Nunca ha existido una cultura —desde las tribus de la selva hasta las grandes civilizaciones como Roma, el Antiguo Egipto o incluso el Occidente moderno— que no comenzara su comprensión del mundo basándose en una creencia con propósito y sentido a la vez, y que no surgiera de un orden sobrenatural de la realidad. La realidad, y todo lo que hay en ella, existe por una razón. Esta manera de percibir el mundo que nos rodea no proviene del aprendizaje, sino que es instintiva: el individuo la posee de forma natural. Y este anhelo de trascendencia no tiene su origen en las religiones organizadas. Es posible que las religiones y el clero exploten este impulso innato, pero no lo crearon.

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El universo prohibido, página 8


Para los materialistas-racionalistas de hoy es difícil de aceptar que la mentalidad mágica no solo estuvo presente durante el Renacimiento, sino que fue la misma magia la que inspiró y dirigió toda aquella explosión de pensamientos y logros de la época. De una manera muy real, la magia configuró el mundo moderno.

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El universo prohibido, página 12


El término «filosofía oculta» proviene de uno de los tratados más importantes de la época sobre los principios de la magia, Tres libros sobre filosofía oculta (De occulta philosophia libri tres), de Heinrich Cornelius Agrippa, publicado entre 1531 y 1533. La palabra latina occultus significa oculto, oscuro o, por extensión, secreto, pero no necesariamente sobrenatural. Cuando se publicó, el libro de Agrippa debió de ser entendido como «filosofía escondida».

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El universo prohibido, página 19



Los libros herméticos exponen una cosmología, filosofía y teología estrechamente relacionadas a las que, en principio, se puede acceder con facilidad, a pesar de que algunos detalles son tan abstrusos como los antiguos textos alquímicos por razones similares. Aunque cualquier estudiante puede leerlos, están concebidos para dirigirse únicamente al corazón y la mente de aquellos que merecen saber sus secretos. La capacidad de comprender sus alusiones y metáforas extraordinarias, y de entender las conexiones entre ellas es, en sí misma, una especie de iniciación en un mundo de maravillas espirituales e intelectuales.

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El universo prohibido, página 23


Cuando Harrán cayó en manos de los árabes a mediados del siglo VII, ya era un famoso centro intelectual. Dos siglos después, según la tradición —que puede o no ser apócrifa—, el califa Al-Mamún los obligó a elegir: convertirse al islam, ser masacrados o identificarse como «gente del libro». El Corán exige protección y tolerancia para estos últimos —como los judíos y los cristianos—, puesto que veneran a un profeta reconocido por el islam. Obviamente rechazaron la opción de ser masacrados y se identificaron como sabeos, o «gente del libro», mencionados en el Corán. Pero el profeta sabeo no se encontraba ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Los sabeos declararon orgullosamente que este profeta era Hermes y que su libro sagrado era el Corpus Hermeticum. Por suerte, el Corán identifica a Hermes con el profeta Idris, la versión musulmana del Enoch del Antiguo Testamento. Los sabeos de Harrán también veneraban a Asclepio como profeta y Agathodaimon («Buen Espíritu»), un personaje de los diálogos herméticos y gran maestro e intermediario con Dios. Peregrinaban a las dos grandes pirámides de Giza, a las que veneraban como las tumbas de Hermes y Agathodaimon.

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El universo prohibido, página 27




Los fundamentos de la ciencia árabe en la Edad Media, por lo tanto, fueron obra de los sabeos y estuvieron inspirados por los textos herméticos.

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El universo prohibido, página 28


La admiración decimonónica por Bruno se basaba en una interpretación gravemente errónea, que persistió debido a una laguna en los registros oficiales. Muchos creían que habían ejecutado a Bruno sencillamente por defender la teoría heliocéntrica o la infinidad de los mundos, lo cual lo convertía en un precursor de Galileo. Esta creencia alentaba lo que un estudioso denomina «una interpretación errónea de Bruno como mártir de la ciencia». En realidad, Bruno fue un mártir del hermetismo. Aunque había una conexión con la teoría copernicana, no lo condenaron por predicar el heliocentrismo, sino por el significado especial que tenía para él y, sobre todo, por su convicción de que demostrarlo conllevaría la llegada de la era hermética. Incluso hoy día la actitud de la Iglesia católica respecto a Bruno no ha cambiado mucho. Cuando en el Jubileo del año 2000 se sugirió que el papa Juan Pablo II podría perdonarlo finalmente —como se había hecho con Galileo—, la respuesta oficial fue que Bruno «se había desviado demasiado de la doctrina cristiana como para merecer el perdón cristiano».

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El universo prohibido, página 77


A menudo se ha afirmado, en historias populares, que, aunque hacía horóscopos para clientes ricos, solo lo hizo por el dinero y nunca creyó en ello. De hecho, no hay ninguna prueba de que esto fuera así, sino que es otro ejemplo de proyección moderna.

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El universo prohibido, página 88




Campanella fue el primero en llamar al niño Luis «el Rey Sol», como reconocimiento a su gran potencial hermético.

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El universo prohibido, página 100


… Garth Fowden, la obra de Casaubon es «el punto de inflexión entre el ocultismo renacentista y el racionalismo científico de la nueva era».

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El universo prohibido, página 105


Este segundo libro que se publicó en 1614 tuvo un impacto inmediato mucho mayor que el De rebus de Casaubon, y con el tiempo no ha mermado. Se trató de la aparición del primero de los llamados «Manifiestos Rosacruces», que fueron un desarrollo clave del aspecto reformista de la tradición hermética y esotérica y que lanzaron un término nuevo y duraderamente evocador. El primero de los dos manifiestos fue Fama Fraternitatis (Fama de la fraternidad), o El descubrimiento de la Orden de los Rosacruces (Fama Fraternitatis, dess Löblichen Orden des Rosenkreutzes), que normalmente se conoce como Fama. Escrito en alemán, se publicó en Hesse-Cassel, Alemania, pero según informaciones de aquella época había estado circulando en una versión manuscrita durante al menos cuatro años antes de ser publicado. Si ha habido un libro que ha causado profunda sensación entre los círculos filosóficos alemanes, es este. Y es que el furor apenas se había calmado cuando un año después apareció la secuela. Confesión de la Fraternidad R. C. a los eruditos de Europa (Confessio Fraternitatis R. C., ad eruditos Europae) —que habitualmente se abrevia en Confessio— fue escrito en latín e iba dirigido a un público más académico. Estos manifiestos anunciaban la existencia de una orden secreta, la Fraternidad de la Rosacruz, e invitaban a aquellos que compartieran sus ideas y objetivos a unirse a ella. En Fama declaraban grandilocuentemente que «Europa tiene un hijo» y que estaba al borde de una edad dorada.

