristiano era custodiado por un rey-pescador; que el Salmón del saber apareció, en las leyendas célticas, poco antes de la invasión de las Galias por los romanos; que, para los musulmanes, la media luna es, a la vez, luna y pez, y que son siempre peces los que en los cuentos de Las mil y una noches remplazaron a los guardianes de las joyas mágicas y que se han de buscar en el fondo de los mares… Antes de Piscis estaba Aries, cuando los griegos de Jasón fueron en busca del vellocino de oro, en tiempo del Júpiter-Ammón con cuernos de carnero; de Amón-Ra, tocado también con cuernos de carnero en Egipto, con las avenidas de carneros en Karnac… Antes aún estaba el toro, con el buey Apis, la vaca Athor, el Minotauro en Creta, los toros alados en Babilonia —que se perpetuaron—, el toro de Cualngé, en Irlanda, y el toro Tamos en la Galia. Lo había precedido Géminis, que dejó las dos columnas fenicias, convertidas en columnas de los templos, en pilones egipcios y, más adelante, en nuestras torres de iglesias gemelas. Antes aún se hallaba Cáncer, el animal con caparazón que ha quedado como un signo de los tiempos de felicidad en forma de escarabajo. Y todavía antes, Leo, cuya esfinge es, sin duda, una evocación de significado desconocido hoy para nosotros. Así, pues, son los signos del Zodíaco los que «rubrican» el ritual y la forma religiosa de una Era, ritual y forma que desaparecen con el signo, aunque no por ello el fechado deja de ser menos cierto y preciso. Además, el ritual nuevo, a cada cambio de Era y de forma religiosa —y sólo cambian la forma y el ritual—, implica la repulsa del antiguo ritual y de las antiguas formas, es decir, la «sentencia de muerte» para el signo precedente.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 28


Hundióse la Atlántida —sea cual fuere el lugar donde estuviera emplazada— y se dispersaron los atlantes —al menos los que pudieron escapar— de la propia Atlántida o de sus colonias, pero se vieron privados de todo, de la agricultura, de la ganadería, de herramientas y de conocimientos… Los supervivientes se refugiaron en los montes del Atlas, de Andalucía, de los Andes y, sin duda, de Europa, allende el paralelo 45…, y, con ellos, también los marinos que habían sobrevivido a las tempestades y las altas marejadas, y que luego se convirtieron en personajes legendarios: Ut-Napishtim en Sumeria-Babilonia; Dwi-fah, en la leyenda céltica; Yima, en Persia; Tamanduare, en Paraguay y Brasil; Nala y su mujer, en México; Zeu-Ja, entre los patagones; Manibosho, entre los indios del Canadá; Pokawo, entre los delawares…

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 36


Las tradiciones se conservan mucho mejor que las teorías filosóficas…

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 37


Desde el Neolítico o aproximadamente hacia dicho período —pero ¿dónde se sitúa el Neolítico?— hasta la invasión celta y luego la romana, los países fueron ocupados por bárbaros saqueadores e ignorantes que figuraban, sin embargo, entre los mejores obreros de la piedra y de la madera y que tenían conocimientos intelectuales sobre estas materias, así como sobre las formas de servirse de ellas. Eran bárbaros agricultores con todo lo que ello supone de conocimiento de la naturaleza, de las estaciones y de las plantas. Bárbaros que se dedicaban a la ganadería, con todo lo que ello implica de conocimiento físico e instintivo de los animales. Bárbaros que eran marinos, con todo lo que ello supone de conocimientos del genio marítimo, de las maderas, del mar, de la navegación… Bárbaros, en fin, que «manipulaban» bloques de piedra que nuestros ingenieros actuales, con todo su material, difícilmente podrían hacerlo… Existe aquí algo así como una deficiencia en el modo de considerar la Historia…

