Es importante, desde el principio, descartar la idea de que
los Evangelios son la «palabra de Dios» —que los autores recibieron inspiración
divina y que sus escritos son poco más que la verdad sin concesiones—. Existen
tantas contradicciones importantes entre los Evangelios que al menos uno de
ellos debe estar equivocado. No todos ellos pueden ser infalibles. Los
Evangelios no están de acuerdo en si los padres de Jesús se casaron en el
momento del nacimiento de Jesús (como explica Mateo), o si sólo se prometieron
(como explica Lucas). Aunque coinciden en que nació en Belén, Lucas explica que
eso fue así porque sus padres vivían allí, mientras que según Mateo estaban de
visita como consecuencia de un censo; en cambio, Juan, que siempre va por
libre, asegura que Jesús no era de Belén, pero tampoco coteja este dato. Las
crónicas de los sucesos en torno a lo que, para los cristianos, es el aspecto
más importante de la vida y el significado de Jesús, su resurrección, son las
más contradictorias. Los detalles del descubrimiento de la tumba vacía no sólo
son distintos sino irreconciliables. En cuanto a las apariciones de Jesús a sus
discípulos después de resucitar de entre los muertos, los Evangelios son
totalmente incompatibles.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 34
La mayoría de los eruditos consideran que el Sinaiticus es
el manuscrito antiguo más completo del Nuevo Testamento, pero coinciden en que
el Codex Vaticanus le sigue muy de cerca.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 40
Los expertos coinciden en que el Evangelio de Marcos es el
más antiguo de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Todo lo que hay en
él lo encontramos también en Mateo y Lucas, casi en el mismo orden exacto,
mientras que algunos pasajes aparecen en Mateo y Lucas pero no en Marcos. Mateo
reproduce el cincuenta y uno por ciento de las palabras de Marcos, y un
cincuenta y tres por ciento de las de Lucas.20 La conclusión lógica que se
deriva de ello, planteada por primera vez en la década de 1830 por Ferdinand
Christian Baur, es que Mateo y Lucas basaron parcialmente sus crónicas en
Marcos. Así que Marcos fue primero: QED.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 43
Se sabe que el Evangelio de Juan vincula los acontecimientos
de la misión de Jesús siguiendo una secuencia totalmente distinta, omitiendo
los incidentes que son puntos de inflexión en los otros libros e incluyendo
episodios igual de cruciales que están ausentes de los evangelios sinópticos,
al tiempo que presenta una perspectiva muy distinta de la misión de Jesús. De
hecho, Juan es tan distinto que uno se pregunta si, si por casualidad se
hubiera perdido en la historia y se descubriera ahora, sería rechazado como
tardío y poco fidedigno, tal como ocurrió recientemente con el Evangelio de
Judas.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 46
Todas las religiones paganas del mundo romano y griego
contaban con sus misterios ocultos. En el judaísmo, sólo los sacerdotes podían
entrar en el sanctasanctórum del templo de Jerusalén, donde sus actividades
estaban celosamente protegidas de los ciudadanos de a pie (resulta irónico que,
por este motivo, el judaísmo fuera tildado por los griegos y los romanos como
una religión de misterios). Las sectas judías que habían rechazado el culto al
templo, como la comunidad de Qumrán responsable de los Rollos del Mar Muerto,
amenazaban con penas muy severas a quienes revelaran sus doctrinas a terceros,
incluso vedaban ciertos conocimientos a los miembros nuevos hasta que habían
superado un periodo de probación. Así pues, aunque el concepto de que existía
una versión secreta de la cristiandad podría parecer extraño, incluso
repelente, en el contexto de esa época no sólo no tenía nada de particular,
sino que además se esperaba que fuera así. Habría llamado mucho la atención que
Jesús no tuviera ninguna enseñanza secreta que impartir. En cualquier caso,
incluso los Evangelios dejan claro que sus palabras operaban a dos niveles: uno
para el público y otro para sus discípulos. El Marcos secreto tiene importantes
implicaciones sobre el origen de los Evangelios. En primer lugar, confirma la
suposición razonable de que estos textos sufrieron un proceso de edición entre
el momento de su composición y la creación del Nuevo Testamento. En segundo
lugar, arroja luz sobre la relación entre el primer evangelio sinóptico y el
Evangelio de Juan. Tal como hemos visto, Marcos —la fuente de los sinópticos— y
Juan parecen representar tradiciones de Jesús completamente distintas en origen
y transmisión.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 59
Creemos que el peso de las pruebas se decanta claramente por
el hecho de que el Evangelio secreto de Marcos es auténtico y anterior a la
versión canónica.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 60
Aunque el Evangelio de Lucas sigue casi la misma línea
temporal que Marcos y Mateo, narra ciertos sucesos y proverbios de Jesús que no
aparecen en ninguno de ellos. De hecho, la labor académica detectivesca ha
determinado que Lucas integró material de unas fuentes tempranas a las que no
tuvieron acceso los otros evangelios.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 65
El Evangelio según Juan
A pesar de todas las reservas, comprender los orígenes, la
orientación y el propósito de los otros tres evangelios es relativamente fácil,
pero en Juan nada es lo que parece. Allí donde Marcos incluye un relato directo
e incluso sencillo, Mateo y Lucas añaden de su propia cosecha, aunque su agenda
sigue siendo transparente. Juan, en cambio, es un escrito muy complejo y urdido
a partir de numerosos temas y capas de simbolismo, aparte de basarse en
distintos géneros literarios, no sólo las tradiciones judías. Con los
evangelios sinópticos, básicamente lo que ves es lo que tienes, pero con el
Evangelio de Juan todo está envuelto en capas de paradoja y misterio. El
escritor del Evangelio de Juan tuvo que ser un autor cuya mente es claramente
parecida a la de un novelista que busca contar una historia bien acabada y con
múltiples capas sin cabos sueltos. Este es el único de los Evangelios del Nuevo
Testamento que asegura derivarse del relato oral de uno de los seguidores de
Jesús, el misterioso «amado discípulo». Termina con una afirmación atrevida
—después de que Jesús se despidiera—: que «éste es el discípulo que da
testimonio de estas cosas, y las escribió. Y estamos convencidos de que su
testimonio es verídico». Sin embargo, el
uso de la tercera persona deja claro que el discípulo no compuso el relato,
sino que se basó en sus recuerdos escritos. Ni siquiera está claro si el
apelativo se aplicaba a todo el libro o, tal como explicó el eminente especialista
en el Evangelio de Juan C. H. Dodd, sólo a los versos inmediatamente
anteriores, relativos a las palabras de Jesús al discípulo antes de
abandonarle.46 Corrobora esta idea el hecho de que el amado discípulo sólo
aparece al final de la historia, cuando le vemos en la Última Cena. Nunca
sabemos el nombre de ese hombre, y el texto se refiere a él como el «discípulo
a quien Jesús amaba», pero las tradiciones tempranas le identificaban como el
joven Juan, uno de los dos hijos de Zebedeo, quien fue de los primeros en
unirse al grupo de discípulos de Jesús. Pero esta interpretación es a todas
luces errónea. Los primeros comentaristas cristianos de los Evangelios, como
Papías, no hacen mención alguna de un Evangelio de Juan, y Justino Mártir, en sus
escritos en torno al 150 d. C., omitió este libro de su lista de los que
gozaban de autoridad apostólica. Las primeras referencias conocidas a un texto
«según San Juan» se hallaron en las obras de Ireneo de Lyon y Teófilo de
Antioquía, las dos fechadas en torno al 180 d. C. De hecho, incluso los
eruditos más destacados del catolicismo coinciden en que las pruebas se
inclinan a que Juan el apóstol no fue el redactor de estos hechos.47 (Por este
motivo, así como por el potencial de confusión entre los otros Juan del relato
de Jesús, la mayoría de los eruditos prefieren la denominación neutra de
