En el cosmos y a través del cosmos, en particular, podrían descubrirse los lazos, sutiles y remotos, entre nuestros orígenes, la evolución de la civilización y nuestro futuro.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 71


La Atlántida existió, dicen zoólogos y paleontólogos. Entre la fauna de las Azores, de Madeira, de las Canarias, de Cabo Verde, de las Antillas y de América central, se observan desde siempre unas analogías que solo pueden explicarse a través de una relación continental de estos territorios en una época determinada. Hay que señalar que, si estuvieron unidos a América hasta una época relativamente reciente, antes se separaron de África, aunque esta se halle mucho más cerca, porque las concordancias entre estos territorios y África son mucho más antiguas. Se cree que en el Mioceno existía este espacio marino entre África y lo que podemos llamar la Atlántida. Antes de esta época, los cuatro archipiélagos mencionados más arriba formaban una sola tierra, unida al norte con España, al sur con Mauritania, mientras que al oeste se prolongaba hasta las Bermudas y las Antillas.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 145


Las lombrices que se encuentran en Europa y en África septentrional son idénticas a las de las islas del Atlántico. La deducción de estas dos observaciones es que en una época próxima a la nuestra —por lo menos, al final de la era glacial— las islas de los cuatro archipiélagos atlánticos estaban unidas al continente africano.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 147




Hevelius en su Cometographia (1688), que «en el año del mundo 2453, según fuentes autorizadas, un cometa fue divisado en Siria, Babilonia, India, en el signo de Io, con forma de disco, mientras al mismo tiempo los israelitas realizaban su viaje desde Egipto en busca de la Tierra prometida». Se trata, como hemos visto, del asteroide Typhon.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 249


Es evidente, por tanto, que todo lo que hemos estado examinando nos lleva a las siguientes conclusiones, aquí resumidas:

1. Entre América y la masa continental euro-africana originariamente surgía, en condiciones subaéreas, una vasta zona insular probablemente fragmentada y de composición predominantemente basáltica (y por tanto crítica), asiento sucesivo de poblaciones evolucionadas y probable asiento de la primera gran civilización aparecida sobre la Tierra.

2. Como consecuencia de varias alteraciones geológicas inducidas por la caída de asteroides sobre la superficie terrestre, esta zona emergida fue hundiéndose progresivamente en varias etapas (actuales áreas oceánicas entre Azores-Madeira-Canarias-Cabo Verde y Caribe) y en un lapso de tiempo comprendido entre c. 9600 y 1200 a. C. A este período catastrófico (pese a seguir manteniéndose en la superficie zonas insulares de dimensiones considerables) corresponde (tanto en estas zonas como a ambos lados del Atlántico) la progresiva aparición de una cultura megalítica altamente civilizada a la que siguió, en época histórica, una nueva catástrofe celeste que provocó (por la lluvia de meteoritos o la caída de un asteroide) un ulterior hundimiento en el Atlántico septentrional de tierras emergidas en el siglo XIII a. C. (la Atlántida poseidónica) con algún posible coletazo de tipo volcánico hacia el sur en época posterior, hasta alcanzar la actual configuración geográfica que conocemos.

3. Respecto a la Atlántida primigenia, el período terminado con el súbito final de la glaciación (hasta el noveno milenio a. C.), podríamos definirlo convencionalmente como edénico, y más propiamente atlante. Y el último acto de este drama geológico sería el referido a la época sucesiva, terminado en el siglo XIII a. C. con el hundimiento de la Atlántida platónica o «poseidónica» y una última migración de los supervivientes tal vez también hacia América y desde luego hacia el Mediterráneo.

4. Platón recogió tradiciones fieles y las refirió con la misma fidelidad. Solo ha relacionado un acontecimiento histórico-militar de pocos siglos antes (la invasión de los pueblos del mar), fase final del hundimiento de la Atlántida poseidónica y de su capital, con la anterior y mucho más antigua, pero igualmente válida, tradición egipcia sobre la catástrofe del noveno milenio a. C. que puso en marcha el proceso de destrucción de la Atlántida primigenia.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 251


