"De nuevo, estaba recomenzando su vida, con su antiguo capital, un cuerpo sano y un corazón fuerte. En su pecho, aún ardía el espíritu que le había guiado hacia aquella tierra de promesas, que lo había arrancado de su indómita estela soberana y había erigido el alto templo de la libertad para consumar el trabajo de los hombres libres-lejos de una tierra oprimida por monárquicos y ancestrales vestigios- siendo él mismo el inconsciente adalid de ese espíritu inquebrantable. Ayudaría a extender estos ideales a través del continente desde otros más y-quién sabe- hasta las puertas del sol naciente."

Nagai Kafu
El pequeño pastor del reino venidero



"Desde los dieciséis años hasta hoy, a los diecinueve, Kimie había sido perseguida por las demandas incesantes de esas frivolidades. No había tenido tiempo de considerar profundamente qué clase de emoción era el amor serio. De vez en cuando dormía sola en la habitación alquilada, pero su principal deseo en esas noches era compensar su falta de sueño crónica. Al mismo tiempo, empezaba a imaginar los nuevos placeres por venir, que, naturalmente, iba a disfrutar una vez recuperada de su fatiga. En ese círculo vicioso, una vez dormida, la impresión de cualquier otro tema por muy grave que fuera, se convertía en tenue e insustancial, como si estuviera soñando. Cuando se despertaba, trataba de diferenciar qué era realidad y qué era sueño. Para Kimie, nada resultaba tan agradable en esos momentos como esa mezcla de sentimientos y sensaciones.
Ese día, Kimie también se hundía en ese placer tras despertarse de su ligero sueño, y se resistía a levantar la cabeza de la almohada, a pesar de ser consciente de que eran casi las tres de la tarde. Miró a su alrededor, y vio en el suelo el quimono y el obi que ella misma había arrojado desordenadamente la noche anterior. A esa habitación de cuatro tatamis y medio de la parte posterior del primer piso, después de haberse ido el bailarín Kimura, había llegado el importador de automóviles Yata y este se había ido dejando una contraventana corrediza abierta. La lámpara del techo que Yata se había olvidado de apagar proyectaba la sombra del arreglo floral en la pared del tokonoma, igual que la noche anterior. Junto a los sonidos lánguidos de alguien que ensayaba una canción y las voces de los vendedores ambulantes, una brisa se colaba por la estrecha abertura de la ventana y acarició un lado del rostro que Kimie había apoyado directamente sobre el tatami. En un momento dulce como este, deseó que Yata o cualquier otro hombre estuviera ahí. De ser así, lo provocaría con todo el ardor de su cuerpo. Se sintió desgarrada por sus fantasías, que iban en aumento. Cerrando suavemente los ojos, se abrazó a su propio pecho con todas las fuerzas. Acto seguido, dio un profundo suspiro y se retorció. En ese instante, se oyó deslizar silenciosamente la puerta. Un hombre entró en la habitación y se puso delante del biombo. Era Yoshio Kimura, el mismo en quien Kimie había estado pensando con pesar desde la noche anterior."

Nagai Kafu
Una extraña historia al este del río


"En Tokio e incluso en Occidente, no he conocido prácticamente otra sociedad que la de las cortesanas."

Nagai Kafu


“Kimie dejó la postura formal, deslizando las piernas a un lado para acomodarse, y apoyó el codo en el alféizar de la ventana. Con la mejilla apoyada en la palma de la mano, volvió el rostro hacia el interior de la habitación, dejando que la brisa soplara contra su cabello. Kawashima, que estaba bajo los efectos del alcohol, al observar a Kimie desde donde él estaba sentado, no pudo evitar que una imagen fugaz atravesara su mente: el cabello de la chica cayendo desordenadamente de la almohada al suelo."

