Definición de psicoterapia existencial: La psicoterapia existencial es un enfoque terapéutico dinámico que se centra en problemáticas que tienen sus raíces en la existencia.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 11
Cuatro cuestiones últimas, a mi parecer, son especialmente relevantes para la psicoterapia: la muerte, el aislamiento, el sentido de la vida y la libertad.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 12
La razón es que nunca he considerado a la psicoterapia existencial como una escuela ideológica separada e independiente. En vez de intentar desarrollar una formación curricular en psicoterapia existencial, prefiero complementar la educación de todos los terapeutas dinámicos con una buena formación, incrementando su sensibilidad para los temas existenciales.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 13
¿Y qué terapeuta no se ha sorprendido de lo fácil que es hacer un diagnóstico tras la primera entrevista en comparación con mucho después, por ejemplo, tras la décima sesión, cuando sabemos mucho más acerca del individuo? ¿No se trata de una clase de ciencia muy extraña? Un colega mío expone esto con toda claridad a sus residentes en psiquiatría preguntándoles: «Si ustedes están haciendo psicoterapia o si están pensando en hacerla, ¿qué vademécum creen que su terapeuta podría usar con justificación para describir a personas tan complejas como ustedes?».
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 20
Cuando Erich Fromm hablaba a sus estudiantes sobre la empatía, a menudo citaba la frase de Terencio de hace dos mil años —«Soy humano y nada humano me es ajeno»— y nos incitaba a abrirnos a esa parte de nosotros que correspondiese con cualquier hecho o fantasía del paciente, sin importar cuán odiosa, violenta, lujuriosa, masoquista o sádica fuese. Si no lo hacíamos, sugería que investigáramos por qué habíamos optado por cerrar esa parte de nosotros mismos. Naturalmente, conocer el pasado del paciente potencia la propia capacidad para mirar por la ventana del paciente. Si, por ejemplo, alguien ha sufrido una larga serie de pérdidas, entonces verá el mundo a través del cristal de la pérdida. En ese caso tal vez se muestre reacio a dejar que el terapeuta se interese por él o se acerque demasiado por temor a sufrir una nueva pérdida. De allí que la investigación del pasado sea importante, no para la construcción de cadenas causales, sino porque nos permite ser empáticos con mayor exactitud.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 33
Una empatía exacta es un rasgo esencial no sólo para los terapeutas, sino también para los pacientes, y debemos ayudarlos a desarrollarla para con los otros. Recuerden que nuestros pacientes por lo general vienen a vernos por sus dificultades para desarrollar y mantener relaciones interpersonales gratificantes. Muchos no logran empatía con los sentimientos y experiencias de los otros. Creo que el «aquí y ahora» ofrece al terapeuta una manera poderosa de ayudar a los pacientes a desarrollarla. La estrategia es simple: ayude a sus pacientes a experimentar empatía con usted y automáticamente realizarán las extrapolaciones necesarias a las personas importantes de sus vidas. Es muy común que los terapeutas pregunten a sus pacientes de qué modo una cierta frase o acción suya puede afectar a los otros. Tan sólo sugiero que el terapeuta se incluya en esa pregunta.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 34
Lo insto a que permita que sus pacientes le importen, a que permita que entren en su mente, lo influyan, lo cambien, y a no ocultarles este hecho.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 36
En su autobiografía, Jung describe su valoración de la singularidad del mundo y el lenguaje interior de cada paciente, una singularidad que exige que el terapeuta invente un lenguaje de terapia nuevo para cada paciente. Quizá estoy exagerando la cuestión, pero creo que la crisis actual de la psicoterapia es tan seria y la espontaneidad del terapeuta corre tanto peligro que se requiere un correctivo radical. Debemos ir aún más lejos: el terapeuta debe esforzarse por crear una terapia nueva para cada paciente.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 42
Los terapeutas deben comunicar a sus pacientes que su tarea principal es construir juntos una relación que por sí misma se volverá agente del cambio.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 42
Recuerden el principio terapéutico fundamental de que todo es aprovechable.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 44
