El último poema de mi vida

Tenía temor de escribir este poema
porque con él quizá cerraría
la dicha de este tiempo.

Pero tuve más temor de no escribir
e irme a dormir sin hacerle el amor
a un verso último de hastío.

He hecho todos los hechizos,
mas la alquimia misma
consumió mi fuerza.

Ya no estoy ni en el revés de mi sombra
y vivo aguijoneada en todos los costados,
moribundeando en las calles
y cayendo en cada caño del olvido.

La vida no fue fácil,
y esto es un lugar común
que asfixia cada noche como esta
en que los cerrojos mueren.

Yo no fui fácil,
siempre abusé de la perfección
en los versos que tejí y tejí
como una loca amarrada a la locura.

Nada… nada se dio fácil
en el aluvión gris de mis abriles.

Por eso, antes de dormir,
hoy dejo parido este poema
con el último suicidio de mi vida.

Marianela Tortós Albán


La casa

 Esta casa
     es el mundo enorme
     de mis luces.

Estrellas diluidas en mis poros
son las ventanas altísimas
de los silencios en cada planta anochecida.
Y yo voy siendo el polvo
sobre el muelle que finge ser antiguo
pero que se burla de la inocencia
que exudo en cada milagro de mis manos.

No me importa el sueldo inútil
que agota la billetera de los meses;
seguiré amando estas paredes de cuarzo
que se amalgamaron a mis sueños;
seguiré sembrando las hortensias
ayer y siempre en los amaneceres;
porque aquí estoy floreciendo el odio
de todo lo amado y desamado,
como ángeles solitarios de versos
como criaturas de humo mudas
de tanto gozo.

¡Que se desplome el techo ocre
porque no importa que el cielo
nos cobije a mí y a mi gata
igual de asustada en los aguaceros!
Ya el río es parte de cada orilla de la vida.
Ya la calle asusta menos en su vicio de soledades.
Las sombras se mueren en las grietas
del ocaso marino que abusa al horizonte.
Esta casa es mi corazón
volcado al abrazo de las piedras.

Y es que esta casa
es ya la huida de todas las palabras,
la enciclopedia de todos los milagros
de este círculo que me he vuelto
congregando todas las luces
y asombros
y caminos.

Esta casa... esta casa va siendo
mi tropel de mundo
abriendo mis misterios.

Marianela Tortós


Naciendo

Respiraba el latido
como si la vida asumiera su responsabilidad
de semilla ilimitada.

Todo se inundaba
del pulso infinito de la savia,
del número indecible de todas las raíces
y misterios debajo de la niebla.

Yo iba muriendo
-que era naciendo detrás del ocaso-
como un camino ruidoso e incauto.

Yo iba muriendo
el universo giraba sobre el ala
y sobre la mirada de algo
como el botón redimido en el color.

Yo moría y moría detrás del sol.

 Marianela Tortós


Para la próxima

Solo una vez subí al tren
y desde allí vi tanto la vida que surgía
que me asusté y no subí nunca más,
no sé bien si para no sufrir la sangre
de los que viven a lo largo del camino
o más bien si para que el ocaso
no borrara de mis ojos el tiempo de la ruta.

Cuando vuelva a subir al tren
llevaré un abrigo grueso
y un cojín verde relleno de sonrisas,
poca comida
y algún cuaderno por si se antoja la poesía.

Marianela Tortós


Sin dolor 

Tras la sombra del pétalo
-como si el entusiasmo muriera-
vamos todos balbuceando la vida
en un camino lento a la introspección de la lluvia.

Y cuando ya todo es húmedo
más allá de la lágrima y el viento,
cosechamos amuletos para morir menos,
y damos el brinco de huracán
que renueva todo…

Somos una raza esquiva al dolor.
Hacemos confeti para reventar
los cielos empañados
y vertemos diluvios en los cauces
mortuorios de las luces mudas. 

Amo ser humana;
como decir amo el mar
y su infinitud de azul y sal amalgamadas en misterios.

 Amo ser humana;
me amo y te amo bajo las estrellas
de este círculo imperfecto,
verde, tormentoso y conclusivo
que es nuestra madre Tierra.

Mañana alcanzaremos la muerte
superada de raíz y hecha sombra tras el pétalo.

Allí germinaremos un abrazo,
tan abrazo y plenitud,
que ya ni el ojo,
-maravilla de la vida explotando la vida-
ocupará abrirse ante el sol
porque seremos Luz y sombra en la mirada.

Marianela Tortós






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