Paracelso, cuyo auténtico nombre le hace a uno trabarse la lengua: Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus van Hohenheim, afirmaba en su Philosophia Occulta que los «elementales» «no pueden clasificarse entre los hombres, porque algunos vuelan como los espíritus, no son espíritus, porque comen y beben como los hombres. El hombre tiene un alma que los espíritus no necesitan. Los elementales no tienen alma y, sin embargo, no son semejantes a los espíritus, éstos no mueren y aquéllos sí mueren. Estos seres que mueren y no tienen alma ¿son, pues, animales? Son más que animales, porque hablan y ríen. Son prudentes, ricos, sabios, pobres y locos igual que nosotros. Son la imagen grosera del hombre, como éste es la imagen grosera de Dios… Estos seres no temen ni al agua ni al fuego. Están sujetos a las indisposiciones y enfermedades humanas, mueren como las bestias y su carne se pudre como la carne animal. Virtuosos, viciosos, puros e impuros, mejores o peores, como los hombres, poseen costumbres, gestos y lenguaje».

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 5


Intentar elaborar una clasificación de todos los tipos de seres míticos que aparecen en España es una tarea complicada. Cuando se dedica tiempo y esfuerzo a seguirles la pista, se comprueba la diversidad de nombres, aspectos, costumbres y actitudes que adoptan ante los humanos; es por esto por lo que se les suele llamar genéricamente como «elementales», término más amplio que duendes, hadas, espíritus, geniecillos, etc., pues todos estos nombres designan a una parte de estos seres o a un grupo en concreto, pero nunca a la totalidad. Además, el término los define muy bien, ya que son seres relacionados con los cuatro elementos básicos y primarios de la Naturaleza, es decir, el agua, el fuego, el aire y la tierra.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 5


El comportamiento ecológico es propio de todos los «elementales», desde el Busgosu asturiano hasta el Trenti de Cantabria, pasando por las distintas familias de hadas y duendes que existen en nuestro país, teniendo su mayor exponente en Mari, deidad femenina considerada por las tradiciones vascas como la reina de todos los elementales, ya que maneja y se identifica con casi todas las fuerzas de la Gran Madre Naturaleza sean éstas tormentas, rayos, nublados, pedriscos, puesto que todos estos seres diminutos son parte indisoluble de la misma, aunque en una realidad paralela y sin la cual no sobrevivirían, y, por supuesto, nosotros tampoco.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 5


Intentar elaborar una clasificación de todos los tipos de seres míticos que aparecen en España es una tarea complicada. Cuando se dedica tiempo y esfuerzo a seguirles la pista, se comprueba la diversidad de nombres, aspectos, costumbres y actitudes que adoptan ante los humanos; es por esto por lo que se les suele llamar genéricamente como «elementales», término más amplio que duendes, hadas, espíritus, geniecillos, etc., pues todos estos nombres designan a una parte de estos seres o a un grupo en concreto, pero nunca a la totalidad. Además, el término los define muy bien, ya que son seres relacionados con los cuatro elementos básicos y primarios de la Naturaleza, es decir, el agua, el fuego, el aire y la tierra. Paracelso creía que cada uno de estos cuatro elementos estaba constituido por un principio sutil y por una sustancia corporal densa, es decir, todo tiene una doble naturaleza. Así, el fuego es visible e invisible, pues una llama etérea y espiritual se manifiesta a través de una llama sustancial y material, pasando algo parecido con los otros tres elementos, por esta razón, del mismo modo que la naturaleza visible está habitada por un número infinito de criaturas vivientes (plantas, animales y hombres), la contraparte espiritual e invisible —su universo paralelo diríamos hoy en día— está también habitada por una multitud de peculiares seres a los cuales dio el nombre de «elementales», más tarde denominados Espíritus de la Naturaleza, dividiendo esa población en cuatro grupos diferentes, a los que arbitrariamente denominó gnomos (elemento tierra), ondinas (elemento agua), silfos (elemento aire) y salamandras (elemento fuego), creyendo que eran criaturas realmente vivas, semejantes a un ser humano en la forma, habitando sus propios mundos no muy alejados del nuestro, aunque invisibles para nosotros por la razón de que los sentidos poco sutiles y poco desarrollados del hombre no son los más aptos para detectados.