«Cuarto Evangelio».) Así pues, ¿quién era el discípulo? ¿Existió en realidad?,
y de ser así, ¿quién era? ¿O era él, tal como algunos sostienen, un puro
recurso literario, creado como «prueba» de que la versión de los sucesos que
hace el autor era la más creíble? Como es habitual, existen datos por ambas
partes. Las propuestas sobre la identidad del amado discípulo han incluido a
Tomás o Nathaniel, Lázaro, el hermano de Jesús, Jacobo el Justo, Judas
Iscariote e incluso María Magdalena (que sin duda era una amada discípula, pero
no tuvo el honor de ser nombrada con un artículo determinado). No obstante, tal
como señala de un modo sucinto el catedrático de estudios sobre el Nuevo
Testamento Andrew Lincoln: «Si los lectores tuvieran que descubrir su
identidad, el evangelista habría proporcionado pistas mucho más claras».48 ¿Por
qué se supone que su identidad tenía que ser un secreto? Sin duda alguna, el
autor recurre a la figura del amado discípulo para añadir una pátina de
autoridad, especialmente al resaltar que él estaba más cercano a Jesús que
Pedro, que disfrutaba de la plena confianza de su Señor y que tenía una
comprensión más profunda de su propósito. Por otro lado, un personaje inventado
no encajaría con el final del relato: Al volverse, Pedro vio que los seguía el
discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre
Jesús y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?». Al verlo,
Pedro preguntó: «Señor, ¿y este, ¿qué?». Jesús contestó: «Si quiero que él
permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme». Por este motivo
corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero
Jesús no dijo que no moriría, sino solamente: «Si quiero que él permanezca vivo
hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de
estas cosas, y las escribió. Y estamos convencidos de que su testimonio es
verídico.49 Evidentemente, este fragmento contradice el rumor de que Jesús dijo
que el discípulo nunca iba a morir. Tal como observa Andrew Lincoln, «sería muy
extraño y muy forzoso tratar de difundir un rumor sobre un personaje puramente
ficticio».50 Además, para que ese rumor circulara, al menos el público al que
este evangelio iba dirigido debía de haber conocido la identidad del discípulo.
De lo contrario sería un rumor sin sentido. Al parecer, el amado discípulo pudo
haber sido una persona de carne y hueso, aunque el autor del evangelio no tenía
intención de centrarse en él para añadir autoridad a su propia perspectiva
teológica. Pero al final, se trata de otro de los numerosos misterios del
Cuarto Evangelio. De hecho, el Evangelio de Juan contiene tantos misterios,
paradojas y acertijos que es normal que creamos que una de las intenciones del
autor era confundirnos. Por ejemplo, en los evangelios sinópticos la mayor
parte de la actividad de Jesús sucede en Galilea y en otros lugares fuera de
Judea, y es sólo al final cuando emprende su fatídico viaje a Jerusalén, donde
causa un gran alboroto en el templo de Jerusalén al atacar a los comerciantes.
Pero en el Evangelio de Juan realiza distintas visitas a Jerusalén, en un
principio justo al inicio de su ministerio, y es entonces cuando causa revuelo
en el templo. ¿Qué versión debemos creer? No se trata de una simple cuestión de
que el Evangelio de Juan quede superado por los otros tres, puesto que Mateo y
Lucas se basan en Marcos, así que, si este hizo algo mal, los demás también lo
hicieron. Por lo que hemos visto en los datos recabados a partir de las
tradiciones tempranas y el análisis académico moderno, Marcos compuso su relato
cuando fue ensamblando anécdotas aisladas sobre Jesús, de modo que su argumento
no puede tomarse en un sentido literal. Pero ¿significa esto que deberíamos
aceptar por completo el Evangelio de Juan? Desgraciadamente, no. Al parecer, el
autor de Juan modificó su cronología para que encajara en el ciclo de
festivales judíos.51 Tal como escribió Dodd, «hoy en día es un hecho
ampliamente aceptado que la disposición de la narrativa en el Cuarto Evangelio
responde más a un orden de pensamiento que a un orden cronológico».52 Por
tanto, el Evangelio de Juan es más creíble que el de Marcos, y a veces ocurre
al revés. Más importante aún es el hecho de que el Cuarto Evangelio presenta a
Jesús de un modo fundamentalmente distinto. Aunque para Marcos, Mateo y Lucas
él es el Hijo de Dios, también es en esencia un hombre mortal de la clase de
los profetas, y adquiere una dimensión más trascendental cuando resucita. Pero,
desde el inicio, Juan coloca a Jesús inequívocamente como la «palabra
encarnada» y el «Logos... preexistente y el que es uno con Dios».53 Es una
definición parecida al modo en que Pablo se refiere a Jesús, y a como los
gnósticos tardíos le consideraban. Su personalidad también es distinta. En
Marcos, Mateo y Lucas, Jesús habla directamente sobre sí mismo (recurriendo al
«yo») sólo nueve, diecisiete y diez veces, respectivamente, pero en Juan lo
hace 118 veces. En el Cuarto Evangelio, Jesús habla mucho más sobre su
importancia y carácter único: sin duda alguna, el autor vio en él no sólo al
mensajero de Dios sino también el mensaje en sí mismo. Hay más. En los
evangelios sinópticos suele hablar en aforismos breves y sucintos; en Juan
imparte discursos largos a modo de discurso griego y se enfrasca en disputas
largas y eruditas, y nunca presenta sus enseñanzas a modo de parábolas, por las
que es tan famoso en los otros tres evangelios. Encontramos menos milagros que
en los sinópticos, y ningún exorcismo. Los milagros y curaciones en Juan sirven
para ilustrar una enseñanza, algo que ocurre con menos frecuencia en los otros
evangelios, lo cual indica que el autor está moldeando a conciencia su
historia, puesto que el mensaje de Jesús tiene prioridad sobre los datos
biográficos. Desde sus palabras iniciales, salta a la vista que el autor ha
prestado una considerable atención al significado y propósito de Jesús, dando
como resultado una labor mucho más metafísica que en los sinópticos, incluso
hasta el punto de reescribir su carácter para que encaje en el perfil
teológico, y no al revés. Uno de los rasgos más característicos de Juan,
comparado con los sinópticos, es su atención a los detalles pasajeros o
circunstanciales, lo cual imprime una sensación de autenticidad. Por ejemplo,
en los cuatro Evangelios cuando Jesús es detenido en el huerto, uno de los
discípulos arranca la oreja de uno de los hombres del sumo sacerdote. Sólo en
Juan se nos revela el nombre del criado, Malco, y esta atención a los detalles es
típica del autor (lo cual hace aún más extraño que nunca mencione la identidad
del amado discípulo). Por muy impresionante que pueda parecer, estas pueden no
ser muestras de información privilegiada. A fin de cuentas, los mentirosos
tienden a adornar sus relatos con numerosos detalles. Se dan otras paradojas en
el modo en que el Cuarto Evangelio aborda la oposición o a los rivales de
Jesús. Es el evangelio más virulento contra los judíos de todos ellos, y hace
hincapié en la culpabilidad colectiva de los judíos por la muerte de Jesús (en
vez de referirse a la corrupción y a la ceguera espiritual de los líderes). El
autor muestra escaso interés por las diferencias entre fariseos, saduceos,
etcétera; para él, sólo son «los judíos». Aun así, demuestra ser conocedor de
las costumbres judías e incluso parece hacer encajar su relato en el ciclo
anual de los días santos judíos. Paradójicamente, debido a su carácter
antisemítico, este evangelio proporciona las pruebas más fehacientes de que
fueron los romanos, no el liderazgo judío, los que condenaron a Jesús. Existe
una contradicción parecida en la descripción que hace Juan de las relaciones
entre Jesús y el Bautista, mostrando claramente que este último tuvo una
influencia mucho mayor en Jesús que la que los primeros cristianos quisieron
reconocer —aunque también hace hincapié en el hecho de que Juan el Bautista era
inferior a Jesús. Incluso la datación de este libro peculiar, exasperante y
provocador no resulta en absoluto tarea fácil. La tradición eclesiástica siempre
ha sostenido que fue el último evangelio en escribirse, y los especialistas
