"A poco tiempo de empezada esta causa, por ciertas competencias entre las jurisdicciones real y eclesiástica, fue necesario que el nuncio de su santidad enviara, como envió, un comisionado con poder bastante para apremiar y compeler con toda clase de censuras a los eclesiásticos comprendidos en ella."

Patricio de la Escosura Morrogh
Ni rey ni Roque


"Bárbara Blomberg. (Aparte.) Ya estoy en su presencia: lo anhelaba; y tiemblo ahora al provocar su enojo. (Va a ponerse de rodillas ante el Emperador.) Señor: a vuestras plantas...
Emperador D. Carlos V. (Sorprendido y con disgusto.) ¡Es posible! ¿Pues vos en Ratisbona, a qué...
Bárbara Blomberg. Conozco...
Emperador D. Carlos V. Mi sobrada indulgencia; y yo os prometo, de hoy más, poner a mis bondades coto. ¡Venís sin duda con perjurio infame, en un instante de arrebato loco a destruir a Blanca; y a revelar a todos mi secreto y mi flaqueza! Os engañáis, señora: duro freno sabré poner al temerario arrojo. Aún os queda un instante: aprovechadlo: volved al monasterio presto, o voto...
¡Ah, no juréis, señor, sin escucharme! Un sólo instante de piedad imploro...
Emperador D. Carlos V. ¿Piedad podéis pedir? ¿Por quién, señora? Si es vuestro padre: bien, yo le perdono; pero marchad y presto: sin que os vean; que si os llegan a ver ya no respondo de mi propio furor. Ya os habrán visto tal vez cien cortesanos.
Bárbara Blomberg. Uno solo.
Emperador D. Carlos V. ¿Y dónde?
Bárbara Blomberg. Aquí.
Emperador D. Carlos V. ¿Quién era?
Bárbara Blomberg. Fue Quijada.
Emperador D. Carlos V. ¡Ah! Quien se fía en la mujer es loco.
Bárbara Blomberg. No lo creáis, señor: vuestro secreto guardado está del pecho en lo más hondo. A nadie, a nadie reveló mi labio lo que juré callar: fiel a mi voto ni al amante, señor, ni al padre anciano otra disculpa he dado que mi lloro. "

Patricio de la Escosura
Bárbara Blomberg


"Colón. ¡Oh! Cuán dichoso yo si en ese instante un recuerdo fatal... Noche funesta: huye de mi memoria; no emponzoñes mi esperanza.
Beatriz. ¡Colón!
Colón. ¿Qué voz es ésta?
Beatriz. ¡Colón! ¡Colón!
Colón. ¡Beatriz! ¡Tú en esta playa! ¿Qué quieres, desdichada? -Si tu estrella te arrastró al precipicio, te perdono; la venganza cruel, Colón detesta.
Beatriz. Tienes razón: nací muy desdichada. En mal hora me viste; si tu diestra, en vez entonces de estrechar la mía, un agudo puñal aquí me hundiera, a mi afligido corazón libraras, Colón, de sucumbir a tantas penas; y tú también...
Colón. ¿Beatriz, a qué has venido? ¿No sabes tú esa escuadra a quién espera? Colón es almirante: al Océano del tiempo que le roba debe cuenta; regiones que jamás pisó la planta de quien la luz ha visto en esta tierra, esperan que Colón vaya a llevarles un Dios, un rey, un yugo y una lengua. Y no pienses, Beatriz, que no te escucho porque el próspero tiempo me envanezca; si volviera a bajar, tenlo por cierto, tampoco, aunque abatido, yo te oyera; que te perdono, sí, como cristiano;
Beatriz. Ése es tu error: no hay culpa en mi desdicha; pura, inocente estoy, tengo mil pruebas; mas quisiera deberle a tu amor sólo...
Colón. ¡Amor! ¿Hablas de amor, cuando a la inmensa, a la ignorada mar que estás mirando, voy a fiar mi vida y las ajenas?
Beatriz. El amor que yo invoco es el honesto: su para llama el cielo no nos veda."

Patricio de la Escosura
La Aurora de Colón

"Todo en aquel tiempo llevaba en España el sello del carácter severo y sombrío de su monarca. Cada una de las clases del Estado se distinguía en todo género de actos por sus insignias, por la calidad y hechura de sus vestidos. El color más de moda era el negro; los militares eran acaso los únicos que vestían de color; los adornos eran ricos y costosos, pero sencillos y graves: un cintillo, de diamantes par presilla en el bonete, una larga y gruesa cadena de oro colgando del cuello, y dando una o más vueltas sobre el pecho, y una sortija de valor en algún dedo.
El traje del siglo era airoso: Vandick, dice Walter Scott, lo ha inmortalizado. En efecto, o es la magia de aquel gracioso pincel, o verdaderamente el corte y disposición de los tales vestidos era infinitamente superior a los inconcebibles arreos de que hoy nos vemos cargados. Confieso ingenuamente que como no sea la idea de asimilarnos a los monos, no concibo cuál fuese la del inventor de los faldones de nuestros fraques. El pantalón, a la verdad, ya se entiende, porque la especie ha degenerado ya tanto, que apenas hay pierna masculina capaz de llevar con honor el calzón ajustado. ¡Pero el chaleco, casaca, y sobre todo, el corbatín! El corbatín -instrumento eterno de suplicio para el hombre obeso y corto de cuello, a quien no deja respirar, y para el ético agrullado, cuya cabeza, dejándose ver sobre una columna de raso o terciopelo, parece blanco puesto allí para diversión de muchachos-, el corbatín, repito, es la más desatinada de las invenciones."

Patricio de la Escosura
Ni rey ni Roque








No hay comentarios: