Alta mar

"De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.
El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada.
Agonizando vivo y el mar está a mis pies y el firmamento coronando mis sienes."

Teresa Wilms Montt



"Amo la Nada, porque la Nada es Todo, y el Todo soy yo cuando pienso y amo."

Teresa Wilms Montt



"¡Anuarí! ¡Anuarí!

Espíritu profundo, vuelve del caos.

Torna en misteriosa envoltura, huésped de mis noches glaciales.

Que tus dedos de sueño posen sobre mis párpados desvelados.

Ciérralos, Anuarí.

Veneno sublime, da muerte a mi cerebro aterrado.

Quédate sobre mi fosa sonriendo enigmático.

Sonrisas de ultratumba, sombra y luz, sonrisa tremenda que me ha aniquilado.

¡Espíritu profundo, vuelve del caos!

Se han muerto todas mis flores, sólo queda para tu hambre la sangrienta herida de mi corazón partido.

Anuarí, Anuarí. ¡Sucumbo en el torbellino de los astros locos que se precipitan!

¡Vuelve del caos!"

Teresa Wilms Montt




“Apareciste, y hubo en mi alma un estallido de vida. Se abrieron todas mis flores interiores…”

Teresa Wilms Montt



Autodefinición

Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.

Teresa Wilms Montt




Belzebuth


"Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia

la bóveda azul.

Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta

de alabastro de un templo.

Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas

de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.

Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra

de oro empenachado de llamas alocadas.

Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos

bucles de larga cabellera luminosa.

Es una sombra que mira con un mirar de abismo,

en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.

Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad

de la oreja, produciéndome calor y frío.

Se han helado mis labios.

Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua

me quema el pecho.

Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración

azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.

Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden

su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.

Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos

de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen

ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente

de fuego eterno.

Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma

que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas

bellezas del pecado original.

Belzebuth, mi novio, mi perdición…"

Teresa Wilms Montt



“Cuando trataron de callarme, grité.”

Teresa Wilms Montt



"El corazón, como un puñado de mercurio, resbaló a lo largo de mi cuerpo hasta ponerse a mis pies."

Teresa Wilms Montt


“Es mi diario. Soy yo desconcertantemente desnuda, rebelde contra todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante el infinito… Soy yo…”

Teresa Wilms Montt



“Está muy lejos, y está conmigo, piensa en mi cerebro y llora en mis lágrimas.”

Teresa Wilms Montt



"Frente a mi ventana cerrada pregunto al tiempo cuánto más he de vivir.

Las sombras anegan mis persianas, y apenas marca una delgada raya la claridad.

El reloj tiene titubeos de corazón enfermo.

En un gesto convulsivo se crispan mis manos sobre el papel.

Buscan el apoyo de la tierra."

Teresa Wilms Montt



“Las mujeres somos vehementes, y por eso inconstantes.El hombre es mil veces mejor organizado; ellos esperan. Cuando un ser femenino desea una cosa vive, agoniza, muere por conseguirla. Y en su cabeza no hay otro pensamiento. Cuando lo consiguen vienen casi inmediatamente el hastío y el desencanto. Nosotras somos locas insaciables de ideales, y uno tras otro, sin descanso ni tregua hasta que la vejez pone término al fuego de la imaginación y de la fantasía…”


Teresa Wilms Montt



"Llega todas las noches a mi alcoba.

Sin tener ojos me mira, sin tener boca me habla, y su mirada y su voz son tan hondas como el silencio de los sepultados.

Está muy lejos, y está conmigo, piensa en mi cerebro y llora en mis lágrimas.

Cuando procedo mal, Anuarí castiga mis huesos, atravesándolos del hielo de una carcajada sin dientes."

Teresa Wilms Montt


“Me voy para no volver jamás. Iré donde no pueda perseguirme el dolor y desengaño. Jamás pensé, ni en el delirio inmenso de mi dolor, que nuestro amor tendría un fin así. Mi pluma tiembla en la mano de rubor, mi corazón llora con el llanto de un criminal cobarde ante el patíbulo. No sé de mi existencia más que por un profundo sentimiento de hastío. ¡Sí, me voy. Ya no espero nada! Seré un autómata, seré una miserable ruina ambulante, seré una maldición viva.”

Teresa Wilms Montt



“Morir, después de haber sentido y no ser nada…”

Teresa Wilms Montt



"Nada tengo, nada dejo, nada pido.
Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había."

María Teresa de las Mercedes Wilms Montt



“Pero ya sé que la piedad es una frase, como sé también que para ti el dolor es una mentira.”

Teresa Wilms Montt



"Por mis hijas no he llorado yo las lágrimas de sangre que he derramado por Vicente."

Teresa Wilms Montt




"Quiero infinidad porque me ahoga lo finito."