modernos coinciden en esta apreciación, aunque la fundamentan de manera
distinta. Aunque por lo general se cree que el Evangelio de Juan es el último
—fechado entre el año 85 y el 120 d. C., si bien los eruditos se inclinan
por el límite más tardío de este rango—, ello depende de ciertas suposiciones
que se exponen a continuación. Como no es un texto dependiente de Marcos del
mismo modo que Mateo y Lucas, podría colocarse en cualquier lugar de la
secuencia. Desde la década de 1960, los eruditos se han abierto por lo general
a la idea de que algunas partes de Juan podrían conservar material que es
incluso anterior al de Marcos. Una de las razones de peso por las cuales los
especialistas consideraron en un principio que Juan era relativamente tardío
era su contenido helénico, puesto que incorpora ideas y un lenguaje que se
deriva más de la tradición griega que de la judía, lo cual indica un desarrollo
tardío de la historia de Jesús en una comunidad de estilo griego. Pero esto
tiene que ser necesariamente así: Israel había estado durante varios siglos
bajo influencia griega antes de que Jesús entrara en escena, así que sus ideas
pudieron haber penetrado ese discurso en cualquier momento. Aparte de las
consideraciones teológicas, otra forma de fechar el Evangelio de Juan es
atendiendo a su contenido. Aquí nos topamos con otro muro de contención:
algunos pasajes parecen revelar más información auténtica sobre la época de
Jesús que Marcos, mientras que los manifiestos anacronismos en otras partes
significan que debió de escribirse bastante tarde. De hecho, estas aparentes
anomalías no son tan difíciles de reconciliar, puesto que los datos
lingüísticos y estilísticos demuestran que la obra fue ensamblada a partir de
distintas fuentes y al menos en dos etapas. En un principio el Evangelio de
Juan empezaba, al igual que Marcos, con la aparición de Juan el Bautista, y el
prólogo de «en el principio, existía la palabra...» se añadió después. Asimismo,
en un principio terminaba en el capítulo 20; el capítulo final, que incluye la
declaración acerca del amado discípulo, fue también un retoque final. Así que es bastante posible que fuera escrito
en su forma final en una etapa relativamente tardía, mientras conservaba parte
de la información primigenia, posiblemente basada en testigos presenciales.
Otra de las características de Juan no es muy conocida, pero Andrew Lincoln la
sacó a colación en su comentario sobre el Evangelio publicado en el año 2005:
el hecho de que Juan incluye los mitos de varias deidades paganas, mostrando
así que el autor estaba familiarizado con estas tradiciones y que esperaba que
el público también lo estuviera.55 Lincoln demuestra que Juan tendía a realizar
sutiles comparaciones entre Jesús y los dioses paganos. Pero ¿quería decir con
ello que Jesús era superior a estos dioses, o que básicamente se parecía a
ellos?
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 65
Hay un candidato para el título de «Quinto Evangelio», ya
que sin duda alguna es como mínimo el equivalente en antigüedad y autenticidad
a los libros canónicos. Se trata del Evangelio de Tomás, atribuido al discípulo
que responde a ese nombre. Este libro es una recopilación de proverbios de Jesús,
y hace sólo sesenta años que tenemos pleno conocimiento de él. Los primeros
indicios de su existencia procedían de una serie de fragmentos de papiro
hallados entre 1897 y 1903 en el importante centro de cristianismo temprano de
Oxirinco (El Bahnasa en la actualidad), en Egipto. Lo que desconcertaba a los
especialistas no era que sólo contuviera distintos proverbios atribuidos a
Jesús que no figuraban en los Evangelios, sino que los fragmentos podían estar
fechados entre el 150 y el 200 d. C., lo cual quería decir que eran los
escritos más antiguos sobre Jesús conocidos hasta la fecha. Sin embargo,
pasaron otros cincuenta años antes de que una copia entera de esta obra perdida
se hallara entre la colección de documentos descubierta en Nag Hammadi en
Egipto en 1945. El Evangelio de Tomás es una especie de espina clavada en la
piel de quienes creen que el Antiguo Testamento es nada más y nada menos que
las propias palabras de Dios. Un análisis de su lengua nos revela que se compuso
entre los años 75 y 100 d. C., y por tanto, cerca de la misma época en la que
los Evangelios canónicos iban cobrando forma. Pero hay indicios que apuntan
hacia una fecha anterior a ellos. El libro es una colección de 114 escritos que
se presentan, en las primeras líneas, como «las palabras secretas que pronunció
Jesús en persona», vertidas por «Dídimo Judas Tomás». Tomás es el vocablo
arameo que significa «gemelo», y «Dídimo» también significa lo mismo en griego,
así que se trata de una traducción de su nombre, o, mejor dicho, su apodo.
Algunos de los proverbios se presentan como dichos de Jesús, otros vienen a
modo de sesión de preguntas y respuestas con sus discípulos, al igual que lo
que encontramos en otros libros gnósticos. Cerca de un tercio de ellos repiten
—o guardan algún tipo de correlación con— proverbios del Nuevo Testamento, pero
muchos son completamente nuevos. Algunos de los proverbios son versiones
sencillas de parábolas que encontramos en los evangelios sinópticos, lo cual
indica que los redactores de Marcos, Mateo y Lucas elaboraron —y, más
importante aún, en algunos casos malinterpretaron— la lección original. Por
ejemplo, en el pasaje de «fíjense en cómo crecen los lirios», Lucas y Mateo
tienen «No trabajan ni hilan», pero en Tomás es «que no peinan lana ni hilan»,
refiriéndose a la preparación de la lana antes de hilarla. Por tanto, Tomás
parece ser una versión más precisa del proverbio original, que se volvió algo
confuso cuando llegó a Lucas y Mateo; y, al igual que todos los proverbios que
hallamos en estos evangelios, llegaron allí por medio de Q. Es decir, Tomás
ofrece una versión más pura, y por tanto más temprana, demostrando así que
debió de ser anterior incluso a Q. El hecho de que el Evangelio de Tomás apele
a la autoridad de dos apóstoles, Jacobo el Justo y el propio Tomás, cuyos
papeles no tardaron en verse eclipsados por los apóstoles que ubicamos en Roma,
Pedro y Pablo, apunta también hacia una fecha temprana. Este dato tiene
implicaciones de gran calado. Como mínimo, el Evangelio de Tomás debería
tomarse tan en serio como uno de los Evangelios canónicos, tal como hacen los
eruditos del Nuevo Testamento y los teólogos no católicos. Para ellos, si Dios
hubiera querido que los cristianos lo leyeran, habría estado en el Nuevo
Testamento. Uno de los rasgos más interesantes de este evangelio es el modo en
que representa a los discípulos de Jesús. En primer lugar, sorprende el hecho
de que incluyera a mujeres, dos en particular: están María (casi con toda
probabilidad, María Magdalena, aunque no se la menciona explícitamente) y
Salomé entre las que le formulan preguntas. En segundo lugar, aunque Tomás,
María y Salomé formulan preguntas inteligentes de contenido, mostrando así que
conocen las enseñanzas de Jesús, las que plantean Pedro y Mateo (además de
otros discípulos sin nombre) revelan que tienen una idea limitada de su
pensamiento, lo cual le da a Jesús la opción de corregirlos. Nos queda la
sensación de que unos cuantos discípulos escogidos constituían un círculo
íntimo, que incluye a estas dos mujeres con nombre propio, pero no incluye a
Pedro. Se trata de un detalle revelador si se compara con el modo en que los
discípulos son tratados en el Nuevo Testamento.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 79
… el Evangelio de María es conocido por una única copia en
papiro del siglo V. Resulta frustrante que falten algunas páginas clave,
incluidas las preliminares. Se encontró en una tienda de antigüedades de El
Cairo en 1896, y acabó en el Museo de Berlín. Su existencia apenas es conocida
fuera de los círculos de especialistas. No fue hasta 1955 cuando se publicó una
traducción entera. Se halló un fragmento en Oxirinco que data de principios del
año 200. Algunos eruditos datan la escritura original en el año 150 o incluso
antes, lo cual indica que podría ser contemporáneo de los Evangelios canónicos.
