Dos imágenes en un estanque
(fragmentos del cuento)

Regresando del mar y de las grandes ciudades de la costa, sentía el deseo de las cosas ocultas, de las calles estrechas, de los muros silenciosos y un poco ennegrecidos por las lluvias.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 4


Este jardín fue el sitio de mis alegrías mientras viví en la pequeña capital. Tenía la libertad de poder visitarlo cada hora y cuando los maestros no me llamaban me sentaba con algún libro junto al estanque, y cuando estaba cansado de leer o la luz menguaba, intentaba mirar mis ojos reflejados en el agua o contaba las viejas hojas y seguía con estática ansiedad sus lentos viajes bajo el hálito desigual del viento. Alguna vez las hojas se apartaban o se reunían todas en el fondo y entonces veía en el agua mi rostro y lo contemplaba tan largamente que me parecía no existir más por mí mismo, con mi cuerpo, sino ser solamente una imagen fijada en el estanque por la eternidad.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 5


—Sé que tú eres yo mismo, un yo que pasó hace mucho, un yo que creía muerto pero que vuelvo a ver aquí, tal como lo dejé, sin cambio visible. Y no sé, oh mi yo pasado, qué deseas de mi yo presente, pero sea lo que fuere no sabré negártelo.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 6


Durante algunos días aún supe resistir mi deseo de insultarlo o de huir, pero una mañana, luego de que hubo declamado con gran énfasis un lied estúpidamente conmovedor, sentí que mi desprecio iba transformándose en odio. “Y sin embargo —pensé—, yo mismo he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven ridículo e ignorante. Él es todavía, de alguna manera, yo mismo. Durante estos largos años yo he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha permanecido aquí, en soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día en que dejé estos lugares. Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 8


Llegó, pues, un día en que el odio contra ese pasado yo mío no supo ya contenerse. Le dije entonces con mucha firmeza que no podía más vivir con él y que debía separarme de su compañía para acabar con mi disgusto. Mis palabras lo sorprendieron y lo entristecieron profundamente. Sus ojos me miraron suplicando. Su mano me estrechó con más fuerza. “¿Por qué quieres dejarme? —dijo con su odiosa voz teatral de apasionamiento—; ¿por qué quieres dejarme una vez más tan solo? ¡Te he estado esperando durante tanto tiempo en silencio, durante tantos años he contado las horas que me acercaban a estos momentos! Y ahora que estás conmigo, ahora que te amo, que hablamos del amor y de la belleza del mundo, de los pesares de sus criaturas, ¿quieres dejarme solo en esta ciudad tan triste, tan lentamente triste?” No respondí a sus palabras sino con un gesto de rabia. Pero cuando me adelanté para irme, sentí su brazo aferrarme con violencia y escuché de nuevo su voz que me decía sollozando: “No, tú no partirás. ¡No te dejaré partir! Soy tan feliz ahora de poder hablar a alguien que puede comprenderme, a alguien que todavía tiene un corazón ardiente, que viene de las ciudades de los vivos, que puede escuchar todos mis gemidos y acoger mis confesiones. ¡No, tú no partirás, no podrás partir! ¡No permitiré que te vayas!”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 9-10


Cuando nuestros dos rostros aparecieron juntos sobre el espejo sombrío del agua, me volví rápidamente, aferré a mi yo pasado por los hombros y lo arrojé de cara al agua, en el sitio donde aparecía su imagen. Empujé su cabeza bajo la superficie y la sostuve quieta con toda la energía de mi odio exasperado. Él intentó resistirse; sus piernas se agitaron violentamente pero su cabeza permaneció bajo el remolino trémulo del estanque. Después de algunos instantes sentí que su cuerpo se aflojaba y debilitaba. Entonces lo solté y cayó aún más abajo, hacia el fondo del agua. Mi odioso yo pasado, mi ridículo y estúpido yo de otros años había muerto para siempre.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 10


Historia completamente absurda
(fragmentos del cuento)

Pero el motivo de mi desequilibrio era de mucho peso: la historia que aquel hombre había leído era la narración detallada y completa de toda mi vida íntima y exterior. Durante aquel lapso yo había escuchado la relación minuciosa, fiel, inexorable de todo lo que había sentido, soñado y hecho desde que vine al mundo. Si un ser divino, lector de corazones y testigo invisible, hubiese estado a mi lado desde mi nacimiento y hubiera escrito lo que observó de mis pensamientos y de mis acciones, habría redactado una historia perfectamente igual a la que el ignoto lector declaraba imaginaria e inventada por él. Las cosas más pequeñas y secretas eran recordadas, y ni siquiera un sueño o un amor o una vileza oculta o un cálculo innoble escaparon al escritor. El terrible libro contenía hasta sucesos o matices de pensamiento que yo había olvidado y que recordaba solamente al escucharlas. Mi confusión y mi temor provenían de esta exactitud impecable y de esta inquietante escrupulosidad. Jamás había visto a ese hombre; ese hombre afirmaba no haberme visto nunca.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 14


Me pareció que sonreía, pero los hombres sonríen siempre cuando no comprenden nada.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 17


Una muerte mental
(fragmentos del cuento)

Le contare todo, le diré lo que usted desea. Antes de morir, la idea será suya. Transfusión y comunicación: no lo había pensado, no tenía a nadie. ¡Tantas orejas, pero qué pocos cerebros!