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 44


A propósito de estas piedras y lugares se nos brinda una alternativa: O bien las «competencias» dieron antaño esta denominación de Lug a unos parajes en que el suelo ejercía ciertos influjos sobre los hombres, y éstos «señalaron» dichos lugares con piedras, dólmenes u otros, o bien individuos muy sabios erigieron tales monumentos para originar ese influjo sobre los hombres… Y los primeros cristianos consideraron que esa ciencia no podía ser sino diabólica, y de aquí la empresa dé demolición de las «piedras de idolatría». No es imposible que se conjugaran ambas cosas. Por nuestra parte, tendemos a atribuir esta espiral geográfica a unos hombres a causa de su aspecto geométrico, pero no podemos por menos de reconocer que la naturaleza obedece a leyes, cuyas apariencias somos capaces de ordenar. Así, las sales cristalizan siempre de forma idéntica. Cada cuerpo sigue una ley de cristalización, que se comprueba sin poder explicarla. Ello forma parte, en cierto modo, de la naturaleza del cuerpo, de su personalidad, podríamos decir. Cada cuerpo tiene su cristal, y estos cristales constituyen «familias» en número de siete. Cabe, pues, suponer que todo cuerpo sería amorfo y tendría una organización interna, con sus líneas de fuerza, cuyo aspecto es geométrico. Por tanto, también puede suponerse que la tierra, como «cuerpo» con personalidad propia, responde, en su formación, a una organización interna que tiene sus «líneas de fuerza», corrientes y propiedades, que se estructuran geométricamente. Vista desde esta faceta, la existencia de figuras geométricas, que pueden ser sensibles y no aparentes por ello, no parece ya de ningún modo absurda, y tales «líneas» pueden desarrollarse en forma de espirales o según otra figura distinta. De ello se derivarían dos consecuencias: sobre el recorrido de esas «líneas» geométricas, la «esencia» misma de la tierra sería diferente, diferencia que podría ser utilizada, mediante conocimiento instintivo o razonado, por el hombre, las plantas o los animales, y el «monumento» podría ser un «medio de utilización». Existiría, pues, en este caso, una combinación de aportación terrestre (de dádiva de la tierra) y de empleo científico de ésta. Por otra parte, el símbolo de la espiral trazado sobre gran número de monumentos megalíticos no sería una «construcción» de la mente con significado más o menos confuso, sino una representación de un hecho verificado y una transmisión de su conocimiento.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 67


… se sabe de manera casi absoluta la hermandad obrera que erigió la catedral de Chartres; pero, según los imperativos del Concilio de Nicea, la «concepción» correspondió a los «Padres»… Y el citado Concilio siguió en esto una tradición antiquísima. Mas para que los Padres pudieran realizar su concepción, fue necesario preparar las hermandades y hacerlas capaces de construir… Y no debió de ocurrir de otra forma en cuanto a los monumentos megalíticos, los cuales revelan un «saber» que los hombres de ciencia de nuestra época empiezan a reconocer, al igual que las pinturas rupestres ponen de manifiesto un arte que nadie piensa ya en negar. Ahora bien, el fenómeno «dolménico» no se produjo sólo en Occidente. Se han encontrado dólmenes casi idénticos —en todo caso, partiendo del mismo principio— en muchos lugares del Globo en que los ligures no pusieron jamás los pies. Por tanto, fueron erigidos por otros pueblos; pero como se basaban en principios idénticos, forzoso es que hubiera habido cierta unidad de concepción. Como los dólmenes no se hallan nunca muy lejos de las costas, quienes los idearon debieron de pertenecer a un pueblo de marinos. Y pudo haber sido cualquier pueblo que hiciera el cabotaje en balsa a lo largo de las costas, puesto que los viajes duraban mucho tiempo (hay una gran distancia entre Corea y Morbihan), aunque un pueblo de navegantes y, forzosamente, de constructores navales. Pero —y reflexiónese en ello— un primitivo cualquiera puede hacerse un refugio en una selva; pero construir una nave, y una nave de altura, es una realización científica de orden superior que exige sabiduría y, además, herramientas que no sean simples pedazos de sílex… Concebir y construir una nave de altura no puede ser obra de bárbaros, y tampoco levantar un dolmen. Hacen falta muy buenos ingenieros —independientemente de los trabajos de cantera— para transportar enormes bloques a grandes distancias, a través de landas, bosques, montes y valles… Tal vez descubramos algún día la amplitud del saber de aquellos marinos y constructores, aunque podemos estar seguros de que no eran simples picapedreros. ¿Y cómo no iban a hacer partícipes de esta ciencia, en su aspecto operativo, a los pueblos entre los cuales vivieron, aunque no fuera más que por simple «necesidad»? ¿Qué eran, pues, aquellos «cerebros» educadores?