LAS TRECE COINCIDENCIAS

No obstante, a pesar de sus diferencias, que en ocasiones son enormes, todos ellos presentan una serie de curiosas similitudes, que escuetamente pasamos a comentar:

1. Son seres interdimensionales y atemporales. A diferencia de nosotros, no se rigen por las leyes físicas ordinarias, o al menos eso parece. Sin embargo, todos los indicios hacen pensar que viven como nosotros en la Tierra a pesar de que son seres del mundo etérico y astral y que comparten con los humanos los mismos lugares (ríos, bosques, montañas e incluso hogares). Todos los elementales están esencialmente ligados a elementos y fuerzas que forman parte del lado desconocido de la naturaleza. Tanto ellos como los Devas la protegen y se mimetizan en ella de forma tal que una agresión a árboles, plantas y animales la consideran una afrenta hacia ellos mismos.

2. Generalmente viven en comunidades y están organizados jerárquicamente, existiendo un jefe, rey o reina que los gobierna (así ocurre con la familia de las hadas, de las lamias, de los xacios, etcétera), incluidos los seres vinculados a los hogares, como son los duendes o familiares, que suelen obrar en colectividad, si bien se manifiestan por separado. Al vivir en tribus o grupos, tienen comportamientos similares a los de los humanos; se casan, tienen hijos, entierros, etcétera.

3. En su estado habitual son invisibles para el hombre, aunque no para algunos niños y animales (por ejemplo, una variedad de los duendes, los tardos, son visibles para los gatos y perros). Sin embargo, tienen cierta capacidad para materializarse en nuestra dimensión física y, por tanto, para hacerse visibles. Muchas veces, aunque lo deseen, no son visibles en su totalidad, lo que ha motivado la existencia de una gran diversidad de opiniones sobre su naturaleza, aunque la teoría más generalizada es considerarles seres intermedios entre el hombre y los ángeles, con cuerpos ligeros, cambiantes, camaleónicos y tan sutiles que pueden hacerlos aparecer o desaparecer a voluntad.

4. La característica anterior puede ser ampliada en el sentido de que muchos elementales pueden cambiar de tamaño y forma, adoptando tanto aspectos grotescos como hermosos, e incluso animalescos. Esta posibilidad está hoy en día muy discutida, siendo probable que, en realidad, lo que ocurra, no es que voluntariamente quieran parecer feos o grotescos, sino que sean realmente así. La creencia general de que su tamaño es siempre diminuto hay que cuestionarla, pues, aunque prefieren el reducido —para ocultarse mejor de las miradas indiscretas—, pueden adoptar tamaños gigantescos. Lo cierto es que son multiformes, como así se lo confirmó al investigador Walter Wentz uno de sus informantes: «Pueden aparecer bajo distintas formas. Una vez se me apareció uno que apenas tenía un metro de altura y era de complexión robusta, pero me dijo: “Soy mayor de lo que tú ahora me ves. Podemos rejuvenecer a los viejos, empequeñecer a los grandes y engrandecer a los pequeños”».

5. Respecto a su temperamento, son, por lo general, juguetones. Les encanta confundir, asustar y asombrar a los humanos con sus trucos, invenciones y juegos (así lo hacen, al menos, los «elementales de la tierra», como trasgos, frailecillos, sumicios y demás familia de duendes, así como los seres de los bosques, como el Tentirujo, el diaño burlón o el Busgoso). Son caprichosos y se les describe como seres codiciosos, con tendencia a la melancolía.

6. Están enormemente interesados en determinados aspectos sexuales de los humanos, de forma directa o indirecta, produciéndose en ocasiones contactos y uniones. Es éste un asunto de gran importancia, pues es una constante permanente en su relación con nosotros (piénsese en los íncubos y a los súcubos). En España existen claros vestigios de enlaces entre humanos y elementales que han dejado descendencia. Este aspecto es especialmente interesante por estar poco estudiado por los folcloristas y del cual hablamos ampliamente en otra obra.