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El universo prohibido, página 106


Dee era amigo de la reina Isabel I, además de ser su astrólogo, su jefe de espías (cuyo nombre en código era 007) y una figura principal que había propiciado la explosiva expansión del incipiente Imperio británico.

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El universo prohibido, página 113


Los rosacruces querían volver a un cristianismo primitivo, sencillo y sin papado, mezclado con un misticismo descarado e imbuido de una especie de espiritismo. Abogaban por una forma de chamanes o médiums que, desde una dimensión espiritual, transmitían información práctica o mágica. No obstante, por encima de todo esto, había una tendencia hacia la autotransformación del cuerpo y del alma a través de la alquimia. Todas las cosas eran posibles para los iniciados, que resplandecían con el poder y el amor de Cristo y que alcanzarían la trascendencia como dioses humanos. Este era el codiciado premio y quienes lo querían iban a hacer todo lo que estuviera en su poder para seguir en la carrera por él.

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El universo prohibido, página 116


¿Es exagerado decir que las ecuaciones matemáticas, el uso moderno de las fórmulas e incluso algunos de los fundamentos de la ciencia computacional provienen de una idea ocultista? Sin duda, Leibiniz lo consideraba así, y llegó a describir, un poco a la defensiva, su characteristica universalis como una «magia inocente». No se puede negar la contribución única de Leibniz a las matemáticas y la ciencia computacional, pero también sería justo y significativo decir que estuvo inspirada en gran parte en la tradición hermética.

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El universo prohibido, página 132




Cabalista acérrimo, Kircher afirmó que había ocultado a propósito el verdadero significado del obelisco para que ninguna alma erudita pudiera encontrar el significado descifrándolo personalmente. Kircher escribió un libro sobre el Obelisco Pamphilia, como se denominaba al monumento. En la portada aparece un pequeño querubín con el dedo índice en los labios para indicar silencio: si conoces los secretos, parece decir, guarda silencio.

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El universo prohibido, página 140


Hartlib era sin duda un rosacruz. Se esforzó por encontrar una «universidad pansófica», una institución que se dedicara al estudio de una sabiduría general, que recabara conocimientos y que los empleara para la mejora de la sociedad. Junto con su compañero de viaje John Amos Comenius (1592-1670), un académico checo que también se refugió brevemente en Inglaterra, propuso crear un Collegium Lucis, o Universidad de la Luz, por un lado, para progresar en el aprendizaje, pero también para formar un cuerpo de «profesores de la humanidad».

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El universo prohibido, página 148


