"¿Para qué sirve la justicia?. Llevo años haciendo la misma pregunta a víctimas de distintos delitos aberrantes. A familiares de la represión criminal de la dictadura militar (1976), a los sobrevivientes del atentado a la AMIA (1994), a las madres de los chicos muertos en el incendio de Cromañon (2004), a los familiares del choque del tren en la Estación de Once (2012). Madres que perdieron a sus hijos bajo la picana sobre una cama elástica, devorados por los escombros, asfixiados con veneno en una discoteca o atrapados en los hierros torcidos de una maquina lanzada contra la estación de trenes. Los familiares de los muertos cargan con el dolor en la espalda e inician un tortuoso camino para buscar a los culpables y que la Justicia los condene. ¿Para qué lo hacen? ¿Qué buscan de la justicia? La respuesta es más o menos la misma, siempre. La justicia, dicen los que la reclaman, trae calma. La justicia trae paz. No mitiga el dolor, no devuelve a los muertos. Pero permite que las heridas empiecen a cerrarse. Empuja el pasado a su sitio. Le pone un corte. No anula la historia, pero al menos organiza el caos. Pero no solo lo hace para las víctimas o para la sociedad a la que pertenecen esas víctimas. Lo hace, también, para los culpables. Lo decía Hannah Harendt, la gran intelectual alemana de la postguerra: la sentencia es el derecho del criminal. Porque también para él es la clausura de un ciclo. También para él es el agotamiento de algo que se venía rumiando en su interior. Pero, ¿qué ocurre cuando la justicia no se define nunca?"

Gerardo “Tato” Young
El libro negro de la justicia

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