Kafū Nagai
Una extraña historia al este del río


"Komayo, con su paso menudo y rápido, se fue por la derecha del pasillo a su asiento. Mientras, Yoshioka empezó a tomar la dirección contraria también con paso rápido; pero de pronto, como si le hubiera ocurrido algo, se detuvo y volvió la cabeza. En el pasillo sólo deambulaban una joven acomodadora y una vendedora. No había ni rastro de Komayo. Se sentó entonces en uno de los bancos del pasillo, encendió un puro y se puso a divagar sobre los sucesos de siete u ocho años antes... Se había licenciado a los veinticinco años y, después de irse a Occidente, donde pasó dos años, entró en la empresa en la que estaba empleado ahora. Desde entonces, en esos seis o siete años-ahora que lo pensaba bien- había trabajado de firme en la misma compañía. Había invertido en bolsa y amasado una pequeña fortuna. Se había labrado, además, una posición social.
También lo había pasado bien; y-pensaba Yoshioka- había bebido bastante, aunque sorprendentemente su salud no se había resentido. Como decía con orgullo a las personas de su entorno, era, en suma, una persona muy ocupada: sin tiempo siquiera de pensar, ni una sola vez, en aquellos días ya lejanos. Pero esa noche en que por un puro azar acababa de reencontrarse con esa mujer que lo había introducido en el mundo de las geishas cuando él no era más que un simple estudiante, los viejos recuerdos, sin saber bien por qué, parecían rebullir y agolpársele por primera vez en la memoria.
En aquellos largos años en que no sabía nada, la simple existencia de las geishas le parecía envuelta en un hechizo misterioso e irresistible. Cualquier palabra de una de esas mujeres lo embargaba de una felicidad indescriptible. Hoy, por mucho que lo intentara, ya no podía recuperar aquella sensación ingenua y pura de entonces.
Cuando desde el escenario llegaron a sus oídos las notas del samisén, le vino a la memoria la primera vez que fue al barrio tokiota de Shinbashi. Hoy este recuerdo le parecía tan grandioso que, sin querer, una sonrisa se dibujó en sus labios. Tampoco pudo evitar sentirse un poco extraño al pensar que ahora era un hombre curtido en ese campo donde florecían diversiones de todos los colores. Incluso, al reflexionar en la astucia y el cálculo que adoptaba en su relación con la gente, llegó a sentir cierta incomodidad. "Me he servido de la astucia hasta en ese campo... pero también he sido demasiado exigente con los detalles..." Ahora lamentaba haber llegado por primera vez a este conocimiento de sí mismo.
Podía ser completamente cierto. En su empresa, a Yoshioka le habían confiado un puesto importante, el de jefe de departamento de ventas, a pesar de no llevar en ella ni diez años. El presiente y los gerentes lo valoraban como un empleado dotado de gran talento para los negocios. Por otra parte, sin embargo, no podía decirse que gozara de popularidad entre sus compañeros y subordinados.
Hacía unos tres años que mantenía una geisha de nombre Rikiji, la cual trabajaba por su cuenta e incluso poseía su propia agencia de geishas, llamada Minatoya, en el mismo barrio de Shinbashi. Pero Yoshioka no era el típico danna que podía ser manejado como a su mantenida le diera la gana. Para empezar, sabía-porque lo veía con sus propios ojos- que las facciones de Rikiji no eran bellas. Pero era una mujer que dominaba su oficio a la perfección y que en todas partes era reconocida como una neesan. Para un hombre como Yoshioka, cuyo trabajo le exigía una vida social intensa, era conveniente mantener a una o dos geishas a las que confiar los banquetes y agasajos a clientes. Fingiendo estar enamorado de Rikiji, lograba reducir gastos innecesarios.
Tenía, además, otra mantenida. Era la dueña de un machiai llamado Murasaki que por su aspecto no desdecía en aboluto del barrio en que estaba situado, en Hamacho, el centro de Tokio. Un día, Yoshioka, dominado por el síntoma habitual de quien empieza a cansarse de las geishas, se echó a las espaldas una responsabilidad mucho mayor cuando, bajo los efectos del alcohol, sedujo a esta mujer que entonces trabajaba de camarera en un restaurante del barrio de Daichi. Cuando recuperó la sobriedad, se arrepintió de lo sucedido, temeroso de que las geishas que coincidían con él en fiestas se enteraran de que había tenido una relación con una humilde camarera. En este caso, fue ella la que intentó sacar partido. Con la promesa por parte de ella de ocultar discretamente el suceso y evitarle así complicaciones posteriores, Yoshioka accedió a poner secretamente a su disposición un capital suficiente para que abriera ese establecimiento, el machiai Murasaki. Por fortuna, el establecimiento se hizo con una nutrida clientela hasta tal punto que diariamente sus salones no daban abasto para responder a la demanda. En tales circunstancias, hubiera sido absurdo no frecuentar ese machiai después de haber invertido en él un capital importante. Así que Yoshioka empezó a ir allí al principio a tomar algo, hasta acabar recayendo en la relación clandestina con la dueña. Esta mujer, que este año cumplía treinta años, estaba dotada de generosas curvas y de un cutis blanco. Aunque podía decirse, naturalmente, que era refinada comparada con las mujeres ajenas al mundo del entretenimiento, al lado de las geishas resultaba bastante tosca y producía cierta sensación de espesa gravidez. En otras palabras, su aspecto físico y su personalidad fuerte, comunes en las camareras que pululaban en el mundo de las geishas, estimulaban no el espíritu de Yoshioka, sino, como había ocurrido el día de la borrachera, simplemente su apetito carnal. Era una relación desigual de la que se arrepentía nada más consumarla físicamente, pero en la que recaía poco después.
Así, una y otra vez, con recaídas y arrepentimientos, se mantenía este lazo insatisfactorio que, sin embargo, presentaba visos de ser inquebrantable."

Nagai Kafu
Geishas rivales



“Las mujeres que viven en la sombra, no sienten hostilidad ni temor, sino afecto y compasión cuando se encuentran con hombres que tienen que huir del mundo ocultando un oscuro secreto.”

Kafū Nagai


“Los aspectos que más me interesan cuando escribo una novela son la selección y la descripción del tipo de vida de los personajes y el trasfondo en el que esa vida se desarrolla. De hecho, a veces he cometido el error de dar más importancia a describir el fondo de la historia que a la caracterización de los protagonistas.”

Nagai Kafū



"Los lazos con los hermanos y con los padres son los únicos que se forman en el momento del nacimiento y son irrompibles."

Kafū Nagai el seudónimo de Nagai Sokichi


“Su indignación ante la vanidad hipócrita de su esposa correcta y convencional y ante las actividades fraudulentas de la sociedad establecida fue la única fuerza que empujó a un hombre como él a ponerse del lado contrario, un lado que desde el principio le fue ofrecido como oscuro y marginal.”

Kafū Nagai
Sueño interminable


“Yukiko y yo, apoyados en la ventana del piso de arriba completamente a oscuras, conversábamos intercambiando palabras misteriosas y entrelazando nuestras manos húmedas. De repente, un relámpago iluminó su perfil. Esa imagen se me quedó grabada nítidamente y ahora mismo la estoy viendo ante mis ojos.”

Kafū Nagai
Una extraña historia al este del río










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