Me encantaba su sonrisa, y su mirada era una auténtica perdición. No se le podía mentir a esa mirada. Podría haber estado toda una vida observándola mientras amanecía, mientras los rayos de sol iluminaban su pelo, y mientras abría los ojos y me sonreía al despertar.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 3


Creo que poco a poco todo comienza a ubicarse, y por muchos actos, tanto bondadosos como malévolos que uno realice, al final sigues siendo tú. Puede que no el mismo tú, pero tú al fin y al cabo.

Javier Castillo

El día que se perdió la cordura, página 3



La segunda lección fue algo más perturbadora. Lo que vi en mi padre me hizo entender que todos y cada uno de nosotros guardamos dos mitades, dos extremos que nos impulsan hacia un lado o hacia otro. Que podemos amar con todas nuestras fuerzas algo, pero siempre nos queda una parte oscura esperando despertar. Mi padre amaba a mi madre, pero también la odiaba. Mi madre odiaba a mi padre, pero también lo amaba—.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 67


Recuerdo esa tarde y esa noche larguísima. Estuve pensando en cómo encontrarla. En cómo acercarme a ella. En cómo conocerla. Ni siquiera sabía su nombre en ese momento, pero no me importaba. ¿Qué es un nombre? Yo estaba enamorado de ella. Sabía que se llamase como se llamase, acabaría llamándola “mi mujer”.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 107


—Ten una idea, cualquiera, y siempre habrá un grupo de personas que se la crean, por muy infundada que esté.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 159


—Chico, a veces el destino quiere jugar con nosotros, a veces el destino quiere reírse de nosotros, pero a veces, el destino nos pone a prueba para que nos demos cuenta de que existe.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 183


—¿Qué es ese asterisco? —preguntó intentando ganar algo de tiempo. —¿Lo quieres saber? —Sí, claro —dijo temerosa. La mujer sacó de detrás suya la mano que no estaba a la vista de Amanda, portando un prominente cuchillo y alzándolo en alto dispuesto a clavárselo. —¡La marca del destino! —gritó.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 187


No hay nada más abrumador que el silencio de la soledad, no hay nada más duro que no sentirla a mi lado.

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 226


El destino pesa. El destino lo es todo…

Javier Castillo
El día que se perdió la cordura, página 249








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