"A mi juicio la verosimilitud es una técnica que uno explota con la intención de asegurarle al lector la veracidad de aquello que le está siendo contado. Si le haces creer verdaderamente que está de pie sobre una alfombra, puedes quitársela de debajo de los pies. Claro, la verosimilitud es también una mentira. Lo que siempre quise de la verosimilitud es la probabilidad, cosa que tiene algo que ver con la forma en que vivo. Esta mesa parece real, esa canasta de fruta perteneció a mi abuela, pero una demente podría golpear a mi puerta en cualquier momento."

John Cheever



"A veces la saco de noche, la miro y me emociono, pero luego tengo que guardarla por la mañana y volver a los relatos. Lo empiezo y lo interrumpo unas seis veces al día, me insulto y me injurio."

John Cheever
Escribe Mary Winternitz sobre su obstinación por escribir una novela 



"Así es como los recuerdo, en dirección a una salida."

John Cheever


"Creo que en los escritores hay una tendencia intensa al egocentrismo. Los buenos escritores a menudo son excelentes en cientos de cosas, pero la escritura promete que el ego se amplíe sobremanera. Mi querido amigo Yevtushenko tiene, considero, un ego que puede reventar un cristal a veinte pies de distancia; pero conozco algún que otro banquero fraudulento que puede hacerlo mucho mejor."

John Cheever


"Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el tren de las 8:20 y llegas tarde para solicitar un aumento. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, sólo encuentras el grano de arena [...] ¿Qué está mal? ¿Dónde he fallado? No estoy lo suficientemente loco ni suficientemente cuerdo. Me parece que no tengo una concepción clara del mundo. ¿Puedo acusarme de falta de color, esa falta de claridad que respeto en otros? ¿Qué debo evitar? ¿Lo artificial, lo que carezca de vitalidad?"

John Cheever
Diarios



"Cuando recuerdo a mi familia, siempre recuerdo sus espaldas. Siempre están saliendo de lugares de manera indignada."

John Cheever



"El amor –en realidad, el combate sexual- era el supremo elixir, el gran anestésico, la píldora de vivo color que renovaría la primavera de su andar, la alegría de la vida en su corazón."

John Cheever


"El arte es el triunfo sobre el caos."

John Cheever



"Es inocultable la alegría profunda que experimentamos en la compañía de la persona con quien recientemente nos hemos enamorado."

John Cheever


"He sentido nostalgia por países en los que nunca he estado, y anhelaba estar donde no podría estar."

John Cheever


"La gente busca la moral en la ficción, porque siempre ha habido una confusión entre la ficción y la filosofía."

John Cheever


"La forma más sencilla de comprender nuestro tiempo es a través de la mitología."

John Cheever
Diarios


"La literatura ha sido la salvación de los amantes condenados, la literatura ha inspirado y guiado, desesperación derrotado y tal vez en este caso puede salvar al mundo."

John Cheever


"¿La memoria le estaba fallando, o la había disciplinado tanto en la representación de los hechos ingratos que había deteriorado su propio sentido de la verdad?"

John Cheever



"La necesidad de escribir proviene de la necesidad de darle sentido a la vida de uno y descubrir la utilidad de uno."

John Cheever



"La nostalgia no es nada. El cincuenta por ciento de las personas en el mundo son nostálgicas a todas horas."

John Cheever


"La profunda alegría damos en compañía de personas con las que hemos caído recientemente en amor es inocultable."

John Cheever



"La sabiduría es el conocimiento del bien y el mal, no la fuerza para elegir entre los dos."

John Cheever


“Lo más maravilloso de la vida parece ser que casi desconocemos nuestras posibilidades de autodestrucción. Tal vez la deseemos, soñemos con ella, pero nos disuade un rayo de luz, un cambio en el viento.”

John Cheever


"Lo que voy a escribir es la última de lo que tengo que decir. He de decir que la literatura es la única conciencia que poseemos y que su papel como conciencia nos debemos informar de nuestra capacidad para comprender el peligro horrible de la energía nuclear."

John Cheever



"Los buenos escritores a menudo son excelentes en un centenar de otras cosas, pero la escritura promete una mayor libertad para el ego."

John Cheever




"No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad; escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento –creo entreverlo en sueños–, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquéllos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo , amenazado por un extraño en correos, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestros sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo."

John Cheever


"No puedo escribir sin un lector. Es precisamente como un beso - no puede hacerlo solo."

John Cheever




"No soy un erudito. No me arrepiento de esta falta de disciplina, pero sí admiro la erudición de mis colegas. Claro, tampoco soy un desinformado. Eso puede ser producto de que me crié en los coletazos finales de la cultura de New England. Todos pintaban, escribían y en particular, leían; era un medio de comunicación bastante común y aceptado a finales de esa década. Mi madre se vanagloriaba de haber leído Middlemarch trece veces; yo diría que no era cierto. Es algo que podría tomarte toda una vida."

John Cheever

"Para mí, una página de buena prosa es donde se oye la lluvia y el ruido de la batalla. Tiene el poder de dar pena o universalidad que le confiere una belleza juvenil."

John Cheever



"¿Por qué, creyendo, como era el caso, que todas las formas de obstinación humana eran asequibles al sentido común no podía regresar? ¿Por qué estaba decidido a terminar su viaje aunque eso amenazara su propia vida? ¿En qué momento esa travesura, esa broma, esa suerte de pirueta había cobrado gravedad?"


John Cheever


"¿Por qué le agradaban las tormentas? ¿Qué sentido tenía su excitación cuando la puerta se abría bruscamente y el viento de lluvia se abalanzaba impetuoso escaleras arriba? ¿Por qué la sencilla tarea de cerrar las ventanas de una vieja casa parecía apropiada y urgente? ¿Por qué las primeras notas cristalinas de un viento de tormenta tenían para él el sonido inequívoco de las buenas nuevas, una sugerencia de alegría y buen ánimo?"

John Cheever


Reunión

"La última vez que vi a mi padre fue en la estación Grand Central. Yo venía de estar con mi abuela en los montes Adirondacks, y me dirigía a una casita de campo que mi madre había alquilado en el cabo; escribí a mi padre diciéndole que pasaría hora y media en Nueva York debido al cambio de trenes, y preguntándole si podíamos comer juntos. Su secretaria me contestó que se reuniría conmigo en el mostrador de información a mediodía, y, cuando aún estaban dando las doce, lo vi venir a través de la multitud. Era un extraño para mí —mi madre se había divorciado tres años antes y yo no lo había visto desde entonces—, pero tan pronto como lo tuve delante sentí que era mi padre, mi carne y mi sangre, mi futuro y mi fatalidad. Comprendí que cuando fuera mayor me parecería a él; que tendría que hacer mis planes contando con sus limitaciones. Era un hombre corpulento, bien parecido, y me sentí feliz de volver a verlo. Me dio una fuerte palmada en la espalda y me estrechó la mano. 

—Hola, Charlie —dijo—. Hola, muchacho. Me gustaría que vinieses a mi club, pero está por las calles sesenta, y si tienes que coger un tren en seguida, será mejor que comamos algo por aquí cerca.

Me rodeó con el brazo y aspiré su aroma con la fruición con que mi madre huele una rosa. Era una agradable mezcla de whisky, loción para después del afeitado, betún, traje de lana y el característico olor de un varón de edad madura. Deseé que alguien nos viera juntos. Me hubiese gustado que nos hicieran una fotografía. Quería tener algún testimonio de que habíamos estado juntos.

Salimos de la estación y nos dirigimos hacia un restaurante por una calle secundaria. Todavía era pronto y el local estaba vacío. El barman discutía con un botones, y había un camarero muy viejo con una chaqueta roja junto a la puerta de la cocina. Nos sentamos, y mi padre lo llamó con voz potente:

—Kellner! —gritó—. Garçón! Cameriere! ¡Oiga usted!
Todo aquel alboroto parecía fuera de lugar en el restaurante vacío.

—¿Será posible que no nos atienda nadie aquí? —gritó—. Tenemos prisa.

Luego dio unas palmadas. Esto último atrajo la atención del camarero, que se dirigió hacia nuestra mesa arrastrando los pies.

—¿Esas palmadas eran para llamarme a mí? —preguntó.

—Cálmese, cálmese, sommelier—dijo mi padre—. Si no es pedirle demasiado, si no es algo que está por encima y más allá de la llamada del deber, nos gustaría tomar dos gibsons con ginebra Beefeater.

—No me gusta que nadie me llame dando palmadas —dijo el camarero.

—Debería haber traído el silbato —replicó mi padre—. Tengo un silbato que sólo oyen los camareros viejos. Ahora saque el bloc y el lápiz y procure enterarse bien: dos gibsons con Beefeater. Repita conmigo: dos gibsons con Beefeater.

—Creo que será mejor que se vayan a otro sitio —dijo el camarero sin perder la compostura.

—Ésa es una de las sugerencias más brillantes que he oído nunca —señaló mi padre—. Vámonos de aquí, Charlie.