La universidad invisible

Entre los distinguidos refugiados del continente, Samuel Hartlib (1600-1662), un polímata polaco, era una figura clave: hermetista, seguidor de Paracelso, promotor de las obras matemáticas y geométricas de Dee y astrólogo. Con su amplio círculo de corresponsales y contactos de toda Europa, era un gran receptor de información privilegiada, como una especie de oficina de información constituida por un solo hombre. Fomentaba las redes para diseminar todo tipo de conocimientos, desde el más oscuro intelectualmente a las cuestiones políticas, de forma muy parecida a la de Gian Vincenzo Pinelli durante la época de Bruno. Hartlib era sin duda un rosacruz. Se esforzó por encontrar una «universidad pansófica», una institución que se dedicara al estudio de una sabiduría general, que recabara conocimientos y que los empleara para la mejora de la sociedad. Junto con su compañero de viaje John Amos Comenius (1592-1670), un académico checo que también se refugió brevemente en Inglaterra, propuso crear un Collegium Lucis, o Universidad de la Luz, por un lado, para progresar en el aprendizaje, pero también para formar un cuerpo de «profesores de la humanidad». Aparte de estar influido por Andreae y el ideal de una sociedad educada que trabajara por el progreso de la humanidad, tomó el nombre para su proyecto de movimiento, «Antilia», de una obra utópica de Andreae, Christianopolis, que usa la palabra para referirse a un grupo interno de su sociedad perfecta. Hartlib escribió un relato utópico, un breve panfleto titulado Descripción del famoso reino de Macaria (1641), que presumiblemente se inspiró en el texto de Andreae. No obstante, su relación con los rosacruces es más explícita en una carta que escribió a uno de sus principales corresponsales, John Worthington (1618-1672), maestro de la Universidad de Jesús, en Cambridge, y que también formaba parte de los platónicos de Cambridge: Utilicé la palabra Antilia por una sociedad anterior, que comenzó con casi el mismo propósito un poco antes de las guerras de Bohemia. Era una tésera de esa sociedad, que solo usaban sus miembros. Nunca quise descifrarla. La sociedad fue interrumpida y destruida por las subsiguientes guerras de Bohemia y Alemania. Una tésera es una pieza de mosaico, pero, dado que la palabra también se utilizó en la antigua Roma para referirse a un recibo o símbolo, Hartlib parece apuntar a que «Antilia» era el nombre en código que empleaban los rosacruces para reconocerse. El conocimiento de esto implicaba que él mismo era uno de sus miembros. Así mismo podemos encontrar otro indicio en el hecho de que su mecenas era Isabel de Bohemia que, como hemos visto, junto a su marido, fue uno de los artífices del apoyo a los rosacruces. Por mucho que lo intentó, Hartlib no logró llevar a cabo el proyecto de una universidad pansófica, y escribió sumido en la desesperación a Worthington en octubre de 1660: «Solíamos llamar a esta deseada sociedad con el nombre de Antilia, y, en ocasiones, con el nombre de Macaria, pero tanto el nombre como la cosa han desaparecido». Como muchos otros académicos e intelectuales que habían florecido bajo el gobierno de la Commonwealth, probablemente había perdido la esperanza de que se restaurara la monarquía. Pero, un mes más tarde, tuvo lugar la primera reunión de lo que acabaría siendo la Royal Society. Y parece que, proviniera de donde proviniera la idea original, hubo un intento de utilizarla para cumplir el sueño «antiliano». La sucesión de acontecimientos que llevaron a la fundación de la Royal Society es más complicada y esotérica de lo que podrían creer muchos escritores modernos. A pesar de las restricciones que suponía la guerra civil en curso, comenzó en Londres en 1645 con una reunión informal de académicos que se propusieron explorar nuevas ideas en la filosofía natural, tal como se denominaba la ciencia entonces. Lo que, casi sin ninguna duda fue una coincidencia, es que los dos principales impulsores estaban en la comitiva del exiliado Carlos Luis, elector del Palatinado e hijo de Federico e Isabel. Estos fueron su secretario, Theodore Haak, y su capellán, John Wilkins. El Parlamento había invitado a Carlos Luis a vivir en Londres, puesto que respaldaba su causa. Aunque sería muy extraño para el hijo de una Estuardo, sobre todo teniendo en cuenta que era sobrino del rey contra el que el Parlamento se enfrentaba. John Wilkins —futuro obispo de Chester, inventor del sistema métrico y una especie de bicho raro entre los capellanes de la Iglesia anglicana— fue realmente el mayor impulsor a favor de que se formara la Royal Society. A los cuarenta y dos años, el ambicioso Wilkins se casó con una hermana de Cromwell, viuda de sesenta y tres años, un acto que evidentemente no impidió en absoluto su ascenso meteórico. Así mismo escribió una defensa de la teoría copernicana en 1641 (Discurso sobre un nuevo planeta) y, en un plano más creativo, una fantasía con el revelador título de Descubrimiento de un mundo en la Luna (1638). El intento de introducir un nuevo lenguaje universal que pudieran utilizar los filósofos naturales en lugar del latín se fue al traste cuando toda la edición de su libro se perdió en el gran incendio de Londres. En su obra tremendamente popular, Magia matemática, publicada en 1648, Wilkins se refiere específicamente a Fama Fraternitatis. Se basaba —como reconoce abiertamente— en los progresos matemáticos de Dee y Fludd, e incluso afirmó que había tomado el título de Cornelius Agrippa. En esta coyuntura aparecieron las ahora famosas referencias al «Colegio Invisible». Se hallan en cartas escritas en 1646 y 1647 por uno de los fundadores más eminentes de la Royal Society, el químico Robert Boyle (1627-1691) —a quien se responsabiliza de la transformación de la alquimia en la química—, que aludió a un grupo de académicos y filósofos del que él formaba parte y que se autodenonimaba con este extraño nombre. No solo el intrigante término «invisible» se empleaba en los manifiestos rosacruces, sino que también denotaba una referencia clara al misterioso, e incluso siniestro, «Colegio de los Hermanos de la Rosacruz», a los que en París se conoció como Los Invisibles. Los comentarios de Boyle eran, casi sin ninguna duda, especies de bromas que los rosacruces se hacían entre ellos. Muchos escritores han hallado una relación entre este grupo enigmático y los miembros fundadores de la Royal Society, y apuntan a que pudo haber existido una relación clandestina entre ellos. Pero quizá se han querido buscar demasiados misterios en esta conexión, puesto que el grupo al que se refiere Boyle es relativamente fácil de identificar. La historiadora Margaret Purver, en Royal Society: concepto y creación (1967), constata que el Colegio Invisible consistía en el círculo de personas cuyo núcleo era Hartlib. Las referencias al Colegio Invisible aparecen en cartas que el joven Boyle le escribió a Hartlib y que demuestran que su relación con el colegio era muy explícita. El 8 de mayo 1647, escribió: «Usted está muy interesado en el Colegio Invisible, y esta sociedad en su conjunto tiene muy en cuenta todos los sucesos de su vida…». En otra carta de más o menos la misma época, Boyle llama a Hartlib «la comadrona y niñera» del colegio. El Colegio Invisible era la Antilia de Hartlib o, más precisamente, el grupo de hombres cultos que esperaba que se convirtieran en Antilia. Si a esto le sumamos la pista «invisible», se trataba esencialmente de una hermandad de rosacruces. No obstante, esto no significa que la relación con la Royal Society sea inexistente: Hartlib es una presencia determinante durante su constitución y, al menos al principio, encarnaba en sí mismo los ideales de los rosacruces. Cabe además resaltar que Boyle fue uno de los miembros fundadores más activos.

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El universo prohibido, página 148


Aunque los orígenes de la francmasonería siguen siendo controvertidos y oscuros, sean cuales sean sus raíces, está claro que surgió como una institución significativa a mediados del siglo XVII. Muchos historiadores han considerado que la hermandad era la depositaria de la tradición hermética, aunque esto no significa que la francmasonería consistiera únicamente en el hermetismo.

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El universo prohibido, página 156





John Gribbin describe una de las primeras bromas del joven Newton: Provocó uno de los primeros pánicos generales hacia los ovnis de los que se tiene noticia cuando hizo volar un cometa de noche con una lámpara de papel, lo cual generó «no pocos comentarios los días de mercado, entre los campesinos, acompañados con una jarra de cerveza».

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El universo prohibido, página 162


Como muchos esotéricos antes y después que él, Newton creía firmemente que las primeras civilizaciones, como Egipto, tenían más conocimientos que en su propia época, que poseían la prisca sapientia, o «sabiduría antigua». No tenía ninguna duda de que los griegos habían aprendido todo lo que sabían de los egipcios. También creía que la Biblia era una de las fuentes de la sabiduría antigua y que contenía profecías relevantes incluso para su propio tiempo, especialmente en el Libro de las Revelaciones. Además de estudiar muchos otros templos y edificios antiguos, le fascinaba el Templo de Salomón, y dedicó una energía considerable a analizar su diseño, dimensiones y proporciones que, según creía, escondían verdades antiguas. Como a muchos pensadores del mundo posrenacentista, a Newton también le interesaban particularmente los rosacruces, y poseía copias de las traducciones inglesas de los manifiestos y de las obras de Michel Maier, que había anotado abundantemente. En su copia de la traducción inglesa —que ahora se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Yale—, escribió una larga nota sobre la supuesta historia de la Fraternidad de la Rosacruz. Refiriéndose a Maier en particular, la nota acaba de la siguiente manera: «Esta fue la historia de aquella impostura». A menudo se aduce esta cita como una prueba de que Newton no creía en los rosacruces. No obstante, de hecho, se refiere únicamente a la leyenda sobre Christian Rosenkreutz que aparece en Fama, y que a Newton le pareció una alegoría o un ludibrium.