Respecto al nombre de hiperbóreos, sin duda su origen es este: los comerciantes de Massilia, o Marsella, que remontaban el Ródano para dirigirse, a través del canal de la Mancha, o a Cornualles o a las islas Casitérides, patria del precioso estaño, habían observado que el mistral, aquel viento del norte que los atormentaba cruelmente, dejaba de arreciar a medida que se acercaban al canal de la Mancha. Más aún: no había viento en toda la costa meridional de Inglaterra, donde el clima es especialmente suave, sobre todo en los parajes de la isla de Wight y de la ciudad de Bournemouth. La costa suroccidental de Inglaterra, situada en el paralelo 51, tiene inviernos mucho más suaves que la ciudad de Marsella, situada en el 43, y su vegetación es casi subtropical. Se menciona pues la existencia de este pueblo privilegiado que, «más allá del viento del norte» —de ahí el nombre de hiperbóreos— disfrutaba de un clima excepcional. No hay que buscar en otra parte el origen de la leyenda de Hiperbórea, que ha dado pie a tantas divagaciones, concluye Hennig. Pero no es tan sencillo. Hiperbórea no es solo Inglaterra, de hecho. También es lo que los griegos designaron con el nombre genérico de Thule, los toltecas, Tula, y los celtas, Tara; todas ellas son solo diferentes denominaciones que indican el centro primordial de nuestro ciclo cultural. Numerosos autores de la Antigüedad mencionan Hiperbórea o Thule, su capital, y sitúan allí el origen primigenio de nuestro mundo, una especie de paraíso perdido antediluviano del occidente atlántico. Entre los más conocidos: Homero, Aristeas, Esquilo, Píndaro, Heródoto, Hecateo de Abdera, Calímaco, Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Pausanias, Diodoro Sículo, Virgilio, Estrabón, Ovidio, Séneca, Plinio el Viejo, Plutarco, Ptolomeo, Pomponio Mela, Jámblico, Avieno, etcétera.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 257


¿Quiénes eran los hiperbóreos? Sabemos que habitaban una tierra llamada Thule y sabemos que el historiador Tácito dijo a propósito de ella: «Desde la punta extrema de la Britania [paralelo 59] podía verse en la antigüedad Thule; si bien el mar allí arriba sería muy peligroso y difícilmente navegable». Los aztecas sostenían que sus antepasados habían llegado de una tierra situada en el océano Atlántico, tierra que a causa de un gran desastre se había hundido en el océano. Según su tradición bien conocida, esta tierra se llama Thule o Thulan o Atlán. En el antiguo lenguaje azteca, el nahuatl, todavía hoy hablado en México, Atl significa ‘agua’ y An, ‘en medio’. Las dos palabras juntas quieren decir ‘en medio del agua’, y en medio del agua solo puede ser sinónimo de isla.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 320


En la isla Tonga-Tabu, por ejemplo, existe un arca de piedra de 170 toneladas, de origen desconocido para los indígenas. Ninguno de los materiales utilizados para su construcción se encuentra en la isla, por lo que cabe suponer que hayan sido traídos de otros lugares. Pero ¿de dónde? ¿Cómo? Y ¿por qué?

Roberto Pinotti
Atlántida, página 352





En el fondo, y a pesar de todo, pues, tal vez la historia de los naacal llegados a la India desde la «Tierra Madre» referida por Churchward podría tener algún fundamento. Hoy, la evidente analogía entre los símbolos encontrados en la isla de Pascua y los ideogramas de Mohenjo-Daro y Harappa, las ciudades protohistóricas del valle del Indo, está fuera de toda duda. Falta establecer acaso si los primeros son una matriz o una derivación de los segundos. En otras palabras: ¿los pascuenses procedían de la cultura del Indo emigrada hacia el Pacífico en busca de una nueva patria ante las invasiones del norte, o, al contrario, esta última es una consecuencia de una migración forzada de la isla de Pascua hacia Asia? Es difícil decirlo. Ciertamente, la segunda hipótesis solo se podría justificar con un acontecimiento cataclísmico de tal envergadura que obligara a un éxodo masivo de la isla.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 383


Madame Blavatsky había copiado burdamente al menos parte de las estancias del Libro de Dzyan de un «Himno de la Creación» contenido en el antiguo Rigveda sánscrito, como demuestra fácilmente una comparación entre los dos textos.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 398