Teresa Wilms Montt



"Se ahogó mi risa en el espejo.

Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.

Una, dos… calló la hora, metal frío de planeta en la rigidez del páramo.

Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.

Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanda que al deshacerse vuelve en la superficie argollas y cruces brillantes."

Teresa Wilms Montt



“Sólo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.”

Teresa Wilms Montt



“Soy el erotismo, ¡ven!”

Teresa Wilms Montt


“Soy Teresa Wilms Montt… y aunque nací cien años antes que tú, mi vida no fue tan distinta a la tuya. Yo también tuve el privilegio de ser mujer. Es difícil ser mujer en este mundo. Tú lo sabes mejor que nadie. Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida. Destilé mujer. Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.

Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.

Cuando me dejaron sola, di compañía.

Cuando quisieron matarme, di vida.

Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.

Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.

Cuando trataron de callarme, grité.

Cuando me golpearon, contesté.

Fui crucificada, muerta y sepultada por mi familia y la sociedad.

Nací cien años antes que tú y sin embargo te veo igual a mí.

Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas.”

Teresa Wilms Montt




“Sufro un extraño mal que hiere narcotizando; mal de amores, de incomprendidas grandezas, de infinitos ideales. Mal que me incita a vivir en otro corazón, para descansar de la ruda tarea de sentirme viva dentro de mí misma.”

Teresa Wilms Montt


“Tristes somos aquellos que no hemos nacidos de los dioses…”

Teresa Wilms Montt



"¡Y así soñé morir de besarte!"

Teresa Wilms Montt


"Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanca que al deshacerse vuelve en la superficie argollas y cruces brillantes."

Teresa Wilms Montt


"Y yo no me canso de beber amor, siempre tengo sed, una sed inextinguible de él."

Teresa Wilms Montt



"Yo, la más soñadora y fantástica de todas, provocaba la risa de mis hermanas con mis salidas románticas, en medio de una vulgar reyerta sobre la propiedad de una fruta o de cualquier baratija de nuestros juguetes. Esto me valió apodo de “loca” que me prodigaban en coro.
Me embelesaba pensando en los lindos cinturones y pulseras que haría de las tornasoladas pieles de lagartija; buscaba en la imaginación dibujos que ejecutaría, a la manera de los indios, con las blancas semillas del Achiray, y, encerrada en el escritorio de mi padre, las manos negras de tinta, no dejaba un papel ni tapa de libro sin una de mis producciones cubistas o futuristas.
El campo tenía para nosotros, además de los árboles, donde trepábamos como urracas, y del lago que el atardecer doraba, la atracción de los cuentos.
Trágicas y deliciosas, aquellas noches que pasábamos a la vera del brasero, en la choza del primer capataz.
Oíamos con devoción las leyendas macabras de ánimas en pena y de aparecidos en los largos caminos obscuros.
Nuestros padres nos enviaban a la cama a las ocho de la noche; nos despedían con un tierno beso, sobre la frente, y el dulce estribillo maternal de “Dios te vuelva una santita”.
Las tres mayores teníamos el dormitorio próximo al de la vieja criada, en cuyas manos estaba depositada todavía la confianza de la casa.
Sabina nos había visto nacer. Treinta años antes, fue ella quien llevó a nuestra madre para que recibiera el agua del bautismo, y eso era su mayor timbre de honor. Las llaves de la despensa, del granero y de la bodega, colgaban de su cinto atadas al cordón de Santa Filomena. Las ostentaba orgullosa, como un soldado sus condecoraciones. Cuando Sabina hablaba regañando, amenazaba tempestad en la cocina, y las sirvientes jóvenes apresuraban sus tareas, tratando de ocultarse ante los ojos investigadores del ama.
Sabina nos inspiraba cariño y admiración. Pensábamos: ¡Qué honrada es! Tiene bajo sus llaves todas las cosas ricas: galletas, caramelos, azúcar, vino, dulce, y no toca nada. ¡Sabina es una heroína digna de figurar al lado de Juana de Arco!
Comparaba la voluntad de Sabina con mi debilidad. ¡Oh, si hubiera yo cargado por un momento con las preciosas llaves de la despensa! ¡Qué soberbios atracones de dulce; qué largos tragos de vino de Misa! Sólo de imaginarlo sentía en la garganta un cosquilleo que me daba ganas de gritar…
Cuando nuestros padres se retiraban a la alcoba, después de leer los periódicos y jugar dos vueltas de brisca, nosotras, “las tres grandes”, como solíamos llamarnos, despreciando a las menores, nos íbamos en puntillas a la pieza de Sabina, y allí, con voz cariñosa y tono suplicante, le pedíamos nos llevase a casa del capataz, para oír un cuento y tomar mate."

Teresa Wilms Montt
Cuentos para los hombres que son todavía niños












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