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 72


Un animal solo, solitario, es un individuo que tiene sus cualidades propias, cualesquiera que sean. Cuando los animales se agrupan y forman una horda, manada o clan, se produce el fenómeno denominado «gregarismo» y que parece puramente instintivo. Se crea una entidad «rebaño», «horda» o «clan» que integra a cada animal como a una célula de esta nueva entidad. La manada reacciona como manada, y no por cada uno de los individuos aislados. No existe ya el miedo de los animales, la cólera de los animales, sino el miedo y la cólera de la manada. El instinto gregario aventaja al individual. Los hindúes dicen que se desarrolla una «alma-clan», y los ocultistas, un «egregore». La palabra es, desde luego, más erudita, pero equivale a lo mismo y expresa la formación de la entidad «clan». Ahora bien, y el fenómeno es constante y constantemente observable; ese «egregore», esa «alma-clan», se concentra sobre uno de los individuos de la manada o rebaño, o sea, sobre aquel a quien llamamos su «conductor». Una manada tiene siempre su «conductor». Diríase que converge en él el instinto de la manada, así como el pensamiento de ésta; él suscita los actos de la manada. El fenómeno es demasiado constante para que no responda a una ley biológica, y está fuera de duda que ese gregarismo se crea sin que se lo proponga cada individuo. El proceso guarda cierta analogía con las leyes de la gravitación; una agrupación de corpúsculos crea un cuerpo que posee una unidad, un centro de gravedad y cualidades distintas de las de los componentes. Asimismo, la manada o rebaño tiene una personalidad, un poder distinto del de sus componentes. Y el «conductor» tiene una personalidad distinta de la que tenía como individuo solitario y que pierde cuando vuelve a encontrarse solo.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 94


Existe una leyenda de Osiris, muy conocida, pero extraña en verdad. Osiris —dice esta leyenda— se hallaba en guerra con su hermano Set por la posesión de la tierra de Egipto. Set mató a Osiris y depositó su cadáver en un cofre, que abandonó a merced de las olas del Mediterráneo. El cofre anduvo a la deriva y fue a varar a Tiro, en la costa fenicia. Arraigó allí y prendió en las raíces de una acacia, las cuales se desarrollaron de tal manera a su alrededor, que llegaron a incorporárselo por completo y él se convirtió en parte del árbol. El cadáver permaneció allí intacto en su «sarcófago» durante muchísimo tiempo. Ésta es la primera parte de la leyenda. Advertirá uno, si le gusta fantasear, que la acacia es la madera con la que se construyó el arca de los hebreos… Por otra parte, según la leyenda fenicia, el primer fenicio y primer marino, Uonos, llegó por mar sobre un tronco de árbol, a las cercanías de Tiro, en Sidón, de la que hizo su morada y capital. ¿Se trataría de aquella primera colonización atlante de la que habla Platón? Desde luego, no es imposible. Ocurrió antes de la catástrofe que trastornó al mundo y, por otra parte, Phoinix quiere decir «rojo». Recordemos que Osiris, muerto, pero intacto, permaneció muchos años en Fenicia… Y he aquí la segunda parte de la leyenda, más confusa pero, sin duda, más «elocuente». Isis, la esposa y hermana de Osiris, que iba en busca del cadáver, acabó por encontrarlo y recuperarlo. Set logró apoderarse nuevamente del cuerpo y, tras cortarlo en pedazos, lo dispersó por el mundo. Entonces, Isis emprendió la gran búsqueda, es decir, se propuso hallar todos los pedazos del cuerpo de su esposo para reconstituirlo. Y encontró todo, salvo un trozo particularmente importante: el sexo. Sin él, Osiris era, digámoslo así, inutilizable. Durante mucho tiempo estuvo buscando aquel órgano esencial y al fin llegó a encontrarlo — por desgracia, la leyenda no señala en qué lugar— y, una vez reconstituido Osiris, Isis se unió a él y fue fecundada. De aquella unión nació un hijo: Horus, hijo del dios, que vengaría a su padre del crimen de Set. Absurdo, evidentemente… A menos que se trate de un relato alegórico, y entonces tendría un significado completamente distinto. Lo que nos refiere la leyenda de Osiris, ¿no será una «diáspora», la historia de la dispersión, a causa de un cataclismo, ya de unas tribus, ya de un «colegio» de sabios capaces de volver a dar la vida a Osiris, de hacerlo susceptible de «fecundar»? Y la gran búsqueda de la hermana-esposa, ¿no será un intento de encontrar y reunir, bien las tribus dispersas, bien ese colegio de sabios capaces de volver a la vida a Osiris? ¿Alegórico? Tal vez, pero no en demasía. ¿Quién es Isis? Se comprende más fácilmente la naturaleza de los dioses que las de sus «esposas». Isis es la que puede ser fecundada y dar nacimiento al hijo de dios, pero su naturaleza no se revela nunca. No sabemos mucho más sobre Isis que sobre Deméter o sobre las Vírgenes Negras. Son vírgenes, esposas y madres, pero a todos los niveles: desde el más material al más espiritual. A causa de ello, no es posible aprehender su naturaleza al nivel de lo humano.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 100