El Evangelio de María es breve y muy dulce, y abre con «el maestro» o «el
bendecido» impartiendo una última lección a sus discípulos, incluida María
Magdalena, la única mujer que aparece mencionada, antes de que él finalmente
los abandone. Aunque parece describir la aparición de despedida después de la
resurrección, antes de ascender en cuerpo y espíritu al cielo, resulta
imposible estar seguro sin contar con las páginas de inicio. Es María la que
reúne a los tristes y desesperados discípulos varones. Al parecer, sin su
intervención articulada y vigorosa se habrían hundido en una apática depresión.
Les cuenta una visión que tuvo de Jesús, quien le transmitió unas enseñanzas
adicionales, algo que divide a los discípulos, especialmente a Pedro (que nunca
fue amigo de ella ni profesaba una gran simpatía hacia las mujeres), acerca de
si deberían aceptar las palabras de María, insinuando además que ella se lo
estaba inventando. Luego Levi interviene y permite una reconciliación, aunque
cabe sospechar que se hizo a regañadientes y que fue temporal, al menos por
parte de Pedro. En ese momento, el evangelio termina. De hecho, existen razones
de peso para creer que la obra estaba basada en un original que se había
transmitido en época de Jesús. Resulta evidente que el Evangelio de María tal
como lo conocemos es la combinación de dos fuentes independientes. El núcleo
original parece haber sido muy temprano. En concreto, la relación entre Jesús y
María Magdalena, así como sus problemas con Pedro, encuentran cierta
correspondencia con otros textos escindidos.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 81
Los evangelios gnósticos
Curiosamente, gran parte de los textos descubiertos en los
últimos tiempos son obras gnósticas. Incluso el Evangelio de Tomás es de
carácter gnóstico, y tal vez sea esta en parte la razón por la cual cayó en
desgracia. El periodo formativo de la cristiandad, los siglos primero y
segundo, se caracterizó por un marcado conflicto entre dos enfoques
fundamentalmente opuestos: pistis (fe) y gnosis (conocimiento). La fe —el
enfoque de Pablo— admite tácitamente que los simples humanos consideran
imposible entender la voluntad de Dios, y ven el camino hacia la salvación en
la confianza en Jesús. En cambio, la gnosis entiende que la salvación se
consigue a través de una experiencia y una comprensión de Jesús directa y
personal (en este sentido, los cristianos evangélicos modernos, con su
insistencia en la primacía de su experiencia interior de Jesucristo, son más
gnósticos de lo que pueden admitir. No obstante, tal como veremos a
continuación, la definición de «gnóstico» incluye mucho más). La diferencia
entre los dos enfoques tiene evidentes implicaciones para el concepto de
autoridad. En el sistema de «fe», una iglesia organizada, sancionada por Dios
con una jerarquía, es necesaria para guiar al creyente y ayudarle en una crisis
de fe. La gnosis no requiere ninguna organización: puesto que la salvación se
encuentra en manos de cada persona, los maestros gnósticos son una especie de
gurús, individuos que guían en el camino, pero sin capacidad para dirigirlos.
No es de extrañar que el gnosticismo perdiera la batalla. La victoria de la fe
significa que la historia se ha inclinado a su favor: como cabía esperar, la
Iglesia representó su enfoque del cristianismo como la auténtica versión
impartida por el propio Jesús, mientras que el gnosticismo estaba condenado a
ser una lacra de la religión que poco tenía que ver con su verdadero
significado. Esta fue la opinión predominante durante siglos: por definición,
el gnosticismo estaba equivocado. Sin embargo, los estudios actuales han
demostrado que se trata de una burda simplificación. A menudo no se tiene lo suficientemente
en cuenta que la lucha entre fe y gnosis dio forma a la doctrina y teología
cristianas convencionales del mismo modo que ocurrió en el cristianismo
gnóstico. El gnosticismo ayudó al cristianismo ortodoxo a definirse a sí mismo.
El profesor de la Universidad de Yale y especialista en gnosticismo Bentley
Layton observó que «hasta cierto punto la teología proto-ortodoxa se concibió
como parte de lo que la teología gnóstica no era». Pero ¿qué es exactamente el
gnosticismo? La palabra griega gnostikos se refería a la capacidad para
adquirir conocimiento, pero una secta del cristianismo temprano adoptó el
término, haciéndose llamar gnostikoi, «los conocedores». La primera referencia
a esta secta la encontramos en una condena de Ireneo, obispo de Lugdunum (el
Lyon actual), escrita cerca del 180 d. C. Este «conocimiento» guarda relación
con una comprensión personal en vez de una cognición intelectual, análoga al
verbo francés connaître, en contraposición a savoir. Los gnósticos solían
referirse a una revelación secreta como fuente de su información y autoridad,
aunque también lo hizo Pablo. No obstante, el gnosticismo esconde mucho más que
la actitud de que la salvación se halla esencialmente en tus propias manos y
que requiere el establecimiento de una comunicación directa y personal con la
divinidad. También abarca toda una serie de creencias sobre la naturaleza del
mundo material. Para los gnósticos, el mundo tiene un defecto de origen, puesto
que se ha separado de su creador, provocando de este modo una antipatía entre
lo divino y lo material, una perspectiva conocida como dualismo. Puesto que los
gnósticos consideraban la creación como básicamente un acto malvado, albergaban
una opinión muy distinta sobre la naturaleza del pecado; en vez de ser sólo el
espacio de la ética individual, para ellos no era más que un problema
cosmológico (al inicio del evangelio gnóstico de María, Jesús se expresa en
estos mismos términos). Fue eso lo que los condujo a un concepto de salvación
radicalmente distinto al del cristianismo convencional. Para acortar
diferencias, y tender un puente entre los mundos de la materia y lo divino, el
creador envía al redentor, que había coexistido con Dios desde el principio de
los tiempos, y que bien adopta la apariencia de una forma humana o penetra en
un ser humano. Para los cristianos gnósticos, este redentor fue Jesús: una
entidad semidivina que siempre había existido, y cuya encarnación ofrece la
posibilidad de redimir al mundo material, iniciando así el proceso de revertir
la caída original. (En este sentido, el pensamiento gnóstico nos recuerda a las
enseñanzas de Pablo, aunque el modo de expresar sus ideas era muy distinto.) El
cristianismo gnóstico adoptó una de las dos perspectivas sobre Jesús,
representando distintos intentos por explicar el mismo concepto básico de su
persona como redentor. Algunos sostenían que era un hombre mortal en el que
entró una entidad semidivina, Cristo. Otros creían que Jesús fue siempre esa
identidad, y que simplemente se apareció para adoptar forma humana, como si
fuera una especie de holograma andante. Esta creencia se denomina «docetismo».
