“El espectáculo que presenta el toldo de un indio es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y, no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿O son bárbaros? ¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie? ¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia a nuestra orgullosa civiliazación hay que obligarla a entablar comparaciones. Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y comprenderá que la solución de los problemas sociales de esta tierra es apremiante. (…) La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia, de la libertad serán siempre inseguros mientras las masas populares permanezcan en el atraso. (…) La raza de este ser desheredado que se llama gaucho, digan lo que quieran, es excelente y, como blanda cera, puede ser modelada para el bien, pero falta -triste es decirlo- la protección generosa, el cariño y la benevolencia.”

Lucio Victorio Mansilla


“La libertad es un correctivo en todo. Como la lanza del guerrero antiguo, ella cura las mismas heridas que hace. Esta verdad es vieja en el mundo.”



Lucio Victorio Mansilla


“La monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo: de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición. Nos van haciendo un pueblo de zarzuela.”

Lucio Victorio Mansilla


“¡Los mismos abogados no hacen otra cosa que gritar contra la justicia!”

Lucio V. Mansilla

Una excursión a los indios ranqueles

“Oyendo a los paisanos referir sus aventuras, he sabido cómo se administra justicia, cómo se gobierna, que piensan nuestros criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes.”

Lucio V. Mansilla
Una excursión a los indios ranqueles



"Pero la onomancia me dijo: ¡Loco! Me miré la palma de la mano, consulté sus rayas, y la quiromancia me dijo, dos veces: ¡Loco! Vi cruzar una bandada de loros, observé su vuelo, y la ornitomancia me dijo, tres veces: ¡Loco!"

Lucio V. Mansilla
Una excursión a los indios ranqueles


"¡Qué noche aquella! Como quien espanta moscas, que perturban, las fui desechando, desenmarañando, y pude, al fin, sentirme algo dueño de mí mismo, y haciendo pasar lo que quería del cerebro a la punta de los dedos, escribir una quisicosa, que tomó forma y extensión. Fue un triunfo de la necesidad y del deber, sobre la ineptitud y la inconsciencia. Yo no sabía escribir, pero podía escribir. ¡Ah! Eso sí, no escribiría mas. No había nacido para tales aprietos y conflictos. Al día siguiente, mi huésped me llevó el mate a la cama, en persona, y con la voz más seductora me preguntó, "si ya estaba eso", echando al mismo tiempo una mirada furtiva a la picota de mi sacrificio intelectual, donde yacía desparramada en carillas ilegibles, para otro que no fuera yo, mi hazaña cerebral de héroe por fuerza.
-A ver - dijo con impaciencia. Me puse a leer, con no poca dificultad, pues yo mismo no me entendía.
-Bien, muy bien, perfectamente - decía a cada momento, exclamando una vez que hube concluido: ¡Ah! mi amigo, ¡qué servicio me ha hecho usted!
Yo estaba atónito. Positivamente, como Mr. Jourdain, había escrito prosa sin quererlo.
-Ahora, me dijo, me lo va usted a dictar.
Pusimos manos a la obra, y a las dos horas estaba todo concluido, con una atroz ortografía. Pero yo me decía, como el cordobés del cuento, al que le observaron que el gallináceo que llevaba lo pringaba: "¡para lo que es mía la pava! Mi huésped se fue. Almorzamos después y el día pasó sin ninguno de esos incidentes, que se graban per in aeternum, en la memoria de un joven. Pero mis cinco bolivianos disminuían... Y vosotros, solo comprenderéis mi situación, los que os hayáis hallado, habiendo nacido en la opulencia, reducidos a tan mínima expresión monetaria. Pensé en regresar; en el hotel Paraná tenía crédito; escribiría además a Buenos Aires. Estaba escrito que me había de quedar allí.
¿Qué había pasado? Mi huésped había leído en pleno cenáculo oficial, como suya, mi descripción; no le habían creído, lo habían apurado, había tenido que declarar el autor.
Entonces, el ministro de Mascarilla, que le debía su educación a mi padre, que no se me había hecho presente, mirándome de arriba abajo, casi con desdén, exclamo: Discípulo mío en la escuela de Clarmont, latinista, gran talento, se llevaban todos los premios, entre él y Benjamín Victoria (falso, falsísimo por lo qué a mí respecta). Y al día siguiente se me presentó, para hacerme sus excusas, que yo acepté, encantado, pues solo mas tarde caí en cuenta."

Lucio V. Mansilla
Hambre



"Remitieron los autos y resolvieron esperar. Y volviendo éstos sin tardanza, el Consejo Ordinario se convirtió en un Consejo de Guerra verbal, teniendo el acusado que contestar a una porción de preguntas sugestivas, cuyo resultado fue la condenación del cabo.
Los que presenciaron el interrogatorio, me dijeron que el valiente de Curupaití no desmintió un minuto siquiera su serenidad, que a todas las preguntas contestó con aplomo.
Antes de que el cabo estuviera de regreso del consejo, ya sabía yo cuál había sido su suerte en él.
Me puse en movimiento, pero fue en vano. Nada conseguí. El superior confirmó la sentencia del consejo, y al día siguiente en la Orden General del Ejército salió la orden terrible mandando que Gómez fuera pasado por las armas al frente de su batallón, con todas las formalidades de estilo.
No había que discutir ni que pensar en otra cosa, sino en los últimos momentos de aquel valiente infortunado.
¡La clemencia es caprichosa!"

Lucio V. Mansilla
Una excursión a los indios ranqueles


“Toda narración sencilla, natural, sin artificios ni afectación, halla eco simpático en el corazón.”

Lucio V. Mansilla

Una excursión a los indios ranqueles

“Yo amo sin embargo hasta el dolor y el remordimiento, porque me devuelven la conciencia de mí mismo.”

Lucio Victorio Mansilla














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