… hoy sabemos casi con certeza que, en efecto, la civilización de los faraones llegó a Egipto a través de Etiopía. Ahora bien, se ha dicho que faraón significaba herrero, y Platón considera a los atlantes como metalúrgicos.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 104

Parece que fue en Etiopía donde llegó a «reconstituirse» a Osiris, aunque no sabemos si el Gran Colegio pudo ser reunido de diversas partes del Globo. Luego fue trasladado de nuevo a Egipto. Según Heródoto y Diodoro de Sicilia, los «etíopes occidentales» —a los que dan el nombre de atlantes— pretendían haber colonizado Egipto en el albor de los tiempos. Según Heródoto —que viajó por Egipto antes que Solón y al que los sacerdotes aseguraron también que sus archivos tenían más de ocho mil años de antigüedad y que se había conservado el recuerdo de sus muy lejanos orígenes—, enumeraban, según un libro, los nombres de 350 reyes (después de Min). En tan larga sucesión de generaciones había dieciocho etíopes. Y hoy sabemos casi con certeza que, en efecto, la civilización de los faraones llegó a Egipto a través de Etiopía. Ahora bien, se ha dicho que faraón significaba herrero, y Platón considera a los atlantes como metalúrgicos. «Mucho más tarde, los hebreos conocieron, entre las más antiguas poblaciones de Palestina, a algunos “gigantes” y, por otra parte, a naciones civilizadas y metalúrgicas: los acadios y elamitas». En realidad, cuando los faraones llegaron a Egipto fue con una civilización ya creada, y el faraón era el portador del Osiris. Más que una civilización, era un saber, expresado en tres pirámides, que alcanzaron una perfección. Yo diría que son los libros del saber del Osiris reconstituido. Tumba del Osiris. Tumba realmente singular, aun cuando Keops, Kefrén y Micerino —que, según dicen, fueron faraones—, creyeron conveniente firmarlos. Con razón o sin ella, los considero anteriores a los intentos de «reconstitución» del arquitecto Imhotep en Sakkarah. Imhotep fue un hombre genial. Las tres pirámides de Ghizeh superan el genio de un hombre. No tienen constructor conocido, como tampoco lo tiene, más adelante, Chartres, que está vinculada a ellas por medio de mil lazos sutiles, algunos de los cuales son legibles. Constituyen la enseñanza de Osiris, aquel Osiris que llevaba —digámoslo así— la oca en sus armas.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 104


Hemos de advertir asimismo, más materialmente, que el juego de la oca en espiral sobre el suelo es una lección de geografía, un medio mnemotécnico de conocimiento de los lugares donde se revelan ciertas propiedades de la tierra, donde se construyen los templos, dólmenes u otros megalitos, medios de acción sobre el hombre para alcanzar una mayor perfección humana.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 110