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El universo prohibido, página 167




Ahora ya se acepta que no fue la manzana que cayó sobre la cabeza de Newton —o, de manera menos espectacular, que cayera en el suelo frente a él— lo que suscitó el momento eureka, sino el estudio que hizo de los textos herméticos, los que realmente le dieron la clave para descifrar los misterios de la naturaleza.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 170


Aunque se presentan como un típico diálogo griego, los textos herméticos no se adecuan bien a este género. En lugar de exponer un debate entre filósofos, como en la tradición griega, relatan una sesión de preguntas y respuestas entre un maestro y su discípulo, lo cual se adscribe mucho más a literatura sapiencial egipcia tradicional. Los textos herméticos son, por lo tanto, una especie de híbrido estilístico de las formas helénicas y egipcias. Quizá los autores se esforzaron conscientemente para que sus obras tuvieran un aspecto más helénico. Los libros claramente están escritos por diferentes autores, lo cual da cuenta de ciertas incoherencias, aunque pertenecían a la misma escuela o culto. Todos los autores son anónimos, y se limitan a atribuir sus obras a Hermes, una práctica típicamente egipcia. Esto era algo que los diferenciaba bastante de los griegos o los romanos, que normalmente publicitaban a sus filósofos famosos y nunca afirmaban que la autoría era una deidad. Es otra importante señal de que, aunque estaban escritos en griego, la mentalidad que había en los textos herméticos era auténticamente egipcia. Otra pista proviene de la astrología y la cosmología que se describe en los textos herméticos. Los egipcios dividían el cielo nocturno en treinta y seis partes o decanos, que estaban relacionadas con una constelación o estrella prominente. Durante el periodo griego, se impuso el sistema más familiar para nosotros de los doce signos del zodiaco, pero la astronomía que exponen los textos herméticos aún se ajusta al sistema de los treinta y seis decanos, de manera que el origen de los textos, al menos en este aspecto importante, era verdaderamente egipcio. Una pista todavía más importante es la atribución a Hermes, el dios griego que siempre había sido asociado al dios egipcio de la sabiduría Djehuty, o Tot en su expresión griega. Este regía el aprendizaje y fue el inventor de la escritura y el calendario, además de ser el «guardián de las palabras divinas», de ahí los títulos que ostentaba como «Señor del Tiempo» y «Calculador de los Años». Una de sus funciones menores estaba relacionada con la curación: por ejemplo, se creía que había inventado el enema. No obstante, Hermes y Tot no son exactamente iguales. En el panteón griego, Hermes era el dios de muchos aspectos de la vida, pero no del conocimiento ni del aprendizaje. Era el dios de la astucia y la inteligencia, lo cual no es lo mismo. Se cree que esta asociación se desarrolló a consecuencia del importante papel de Hermes como guía de las almas muertas, que recuerda ligeramente a la función más bien secundaria de Tot como ayudante y guía de los muertos, específicamente el Osiris muerto. El hecho determinante es que las características de Hermes Trismegisto que se describen en los textos herméticos se parecen más a las de Tot y no a las del griego Hermes, lo cual apunta con bastante claridad a que el culto o la escuela que creó los textos herméticos era egipcio. Por otro lado, tenemos el famoso epíteto de Trismegisto, «el tres veces grande», que solo tiene sentido como traducción griega de un título honorífico típicamente griego. Para darle énfasis, los egipcios repetían el glifo «grande» y, literalmente, decían «grande grande». Pero en aquellos casos en que la grandeza fuera desbordante, entonces lo repetían tres veces, como en el caso del importantísimo «gran gran gran Tot». Significativamente, esta práctica parece que se reservó únicamente a Tot, que debió de ser el origen del «tres veces grande Hermes».

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 177


Por varias razones, el culto de Serapis es un buen candidato que puede estar en el origen de los textos herméticos. Los autores debían de pertenecer a un templo, puesto que en Egipto no solo la enseñanza y la religión iban de la mano, sino también los templos y las bibliotecas. La biblioteca «hija» de la famosa biblioteca de Alejandría se encontraba en el Serapeum, lo que da cuenta de hasta qué punto el culto valoraba la conservación del conocimiento. El hecho de que en los textos herméticos aparezca Agathodaimon, el dios patrón de Alejandría asociado a Serapis, también apunta a que había una conexión con el mismo culto.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 182

La religión más antigua que se conoce de Egipto, la que inspiró a los constructores de pirámides y a otros genios egipcios, fue la de Heliópolis.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 192


Como hemos visto, según las creencias heliopolitanas, el universo material que percibimos gracias a nuestros sentidos es solo una parte —el borde exterior, de hecho— de una creación inimaginablemente más vasta, gran parte de la cual permanece oculta para nosotros. De nuevo, hay un obvio paralelismo con el concepto platónico de un mundo espiritual y otro físico, razón por la cual los últimos herederos de Heliópolis, los neoplatónicos, encontraban esta filosofía adecuada a sus propósitos.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 196