… James Churchward tuvo la suerte de discutir este problema (el de transportar piedras de gran tamaña) con el viejo rishi indio que había simpatizado con él y que le dijo cosas que no solía discutir con los blancos, empezando por las tradiciones referidas a Mu, la Tierra Madre. Dijo el rishi: El hombre tiene poder sobre lo que tú llamas gravedad. Puede elevar sus propias vibraciones por encima de la fría fuerza magnética de la Tierra y anular sus efectos. Esta fuerza es lo único que lo atrae y lo mantiene anclado en el suelo. Cuando la fuerza magnética se anula, como el cuerpo humano es materia, y la materia en sí misma carece de peso, esto le permite elevar su cuerpo y flotar en el aire. El hombre puede caminar o flotar sobre el agua y sobre la tierra. El peso representa la medida del grado de atracción que la fuerza magnética consigue ejercer. Sin la atracción magnética, el peso no existe. El mayor de los cuerpos celestes, ya sea una estrella o un sol, carece de peso en el espacio. Jesús, el mayor maestro que existió nunca sobre la Tierra, dio una demostración práctica de esto cuando caminó sobre las aguas, como se dice en vuestra Biblia. Simplemente estaba utilizando una ciencia que conocía bien, sabida y practicada hace años por nuestros grandes antepasados de la primera civilización de la Tierra. Hijo mío, aquellas antiguas fuerzas cósmicas deben ser todas reconquistadas, y recuperadas para nosotros antes de que este mundo llegue a su fin, porque sin ellas el hombre no puede ser perfecto. Está escrito que el hombre sea perfecto antes del final.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 408


Entre los árabes circula una antigua leyenda que habla del transporte de las grandes piedras egipcias: «Ponían bajo las piedras hojas de papiro sobre las que estaban escritas muchas cosas secretas, luego las tocaban con una varita, y las piedras se movían en el aire, recorriendo una distancia similar a un tiro de arco. De esta forma alcanzaron finalmente la pirámide.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 409


Pero vale la pena citar, llegados a este punto, lo que sobre esta tradición expusieron textualmente en su obra divulgativa El hombre, de dónde y cómo vino. ¿Adónde va?, los dos teósofos A. Besant y C. W. Leadbeater14 ya en 1913, cuando una perspectiva de ciencia ficción quedaba todavía muy lejos:

Un gran acontecimiento astrológico, una agrupación especial de planetas y unas condiciones magnéticas especialmente favorables a la Tierra, marcaron el momento propicio. Esto sucedió hace unos seis millones y medio de años. No quedaba nada por hacer, salvo lo que solo Ellos eran capaces de llevar a cabo. Entonces, bajo el estruendo impetuoso del rápido descenso, desde alturas incalculables, envuelto en masas deslumbrantes de fuego que llenaban el cielo de enormes lenguas llameantes, se lanzó a través de los espacios aéreos el carro de los Hijos del Fuego, los Señores de la Llama procedentes de Venus; y se detuvo manteniéndose suspendido sobre la «Isla Blanca», que yacía sonriente en el golfo del mar15 de Gobi; era verde y radiante, cubierta de masas de flores fragantes y multicolores; la Tierra ofrecía todo lo mejor que tenía, y lo más hermoso, para dar la bienvenida a su Rey. Hélo ahí, «el Adolescente de las dieciséis primaveras», Sanat Kumara, «la Eterna Juventud Virginal», el nuevo Rey de la Tierra, que llega a su Reino con Sus tres Discípulos, los tres Kumara, sus Ayudantes que lo rodean. Treinta Seres poderosos, grandes más allá de toda comprensión terrestre, estaban con ellos por orden jerárquico.