… tenemos la lamentable tendencia a enjuiciar los tiempos pasados según nuestro concepto actual de civilización, lo cual conduce, naturalmente, al error. Así —para poner un ejemplo—, llegamos a afirmar que cuantas más necesidades siente el hombre, más civilizado es, lo que no deja de ser una concepción infantil, pues, por lo común, el que siente menos necesidades es precisamente el más evolucionado. Y aquel que recorre el mundo en automóvil o avión, lo conoce, sin duda, menos profundamente que el que lo recorre a pie.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 117


Pero ¿qué eran estos monumentos? Ninguna de las explicaciones dadas resulta satisfactoria. La más difundida es la de que se trataría de monumentos funerarios, y algunos

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 142


Estaba yo sentado al borde del camino y contemplaba la extraña yunta, asombrado del trabajo que se estaba tomando aquel hombre para conducir su instrumento por entre los bloques. Se acercó a mí y nos hicimos los saludos de ritual. Con la circunspección y gentil cortesía beréber, me preguntó si era yo labes y si todo me iba bien. Yo era labes. A mi vez, le pregunté si también él lo era. En efecto, lo era, y también mi familia y la suya. Acordamos que había que dar gracias a Alá y se las dimos. Entonces sentóse a mi lado y hablamos de la tierra, de las cosechas y de lo que hablan todos los campesinos del mundo, con los gestos necesarios para llegar a comprenderse. Y recurriendo a la jerga, nos entendimos perfectamente sobre la cuestión de las langostas, del rendimiento de la tierra y del tractor que le habría gustado tener. Le pregunté por qué no quitaba las piedras del campo. Me miró como si Alá me hubiera negado toda lucidez, y no pude menos de darme cuenta de que así era, en efecto. ¿Es que ignoraba yo que cuando Alá enviaba agua, del cielo o de la luna (el rocío), eran las piedras las que la retenían, y que sin éstas su campo habría sido semejante al camino? Archivé aquello en mi memoria. Así que Alá había puesto allí aquellas piedras para que fueran buenas la tierra y las cosechas… Él no era un fqih, un hombre instruido, pero sabía ver la verdad de las cosas. Había piedras que alejaban el mal, y aquéllas tenían tal virtud… Amdulillah! —Amdulilláh! Pero, siendo así, ¿por qué no poner otras piedras? Quizá lo sabría un santo, pero él ignoraba qué clase de piedras había que poner ni dónde. Eso era todo. Y me deseó buen viaje. Slamah! Ahora bien, cuando se trata de la tierra de los campesinos, nunca conviene tomar a la ligera sus palabras. Reconocí que ciertas piedras podrían ser beneficiosas en un campo. Y luego me acordé de un labriego del Berry que tenía también una piedra en uno de sus prados, piedra que era un soberbio menhir colocado en posición vertical, de casi cuatro metros de altura. Y oí decir a aquel labriego: —No sé si es por la piedra; sea como fuere, lo cierto es que constituye mi mejor prado, y los que más se benefician de él son los animales. Si yo supiera hacerlo, colocaría también piedras en los demás prados. A despecho de lo que se diga, los que pusieron ahí esa piedra, tuvieron una idea original. Quizás eran más listos de lo que creemos… Los dos hombres, el beréber y el francés, que sabían de qué hablaban cuando se trataba de su tierra y oficio, estaban de acuerdo acerca de este punto: las piedras de Alá y las de los antiguos eran agronómicamente benéficas. Y esto da que pensar.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 146