Dioses visibles e invisibles

 En el mundo accesible a la percepción humana, el dios Sol Ra desempeñaba un papel análogo al de Atum en relación con el universo en su conjunto, e incluso se lo conocía por el nombre compuesto Atum-Ra. (Por la misma razón, Ra se correspondía con Horus como Ra-Horajti.) No se sabe cuándo o cómo tuvo lugar esta fusión entre los dos grandes dioses, solo que estuvieron asociados desde los primeros tiempos de la civilización egipcia. Atum era un dios oculto e invisible; Ra, el sol real y dorado, es su manifestación visible. Esto pone de manifiesto una conexión con las palabras del Asclepio que cita Copérnico, es decir, que el Sol es un «dios visible», lo cual por supuesto implica la existencia de un dios invisible. Es una cuestión importante: si Atum es el centro de la creación, entonces el Sol es el centro del cosmos que pueden percibir los humanos. Hay otro aspecto que Atum oculta pero que implica su propia presencia. Los dioses de las dos Enéadas, además de representar a deidades relacionadas con aspectos específicos de la naturaleza y de la civilización humana, son de hecho aspectos de Atum. Además, no solo toda la creación se debe a Atum, sino que proviene de él, lo cual implica que sus fuerzas y energías creativas están presentes en todo. Efectivamente, Atum es el universo y, a la vez, posee una parte, o energía, que está fuera del universo y lo trasciende. Los seres humanos, también, contienen la «chispa divina» de Atum en sí mismos, lo cual los convierte en parecidos a los dioses como los semejantes de Horus y Tot. La única diferencia es que los humanos están atrapados en el mundo de la materia y los dioses no. Esto nos recuerda el origen de otro principio hermético vital: que los seres humanos potencialmente son dioses y algunos incluso pueden llegar a cumplir ese potencial. Este aspecto también fue, como hemos visto, una cuestión central del compañero filosófico del hermetismo, el neoplatonismo, que se centró en el viaje del alma hacia lo divino al prepararse para la iluminación, algo que también es una cuestión central de la teología heliopolitana. Pero hay algo más que nos cuenta el mito de Atum, algo extraordinario. El flujo creativo del dios hacia el universo material no es un fenómeno de un solo sentido. De la misma forma que Atum lo «exhala», también «inhala» la fuerza vital de los individuos, que hacen el camino de vuelta hacia su fuente. Por lo tanto, Horus también representa lo que Karl Luckert denomina el «reino del cambio de rumbo», el punto a partir del cual la fuerza vital puede comenzar su camino de vuelta hacia Atum. Es posible que nosotros necesitemos a Atum, pero él también nos necesita a nosotros. Los textos de las pirámides consisten en aquellos rituales que garantizan el retorno del rey a Atum después de su muerte, proyectando su alma en las estrellas. Comúnmente se entiende que esta existencia estelar y la capacidad para unirse al creador es una prerrogativa únicamente del rey, que solo se cumple después de su muerte. No obstante, no tiene por qué ser necesariamente así. Los textos de las pirámides se ocupan específicamente del rey, porque se encuentran en un mausoleo real, pero en ningún lugar se afirma que esta vida después de la muerte esté reservada solo para él. De hecho, la lógica de la teología heliopolitana, en la que todo individuo es una manifestación de Atum, apunta a que es algo que les sucede a todos los seres humanos. El «viaje de retorno» que describen los textos de las pirámides se refiere a la vida después de la muerte únicamente porque, como hemos dicho, se encuentran en una tumba. Pero, como ocurre con casi todas las otras culturas, también se creía que ciertos individuos especiales —sacerdotes o chamanes, por ejemplo— podían emprender este viaje en vida (normalmente, en un estado de consciencia alterado), lo cual les proporcionaba conocimientos o iluminación. Este viaje también era el objetivo de los neoplatónicos. Se debe resaltar que la cosmología de los textos herméticos es, en última instancia, la misma que la que apareció en el florecimiento de la cultura del antiguo Egipto. La creencia de los herméticos del Renacimiento, como Bruno y Newton, de que las obras herméticas representaban la sabiduría de aquella gran civilización queda constatada. E Isaac Casaubon —cuya obra sigue siendo un azote para el valor de los textos herméticos— sencillamente estaba equivocado. Otros investigadores han reconocido la relación entre la religión de Heliópolis y los textos herméticos, como se puede comprobar con el subtítulo que eligieron Timothy Freke y Peter Gandy en su traducción de 1997 de unos extractos de los textos herméticos: La sabiduría perdida de los faraones, en la que tradujeron sistemáticamente a «Dios» como «Atum». Por supuesto, la pregunta obvia es: ¿de dónde sacaron sus ideas los sacerdotes de Heliópolis? ¿Las soñaron y tuvieron la suerte de que eran científicamente precisas? ¿O su sistema de creencias se basaba en una comprensión genuina de cómo se organiza el universo? Por desgracia, la respuesta sobre los orígenes de la religión de Atum es imposible de obtener porque carecemos de información histórica relevante. Algunos, sin duda, preferirán explicar el misterio como un legado de otra civilización avanzada y perdida, algo que solo pospondrá la pregunta, pero no la responderá. E, inevitablemente, otros se agarrarán a la noción vaga pero sensacional de que podemos atribuir todas estas maravillas a unos astronautas antiguos (una idea desesperada y no hermética que implica que los seres humanos eran demasiado estúpidos para poder construir una maravilla como las pirámides). Pero para nosotros las pistas más importantes se encuentran en la propia religión. Un componente esencial de la visión mágica del mundo que está grabado en la humanidad es que unos individuos especialmente formados pueden alcanzar un estado de comunión con los dioses en el que reciben un profundo mensaje práctico. Esta idea también es la base del «viaje de retorno» heliopolitano, de la teúrgia neoplatónica, de la gnosis hermética y del arte oculto de la memoria. Esta comunión no debe entenderse como la gracia concedida de una iluminación, en el sentido oriental de que el objetivo último es lograr un estado puramente espiritual, o al menos no exclusivamente, sino que esta proporciona una comprensión de cómo funciona el universo de manera práctica. Esta práctica entonces se puede utilizar para ampliar el conocimiento humano e inducir una iluminación en el sentido occidental, como en la Ilustración. Para juzgar los resultados de esta comunión no tenemos más que mirar los grandes nombres que hallaron la iluminación en los textos herméticos, que en sí mismos son la expresión última del antiguo sistema heliopolitano. Alentar la creencia de que todo es posible significa que los sueños más ambiciosos se pueden cumplir y, frecuentemente, para alcanzar un bien mayor.


Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 177


Al profundizar más allá de los clichés históricos, hemos comprobado que la revolución científica, que normalmente se considera que empieza con Copérnico y acaba con Newton, fue de hecho una revolución hermética. La ciencia apareció gracias al mundo del ocultismo de una manera muy directa y real. Todos los grandes protagonistas se basaron no solo en la exuberante imagen hermética de la humanidad sino también en su modelo de creación, que abrió sus mentes a la naturaleza del universo y a sus realidades comprobables. Sin Hermes Trismegisto quizá nunca hubiéramos llegado a la era científica, o, tal vez, hubiera sido en un momento muy posterior de la historia. El hermetismo siempre alentó una mentalidad científica, aunque, desde la perspectiva moderna, fuera inseparable de una visión esotérica del mundo. Al final del siglo XVII, el componente científico se desligó brutalmente de su gemelo arcano y alcanzó una existencia independiente, pero sigue estando claro que la ciencia moderna apareció a partir del hermetismo….
Los textos herméticos han tenido un impacto en nuestra civilización mucho mayor que cualquier otra compilación de escritos, aparte de la Biblia, y un mayor impacto en la historia moderna que cualquier otra compilación de textos, incluyendo la Biblia. También aquellos que desprecian todo lo que sea oculto u hermético deberían al menos reconocer que sin ellos el mundo sería muy diferente, y posiblemente más pobre. Es probable que la ciencia, tal como la conocemos, no hubiera existido nunca. Cuando menos, hemos tardado mucho en reconocer nuestra deuda con los herméticos. Y consiguieron grandes cosas… La tradición hermética inspiró directa o indirectamente a gigantes como Copérnico, Kepler, Gilbert, Galileo, Fludd, Leibniz y Newton. Además de estas grandes figuras, la tradición también incluye a otras que deberían recordarse como congéneres, aunque han sido relegadas a la segunda o la tercera división de la historia: Tommaso Campanella, John Dee y, sobre todo, Giordano Bruno. Aparte de los genios que aparecen en esta historia, la tradición también inspiró a muchos en los ámbitos artísticos o literarios, entre ellos a Leonardo da Vinci, Botticelli y William Shakespeare…, una lista bastante impresionante, no cabe duda, para los estándares de cualquiera. Los libros de Hermes desempeñaron un papel central en la era dorada de la ciencia árabe, que conservó los conocimientos del mundo clásico, los desarrolló y acabó transmitiéndolos de nuevo a Europa en la Edad Media. Y los textos herméticos fueron la principal fuente del Renacimiento. Por descontado, otras ideas, actitudes y filosofías contribuyeron al gran florecimiento del espíritu y la mente humanas, pero la gran tradición del hermetismo fue la que lo aunó todo. No obstante, durante mucho tiempo los historiadores han afirmado que otros elementos, como el interés renovado en la filosofía y los conocimientos clásicos, fueron el punto de partida del Renacimiento. Reconocían a regañadientes, si es que lo hacían, la aportación del hermetismo, a menudo oculto bajo el nombre más familiar pero poco preciso de «neoplatonismo», o la etiqueta algo más interesante pero muy vaga de «humanismo». Pero un análisis objetivo de las motivaciones de estas grandes figuras muestra que la situación era precisamente la contraria. La filosofía hermética fue el corazón del Renacimiento: fueron el resto de los factores, como la pasión renovada por las obras de los griegos antiguos, los que tuvieron una importancia secundaria y, a menudo, incluso menos que eso.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, páginas 200-201


Las pruebas que sustentan el principio antrópico apuntan a dos opciones: o el cosmos fue diseñado inteligentemente, con el objetivo de generar vida inteligente, o hay algo en él que hace que parezca que es así. La única sugerencia que se ha hecho sobre lo que pueda ser este «algo» es el multiverso. Esto supone una elección binaria entre una de las dos opciones. Y, si el multiverso está equivocado, entonces la propia ciencia demuestra que el universo está diseñado para la vida.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 228



Alguien no menos reconocido como Steven Weinberg, el eminente físico teórico estadounidense ganador de un premio Nobel, cuando analiza el enigma de la energía del vacío, escribe que si las futuras investigaciones confirman este equilibrio aparentemente milagroso «sería razonable deducir que nuestra propia existencia es un elemento clave para explicar por qué el universo es como es». Susskind considera que la declaración de Weinberg es «lo impensable, probablemente la admisión más sorprendente que podría hacer un científico moderno: el lugar del hombre en el universo puede que realmente sí que sea el centro». Por descontado, a pesar de estas palabras, Weinberg, defensor del «universo sin sentido», no está de acuerdo con que el hombre sea el centro. Continúa: Por lo que está en juego, espero que no sea el caso… Espero que la teoría de cuerdas realmente logre un poder predictivo suficiente para prescribir valores para todas las constantes de la naturaleza… Pero si la teoría de cuerdas acaba derrumbándose por completo, como parece por todas las señales que tenemos, entonces solo nos quedará la razonable inferencia de Weinberg de que la presencia de vida inteligente es fundamental para explicar el universo. Esto significará que la propia ciencia proporcionará pruebas abrumadoras de un universo diseñado, lo que implica inevitablemente un Gran Diseñador. A menudo nos dicen que la ciencia es un proceso evolutivo que se autocorrige, en el que las leyes y las teorías nunca son fijas sino meramente contingentes, las mejores conclusiones a las que se puede llegar con los datos disponibles. También se entiende implícitamente que descubrimientos futuros pueden cambiar por completo lo que pensamos ahora y obligarnos a revisar las teorías. Pero, con respecto al principio antrópico, este razonamiento hace aguas. Los mejores datos de la física —los hechos claros que ha recabado que se pueden probar experimental y empíricamente— sugieren de forma inequívoca un universo ajustado con precisión para la vida inteligente. No obstante, la mayoría de los científicos sostienen que algún día tendremos datos mejores que demostrarán que es una ilusión. Pero todas las «pruebas» en las que se basan son teóricas, especulativas e indemostrables. Podemos imaginar qué ocurriría en cualquier otro campo de la investigación humana si alguien admitiera que tiene pruebas objetivas que apuntan hacia una dirección, pero que luego declarara que puede concebir una razón hipotética de por qué lo contrario, que por desgracia es imposible de probar, es la verdad.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 228

El primer gran misterio es cómo apareció el ADN. Al fin y al cabo, toda la variación vital en la Tierra proviene esencialmente de componer y recomponer su código básico. Como afirmó recientemente un investigador, el ADN «se ha multiplicado a sí mismo en un número incalculable de especies, al tiempo que permanece exactamente igual».[8] El origen de la vida es un pez que se muerde la cola. Para poder replicarse, el ADN requiere ciertas proteínas en la forma de enzimas que actúan como catalizadores, pero no se puede producir ninguna proteína sin que, anteriormente, haya ADN. Por el momento, solo hay teorías que intentan explicar cómo pudo ocurrir esto, unas teorías que, debido a su propia naturaleza, son imposibles de probar.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 260