A mi modo de ver, hacer terapia uno mismo es, de lejos, la parte más importante de la formación de un psicoterapeuta. Pregunta: ¿Cuál es el instrumento más importante del terapeuta? Respuesta (y nadie puede equivocarse en esto): Uno mismo.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 47
Los terapeutas deben estar familiarizados con su propio lado oscuro y ser capaces de empatizar con todos los deseos e impulsos humanos. Una experiencia terapéutica personal permite al estudiante de terapia experimentar muchos aspectos del proceso terapéutico desde el lugar del paciente: la tendencia a idealizar al terapeuta, el anhelo de dependencia, la gratitud hacia quien escucha con atención y cariño, el poder otorgado al terapeuta. Los jóvenes terapeutas deben trabajar sus propias cuestiones neuróticas; deben aprender a aceptar la retroalimentación que hay en toda relación, a descubrir sus propios puntos ciegos y a verse a sí mismos como los otros los ven; deben calcular el impacto que tienen en los demás y aprender a brindar una retroalimentación exacta. Por último, la psicoterapia es un trabajo muy exigente desde el punto de vista psicológico, y los terapeutas deben desarrollar la conciencia y la fuerza interior necesarias para lidiar con los muchos riesgos laborales inherentes a esta profesión.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 47
La autoexploración es un proceso que dura toda la vida, y recomiendo que la terapia sea lo más profunda y prolongada posible, y que el terapeuta haga terapia en distintas etapas de su vida.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 48
Es importante que el terapeuta joven evite el sectarismo y pueda apreciar la eficacia de los distintos enfoques terapéuticos.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 48
Creo que no hay un modo mejor de aprender acerca de un determinado enfoque terapéutico que entrando en él como paciente.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 49
Creo que por lo general los psicoterapeutas jóvenes sacarán incluso más provecho de un grupo experiencial «extraño» o, mejor aún, un grupo ya formado de psicoterapia de alto funcionamiento. Sólo siendo miembro de un grupo se pueden apreciar verdaderamente fenómenos tales como la presión de grupo, el alivio de la catarsis, el poder inherente al coordinador, el proceso penoso pero valioso de obtener una retroalimentación válida por la propia presentación interpersonal.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 49
Desarrolle grandes orejas de conejo, no olvide este principio: un estímulo, muchas reacciones. Si se exponen varios individuos a un estímulo complejo común, es muy probable que tengan respuestas distintas. Este fenómeno es particularmente evidente en terapia de grupo, en la que distintos miembros experimentan de modo simultáneo el mismo estímulo —por ejemplo, el llanto de uno de los miembros, o una llegada tarde o la confrontación con el terapeuta—, y sin embargo cada uno de ellos responde a ese mismo hecho de manera diferente. ¿Por qué sucede eso? Hay una sola explicación posible: cada individuo tiene un mundo interno diferente y el estímulo tiene un significado distinto para cada uno. En terapia individual prevalece el mismo principio, sólo que los hechos ocurren de una forma secuencial en vez de simultánea (es decir, muchos pacientes de un terapeuta están, a lo largo del tiempo, expuestos al mismo estímulo. La terapia es como un test de Rorschach viviente: los pacientes proyectan en ella percepciones, actitudes y significados desde su propio inconsciente).
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 54
Una de las tareas más importantes de la terapia es prestar atención a nuestros sentimientos más inmediatos, puesto que representan datos de mucho valor. Si en la sesión se siente aburrido, irritado, confundido, excitado sexualmente o excluido por su paciente, considere esos sentimientos como una fuente importante de información. Justo por esto hago hincapié en que los terapeutas también hagan terapia. Si uno desarrolla un conocimiento profundo de sí mismo, elimina la mayoría de los puntos ciegos y tiene una buena base de experiencia como paciente, comenzará a distinguir cuánto del aburrimiento o la confusión es suya y cuánto producto del paciente. Es importante hacer esa distinción porque, si es el paciente quien evoca su aburrimiento en la sesión de terapia, entonces podemos suponer con bastante seguridad que también resulta aburrido para otros en otras situaciones. De modo que, en vez de desanimarse por el aburrimiento, acéptelo de buena gana y busque una manera de volverlo una ventaja terapéutica. ¿Cuándo empezó? ¿Qué es lo que hace con exactitud el paciente que le aburre?