Los gnósticos desarrollaron la división básica entre espíritu y materia, y la
hicieron más complicada. A menudo generó ciertas cosmologías ridículas, de
planos de existencia de múltiples niveles habitados por entidades y ángeles, a
través de los cuales el alma individual tiene que ascender hasta reunirse con
Dios. Su perspectiva del mundo material como intrínsecamente malvado les sirvió
de inspiración para elegir uno de los dos estilos de vida paradójicamente
contradictorios entre sí: o bien se decantaban por el ascetismo extremo, que
rehúye todos los asuntos mundanos, o bien eligen la vía menos común: el
libertinaje extremo. Esta última línea fue adoptada —y al parecer con intenso
fervor— por los estrafalarios carpocracianos, con quienes ya nos hemos cruzado
con anterioridad. A pesar de la identificación tardía que hizo la Iglesia del
gnosticismo como antítesis del cristianismo verdadero, muchas de sus ideas se dejan
entrever en los versículos del Nuevo Testamento. Pablo consideraba a Jesús como
un ser preexistente que había sido enviado por Dios para redimir a la
humanidad. Y lo que es aún más sorprendente: el preámbulo del Evangelio de
Juan, que describe a Jesús como la palabra que había existido al costado de
Dios desde el inicio de su encarnación, recoge perfectamente el concepto
gnóstico del redentor. Los padres de la Iglesia no dudaron en identificar al
gnosticismo como pensamiento hereje, y por tanto, por definición, tenía que
venir después de Jesús. Hasta bien entrado el siglo XX, los historiadores
tendieron a defender la idea de que el gnosticismo era un «parásito» en el
cuerpo de la Iglesia (y unos cuantos aún lo creen así). Pero empezaba a hacerse
evidente que el asunto no era en absoluto sencillo, y que el cristianismo
gnóstico bebía de escuelas de pensamiento anteriores a Jesús: «Sabemos que el
gnosticismo no era simplemente una herejía cristiana del siglo II».
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 82
Bajo las arenas de Egipto Realizado en Nag Hammadi, cerca de
la pequeña localidad de Chenoboskion, en el Alto Egipto, en el año 1945, este
importantísimo hallazgo estaba compuesto de trece códices escritos en copto (la
lengua egipcia escrita en alfabeto griego) sobre papiro y encuadernados en
piel, y contenía cuarenta y seis textos independientes (seis de los cuales
están duplicados). Doce de los libros están completos, uno está fragmentado,
pero todos ellos han sufrido daños importantes, y se hace muy difícil leerlos.
No todos ellos son cristianos. Algunos de los textos son del gnosticismo
pagano, algunos son comentarios gnósticos judíos sobre libros del Antiguo
Testamento como Génesis, algunos, tratados herméticos, e incluso hay una traducción
incompleta de la República de Platón. Las obras en las que Jesús aparece más a
menudo tienen un elevado componente gnóstico, lo cual ha llevado a la
denominación colectiva y ligeramente inexacta de «evangelios gnósticos». Sin
duda alguna, la colección pertenecía a una biblioteca propiedad de un individuo
o una secta, y posiblemente los libros permanecieran ocultos durante la
persecución de grupos cristianos herejes (junto con las religiones paganas) por
parte de la nueva religión romana mayoritaria que se apoderó de Egipto hacia
finales del siglo IV. Aunque los eruditos no tuvieron dificultades para fechar
los libros en torno al año 350 d. C., al igual que con los Evangelios
canónicos, la cuestión fundamental es cuán antiguo era el material original
sobre el que se articulan. (A fin de cuentas, nadie diría sobre la base de este
descubrimiento que la República se escribió en el año 350.) De hecho, no cabe
ninguna duda de que son copias de libros más antiguos, puesto que todas estas
obras coptas han tenido que ser traducidas de originales en griego. Lo que no
queda claro es cuán tempranos eran. A veces aparecen pistas en otras fuentes:
por ejemplo, puesto que uno de los libros, El libro secreto según Juan, fue
condenado en los escritos de Ireneo cerca del 180 d. C., debió de haber
existido dos siglos antes de la copia de Nag Hammadi. Los argumentos sobre la
datación de los evangelios gnósticos tienden a ser circulares: puesto que no
concuerdan con los Evangelios canónicos, tienen que ser escritos apócrifos
tardíos, y por tanto no contienen información útil que ofrecer en cuanto a
Jesús y su tiempo. A menudo son descartados con mucha ligereza sobre la base de
que tienen un aire muy distinto del de los Evangelios canónicos. El historiador
británico Ian Wilson escribe que son «típicos de los vuelos de la imaginación
ideados por las sectas gnósticas de los primeros años del cristianismo».66 Y el
obispo John A. T. Robinson asegura sin concesiones que «estos mitos son
especulativos y versiones místicas, así como también perversiones de la
enseñanza cristiana».67 No obstante, estos argumentos se basan en la suposición
de que los Evangelios canónicos son los relatos más auténticos de Jesús y sus
enseñanzas, y la única razón por la cual suponen eso es que fueron seleccionados
por la Iglesia primitiva como auténticos. Pero ¿cómo sabía el comité de
selección lo que era auténtico y lo que no lo era? Tal como hemos visto, la
formulación del canon cristiano tuvo lugar en el contexto de una lucha entre
pistis y gnosis, y los que tomaron las decisiones se mostraban siempre
partidarios de las obras no gnósticas. ¿Qué pasaría si los evangelios gnósticos
estuvieran más cercanos al mensaje de Jesús, y los libros del Nuevo Testamento
estuvieran equivocados? Existe una especie de doble rasero en los prejuicios
por los Evangelios canónicos y contra las obras gnósticas. Por ejemplo, al
comentar el relato de la mujer adúltera —incluido en el Evangelio de Juan en el
siglo XII pero registrado por vez primera en el siglo III—, Andrew Lincoln
escribe que «la tradición tardía no descarta su historicidad básica».68 Sin
duda no lo hace, así que ¿por qué esa condición de «tardío» socava a los
evangelios gnósticos? Dicho esto, no obstante, hay que reconocer que la mayoría
de las obras gnósticas de esa colección tienen escasa o ninguna conexión con
Jesús: fueron escritas en los siglos segundo o tercero por personas que no
tenían ningún interés real en los hechos históricos (como tampoco lo tenía
Pablo). Algunas parecen estar basadas en lo que creen que Jesús debió de haber
dicho, en vez de ceñirse a lo que dijo en realidad (también aquí coinciden con
Pablo). Pero ¿significa esto que los evangelios gnósticos carecen totalmente de
valor? ¿Podrían tal vez conservar un recuerdo genuino, por ejemplo, de la
relación entre Jesús y sus discípulos, especialmente con María Magdalena? A fin
de cuentas, los creadores de estos documentos habían decidido convertirse al
cristianismo, así que algo debían saber sobre la religión. Es cierto que
pudieron haber reformado algunos pasajes para que se correspondieran con su
visión del mundo, pero sus creencias fundamentales deben haber sido en esencia
las mismas que las de los cristianos que leían y aceptaban los Evangelios
canónicos.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 87
La mayoría de las teorías del «Jesús mítico» se basan en la
ausencia de referencias contemporáneas a su persona fuera de los Evangelios,
así como en la similitud entre su historia y la de los dioses paganos, héroes o
a veces personajes históricos del mundo de los gentiles. Ninguna de ellas