Cuando los mecanismos de reparación se detienen, empezamos a envejecer. Aunque algunos problemas individuales de la vejez, como las cataratas, se deben a la cantidad de tiempo que ha vivido el individuo, no se trata de lo mismo que la condición general del envejecimiento, o senectud. La vejez es básicamente una fase de la vida preprogramada, igual que la pubertad. Pero, mientras que la pubertad tiene una función biológica obvia, ¿para qué demonios sirve la vejez? Si el envejecimiento es genético, entonces obviamente tiene que haber evolucionado. De hecho, estudios de la década de 1990 de los genomas de diferentes especies descubrieron que se debía a genes específicos que se comparten en todo el árbol de la evolución, desde las levaduras hasta los mamíferos. El declive irreversible parece ser una característica común de las eucariotas, y apareció casi al mismo tiempo que la reproducción sexual. La base genética del envejecimiento resulta un problema para la selección natural, donde supuestamente lo más importante es la supervivencia. Por decirlo de forma suave, es una paradoja. Al fin y al cabo ¿qué valor tiene para la supervivencia algo que nos mata? Y todavía hay otro problema: ¿cómo se transmitieron los genes del envejecimiento? Debió de haber un momento, al principio de la existencia de las eucariotas, en el que estos genes no existieron. Por lo tanto, se crearon a partir de mutaciones. Durante gran parte de la vida de un organismo, y sobre todo durante su periodo fértil, estos genes son irrelevantes: solo tienen efecto cuando se inicia el cambio. Entonces ¿por qué la selección natural los favoreció? ¿Por qué los individuos con estas mutaciones tuvieron más éxito generando más descendencia?

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 269



Cómo evolucionó el envejecimiento es, literalmente, otro de los misterios sin solución de la vida.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 271


El registro fósil es una muestra aleatoria de la historia evolutiva. En qué medida es aleatorio y amplio, nadie lo sabe: los paleontólogos debaten inmersos en una oscuridad estadística.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 274


«¡Mirad al rey! ¡Mirad al rey!»

La mayoría de los problemas que hemos mencionado se resolverían si hubiera alguna manera en que la selección natural funcionara al nivel de las especies, o incluso en un nivel superior. Algo que pudiera afectar al panorama general, en otras palabras. Pero la teoría neodarwinista no deja espacio para esto. Una especie evoluciona porque sus individuos evolucionan. La selección natural no afecta al nivel de la especie, o del gen, sino en el del individuo. Nos aseguran, con una confianza que raya en la arrogancia, que el neodarwinismo puede explicarlo todo en el mundo biológico y que no hay necesidad de invocar nada más. No obstante, como hemos visto, no logra explicar en absoluto los siguientes puntos:

– El propio origen de la vida, específicamente el del ADN. – La aparición de células nucleadas, eucariotas, sin las que la vida multicelular sería imposible. (Un «caso especial», el resultado de un proceso al margen del modelo neodarwinista habitual.)
– El origen de la reproducción sexual, otro aspecto sin el que los organismos complejos no habrían podido evolucionar. (Otro caso especial que requiere un proceso no darwinista.) Por no mencionar cómo tuvo éxito el sexo, teniendo en cuenta todas sus desventajas.
– Cómo apareció el envejecimiento, la renovación genética sin la que la evolución no podría haber avanzado.
– Y —paradoja de las paradojas— el darwinismo no puede explicar exactamente cómo se originaron las especies.

Francamente, el emperador está totalmente desnudo. En pelotas. El único vestido que lleva es el que recibió el día de su nacimiento. No cabe duda de que Richard Dawkins se pondrá a suspirar cuando lea esto (si lo lee): «He aquí a los no científicos buscando defectos en el darwinismo porque no puede explicarlo todo… al menos, por el momento». Pero hay un elefante en la habitación que es particularmente difícil no ver. De hecho, hay tantas incongruencias claras en la lógica del neodarwinismo que hay toda una horda de paquidermos enlatados en un espacio diminuto a los que deliberadamente no se les presta atención. El darwinismo ejecuta un hábil juego de manos al emplear las observaciones como explicaciones. Aunque quizá sea una simplificación excesiva, hay sin embargo algo de verdad en la manera en que el gran iconoclasta de la teoría científica y gran compilador de fenómenos extraños, Charles Fort, resumió el mensaje evolutivo: «Los supervivientes sobreviven». No es muy diferente de la lógica que sustenta la siguiente ocurrencia: «Estadísticamente, las personas que tienen más aniversarios viven más». Los neodarwinistas tienen una tendencia a intentar explicar todos los fenómenos biológicos a partir de la mera descripción. Pongamos por ejemplo la evolución convergente —quizá «paralela» sea un término más adecuado—, en la que dos especies considerablemente separadas en el árbol evolutivo desarrollan independientemente las mismas soluciones anatómicas a los mismos problemas de supervivencia, sin haberlas heredado del mismo ancestro común. Hay una plétora de ejemplos impresionantes en el reino animal y vegetal en la que los organismos que parecen casi iguales son totalmente diferentes en su genética. Muchos de los más evidentes se encuentran en Australia que, al haber estado separada del resto de los continentes durante unos cincuenta millones de años, ha desarrollado su propia e idiosincrática flora y fauna. En particular, es una tierra donde predominan los marsupiales, mientras que en el resto del mundo son los mamíferos con placentas los que se impusieron. Esto ha tenido como consecuencia que las criaturas de Australia que ocupaban el mismo nicho que otros mamíferos placentarios hayan evolucionado con una anatomía muy similar. Existen unos topos específicos, los notoríctidos, que son como los topos de cualquier otro lugar; los dasiúridos, que parecen ratones no australianos, e incluso el equivalente a la ardilla voladora, el petauro. Puesto que los marsupiales y los mamíferos placentarios se diferenciaron hace mucho tiempo en el árbol evolutivo, todos ellos han evolucionado de forma completamente independiente.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 275

(Popper) afirmó que el darwinismo se había aceptado universalmente porque: […] su teoría de la adaptación fue la primera teoría no teísta que era convincente: y el teísmo era peor que una admisión abierta de fracaso, porque daba la impresión de que se había alcanzado una explicación definitiva. Ahora, dado que el darwinismo da la misma impresión, no es mucho mejor que la visión teísta de la adaptación; por lo tanto, es importante constatar que el darwinismo no es una teoría científica, sino metafísica.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 281