Hace unos cinco o seis mil años, los chinos descubrieron —y quizá no sólo ellos— que el cuerpo humano es la sede de unas corrientes distintas de los influjos nerviosos, cuyos recorridos se hallan fuera de todos los conductos anatómicos conocidos. En el hombre sano, estas corrientes —que son dos y de naturaleza opuesta— se equilibran; pero si, por una u otra razón, exterior o interior, llegan a desequilibrarse, se instaura la enfermedad y, con ella, uno u otro microbio. Pero, los médicos chinos de aquel tiempo descubrieron también que era posible actuar sobre dichas corrientes puncionando algunos puntos de sus recorridos por medio de agujas de sílex —actualmente son metálicas—, al objeto de restablecer el equilibrio necesario, o bien crear voluntariamente ciertos trastornos. Es la terapéutica china conocida con el nombre de acupuntura. Lo mismo que el cuerpo humano o animal, la tierra es recorrida por corrientes distintas de las magnéticas y cuya naturaleza no se conoce muy bien, pero que ejercen su acción sobre las capas geológicas que atraviesan y, por tanto, sobre la vegetación. Por otra parte, hace algunos lustros, los agrónomos intentaron —al parecer, con cierto éxito— activar los cultivos levantando antenas capaces de recoger la electricidad estática atmosférica, que luego era distribuida por el suelo mediante diversos procedimientos. No se descarta que el menhir —aunque la piedra no sea buena conductora—, ejerza una acción del mismo orden, especialmente cuando está húmeda, por ejemplo, mediante el «agua de la Luna», o sea, el rocío. Entonces podríamos pensar que los menhires fueron levantados más o menos altos, según la intensidad de la corriente telúrica, para establecer un equilibrio benéfico. En este sentido se podrían emprender estudios agronómicos muy interesantes.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 148




Nadie ha dado una explicación satisfactoria de los crómlech, (monumento megalítico formado por piedras o dólmenes introducidos en el suelo y que adoptan una forma circular similar a un muro o elíptica, cercando un terreno) sin duda porque la noción de corriente telúrica ha sido ajena a la Ciencia moderna durante largo tiempo. Los sabios del mundo de hoy son librescos, y su género de vida atenúa necesariamente su sensibilidad física. Los libros no les enseñan que hay corrientes telúricas, y su sensibilidad tampoco se las revela. Por consiguiente, no existen. Por lo menos no existían, aunque instrumentos muy sensibles empiezan a detectarlas. Durante largo tiempo se consideró la geomancia como una farsa y superstición, aunque Europa esté cubierta de pozos excavados gracias a las indicaciones de «zahoríes» que sabían conocer el agua. Para gentes que siguen teniendo una sensibilidad no embotada, señalar un lugar significa que éste tiene un valor o importancia. Se ha admitido que entre estos recintos y la religión había algún nexo, pero la soberbia contemporánea no podía por menos de ver en ese nexo alguna superstición surgida no sabemos, a punto fijo, de qué «miedo prehistórico» o de qué «magia» originada por ese miedo. En realidad, creo que se trata de religión, pero en el sentido más amplio del término, y, lo que es más, de religión activa. No se ha reparado lo suficiente en que la mayor parte de los crómlech que quedan son llamados a menudo «salas de danza». Danza de los korrigans, danza de las hadas o, como en Stonehenge —que en gaélico se denomina Cathoir Ghall— danza de los gigantes. A veces falta el recinto de piedras, que es remplazado por un talud o una zanja, llamado todavía círculo de las hadas. De aquí que considere los crómlech originalmente como «pistas» de danza, cuyo lugar se había escogido cuidadosamente a causa de las corrientes telúricas que en él se manifestaban. Con los menhires y las alineaciones se trataba de una acción «mágica» sobre las tierras; con los crómlech se tratará de una acción mágica sobre los hombres. La forma circular, regularmente empleada, ha hecho pensar en que su erección guardaba alguna correspondencia con el movimiento del Sol y de la bóveda celeste en general. Es bastante probable, y no quiere decir gran cosa. Toda danza sagrada se asemeja siempre, mimética o analógicamente, a la «danza» universal. Y la diferencia entre lo profano y lo sagrado es algo muy reciente, que señala una retirada del hombre fuera de la naturaleza. Es evidente que los antiguos no establecían esa distinción entre profano y sagrado; todo cuanto estaba dotado de vida, incluida la piedra, revestía su aspecto sagrado como portador de ese principio de actividad, con lo cual se mostraban —filosóficamente hablando— más avanzados que nosotros, que nos ocupamos más bien de una tarea de desacralización. El falo —objeto de uso común— tenía para ellos su aspecto divino de símbolo, lo cual no tiene nada que ver con el erotismo pornográfico de algunos enfermos de nuestro tiempo. La danza era, entre todos, un ejercicio sagrado, ya que constituía el medio de participar en el movimiento universal, cuyos signos son incontestables en el cielo y en la tierra. Ciertamente no habría que tomar la palabra danza en el sentido que le damos hoy de «placer gratuito», por más que el placer no puede nunca estar ausente de este ejercicio rítmico. Me siento algo coartado al tener que desgranar las trivialidades que se relacionan con el vocablo ritmo; pero ¿no será éste el único medio de recordar que todo en el Universo es sólo ritmo? Cuando hablamos de las leyes que rigen los astros o los planetas, nos limitamos a poner en términos modernos los ritmos solares, lunares, planetarios y galácticos. Año, mes, estación y día son ritmos que manifiestan para nosotros la vida de la Tierra, del cielo y del Universo.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 157