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 66
Los terapeutas deben aprender a envolver sus comentarios de modo que resulten afectuosos y aceptables para sus pacientes.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 69
En la terapia de grupo resulta evidente que una de las tareas del terapeuta es exhibir conductas según las cuales se vayan modelando de forma gradual los miembros del grupo. Ocurre lo mismo, aunque de manera mucho menos marcada, en la terapia individual. La literatura sobre los resultados de la psicoterapia apoya ampliamente el punto de vista de que la apertura del terapeuta engendra la apertura del paciente. Hace tiempo que me fascina la transparencia de la terapia y he experimentado con la autoapertura en muchos formatos diferentes. Quizá mi interés tenga sus raíces en mi experiencia con la terapia de grupo, en donde la exigencia de que el terapeuta sea transparente es mucho mayor. Los terapeutas de grupo tienen un conjunto de tareas particularmente complejo porque deben ocuparse no sólo de las necesidades de cada individuo del grupo, sino también de la creación y el mantenimiento del sistema social que los envuelve: el grupo pequeño. Por ello, deben ocuparse del desarrollo de las normas, en especial de las normas de autoapertura tan necesaria para la experiencia exitosa del pequeño grupo. El terapeuta no tiene un método más potente para la construcción de normas de conducta que el modelo personal.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 75
Es axiomático que, si un grupo evita activamente algún tema importante, entonces no se abordará con eficacia ningún otro.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 86
Si los pacientes quieren saber si estoy casado, si tengo hijos, si me gustó una determinada película, si leí un determinado libro o si me sentí incómodo cuando nos encontramos en algún evento social, siempre les contesto de manera directa. ¿Por qué no? ¿Cuál es el problema? ¿Cómo se puede tener un encuentro genuino con otra persona mientras uno permanece opaco?
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 88
Aquellos que desean magia, misterio y autoridad son reacios a mirar debajo de los atavíos del terapeuta. Les brinda mucho consuelo pensar en una figura llena de sabiduría y omnisciente que los ayuda. Más de un paciente mío invocó la metáfora del Mago de Oz para describir su preferencia por la feliz creencia de que el terapeuta conoce el camino a casa: un sendero claro y seguro alejado del dolor. Por ningún concepto desean mirar detrás de la cortina y ver a un pseudomago perdido y confundido.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 92
Los pacientes quieren que el terapeuta sea omnisciente, quieren poder depender de él infinitamente y que sea imperecedero.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 93
¿Qué es una falsa cura? Es un término utilizado en los primeros tiempos del psicoanálisis para referirse a una cura transferencial: una mejoría radical y repentina del paciente basada en la magia que emana de una visión ilusoria del poder del terapeuta.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 94
Quizá haya momentos en los que debamos brindar «magia, misterio y autoridad», momentos de grandes crisis o momentos en que nuestra principal prioridad es facilitarle al paciente la entrada a la terapia. Pero si debemos coquetear con el papel de mago, recomiendo que el coqueteo sea lo más breve posible y centrado en ayudar al paciente a que rápidamente haga la transición a una relación terapéutica más genuina.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 95
A menudo, cuando encuentro un paciente que lucha contra algunas de las cuestiones neuróticas que me han acosado a lo largo de toda mi vida, me pregunto si podré llevarlo más allá de adonde he llegado yo. Hay dos puntos de vista opuestos: una opinión más antigua, analítica y tradicional, que se evidencia menos hoy en día, sostiene que sólo un terapeuta totalmente analizado puede acompañar a los pacientes hasta una resolución completa de los problemas neuróticos, mientras que los puntos ciegos de los terapeutas con temas neuróticos no resueltos limitan la cantidad de ayuda que éstos pueden brindar. Uno de los aforismos de Nietzsche expresa un punto de vista opuesto: «Algunos no pueden romper sus propias cadenas; sin embargo, pueden redimir a sus amigos». Aquí es pertinente el concepto de Karen Horney de la pulsión de autorrealización (que proviene sin duda de la obra de Nietzsche): si el terapeuta quita los obstáculos, los pacientes, como es natural, madurarán y desarrollarán su potencial, alcanzando incluso un nivel de integración más allá del propio de la facilitación del terapeuta. Encuentro esta opinión mucho más en consonancia con mi experiencia en el trabajo con pacientes. De hecho, a menudo he tenido pacientes cuyo cambio y coraje me han dejado boquiabierto de admiración.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 96