prueba la inexistencia de Jesús. Su invisibilidad en fuentes seglares se debió
probablemente a que no fue en absoluto famoso en vida, como los cristianos
tardíos creían. En cualquier caso, existen pruebas suficientes fuera de los
Evangelios para determinar que Jesús realmente vivió y respiró.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 91
Según el Evangelio de Mateo, Jesús nació durante el reinado
de Herodes el Grande, el rey de todos los territorios judíos. Tras un reinado
de treinta y seis años, Herodes murió en el año 4 a. C., así que, si Mateo está
en lo cierto, Jesús debió de nacer antes de ese año. Pero Lucas, aunque sigue
ubicando la Natividad en el reino de Herodes, vincula concretamente el
nacimiento con un censo (un registro de la población para fines impositivos)
llevado a cabo cuando un tal Quirino era gobernador romano de Siria (el
responsable oficial de toda la región). Sulpicio Quirino existió y fue,
efectivamente, gobernador de Siria, pero ocupó ese cargo varios años después de
la muerte de Herodes. Aunque sabemos por Josefo que organizó un censo en Judea
en el año 6 d. C., una década después del fin del reinado de Herodes. Así que,
según un evangelio, Jesús no pudo haber nacido después del 4 a. C., y según el
otro, nació concretamente en el 6 d. C., es decir, con un mínimo de diez
años de diferencia con la otra fecha.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 126
Como un nacimiento virginal en términos literales no tendría
precedentes históricos, nosotros nos decantamos por el escepticismo acerca del
milagro de María, y no somos en absoluto los únicos. Entre los que no descartan
sin más este hecho por considerarlo una auténtica tontería, la posición
predominante (al menos entre los no creyentes) es que el nacimiento virginal
fue el resultado de un error de traducción de una profecía mesiánica, y que los
detalles de la historia se derivaban de relatos parecidos sobre dioses y héroes
paganos. Aunque esta podría ser una noticia perturbadora para los cristianos
convencionales de hoy en día —especialmente los católicos, que tienden incluso
ahora a ser literales con la maternidad de María—, no queda claro si la primera
generación de cristianos creía en el nacimiento virginal. Los datos son
incompletos, aunque la información de la que disponemos no apunta en esa
dirección. Lo más llamativo es que Pablo nunca menciona un fenómeno tan
sorprendente. Si él hubiera sido conocedor de la creencia la habría incluido en
su relato, en términos positivos o negativos. Lo que resulta aún más llamativo
es que Marcos y Juan tampoco se refieren al nacimiento virginal de Jesús; por
tanto, si Mateo y Lucas no sacaron esa idea de Marcos, ¿de dónde proviene?
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 139
A estas alturas, sólo los cristianos más proclives a la
literalidad de los textos negarían que los relatos de la Natividad son poco
fidedignos, por decirlo de algún modo. Pero hay otra razón de peso para llegar
a la conclusión de que son más o menos ficticios: las historias del nacimiento
de Jesús tienen poco sentido incluso dentro de la historia del Evangelio.
Belén, por no decir Israel entero, bulle de las noticias de que el Mesías ha
nacido. Los pastorcillos acuden a adorarle. Los Reyes Magos recorren largas
distancias para traer sus obsequios o mostrarle sus respetos al recién nacido.
El bebé es reconocido como el Mesías por dos sacerdotes. Su nacimiento
precipita una terrible masacre de niños que, de haberse producido, habría
atormentado al pueblo de Belén durante varias generaciones. Pero luego todo el
mundo, incluidos sus propios padres, se olvida de ello. Cuando reaparece al
cabo de unos treinta años, nadie sabe quién es y tiene que demostrar de nuevo
sus credenciales, una situación muy poco aceptable, especialmente para un
pueblo muy orgulloso y con una historia muy larga.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 149
… ¿qué estaba haciendo Jesús antes de embarcarse en su
ministerio público? Sus primeros treinta años (como mínimo) son un absoluto
vacío. Todos los Evangelios nos dicen que vivía en Nazaret, aunque en algún
momento se trasladó a la ciudad de Cafarnaúm, a orillas del mar de Galilea. No
sabemos nada acerca de las circunstancias en las que creció; o a qué se
dedicaba; si se casó y formó una familia. Sólo nos queda un absoluto vacío. La
única pista es una sola referencia a él como carpintero, e incluso esta podría
no ser lo que parece. El Evangelio de Marcos describe cómo la multitud se
refirió a él —sólo en una ocasión— como carpintero; es descrito como «hijo del
carpintero» en Mateo, y la cuestión es ignorada por completo en Lucas. Para
empezar, la palabra griega traducida como «carpintero» es tekton, que en
realidad significa «constructor», no necesariamente un trabajador de la madera.
Sin embargo, el eminente erudito judío del Nuevo Testamento Geza Vermes ha
sugerido que el sentido original era bastante distinto. Aunque el griego tekton
aparece en los Evangelios, la palabra original habría sido el arameo naggar,
que es también un coloquialismo para referirse a un hombre culto, un erudito.
Vermes señala que como esta descripción aparece en un episodio en el que la
multitud expresa sorpresa ante su erudición, parecería que este sentido de
naggar sería más lógico. Si Vermes está en lo cierto, podemos despedirnos de
nuestra única pista sobre lo que Jesús hizo durante los primeros treinta y
pocos años de su vida. Algunos han comentado que la razón por la cual los
Evangelios no se pronuncian sobre los años perdidos se debe a que Jesús creció
en el seno de una comunidad religiosa cerrada como la de los esenios, donde fue
instruido en las creencias que luego predicaría, pero no tenemos ni un atisbo
de prueba sobre ello. Existe una absoluta falta de correspondencia entre muchos
de los principios y las enseñanzas de los esenios, tal como las documentan los
autores del siglo I (en especial, Josefo, que de joven coqueteó con el
esenismo), y las atribuidas a Jesús en los Evangelios. Lo mismo se aplica a la
idea de que Jesús pasó sus años perdidos en la India, donde fue formado en el
budismo. Aunque algunas de sus supuestas enseñanzas muestran afinidades con el
budismo, otras tantas no lo hacen, y muy especialmente la falta de un Dios personal.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 151
Un silencio ensordecedor
En resumidas cuentas: no sabemos casi nada sobre Jesús antes
de que empezara su carrera pública. Gran parte de la información de los
Evangelios es claramente ficticia, y lo que queda es cuestionable y genera poca
confianza. La información que parece fidedigna es muy escasa. Sabemos el nombre
de la madre de Jesús y el de sus parientes varones, así como probablemente el
de su padre. Sabemos que hubo algo extraño sobre su paternidad que ha dado pie
a todo tipo de historias sobre su concepción milagrosa y su filiación
ilegítima. Se le sitúa en Galilea, pero no queda claro si ese fue su hogar
familiar o el lugar de su nacimiento. No hay nada que podamos dar por sentado
acerca del cuándo, dónde o en qué circunstancias nació Jesús, o cualquier otro
aspecto de su trasfondo familiar. Tampoco sabemos nada sobre dónde fue educado,
o si recibió algún tipo de educación. A pesar de la creencia popular de que era
carpintero, no disponemos de información veraz sobre cómo se ganaba la vida.