… el hecho de encontrar esqueletos en los dólmenes no significa nada en absoluto o, cuando menos, no proporciona informe alguno acerca de la razón de ser de tales monumentos, como tampoco los restos que reposan en las criptas de nuestras iglesias y catedrales, y cuyo número va aumentando de siglo en siglo. Como máximo, podemos afirmar que los dólmenes sirvieron de tumbas individuales o colectivas, pero no cabe aseverar que ésta fuese su finalidad primitiva, y, en efecto, aparte los cuerpos, en estos monumentos se encuentra de todo y de todas las edades: sílex tallados, hachas pulidas, espadas, puñales y hachas de bronce, estatuillas de divinidades galas o romanas, monedas romanas…, y hasta liarás con la efigie de Luis XIII. Tampoco nadie ha podido explicar jamás de modo satisfactorio cómo pudieron ser construidos los dólmenes, no los pequeños, sino los grandes, cuya realización deja a uno pensativo. Conviene dar algunas cifras, pues son más elocuentes que todas las explicaciones. He aquí las dimensiones y pesos aproximados de mesas de algunos dólmenes: Bagneux (Maine-et-Loire), 7,50 x 7 x 0,50; 52 toneladas; Mané-Ritual Locmariaquer (Morbihan), 11,50 x 4,50 x 0,50; 60 toneladas; Antequera (España), la gran mesa: 8 x 6,50 x 1; más de 100 toneladas; Bournand (Vienne) pesaría 110 toneladas y, en fin, en Gast, en Calvados, una mesa, de la que no se está seguro que sea dolménica, mide 10,60 x 3,50 x 4, o sea, 148 m3, y pesa, como mínimo, 300 toneladas. Ahora bien, todas estas piedras fueron extraídas del lugar donde se encontraban, transportadas —y, a veces, a enormes distancias— y erigidas sobre montantes puestos en el lugar y, a menudo muy altos, ya que algunos dólmenes están a 3,50 y a 4 metros sobre el suelo.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 168

Desde luego, tratamos de imaginarnos cómo debieron de realizarse aquellos desplazamientos, y lo hacemos en función de la idea que nos forjamos del desarrollo de la sociedad de aquel tiempo, lo cual equivale a decir que tomamos el problema al revés: nos imaginamos a hombres de quienes sabemos bien poco y, según lo que nos hemos imaginado, buscamos los medios empleados. Es tan poco lógico como posible. Y esto lo falsea todo, porque se admite a priori que se trata de primitivos subdesarrollados. Y constituye un procedimiento mental bastante común en nuestro tiempo, que niega todo saber a aquellos que no tuvieron o no aplicaron nuestra ciencia. Es más científico admitir —como hace la tradición popular—, que, no habiendo podido ser transportadas estas piedras por hombres corrientes, fueron manejadas por gigantes. Y el problema es realmente éste: si las piedras eran demasiado pesadas para hombres comunes, las tendrían que desplazar y erigir individuos para los cuales el peso no era un obstáculo insuperable. Y ello, mediante el empleo de máquinas de las que no tenemos idea, o bien por efecto de una maestría desconocida sobre las fuerzas de gravitación. Ninguno de los medios imaginados es válido para las mesas más pesadas: ni los trineos sobre un camino de arcilla húmeda, ni el acarreo sobre troncos de árboles. Sólo una ciencia extraña para nosotros pudo realizar esos transportes y construcciones.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 169