Creo que es algo común que los pacientes ayuden a sus terapeutas. Jung a menudo hablaba de la potenciada eficacia del sanador herido. Incluso afirmaba que la terapia funcionaba mejor cuando el paciente llevaba el bálsamo perfecto para la herida del terapeuta y que si el terapeuta no cambiaba, entonces el paciente tampoco cambiaba. Tal vez los sanadores heridos sean efectivos porque tienen una mayor capacidad de empatizar con las heridas del paciente; quizá es porque participan más profunda y personalmente del proceso curativo.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 98
Se dice que Harry Stack Sullivan, un psiquiatra norteamericano muy influyente, una vez describió la psicoterapia como una discusión de temas íntimos entre dos personas, una de ellas más ansiosa que la otra. Y si el terapeuta desarrolla más ansiedad que el paciente, entonces él se vuelve el paciente, y el paciente se convierte en el terapeuta. Además, la autoestima del paciente se ve aumentada de manera radical al ser de ayuda para el terapeuta.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 99
La apertura es un ingrediente del todo esencial de la psicoterapia. Ningún paciente aprovecha la terapia si no hay una apertura de su parte. Es uno de esos acontecimientos automáticos de la terapia que notamos sólo cuando faltan. Mucho de lo que hacemos en la terapia —proveer un entorno seguro, establecer la confianza, explorar las fantasías y los sueños— sirve al propósito de la apertura.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 100
En la terapia de grupo, la retroalimentación se encuentra en su mayor parte entre los miembros. En las sesiones de grupo, los miembros interactúan mucho entre sí y se genera mucha información en torno a los patrones interpersonales. Si se conduce el grupo de forma adecuada, los miembros reciben mucha retroalimentación de los otros miembros sobre la manera en que son vistos por los otros. Pero la retroalimentación es una herramienta delicada y los miembros aprenden pronto que es muy útil si: Emana de observaciones del «aquí y ahora». Sigue lo más cerca posible al suceso que la generó. Se centra en observaciones y sentimientos específicos generados en el oyente más que en conjeturas o interpretaciones acerca de la motivación del hablante. El receptor revisa la retroalimentación con otros miembros para obtener una validación consensual. En el sistema de dos personas de la terapia individual, la retroalimentación es menos variada y voluminosa, pero no obstante es una parte instrumental del proceso terapéutico. Es a través de ella que los pacientes se vuelven mejores testigos de su propio comportamiento y aprenden a valorar el impacto que tiene su conducta en los sentimientos de los otros.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 103
No hay tratamiento terapéutico que no reciba la visita de la muerte. Ignorar su presencia transmite el mensaje de que es demasiado terrible como para hablar de ella. No obstante, la mayor parte de los terapeutas evita hablar directamente de la muerte. ¿Por qué? Algunos lo evitan porque no saben qué hacer con ella. «¿Qué sentido tiene? —preguntan—. Volvamos al proceso neurótico, algo que podemos modificar.» Otros cuestionan la relevancia de la muerte para el proceso terapéutico y siguen el consejo del gran Adolph Meyer, que recomendó no rascar donde no pica. Y están los que se niegan a sacar un tema que inspira una gran angustia en un paciente de por sí angustiado (y en un terapeuta también).
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 110
Los psicoterapeutas no pueden permitirse ignorar a todos los grandes pensadores que han concluido que aprender a vivir bien es aprender a morir bien.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 111