Incluso siendo generosos, la teoría neodarwinista de la evolución en ningún punto es tan sólida como afirman sus prosélitos. Tiene más lagunas y ámbitos de vaguedad asombrosa de los que jamás admitirán en público. De hecho, es una teoría sorprendentemente anémica, que manifiestamente no logra explicar ninguno de los grandes acontecimientos en el desarrollo de la vida en la Tierra. La «explicación» de gran parte del resto de las cosas no es más que una descripción respaldada por un razonamiento circular que da por supuesto que la teoría es correcta. Es lo mismo que los físicos que afirman tener una teoría de todo que es absolutamente completa, excepto porque no explica la gravedad o el comportamiento de las partículas subatómicas.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 282



Brian Josephson suele utilizar el lema de la Royal Society, «Nullius in verba» —nuestra traducción favorita es «en la palabra de nadie»— contra los científicos que desdeñan la parapsicología sin ni siquiera molestarse en analizar las pruebas…. 
En una entrevista para New Scientist en 2006 sobre esta cuestión, afirmó: Lo llamo «incredulidad patológica». La declaración «aunque fuera verdad no me lo creería» resume esta actitud. Se tiene la idea de que cuando algo no se puede reproducir cada vez es que no se trata de un fenómeno real. Es como un credo religioso en el que debemos conformarnos con la posición «correcta» …
Estas cosas no son difíciles de probar, son difíciles de creer.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 305-306


Cuando una gran cantidad de gente presta atención a la misma cosa, por una razón que de momento es desconocida el mundo se vuelve un lugar más ordenado, sobre todo a nivel cuántico, donde manda lo impredecible y lo aleatorio. Ni siquiera es deliberado; parece ser simplemente el efecto que crea la consciencia por el simple hecho de existir.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 311


Lo que revela el experimento de doble rendija (la dualidad onda-partícula) y otros experimentos es la existencia de una conexión íntima, y en cierto modo inquietante, entre la mente de cualquiera y cualquier materia del universo.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 315





La idea de un universo participativo, comprensiblemente, provoca todo tipo de especulaciones. Quizá, a medida que los humanos observan cada vez más el universo, tanto a escala cósmica como a nivel cuántico, la relación entre la consciencia y el universo se vuelve más interdependiente. Tal vez, además, como pensaba Teilhard de Chardin, nosotros, igual que otras razas extraterrestres, estamos evolucionando hacia una consciencia cósmica. Este sería el plan desde el principio: al final, todos seremos el universo. Si este es el caso, entonces los humanos son o serán Dios, el creador por antonomasia del universo.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 324


La fuerza creativa y el universo material están unidos en un abrazo eterno o en un vals creativo sin fin. Cambiando de nuevo la terminología, Dios es el universo y viceversa. Los seres inteligentes son parte de Dios y, además, dado que sus mentes configuran el universo, desempeñan un papel especial en la creación. El creador, lo creado y la creación danzan en el círculo deslumbrante del sentido y el propósito último, un salto infinito de alegría.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 326


En un intercambio profundamente satisfactorio, no solo los últimos avances científicos respaldan la cosmología hermética, sino que el hermetismo, a su vez, da sentido a los descubrimientos de la ciencia… Es tal como debería ser, porque una operación brutal los escindió. Y ahora parece que se atraigan como gemelos separados que anhelan volver a ser uno de nuevo.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 329





Hasta hace más o menos un siglo, las noticias más antiguas que se tenían del gnosticismo provenían de escritos hostiles de los cristianos, que aseguraban que había aparecido fuera del cristianismo y que, por lo tanto, era posterior a Jesús y Pablo. No obstante, las investigaciones recientes han revelado que las creencias gnósticas no estaban limitadas al cristianismo, y que los cristianos gnósticos habían obtenido su visión del mundo de fuentes paganas anteriores, que luego habían adaptado a las enseñanzas de Jesús. A consecuencia de esto, la cuestión de los orígenes del gnosticismo se ha debatido fervientemente desde entonces, pero sin llegar a ninguna respuesta concluyente. Lo que se sabe es que apareció por primera vez en Oriente Medio, particularmente en Egipto. Diferentes historiadores defienden un origen griego, judío o iraní, o una fusión de los tres en la Alejandría helénica. Pero, de nuevo, el centro de todo es Egipto. El problema fundamental para concretar los orígenes del gnosticismo es que no hay una definición consensuada de «gnóstico». Para los no especialistas (y para los New Agers) sencillamente se refiere a una actitud según la cual la salvación o la iluminación está en nuestras propias manos, y requiere una comunión personal con lo divino. Para los académicos describe un conjunto específico de creencias sobre la naturaleza del mundo material. Pero no hay acuerdo sobre lo que son. Incluso la definición aceptada varía dependiendo del país. Dicho esto, sí que están de acuerdo sobre ciertos hechos básicos. Los gnósticos consideran el mundo material como inherentemente defectuoso, separado de su creador, y creen que lo divino y lo material son mutuamente antitéticos, una creencia que se llama dualismo. Para los gnósticos, la salvación consiste en escapar de la prisión del mundo material, aunque las diferentes sectas tenían formas muy diferentes de hacerlo. Para los gnósticos cristianos, esto significaba pergeñar una interpretación radicalmente diferente a la de la Iglesia primigenia sobre la naturaleza y el papel de Jesús, otra de las razones para que fueran odiados. (Quién de los dos tuviera razón es algo que excede los límites de este libro.) Otra característica definitoria del gnosticismo es la creencia de que el dios de este mundo no es el Dios real. Una ilusión kafkiana, incluso parecida a Matrix, impregna gran parte del pensamiento gnóstico. No es en absoluto una coincidencia: las películas de la saga Matrix se basan descaradamente en ideas gnósticas. Las diferentes escuelas gnósticas ahondaron en distintas direcciones: el dios de este mundo quizá actúa siguiendo las instrucciones del verdadero Dios, o quizá es un demonio disfrazado de Dios, o está engañado y cree que realmente es Dios. Luego está la cuestión de la aplicación práctica del dualismo espíritu-materia: quizá conllevaba el ascetismo y la mortificación de la carne, como era habitual. O quizá conllevaba una indulgencia hedonista en el mundo de los sentidos, algo que tampoco era inusual. Pero los paralelismos con el hermetismo y el neoplatonismo (y, por lo tanto, con el platonismo) son sorprendentes. Los neoplatónicos creían que el Demiurgo y la teúrgia son esencialmente iguales que los del gnosticismo, de la misma forma que la creencia hermética en un «segundo dios» y la posibilidad de iluminación a través de la comunión directa con lo divino.

Lynn Picknett & Clive Prince
El universo prohibido, página 341


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