"No nos queda sino hablar de un disolvente oleoso y anónimo, del que ningún químico, que yo sepa, ha hecho mención. Se trata de un licor límpido, volátil, puro, oleoso, inflamable como el alcohol y ácido como el buen vinagre, y que pasa en la destilación en forma de copos nebulosos. Este licor, digerido y cohobado sobre los metales, sobre todo después de que han sido calcinados, los disuelve casi todos. Retira del oro una tintura muy roja, y cuando se le quita de encima del oro, queda una materia resinosa, enteramente soluble en alcohol, que adquiere, por este medio, un hermoso color rojo. El residuo es irreductible, y estoy seguro de que podría prepararse de él la sal del oro. Este disolvente se mezcla indiferentemente con los licores acuosos o grasos. Convierte los corales en un licor de un verde marino que parece haber sido su primer estado. Es un licor saturado de sal amoniacal y grasa al mismo tiempo, y para decir lo que yo pienso, es el verdadero menstruo de Weidenfeld o el alcohol filosófico, pues de la misma materia se obtienen los vinos blanco y rojo de Raimundo Lulio. Por ello Henry Khunrath da, en su Anfiteatro, a su lunar el nombre de su fuego-agua y de su agua-fuego, pues es cierto que Juncken se ha equivocado del todo cuando trata de persuadir que es en el alcohol donde hay que buscar el disolvente anónimo del que hablamos. Este disolvente proporciona un espíritu orinoso de una naturaleza singular que parece, en algunos puntos, diferir por entero de los espíritus orinosos ordinarios. También proporciona una especie de manteca que tiene la consistencia y la blancura de la manteca de antimonio. Es extraordinariamente amarga y de mediana volatilidad. Estos dos productos sirven muy bien para extraer los metales. La preparación de nuestro disolvente, aunque oscura y oculta, es, sin embargo, muy fácil de realizar. Se me dispensará de no decir más sobre esta materia, porque como hace muy poco tiempo que la conozco y que trabajo con ella, me queda aún gran número de experiencias por hacer para asegurarme de todas sus propiedades. Por lo demás sin hablar del libro De Secretis Adeptorum de Weidenfeld, Dickenson parece haber descubierto este menstruo en su tratado de Chrysopeia."

J. H. Pott o Johann Heinrich Pott
Tomada del libro Las Moradas Filosofales de Fulcanelli, página 451

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