Heidegger hablaba de dos modos de existencia: el modo cotidiano y el modo ontológico. En el modo cotidiano, el entorno material nos consume y nos distrae: nos llena de admiración el cómo son las cosas del mundo. En el modo ontológico nos concentramos en el ser per se, es decir, nos llena de admiración que las cosas sean. Cuando existimos del modo ontológico —el reino más allá de las preocupaciones cotidianas— estamos en un estado de particular predisposición para el cambio personal. Pero ¿cómo pasamos del modo cotidiano al modo ontológico? Los filósofos a menudo hablan de «experiencias límites», experiencias apremiantes que nos arrancan de la cotidianeidad y fijan nuestra atención en el «ser» en sí. La experiencia límite más poderosa es una confrontación con la propia muerte. Pero ¿cuáles serían las experiencias límites en la práctica clínica de todos los días? ¿Cómo puede obtener el terapeuta el impulso para el cambio inherente al modo ontológico en pacientes que no afrontan una muerte inminente? Toda terapia está plagada de experiencias que, aunque menos dramáticas, pueden sin embargo alterar de manera efectiva la perspectiva. Perder a un ser querido, luchar con la muerte del otro, es una experiencia límite cuyo poder pocas veces se aprovecha en el proceso terapéutico. Con demasiada frecuencia en esos casos nos centramos extensa y exclusivamente en la pérdida, en las cosas que quedaron inconclusas en la relación, en la tarea de desprendernos del muerto y volver a ingresar en la corriente de la vida. Aunque todos estos pasos son importantes, no debemos descuidar el hecho de que la muerte del otro también sirve para que cada uno de nosotros confrontemos intensa y descarnadamente nuestra propia muerte. Hace muchos años, en un estudio sobre personas que habían padecido la muerte de un cónyuge, encontré que muchas de esas personas habían ido más allá de la simple reparación y recuperación de su nivel anterior de funcionamiento: entre un cuarto y un tercio de los sujetos lograban un nuevo nivel de madurez y sabiduría. Además de la muerte y la pérdida de un ser querido, hay muchas otras oportunidades para hablar de temas relacionados con la muerte durante el curso de la terapia. Si tales temas no surgen, creo que el paciente tan sólo está siguiendo las instrucciones encubiertas del terapeuta. La muerte y la mortalidad forman el horizonte de todas las conversaciones sobre el envejecimiento, los cambios corporales, los estadios de la vida y muchos hitos significativos, tales como aniversarios importantes, la partida de los hijos de la casa, el fenómeno del nido vacío, la jubilación, el nacimiento de los nietos. Una reunión de antiguos compañeros de escuela puede ser un catalizador particularmente potente. Todo paciente comenta, en un momento u otro, noticias del diario sobre un accidente, un homicidio, un aviso fúnebre. Y luego está, también, la huella inconfundible de la muerte en cada pesadilla.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 112
No hay que olvidar que la preocupación por la muerte a menudo se disfraza con el atuendo del sexo. El sexo es el gran neutralizador de la muerte, su total y vital antítesis. Algunos pacientes expuestos a la gran amenaza de la muerte de pronto se obsesionan permanentemente con pensamientos sexuales. (Hay estudios TAT, Test de Apreciación Temática, que documentan un incremento del contenido sexual en pacientes con cáncer.) El término francés para orgasmo, la petite morte (la pequeña muerte), significa la pérdida orgásmica de sí mismo que elimina el dolor de la separación, el solitario «yo» que se desvanece en la fusión del «nosotros».
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 112
Parece que los humanos somos criaturas buscadoras de sentido que hemos tenido la desgracia de ser arrojadas en un mundo desprovisto de un significado intrínseco. Una de nuestras principales tareas es inventar un sentido lo suficientemente robusto como para sostener nuestra vida y realizar al mismo tiempo la tramposa maniobra de negar nuestra autoría personal de ese sentido. De este modo, concluimos que estaba «ahí afuera» esperando que lo descubriéramos. Nuestra búsqueda continua de sistemas de sentido válidos a menudo nos lleva a las crisis de significado. Son más los individuos que recurren a la terapia por preocupaciones acerca del sentido de la vida de lo que suelen creer los terapeutas. Jung dijo que un tercio de sus pacientes iban a su consulta por esa razón. Las quejas toman formas muy distintas. Por ejemplo: «Mi vida no tiene coherencia», «No tengo pasión por nada», «¿Por qué estoy vivo?», «¿Para qué?», «Seguramente, la vida debe de tener un sentido más profundo», «Me siento tan vacío... Ver la televisión todas las noches me hace sentir tan inútil e inservible...», «Todavía ahora, a los cincuenta años, no sé qué quiero hacer cuando sea mayor».