Pudo ser oriundo de Nazaret o no. Pero incluso los huecos y las invenciones nos
dicen algo: que los que se esforzaron por dejar constancia escrita de la vida
de Jesús no sabían nada antes de que hiciera su aparición en la escena pública.
Esto tiene que querer decir que ninguno de sus primeros seguidores sabía nada,
de lo contrario algún tipo de información se habría filtrado entre los autores
del Evangelio. Jesús debió de haber sido un misterio incluso para sus
allegados. (Se trata de un hecho muy extraño, ya que algunos miembros de su familia
se hicieron cargo del movimiento tras su muerte. ¿Es que no le contaron nada a
nadie acerca de su pasado?) ¿Por qué tanto misterio? ¿Se debía a que sus
orígenes eran demasiado comunes o demasiado particulares? ¿Fue este secreto un
acto deliberado para crear un halo de misterio en torno a su persona o porque
Jesús tenía un secreto que debía guardarse?
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 160
Los evangelios sinópticos parecen no saber cómo gestionar
todo el episodio de Juan el Bautista. Marcos no tiene problema alguno con que
Jesús se bautice, a diferencia del resto de evangelistas: sin duda alguna, él
considera que Cristo es un hombre común, no la encarnación de Dios ni concebido
sin sexo ni pecado. Por otro lado, Mateo añade de un modo un tanto forzado un
intercambio entre Jesús y Juan en el que este último, al principio, rechaza la
petición de bautizo de Jesús alegando que él debería pedirle a Jesús que le
bautice a él. Jesús contesta que él debería permitirlo en esta ocasión para
«cumplir con lo que es justo» (sea lo que sea que signifique eso).17 Sin duda
alguna, Mateo ha sentido la necesidad de abordar una cuestión que se le habrá
ocurrido a cualquier lector inteligente de su evangelio: ¿por qué Jesús tiene
que ser bautizado, ya que el propósito del bautismo era la remisión de los
pecados?...
El hecho es que el bautismo no era un ritual ambiguo y
desconectado de cualquier secta. Por el contrario, el bautismo en el Jordán fue
un acto muy concreto, puesto que marcaba la entrada o iniciación de un
individuo en el movimiento de Juan. Podemos disfrazar el hecho como queramos,
pero cuando Jesús fue bautizado por Juan, no estaba simplemente mostrando a la
población cómo librarse de sus pecados. Se estaba convirtiendo en discípulo de
Juan el Bautista y por tanto el ejemplo que daba al mundo era el de un devoto
que estaba en la secta de otra persona. Así pues, en vez de un único Hijo de
Dios, elegido por su papel singular desde el principio y dignándose a ser
bautizado por el Bautista como ejemplo a seres inferiores, lo que en realidad
tenemos es a alguien que empezó como miembro de una secta de Juan. Jesús estaba
supeditado al Bautista, su superior espiritual.
(…)
Curiosamente, tampoco se hace mención alguna del arresto o
la ejecución de Juan en el Cuarto Evangelio. Sólo hallamos un comentario de
pasada en el fragmento en el que Juan bautiza a Anón, en el que dice: «Esto
sucedió antes de que encarcelaran a Juan». Resulta paradójico que, a pesar de
dedicar más espacio a Juan el Bautista que otros evangelios, el Cuarto
Evangelio lo omita del relato y no se pronuncie sobre su destino. ¿Cuál es el
correcto? ¿Empezó Jesús su ministerio después del arresto de Juan, o como
consecuencia de ello, o bien sus respectivas misiones se solaparon? Por lo que
sabemos, en cuestiones cronológicas Marcos es menos fidedigno que el Evangelio
de Juan, así que ello indica que la versión última es seguramente la correcta.
Pero también tiene sentido por otras razones. Los Evangelios se dedican a
menospreciar a Juan el Bautista en todo lo posible, en especial atribuyen un
papel marginal a cualquier influencia que pudo haber tenido sobre Jesús, y por
tanto cualquier anécdota que lo haga destacar es poco probable que sea
inventada. El hecho de que Juan siga predicando y bautizando después de haber
reconocido a Jesús como el Mesías no encaja en absoluto con la insistencia del
Cuarto Evangelio en que su papel consistió en allanar el camino de Cristo: su
labor se dio por terminada cuando Jesús hizo su aparición y se bautizó. Los
sinópticos tienen más motivos para omitir el solapamiento entre los dos
ministerios que los que tiene el autor del Evangelio de Juan para inventarlo.
Dejando a un lado la interpretación que da el Evangelio, al parecer las
carreras de Jesús y de Juan se solaparon durante algún tiempo antes del
encarcelamiento de Juan el Bautista; el primero se dirigió a Judea, mientras
que el otro trabajó en Perea, situada en la orilla opuesta del río Jordán. Sin
embargo, resulta frustrante buscar en el Evangelio de Juan pistas sobre el
espacio de tiempo en que se solaparon. ¿Significa esto que Marcos y Mateo se
equivocan en vincular el arresto de Juan directamente con el inicio del
ministerio de Jesús? No necesariamente. Sin duda alguna, Marcos (o sus fuentes)
relacionó de algún modo ambos sucesos, y es posible conciliar las dos versiones
si los sinópticos se refieren a la razón por la cual dejó Judea con destino a
Galilea. La extraña explicación del Cuarto Evangelio de que fue así porque los
fariseos descubrieron que estaba bautizando a más personas que Juan suena a
evasiva, y la única alternativa es la que proporcionan los evangelios
sinópticos. Incluso en ese caso, la explicación que ofrece el Cuarto Evangelio
omite una cuestión clave: si Juan el Bautista hubiera sido arrestado por
suponer una amenaza a la ley y el orden, no sólo cualquier persona relacionada
con él habría sido tildada automáticamente de subversiva en potencia, sino que
un líder emergente en su movimiento que amenazaba con ser más popular habría
elegido sin duda alguna ese momento para escapar con vida. Todas las personas a
las que Juan había mencionado en sus alabanzas habrían sido incluidas en una
lista de vigilancia por parte de las autoridades. Con este panorama, y después
de ser bautizado, Jesús inició su labor pública en Judea, pero cuando Juan fue
arrestado, regresó a Galilea. Existe, no obstante, un elemento carente de toda
lógica: Galilea también estaba gobernada por Antipas, mientras que Judea no lo
estaba, así que no era el mejor lugar para esconderse de él.
