"Las horas pasaban y el cartero no se presentaba.
Ákos cerró las puertas. Como cada noche, se cercioró de que detrás de los muebles y entre los vestidos colgados en los armarios no había nadie, y hacia las nueve, hora que tenía por norma irse a la cama, entró en el dormitorio seguido de su esposa y se acostó sin quitarse la ropa.
Estaba tan cansado que se durmió enseguida.
En su sueño, iba otra vez con su esposa y Alondra por la calle Széchenyi hacia la estación.
Sin embargo, se desviaron de la ruta habitual hacia una calle menos conocida, atravesaron un túnel, y tras varios desvíos, llegaron a una especie de almacén de maderas.
Allí se dio cuenta de que su hija ya no estaba con ellos. Se volvió hacia su esposa, que corroboró su terrible premonición con un gesto de asentimiento. La mirada de la mujer no sólo indicaba que su hija había desaparecido, sino que la habían raptado los mismos de siempre: unos tipos misteriosos, que por un lado recordaban a unos caballeros medievales revestidos con sus armaduras, y por otro a unos payasos ocultos tras sus máscaras negras.
Ákos echó a correr en dirección al almacén de maderas, y de repente se asustó de su soledad y giró la cabeza, sin detenerse. Por un segundo creyó verla. Desde detrás de una cerca, similar a la de su casa, Alondra levantaba la vista hacia él, suplicando como una loca silenciosa, y tendía una mano rogando que la ayudara; parecía atrapada. Ákos quiso tomarla de la mano, pero entonces ella desapareció."

Dezső Kosztolányi
Alondra


Cuarenta años

"Cuarenta años cumplidos, una noche
te despiertas, después de largo rato
no te podrás dormir. Miras tu cuarto
allá en la oscuridad. Y lentamente
piensas sobre aquello y esto. Yaces,
con los ojos abiertos, como luego
en el sepulcro. Es el viraje, cuando
tu vida tira por el camino nuevo.
Te maravillas de que hayas vivido
entre tierra y estrellas. A tu mente
viene una vaguedad. Le das vueltas.
Te cansas de ella y la dejas caer.
Oyes a veces un ruido en la calle.
Sabes qué significa cada ruido.
No estás triste. Sólo sereno, atento.
Casi tranquilo. Suspiras. Te vuelves
de cara a la pared. Duermes de nuevo."

Dezsö Kosztolányi


"El profesor propuso otro ejercicio: trazar una perpendicular a un plano oblicuo. Vili repetía como un loro, pero cuando Novák lo interrogaba, se quedaba mudo, desamparado, sin saber qué decir. Afligido por tanta incomprensión, Novák se prometió a sí mismo que, por mucho que le costara, conseguiría que aquel chico entendiese. Vili miraba al profesor y pensaba: "Para éste es tan fácil". Pero en vez de visualizar la imagen del plano inclinado y la línea perpendicular, conceptos totalmente ajenos a él, sólo veía los ademanes bruscos del profesor, que gesticulaba como un saltimbanqui: sus dedos, sus anillos incluido el de cornalina, revoloteaban en el aire. Las abstracciones no eran el fuerte de Vili. Sólo le resultaba inteligible la realidad más inmediata, lo visible y palpable."

Dezső Kosztolányi
La cometa dorada



"Esperó a que se le enfriara el té, luego lo fue bebiendo a sorbitos. Lo tomó sin azúcar ni ron, con leche. Seguro que ni se dio cuenta de lo delicioso que era ese té indio. Tampoco admiró las tazas de Bella, ni los cubiertos de plata, pues estaba acostumbrado a todo esto. Le brindé bocaditos. Le puse la bandeja de manera tal, que enseguida le saltara a la vista el único emparedado de salmón, la transparente, rosada y maravillosa ruedita de pescado sobre la mantequilla, y él lo miró, pero no fue lo que tomó, sino una rebanada de pan con mantequilla, común y corriente, le dio un mordisco y enseguida la puso en el plato y ahí la dejó. Encendió un cigarrillo. Le brindamos cigarrillos con punta de oro. La conversación era sobre música.
No sabía que le interesaba la música. Él tampoco sabía lo excelente músico que era mi esposo. Mencionaron a Bach y a Mozart. Sólo existen Bach y Mozart, nadie más. No, el único es Bach. Mi esposo era un decidido admirador de Bach, el cual —y él se expresaba así— era la música incondicional, la lira de la matemática y el dolor, que nos presentaba aquella música sentimental pero nunca de afectado sufrimiento, que era tan pura, imparcial, exacta, como aquel descubrimiento originado de nuestra mediocridad y nuestras limitaciones humanas, consistente en que en vano nos esforzamos por aproximarnos a lo infinito, y que aquí en la tierra el dos por dos siempre será cuatro y no cinco. Hablaba muy bien. También se le ocurrió que Bach quería decir arroyo, y que sus compases se parecían a un arroyuelo fresco, transparente y cristalino, que venía fluyendo hacia abajo por los cantos rodados del sendero montañoso. Ya aquí se le empezaron a enredar las palabras."

Dezső Kosztolányi
El jarrón chino



"Mi vida bella flamea, sigue flameando sin objetivos pasando por la noche y la penumbra."

Dezsö Kosztolányi























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