Seguí a mi padre y entramos en otro restaurante. Esta vez no armó tanto alboroto. Nos trajeron las bebidas, y empezó a someterme a un verdadero interrogatorio sobre la temporada de béisbol. Al cabo de un rato golpeó el borde de la copa vacía con el cuchillo y empezó a gritar otra vez:

—Garçon! Cameriere! Kellner! ¡Oiga usted! ¿Le molestaría mucho traernos otros dos de lo mismo?

—¿Cuántos años tiene el muchacho? —preguntó el camarero.

—Eso no es en absoluto de su incumbencia —dijo mi padre.

—Lo siento, señor, pero no le serviré más bebidas alcohólicas al muchacho.

—De acuerdo, yo también tengo algo que comunicarle —dijo mi padre—. Algo verdaderamente interesante. Sucede que éste no es el único restaurante de Nueva York.

Acaban de abrir otro en la esquina. Vámonos, Charlie.
Pagó la cuenta y nos trasladamos de aquél a otro restaurante. Los camareros vestían americanas de color rosa, semejantes a chaquetas de caza, y las paredes estaban adornadas con arneses de caballos. Nos sentamos y mi padre empezó a gritar de nuevo:

—¡Que venga el encargado de la jauría! ¿Qué tal los zorros este año? Quisiéramos una última copa antes de empezar a cabalgar. Para ser más exactos, dos bibsons con Geefeater.

—¿Dos bibsons con Geefeater? —preguntó el camarero, sonriendo.

—Sabe muy bien lo que quiero —replicó mi padre, muy enojado—. Quiero dos gibsons con Beefeater, y los quiero de prisa. Las cosas han cambiado en la vieja y alegre Inglaterra. Por lo menos eso es lo que dice mi amigo el duque. Veamos qué tal es la producción inglesa en lo que a cócteles se refiere.

—Esto no es Inglaterra —repuso el camarero.

—No discuta conmigo. Limítese a hacer lo que se le pide.

—Creí que quizá le gustaría saber dónde se encuentra —dijo el camarero.

—Si hay algo que no soporto, es un criado impertinente —declaró mi padre—. Vámonos, Charlie.

El cuarto establecimiento en el que entramos era italiano.
—Buongiorno —dijo mi padre—. Per favore, possiamo avere due cocktail americani, forti fortio. Molto gin, poco vermut.

—No entiendo el italiano —respondió el camarero.

—No me venga con ésas —dijo mi padre—. Entiende usted el italiano y sabe perfectamente bien que lo entiende. Vogliamo due cocktail americani. Subito.

El camarero se alejó y habló con el encargado, que se acercó a nuestra mesa y dijo:

—Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada.

—De acuerdo —asintió mi padre—. Denos otra.

—Todas las mesas están reservadas —declaró el encargado.

—Ya entiendo. No desean tenernos por clientes, ¿no es eso? Pues váyanse al infierno. Vada all’ inferno. Será mejor que nos marchemos, Charlie.

—Tengo que coger el tren —dije.

—Lo siento mucho, hijito —dijo mi padre—. Lo siento muchísimo. —Me rodeó con el brazo y me estrechó contra sí—. Te acompaño a la estación. Si hubiéramos tenido tiempo de ir a mi club…

—No tiene importancia, papá —dije.

—Voy a comprarte un periódico —dijo—. Voy a comprarte un periódico para que leas en el tren.

Se acercó a un quiosco y pidió:

—Mi buen amigo, ¿sería usted tan amable de obsequiarme con uno de sus absurdos e insustanciales periódicos de la tarde? —El vendedor se volvió de espaldas y se puso a contemplar fijamente la portada de una revista—. ¿Es acaso pedir demasiado, señor mío? —insistió mi padre—, ¿es quizá demasiado difícil venderme uno de sus desagradables especímenes de periodismo sensacionalista?

—Tengo que irme, papá —dije—. Es tarde.

—Espera un momento, hijito —replicó—. Sólo un momento. Estoy esperando a que este sujeto me dé una contestación.

—Hasta la vista, papá —dije; bajé la escalera, tomé el tren, y aquélla fue la última vez que vi a mi padre."

John Cheever


“Sueño con una esposa y amante tierna, rubia o morena, con una personalidad transparente. ¿Y cómo voy a encontrarla encorvado sobre la máquina de escribir en un cuarto cerrado?”

John Cheever



"Todos los hombres de letras son fanáticos de los Medias Rojas - de ser un fanático de los Yankees en una sociedad alfabetizada es poner en peligro su vida."

John Cheever












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