(…)
… tres sucesos de gran trascendencia: el arresto de Juan, la
crucifixión de Jesús y la conversión de Pablo, tuvieron que haber ocurrido en
el transcurso de tres años, del 34 al 37 d. C., una franja muy reducida de
tiempo en un rincón del Imperio romano que sin duda alguna cambió el curso de
la historia.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 174-175-181-185
El apodo de Simón, Pedro, no se explica en los dos
evangelios raíz, Marcos y Juan. Sólo en Mateo encontramos el versículo «sobre
esta roca levantaré mi iglesia», que básicamente no tiene sentido. Que Jesús
hable de su iglesia es un anacronismo, puesto que por aquel entonces no podía
existir un concepto de Iglesia como entidad organizada o como edificio. La palabra
utilizada, ecclesia, se refería a una comunidad local de cristianos, no al
edificio en el que se reunían. Así que el juego de palabras es sin duda alguna
una proyección hacia atrás por parte de los cristianos tardíos para tratar de
explicar el apodo de Simón.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 222
… las pruebas indican que, después de Marcos, los autores
del Evangelio minimizaron la profundidad de la animosidad entre Jesús y su
familia, convirtiéndola en una simple falta de entendimiento que podía
metamorfosearse en el glorioso concepto de que los seguidores de Jesús son como
una enorme familia feliz. En los evangelios sinópticos, María desaparece
completamente de la escena después del desaire de Jesús. Sólo en el Evangelio
de Juan reaparece (sin ser mencionada por su nombre) como testigo de la
crucifixión de su hijo. Esta omisión en los sinópticos es extraordinaria si en
verdad se encontraba entre las mujeres que velaron la muerte de Jesús. Pero
¿qué versión es la correcta? ¿Estaba María allí, o no? No tenemos forma de
saberlo. Hay otra omisión que preocupó a los cristianos desde el principio: el
Jesús resucitado nunca se aparece a su madre. Aunque los relatos
posresurrección sean inventados, cabría esperar una de estas escenas; a fin de
cuentas, por lo visto se apareció a la «otra María» que estaba con María
Magdalena en la tumba. La única explicación posible es que la frialdad entre
Jesús y su madre existió en realidad: o bien él prefirió no aparecerse ante
ella, o los autores no vieron la necesidad de fingir que lo hizo. Esto debería
haber sido el último clavo clavado en el ataúd de la mariolatría católica.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 247
Según nos cuenta Josefo en su historia del exorcista Eleazar,
el judaísmo contaba con sus propias tradiciones mágicas, la mayoría de ellas
derivadas de la sabiduría esotérica de Salomón. Pero la magia de los
Evangelios, como es fácil reconocer, no procede de las tradiciones judías, sino
de las de fundamento griego. Al parecer, a Jesús no le importaba emplear
técnicas paganas. Sin embargo, puesto que los magos manejan conocimientos
secretos y siempre buscan saber más, las ideas ocultistas suelen intercambiarse
rápidamente sin llamar la atención, y debido a la mezcla de culturas judía y
helénica, no debería extrañarnos que las prácticas mágicas griegas y egipcias
hubieran sido asimiladas por brujos y exorcistas judíos. Algunos textos mágicos
judíos incluyen rituales, para crear una unión mística entre el mago y un
espíritu familiar, vinculados a conceptos muy poco judaicos.47 Aun así, la
posibilidad de que Jesús hubiera formado parte de este mundo un tanto dudoso
nos sorprende, puesto que implicaría que recibió formación en lo que hoy
consideraríamos unas artes muy oscuras. En ese caso, ¿cuándo, y quién se la
dio?
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 272
El misterio del Reino de Dios
Tal y como hemos visto anteriormente, Morton Smith descubrió
una carta escrita por Clemente de Alejandría hacia finales del siglo II que
incluía extractos de lo que él describía como un «Evangelio más espiritual»
escrito por Marcos y que utilizaron los fieles más comprometidos de la
comunidad cristiana de Alejandría. Según vimos en el capítulo primero, creemos
que el peso de las pruebas nos indica que hubo dos versiones del Evangelio de
Marcos, una que era accesible a la comunidad cristiana en general y otra
reservada para los fieles de un nivel espiritual superior. De hecho, las
pruebas apuntan a que el Evangelio secreto fue el Marcos original, y que el que
ahora está en el Nuevo Testamento es una versión que fue expurgada de toda
información relativa a los iniciados avanzados. La afirmación de que la carta
de Clemente fue una falsificación de Smith (o presentada a Smith) filtrada en
vida de este, pero voceada públicamente después de su muerte, no se sostendría
en este caso. Clemente sólo cita dos extractos, y el más significativo de ellos
presenta a Jesús resucitando a un joven de entre los muertos, en lo que
claramente es la misma historia de Lázaro del Cuarto Evangelio (aunque en el
Marcos secreto no se menciona el nombre del joven). Lo que difiere del
Evangelio de Juan es que después de la resurrección del joven encontramos un
episodio entre él y Jesús: «Al cabo de seis días, Jesús le dijo lo que tenía
que hacer, y por la tarde el joven acude a él con una sábana que envolvía su
cuerpo desnudo. Permaneció con el chico esa noche, porque Jesús le enseñó el
misterio del Reino de Dios». Esto no se parece en absoluto a nada que contengan
los Evangelios ni ninguna otra fuente del cristianismo primitivo. Pero guarda
cierto parecido con una anécdota curiosa e inexplicable del Evangelio de Marcos
—los otros sinópticos la ignoran, posiblemente porque quedaron tan sorprendidos
como los demás—. Cuando Jesús es arrestado en el jardín de Getsemaní, «cierto
joven que se cubría con sólo una sábana iba siguiendo a Jesús. Lo detuvieron,
pero él soltó la sábana y escapó desnudo». ¿De dónde salió este joven? No
obstante, este incidente parece corresponderse con el que encontramos en el
Marcos secreto, ya que ambos jóvenes visten una tela de lino cuyas asociaciones
no pasan desapercibidas. El pasaje del Marcos secreto se refiere claramente a
un ritual de algún tipo: celebrado de noche tras un periodo de preparación y
una vestimenta especial. La finalidad es que el joven «aprenda los misterios
del Reino de Dios», aunque no sepamos qué significa eso. «El Reino de Dios»
representaba el mensaje esencial de Jesús: «El tiempo ha llegado. El Reino de
Dios se acerca». Se han propuesto varias explicaciones, desde el
establecimiento de un gobierno secular en el que él sería un Rey-Mesías, hasta
alusiones al fin del mundo y a su reemplazo por un nuevo mundo perfecto en el
que sólo podrán vivir los elegidos. No obstante, todas estas posibilidades se
basan en la premisa de que la llegada del Reino de Dios afectará a todo el
mundo, lo cual no encaja con el concepto de algo que tiene que enseñarse de
manera individual en el transcurso de una noche (además, llevaría miles de años
enseñar a todo el mundo de esta manera). Pero, como observa Morton Smith, la
expresión del Marcos secreto es «el misterio del Reino de Dios», que no es
exactamente lo mismo. La implicación es que el rito nocturno del misterio del
Reino de Dios es uno en que enseñar a comprenderlo, o a entrar en él, es algo
que debe hacerse de forma mística, algo parecido a la unión con Jesús en la
eucaristía cristiana. Morton Smith propone que el ritual del «misterio del
Reino de Dios» era el bautismo de Jesús, la iniciación en el discipulado, el
«bautismo con el Espíritu Santo» que debía reemplazar al bautismo con agua de
Juan. Sin embargo, aunque se trataba de un ritual iniciático, parece más
probable que estuviera reservado a los discípulos, o incluso a un círculo
íntimo. Si requería la atención personal de Jesús durante toda una noche,
entonces es que él entendía que su movimiento tenía que ser selecto y poco
numeroso. La implicación clara es que la acción anterior de «levantarse de
entre los muertos» formaba parte del ritual, una muerte simbólica, en vez de
literal, y un renacimiento que ha constituido un elemento muy común en los
cultos de misterio a lo largo de la historia. Aunque el Marcos secreto, tal
como aparece citado por Clemente de Alejandría, presenta los dos sucesos como
hechos independientes que casualmente acontecieron al mismo joven, y como el
Cuarto Evangelio no contiene equivalente alguno del ritual nocturno, toda esta
sección fue expurgada de la versión «pública» de Marcos porque representaba una
doctrina interna, dando a entender así que el joven tenía que «morir» y
regresar para poder participar en el ritual del misterio del Reino de Dios.
Las máscaras de Cristo
Lynn Picknett & Clive Prince, página 282
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