Este pasaje describe punto por punto la llegada a la Tierra, antes de la aparición del hombre, de los Señores de la Llama a bordo de un vimana particular: no una aeronave, sino una nave espacial extraterrestre. Desde entonces estos seres habrían intervenido16 sistemáticamente en el desarrollo de las formas de vida terrestres, incluida la humana, y desde su centro oculto subterráneo de Shamballa durante mucho tiempo de ellos habría dependido la gran civilización antediluviana, realizada después por la humanidad primigenia bajo su directa tutela. Más tarde se produce el enfrentamiento entre el poder de los Señores de la Faz Deslumbrante y el de los Señores de la Faz Oscura, lo que desemboca en un conflicto y en la catástrofe final del Diluvio. Pero el cataclismo de la Atlántida (o como se quiera llamar al continente hundido en el océano en el siglo IX a. C., con todos los prolongados efectos y las catastróficas consecuencias de las que ya se ha hablado) iría acompañado también del desinterés y la partida de los Señores de la Faz Deslumbrante (los Reyes de la Luz), descendientes de los Señores de la Llama, lo que marcaría el final de la colonia terrestre, aniquilada y rebarbarizada: y con ella el final de una época y el inicio de un nuevo ciclo histórico para la Tierra. Ciclo a partir del cual la guerra, la lucha y el caos estarían a la orden del día hasta hoy, en un mundo sin el protectorado directo de entidades celestes y donde la humanidad manifiesta su libre albedrío en el bien y en el mal, sin condicionamientos ni protectorados ajenos.
Así pues, con el final del período Edénico o Hiperbóreo ligado a la destrucción de la Atlántida primigenia en el siglo IX a. C., los Señores del Cielo también habrían regresado materialmente a su lugar de origen y habrían abandonado al rebaño humano que había demostrado ser un mal alumno al dejarse corromper por los Señores de la Faz Oscura. Como dice la tradición hindú, los vimanas podían llegar a las Regiones Solares (Suryamandala) y de allí hasta las Regiones Estelares (Naksatramandala), o a otros sistemas solares más allá de los espacios interestelares. Y el universo es vasto. Mutatis mutandis, en la Biblia (después de su derrota en el Cielo), Satanás (el príncipe de este mundo) y los suyos son abatidos en una tierra antes perfecta y feliz, donde su posterior perversión de la humanidad edénica llevará a la destrucción de esta última con el Diluvio, junto con la mayoría de los gigantes (los titanes de los griegos), progenie terrestre de los Ángeles Caídos: ¿los Señores de la Faz Oscura hindúes?

Roberto Pinotti
Atlántida, página 425


En buena parte un mito, el de Agharti y el rey del mundo, ciertamente. Pero un mito profundamente antiguo y enraizado, y evidentemente relacionado con el de los continentes perdidos, y como tal de interés específico y pertinente para nosotros, ya que además entronca directamente con el de los Señores de la Llama, precursores de los gobernantes celestes propios de la tradición referida al esplendor de Atlántida y del mundo antediluviano en general. Un mundo ancestral, perdido y remoto, que cela seguramente —más allá del mito— los atávicos y traumáticos recuerdos de lo que no es nada contradictorio definir un «futuro anterior», donde las cimas del saber y de la civilización a las que tendemos ya fueron alcanzadas y a lo mejor superadas, y donde la humanidad ya vivió el Apocalipsis y tal vez también el encuentro con inteligencias superiores no originarias del planeta Tierra.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 440


Y ese es el quid de la cuestión. ¿A quién hacer remontar la ciencia y la tecnología de la remota y avanzadísima civilización superior de la que los mitos sobre la Atlántida y Mu son solo un pálido reflejo? ¿A nuestros progenitores? En realidad, invariablemente, tanto las fuentes clásicas como las orientales asocian aquel mundo perdido y civilizadísimo a diversas divinidades antropomorfas (también en el caso de Merópide, de cuyos habitantes Teopompo de Quíos dice que «a los dioses les place visitarlos»), procedentes del cielo; en cuanto a los reyes y a los héroes, humanos o semidivinos, simplemente han heredado diversos dones y legados sobrehumanos de los celestes, antiguos civilizadores de un mundo virgen. ¿Quiénes eran estos? ¿Dioses o más bien seres extraterrestres, como en los últimos treinta años no ha dejado de afirmar Erich von Däniken en sus numerosos bestsellers internacionales?

Roberto Pinotti
Atlántida, página 443


El final del fabuloso esplendor de la Atlántida y de otros posibles continentes perdidos, al margen de cualquier consideración específica, no puede no ser evocado por esta simple máxima ad usum populi; que es, en el fondo, mucho más precisa de lo que se cree, en su fulgurante síntesis de la teoría de los avances y retrocesos de la historia ya sugerida por Giambattista Vico. Hoy más que nunca, en efecto, nuestra civilización —la nueva y más reciente reencarnación del sempiterno mito europeo-atlántico de la «civilización-madre» antediluviana en la Edad de Oro— debería recordarlo, en los umbrales de un tercer milenio pródigo en crecientes incógnitas. O de lo contrario —como la Atlántida— no tendrá ningún futuro.

Roberto Pinotti
Atlántida, página 447




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