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 117
A diferencia de mi enfoque con otras cuestiones existenciales esenciales (la muerte, el aislamiento, la libertad), creo que la mejor manera de encarar la cuestión del sentido de la vida es de un modo oblicuo. Lo que debemos hacer es sumergirnos en uno de todos los posibles sentidos, en particular uno que se base en trascender la propia persona. Lo que cuenta es el compromiso, y cumpliremos mejor nuestra tarea como terapeutas si identificamos y ayudamos a quitar los obstáculos que impiden tal compromiso. Como enseñó Buda, la pregunta por el sentido de la vida no es en sí misma constructiva. Uno debe sumergirse en el río de la vida y dejar que la pregunta se pierda como un tronco a la deriva.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 119
LA LIBERTAD
Anteriormente describí cuatro cuestiones últimas, cuatro hechos fundamentales de la existencia —la muerte, el aislamiento, la falta de sentido y la libertad— que, al confrontarse, evocan una profunda ansiedad. El nexo entre libertad y ansiedad es difícil de intuir, porque a primera vista la libertad parece contener sólo connotaciones claramente positivas. Después de todo, ¿no es acaso la libertad política lo que hemos anhelado y por lo que hemos luchado a lo largo de toda la historia de la civilización occidental? Sin embargo, la libertad tiene un lado oscuro. Vista desde la perspectiva de la autocreación, de la elección, la voluntad y la acción, la libertad es psicológicamente compleja y está cargada de angustia. Somos, en el sentido más profundo de la palabra, responsables de nosotros mismos. Somos, como dijo Sartre, los autores de nosotros mismos. Por medio de la suma de nuestras elecciones, de nuestras acciones y nuestras omisiones, en última instancia nos moldeamos a nosotros mismos. No podemos esquivar esta responsabilidad, esta libertad. En palabras de Sartre, «estamos condenados a la libertad». Nuestra libertad fluye incluso con más profundidad que el forjamiento de nuestra vida individual. Hace más de dos siglos, Kant nos enseñó que somos responsables de dar forma y sentido no sólo al mundo interior, sino también al mundo exterior. Sólo percibimos el mundo exterior de acuerdo con el modo en que lo procesa nuestro aparato neurológico y psicológico. La realidad no es en absoluto como la imaginamos en nuestra infancia; no entramos en un mundo bien estructurado (y al final lo dejamos). Muy por el contrario, nosotros desempeñamos un papel central en la constitución de ese mundo y lo constituimos como si tuviese una existencia independiente. ¿Y la relación entre el lado oscuro de la libertad, la ansiedad y el trabajo terapéutico? Se puede encontrar una respuesta con el simple hecho de bajar la mirada. Si somos constructores primarios del mundo, entonces ¿dónde se encuentra la sólida tierra sobre la que nos apoyamos? ¿Qué hay debajo de nosotros? La nada. Das Nichts, como dicen los filósofos alemanes. El abismo, el caos de la libertad. Y con la percepción de la nada en el corazón del ser viene una profunda ansiedad. De allí que, si bien el término libertad está ausente en las sesiones de terapia y en los manuales de psicoterapia, sus derivados —responsabilidad, voluntad, decisión— son habitantes muy visibles de los esfuerzos psicoterapéuticos.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 119
Mientras los pacientes insistan en creer que sus problemas principales son el resultado de algo que está más allá de su control —las acciones de otras personas, los nervios, las injusticias de las clases sociales, los genes—, entonces nosotros los terapeutas estaremos muy limitados en lo que tenemos para ofrecer. Podremos compadecernos, sugerir más métodos adaptativos para responder a los asaltos y las injusticias de la vida; podremos ayudar a los pacientes a adquirir ecuanimidad, o enseñarles a ser más efectivos en la modificación de sus entornos. Pero si tenemos la esperanza de lograr cambios terapéuticos más significativos, debemos alentar a nuestros pacientes a asumir la responsabilidad, es decir, a comprender de qué manera contribuyen a su aflicción. Una paciente puede, por ejemplo, describir una serie de experiencias horrendas en sus relaciones con las personas: los hombres la maltratan, sus amigas la traicionan, sus jefes la explotan, sus amantes la engañan. Incluso si el terapeuta está convencido de la veracidad de los hechos descritos, llega un momento en que hay que prestar atención al papel de la propia persona en esa secuencia de acontecimientos. El terapeuta tal vez deba decir: «Incluso si el noventa y nueve por ciento de las cosas que le suceden es culpa de otro, quiero que miremos al uno por ciento: la parte que es su responsabilidad. Tenemos que analizar su papel, aunque sea muy limitado, porque es ahí donde puedo serle de mayor ayuda».