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 24


—¿Quiere saber mi historia? ¡Pero si mi historia comienza ahora! El primer capítulo de mi vida será el último y el epitafio puede servir también como título.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 24


Al anochecer, en vez de salir, leía o preguntaba a todos los libros aquello que ningún hombre decía. Quería la vida, la más grande y hermosa vida posible y no la veía a mi alrededor, ni siquiera en aquellos que, según los demás, estaban bien. Y los ideales de los filósofos no me persuadían. Traté de seguirlos, uno tras otro, pero fue una carrera de esperanzas abofeteadas. Y sin embargo, sin un punto de apoyo metafísico, racional, no sabía vivir.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 24


“Desde ese día yo decidí renunciar a la vida, hacerme un alma de muerto, morir rápidamente. Pero no de pronto ni con medios externos y materiales. Ser ya un cadáver antes que fuese necesario el sepelio —y suicidarse de modo que la muerte parezca natural e involuntaria. He aquí mi descubrimiento: matarse con la voluntad, con la propia alma y no con las armas, no con las manos, no con venenos. Morir a fuerza de pensar en querer morir. Eso es lo que estoy haciendo. Esto es lo que quería saber de mí. ¿Está contento?”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 28


El alma lo puede todo, el alma es todo, la voluntad es señora del mundo.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 29


La vida entera está hecha de esfuerzos: no esforzándose más, por nada, de ninguna manera la vida se vacía y se desinfla por sí misma, y la aceptación del todo y la renuncia del todo se equivalen, se funden, son una sola cosa. Difícil es querer, pero más difícil, sin parangón, es el no querer más. Aún no lo he logrado. Me estoy matando cada día y cada hora, pero de tanto en tanto, cuando menos lo espero, el instinto demoníaco de la resistencia y el impulso loco del deseo vuelven a salir a flote y me empujan hacia atrás, entre los vivos, entre todos.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 29

Ninguna mujer puede ser tan perfecta como aquella que me ama en mi pensamiento y que creo cada día, de la cabeza a los pies, como el buen Dios de la Biblia, y todos los sistemas y los conceptos de los profundos maníacos que usted y yo conocemos son aros de papel y cometas sin hilo frente al dominio directo de la realidad fuera de las rejas del espacio y de las horas del tiempo…”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 29


—Yo tenía razón —me susurró en voz baja—; he logrado el descubrimiento. La voluntad ha sido vencida. Estoy muerto ya. Dentro de pocas horas o pocos días la última apariencia de vida cesará… Nadie me ha matado… Yo solo… sin las manos… ¡Qué felicidad! Ninguna lengua humana podría decir… estoy muerto… yo mismo me he matado… basta con quererlo… cualquiera puede imitarme, usted sabe mi secreto… Éste es el verdadero camino —el único…

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 30


La última visita del Caballero Enfermo
(fragmentos del cuento)

—Yo no soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con músculos y huesos, un hombre gestado por hombres. No he nacido como sus semejantes; nadie me ha acuñado ni ha vigilado mi crecimiento; no he conocido ni la inquieta adolescencia ni la dulzura de los lazos de la sangre. Soy —y lo diré, aunque quizás no quiera creerme— nada más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare se ha vuelto por mí literal y trágicamente exacta: ¡yo soy de la misma sustancia con la cual están hechos vuestros sueños! Existo porque hay alguien que me sueña; hay alguien que duerme y sueña y me ve obrar y vivir y moverme, y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando este alguien comenzó a soñarme yo comencé a existir, cuando se despierte cesaré de existir. Yo soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de este alguien es de tal manera durable e intenso que me he vuelto visible incluso a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia, el mundo de la realidad concreta no es el mío. ¡Me siento tan a disgusto en medio de la vulgar solidaridad de vuestra existencia! Mi vida es la que transcurre lentamente en el alma de mi dormido creador…

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 32


… ¿quién es el que me sueña? ¿Quién es este alguien, este ser ignoto que yo no conozco y al que pertenezco, que me hizo surgir de pronto en la oscuridad de su cerebro cansado y cuyo despertar me apagará de improviso, como una llama ante un imprevisto soplo?

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 33


No quiero más ser el que soy
(fragmentos del cuento)

Me esforzare por conservar la calma. Trataré de ser claro. Elegiré la fórmula más neta, más simple, más natural: Me he dado cuenta de que no puedo ser yo mismo. Me he dado cuenta de que no podré nunca —nunca, ¿comprenden? —, de que no podré nunca cesar de ser yo mismo. Quizás no me haya explicado bastante. Veamos: yo quisiera, pues, cambiar. Pero cambiar seriamente —¿comprenden? —; cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en síntesis. Ser otro que no tuviese ninguna relación conmigo, que no tuviera el mínimo punto de contacto, que ni siquiera me conociese, que nunca me hubiera conocido.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 37


¡Cuántas veces yo mismo he cepillado mi pobre alma! ¡Cuántas veces le he dado un nuevo barniz a mi cerebro! ¡Cuántas he vuelto a poner orden en la confusión de mi corazón!