Atribuyo a los atlantes la paternidad de la domesticación de los animales y de las mutaciones vegetales de las plantas necesarias para la vida humana. Es posible que no fuesen ellos, sino «entidades» procedentes de otro mundo. Es posible también que fuese obra de otra raza desaparecida; pero, sea cual fuere su origen, afirmo que se trata aquí de productos de una ciencia que supera ampliamente todo cuanto puedan haber concebido los más grandes sabios modernos…

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 194


Para hallar el «plano director» de Chartres partí —intuición que no me explico— del llamado «de las tres mesas», el cual es: Tres mesas han sostenido el Graal. Una es redonda; la otra, cuadrada, y la tercera, rectangular, y las tres tienen la misma superficie… Y estas tres mesas se encuentran en el plano de Chartres, y ello, como medio de construcción más extraordinario y, por decirlo todo, más extravagante de lo que he osado escribir. Ahora bien, Mme. Alice Bonner —que, desde hace años, estudia la arquitectura y la escultura de la India medieval y que en la actualidad está realizando unos trabajos sobre el templo dedicado al dios Sol de Konarka—, me escribió a este propósito: En la arquitectura hindú, el templo está siempre asentado y construido sobre lo que se denomina un “yantra”, es decir, sobre un diagrama místico de forma geométrica que representa la divinidad del templo. El “yantra” lo entienden sólo aquellos que practican el culto a la divinidad en cuestión. Se sirven de él como instrumento ritual y de meditación. Pero este mismo “yantra” debe también ser dibujado y consagrado en los cimientos del templo antes de comenzar la construcción, lo cual es absolutamente indispensable, y creo que el “yantra” corresponde con bastante exactitud a lo que ustedes llaman “dedicación”. El “yantra” deja de ser visible una vez recubierto por la construcción. El templo de la diosa del que querría hablarle está construido en tres partes independientes, unidas por puertas y corredores. Estas tres partes son el santuario (adytum), la sala de asambleas y el vestíbulo, que se levantan sobre tres “yantras” distintos, él primero de los cuales es redondo; el segundo, cuadrado, y el tercero, rectangular. Ya sabía esto, pero lo que ignoraba es que los tres citados “yantras” habían de tener una superficie del mismo tamaño… Ahora bien, dibujados de forma que tengan una superficie de la misma dimensión, estos tres “yantras” determinan exactamente el plano arquitectónico del templo en sus grandes líneas y proporciones. La diosa a la que está dedicado el templo es Mahagayatri, gran páredra del dios Sol. Ella es la esencia y el poder supremo de este dios, y ha de ser objeto de adoración y meditación al salir el Sol… Existen demasiadas relaciones proporcionales entre la pirámide de Keops y la catedral de Chartres para que pueda ser obra del azar. Hay demasiadas relaciones «cualitativas» entre algunos dólmenes y Chartres para que todos estos monumentos, bajo las diversas formas exigidas por los tiempos —y según las posibilidades de éstos—, no procedan de una misma tradición. Esta tradición y su perennidad son las que me importan, y cuando digo «perennidad», lo justifico: El llamado plano de las tres mesas, empleado en Chartres en el siglo XII y en la India hacia la misma época —y que demostraré algún día por lo menos para un templo de Egipto— lo he tomado de Raoul Vergés, llamado Béarnais l’Ami du Tour de Trance, eficiente oficial Charpentier du Devoir de Liberté, transmisor actual de una tradición milenaria, que graba aún en las naves y los capiteles de las iglesias que edifica actualmente. En cuanto a la relación armónica de la superficie de tales mesas con la tierra y el cielo, su búsqueda constituye una empresa que ha de seguir siendo personal.

Louis Charpentier
Los gigantes y el misterio de los orígenes, página 195






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