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 121
El formato de terapia de grupo tiene una capacidad particularmente poderosa para ayudar a los pacientes a comprender sus responsabilidades personales. Todos los pacientes comienzan la terapia en igualdad de condiciones, y en las primeras semanas o meses cada uno de los miembros ocupa un papel interpersonal particular dentro del grupo, uno similar al que cada uno ocupa en su vida fuera del grupo. Además, el grupo es testigo del modo en que cada uno modela ese papel interpersonal. Estos pasos son mucho más obvios cuando se los va siguiendo en el «aquí y ahora» que cuando el terapeuta trata de reconstruirlos a partir del relato poco confiable del paciente. El énfasis que el grupo de terapia pone en la retroalimentación inicia una secuencia de aceptación de la responsabilidad: Los miembros aprenden a conocer el modo en que los otros observan su conducta. Luego aprenden a reconocer qué sentimientos provoca esa conducta en los otros. Observan de qué manera su conducta modela la opinión que los otros se forjan de ellos. Por último, aprenden que estos tres primeros pasos modelan lo que ellos sienten de sí mismos. Así, el proceso comienza con el comportamiento del paciente y termina con la manera en que cada uno es valorado por los otros y por sí mismo.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 122
Asumir la responsabilidad es un primer paso esencial en el proceso terapéutico. Una vez que los individuos reconocen su papel en la creación de sus propias dificultades en la vida, también se dan cuenta de que ellos, y sólo ellos, tienen el poder de cambiar la situación. Mirar la propia vida con objetividad y aceptar la responsabilidad de lo que uno se ha hecho a sí mismo puede provocar un gran pesar. El terapeuta debe anticipar ese pesar e intentar redefinirlo. A menudo les pido a mis pacientes que se proyecten en el futuro y que consideren de qué manera podrían vivir ahora para que de aquí a cinco años puedan mirar hacia atrás sin que los vuelva a cubrir una nueva ola de arrepentimiento.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 123
La decisión es otra experiencia límite. No sólo nos enfrenta con el grado en que nos creamos a nosotros mismos, sino también con el límite de las posibilidades. Tomar una decisión nos separa de otras posibilidades. Elegir a una mujer, o una carrera, o una universidad, significa abandonar la posibilidad de otras. Cuanto más afrontamos nuestros límites, más tenemos que abandonar el mito de lo especiales que somos como personas, de nuestro potencial ilimitado, de nuestra inmortalidad y de nuestra inmunidad a las leyes del destino biológico. Es por estas razones por lo que Heidegger se refería a la muerte como la imposibilidad de una posibilidad ulterior. El camino que lleva hacia la toma de decisiones puede resultar difícil porque conduce hacia el territorio tanto de la finitud como de lo abismal, dominios penetrados por la ansiedad. Todo se desvanece y las alternativas excluyen.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 129
Por lo general, es el proceso mismo de brindar consejo el que ayuda, más que el contenido específico del consejo.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 133
En la práctica, existe una gran complejidad en el lazo que une el proyecto intelectual y la relación entre paciente y terapeuta. Cuanto más sabe el terapeuta sobre la vida presente y pasada del paciente, más entra en ella y se vuelve un testigo cercano y compasivo. Además, muchas interpretaciones están dirigidas de un modo explícito a mejorar la relación entre paciente y terapeuta: constantemente los terapeutas se centran en identificar y clarificar los obstáculos que bloquean el encuentro entre ellos mismos y los pacientes. En el nivel más fundamental, la relación entre insight y cambio sigue siendo un misterio. Aunque damos por hecho que el insight conduce al cambio, esa secuencia no está de ningún modo establecida de forma empírica. De hecho, hay analistas experimentados y reflexivos que han planteado la posibilidad de una secuencia inversa, es decir, que el insight sigue al cambio en vez de precederlo. Y por último recuerde la máxima de Nietzsche: «No existe la verdad, existe sólo la interpretación». De ahí que incluso en el caso de que ofrezcamos un insight extraordinario con un envoltorio elegante, debemos comprender que es una construcción mental, una explicación más, no la explicación.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 147
Odio ser el verdugo del amor.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 167
Los sueños pueden ser una ayuda inestimable para una terapia eficaz. Representan una reafirmación incisiva de los problemas más profundos del paciente, sólo que en un lenguaje diferente, un lenguaje de imaginería visual. Los terapeutas de gran experiencia siempre han confiado en los sueños. Freud los consideraba «la via regia hacia el inconsciente».