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 38


Ahora estoy cansado de vivir conmigo mismo, siempre.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 38


¿Quién podrá hacer de modo que yo no sea más yo, que me trasmute en otro, que ni siquiera pueda recordar al que soy ahora?

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 39


Y tengo también un desesperado deseo de no ser lo que soy, porque soy de tal manera que quiero lo que no podré tener nunca. Yo quiero no ser yo, porque sé que no podré nunca no ser yo.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 40


Él está aquí, a mi lado. Su cara está más roja, más hinchada que de costumbre y bajo su gorro de piel de lobo sus ojos entrecerrados y astutísimos me miran con una calma embarazosa. Ha visto lo que escribo y ha sonreído muchas veces con satisfacción indescriptible. Y ahora, en este momento, me dice con voz sarcásticamente acariciante: “Acuérdate, amigo, de aquel médico que buscaba a la mula mientras la cabalgaba. Esta noche te pareces a él. Anhelas ser otro. Pero quien tiene un deseo que nadie ha tenido, se encuentra ya, frente a los demás hombres, en el mejor camino para no ser lo que es. Y tú estás en este caso, miedoso y excelente amigo. Te hayas en el umbral de tu alma y quizás —¿quién lo sabe? —, quizás salgas de ella si no tienes demasiado temor de la oscuridad que hay afuera.”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 40


¿Quién eres?
(fragmentos del cuento)

Incluso en este momento, media hora después de la medianoche, mientras escribo en mi cuarto en un silencio lleno de hálitos y de latidos levísimos me parece estar solo, irremediablemente solo entre los hombres, en medio del mundo: un alma única en el centro del universo.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 49


El mendigo de almas
(fragmentos del cuento)

—No tema usted nada, señor —le dije con mi voz más suave—; no soy ningún ladrón ni tampoco un mendigo. Un mendigo, en realidad, sí, pero no pido monedas. No le pediré más que una cosa y que no le costará nada: el relato de su vida.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 52


El espejo que huye
(fragmentos del cuento)

En este momento se me ocurre algo absurdo y se lo digo a usted, señor Hombre, y lo digo porque no hay aquí multitudes que puedan escucharme. Si estuvieran aquí todos los que yo deseo, les diría:” Imaginad, humanos, una cosa imposible, absurda, loca, increíble y espantosa. Imaginad que todo el mundo se detuviese de improviso, en un instante dado, y que todas las cosas permanecieran en el sitio en que estaban y que todos los hombres se volvieran inmóviles, como estatuas, en la actitud en que estaban en ese instante, en la acción que se hallaban ejecutando… Si esto ocurriera y si a pesar de todo ello continuara todavía funcionando en los hombres el pensamiento, y pudieran recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estaban haciendo, y pudieran examinar todo lo que realizaron desde su nacimiento y meditar en lo que deseaban realizar antes de morir, ¡imaginaos cuánta desesperación ardería bajo el trágico silencio de ese mundo detenido de improviso!

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 62


Los hombres piensan en el futuro, viven para el futuro, consagran perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros. Todo hombre no vive más que para aquello que prevé, aguarda y espera. Toda su vida está hecha de manera que cada instante tiene valor para él solamente en cuanto él sabe que ese instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora, que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de expectativas; todo su presente está hecho de pensamientos en tomo a su futuro. Todo lo que es, lo que está presente, nos parece oscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nosotros nos consolamos solamente pensando que todo este presente no es sino un prólogo, un largo y aburrido prólogo, a la hermosa novela del porvenir. Todos los hombres, lo sepan o no, viven gracias a esta fe. Si de pronto se les dijese que dentro de una hora todos morirán, todo lo que hacen y lo que hicieron no tendría para ellos ningún placer, ni sabor y valor algunos. Sin el espejo del futuro la realidad actual parecería torpe, sucia, insignificante. Sin el mañana que permite esperar los desquites, las victorias, las ascensiones, las promociones y los aumentos, las conquistas y los olvidos, los hombres no consentirían más en seguir viviendo. Sin el lejano perfume del mañana no querrían comer el negro pan del hoy.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 64

“Humanos, nosotros perdemos la vida por la muerte; consumimos lo real por lo imaginario, valoramos los días sólo porque nos conducen a días que no tendrán otro valor que el de traernos otros días idénticos a ellos… ¡Humanos: ¡toda vuestra vida es un fraude atroz que vosotros mismos tramáis para vuestro daño, y solamente los demonios pueden reír fríamente de vuestra carrera hacia el espejo que huye!”

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 65


El hombre que no conozco se había vuelto nervioso y todo su entusiasmo había desaparecido como un hilo de humo. En vez de responder, se quitó del ojal una de sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué a la nariz y su leve perfume me gustó.

Giovanni Papini
El espejo que huye, página 66











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