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 186
El sueño es un tapiz extraordinariamente rico bordado con importantes recuerdos del pasado. El solo hecho de cosechar esos recuerdos es una tarea valiosa.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 195
Los primeros sueños a menudo expresan las expectativas o los temores de los pacientes sobre la futura terapia.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 201
De todos los sueños que ofrecen los pacientes, creo que no hay ninguno tan valioso para el trabajo terapéutico como los sueños que involucran al terapeuta (o a algún sustituto de éste). Estos sueños poseen un gran potencial para posibles aportes y, (…) merecen ser cosechados cuidadosamente.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 202
De todos los sinsabores en la vida del psicoterapeuta hay dos que son particularmente catastróficos: el suicidio de un paciente y un juicio por mala praxis.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 208
La vida de un terapeuta es una vida de servicio en la que cada día trascendemos nuestros deseos personales y volvemos la atención hacia las necesidades y el crecimiento del otro. Gozamos no sólo con el crecimiento de nuestros pacientes, sino también con su efecto de onda: la influencia saludable que tienen nuestros pacientes sobre aquéllos con quienes están en contacto.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 210
El terapeuta activo siempre está evolucionando, creciendo continuamente en autoconocimiento y conciencia. ¿Cómo podría uno guiar a los otros en un examen de las estructuras profundas de la mente y la existencia sin examinarse al mismo tiempo uno mismo? No es posible pedirle a un paciente que se centre en la relación interpersonal sin examinar los propios modos de relacionarse.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 211
Somos «cobijadores» de secretos. Todos los días, los pacientes nos honran con sus secretos, con frecuencia nunca antes compartidos. Recibir tales secretos es un privilegio dado a muy pocos. Los secretos proveen una visión de los entretelones de la condición humana, sin adornos sociales, sin papeles ni fanfarronadas ni poses. A veces, los secretos me queman y vuelvo a casa, abrazo a mi mujer y doy gracias por todo lo que tengo. Otros secretos palpitan conmigo y despiertan mis propios recuerdos fugitivos, hace mucho tiempo olvidados, y mis propios impulsos. Otros también me entristecen al hacerme testigo de cómo toda una vida puede consumirse innecesariamente por la vergüenza y la incapacidad de perdonarse. A quienes cobijamos secretos se nos otorga una lente clarificadora a través de la cual ver el mundo: una visión con menos distorsión, negación e ilusión, una visión de cómo son en realidad las cosas.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 211
Cuando me vuelvo hacia los otros con el conocimiento de que a todos (terapeutas y pacientes por igual) nos atormentan dolorosos recuerdos —la culpa por los actos cometidos, la vergüenza por las acciones omitidas, el deseo de ser amado y cuidado, las profundas vulnerabilidades, las inseguridades y los temores—, me acerco más a ellos. Con el tiempo, el hecho de cobijar secretos me ha vuelto más amable y más comprensivo. Cuando me encuentro con individuos henchidos por la vanidad y la importancia que atribuyen a su propia persona, o distraídos por cualquiera de las miles y miles de pasiones devoradoras, intuyo el dolor de sus secretos ocultos y siento no una condena, sino compasión y sobre todo conexión.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 211
Nuestro trabajo no sólo nos brinda la oportunidad de trascendernos, de evolucionar y crecer y de ser bendecidos con una claridad de visión para el conocimiento verdadero y trágico de la condición humana, sino que también nos ofrece algo más. Nos desafía intelectualmente. Nos volvemos exploradores inmersos en la búsqueda más grandiosa y compleja: el desarrollo y el mantenimiento de la mente humana. Mano a mano con los pacientes, saboreamos el placer de los grandes descubrimientos: la experiencia del ¡ajá! cuando fragmentos mentales dispares de repente se juntan y cobran coherencia. En otros momentos somos las parteras que asistimos al nacimiento de algo nuevo, liberador y edificante. Observamos cómo nuestros pacientes sueltan viejos patrones autodestructivos, se desprenden de antiguos pesares, desarrollan el celo por la vida, aprenden a amarnos y, a través de ese acto, se vuelven con su amor hacia los otros. Es una alegría ver a los otros abrir las llaves de las propias fuentes de sabiduría. A veces me siento como un guía que escolta a los pacientes a través de las habitaciones de sus propias casas. Qué maravilloso es observarlos cuando abren las puertas de habitaciones en las que jamás nadie ha entrado y descubren nuevas alas en sus casas que contienen partes de sus vidas en exilio, partes hermosas, sabias y creativas de sus propias identidades. A veces, el primer paso de ese proceso se realiza trabajando un sueño, y el paciente y el terapeuta se maravillan de que emerjan desde la oscuridad ingeniosas construcciones y luminosas imágenes.
Irvin D. Yalom
El don de la terapia, página 211
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