7. Cuando se hacen amigos de un humano o, por alguna razón, lo estiman y aprecian, le otorgan grandes regalos materiales (oro, joyas, etc.) o bien poderes psíquicos (telepatía, clarividencia…). Si, por el contrario, nos enemistamos con ellos, son tremendamente rencorosos y vengativos. Un ejemplo muy claro lo tenemos con los duendes, familiares y hadas.

8. Viven muchos más años que los hombres, pero sin llegar a ser inmortales. Pueden alcanzar del orden de 500 o más años, según los casos, y cuando llegan a una cierta edad, dependiendo de cada grupo, empiezan a menguar, de manera que vienen a menos hasta desvanecerse totalmente. Los Espíritus de la Naturaleza no pueden ser destruidos por los elementos más densos y groseros del fuego, la tierra, el aire o el agua. Funcionan en una banda de vibración mucho más alta que la de las sustancias terrestres. Al estar compuestos por apenas un único elemento o principio —el éter en el que funcionan— (a diferencia del hombre, que está compuesto por varias naturalezas, como son el cuerpo, mente, alma, espíritu…), no poseen espíritu inmortal, y, al llegarles la muerte, simplemente se desintegran en el elemento individual original. Los que están compuestos de éter terrestre (gnomos, duendes, enanos…) son los que viven menos, y los del aire los que viven más.

9. Son éticamente neutros, y pueden resultar perversos y dañinos, así como bondadosos y amables, en función de nuestro contacto personal con ellos y de lo que simbolizan. No olvidemos que representan todos los aspectos de la Naturaleza, a la que están vinculados de forma inherente y esencial. Carecen de conciencia, de mente, de un yo individualizado, y, por esta razón, no distinguen moralmente el bien del mal, aunque ayudan a la gente bondadosa y perjudican a los que son malvados con ellos. Se supone que tales criaturas son incapaces de desarrollo espiritual, pero algunas tienen un sorprendente elevado carácter moral.

10. Son inteligentes, en el sentido de que obedecen a un fin racional y concreto. Algunos parecen poseer una inteligencia extremadamente desarrollada, pero todos tienen ciertas limitaciones que les hacen en ocasiones parecer débiles y fáciles de engañar ante los humanos, aunque muchos de ellos disponen de poderes para nosotros inalcanzables.

11. Conocen y usan los elementos y leyes de la Naturaleza para conseguir sus objetivos (como los Nuberos y los Ventolines), y con frecuencia se les atribuye la construcción de megalitos, razón por la cual algunos estudiosos vinculan erróneamente a ciertos «elementales» con los dioses de los antiguos, aunque la verdad es que casi todos ellos poseen fuerza física y poder de sugestión como para afectar a nuestra voluntad y sentimientos si estamos en su campo de acción (como el canto de las sirenas o la danza de las hadas, por ejemplo).

12. No hay nada que les aterrorice tanto como el hierro y el frío acero, a pesar de que, paradójicamente, algunos de ellos, como los enanos o los gnomos, se dediquen a la profesión de herreros. Sus armas —que las tienen— no están nunca compuestas de estos materiales, sino que, en su mayoría, están confeccionadas con una piedra similar al pedernal amarillo, utilizando las mismas para defenderse, aunque también para atacar a animales. De todo esto, se infiere que uno de los mejores talismanes para evitar su presencia es el hierro y todos sus derivados.

13. Por último, habría que señalar que sus principales ocupaciones, en las que desgastan la mayor parte de sus energías, son: la música, la danza, las luchas, los juegos y el amor. Básicamente poseen tres grandes festividades: la del mes de mayo, la del 24 de junio (solsticio de verano) y la del mes de noviembre.

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Duendes, página 5


Al igual que en el resto del mundo, los elementales en España buscan sus habitáculo s en contacto directo con la Naturaleza, aun en el caso de aquellos más íntimamente vinculados a los humanos (como los duendes), siendo así que encontramos su presencia entre cuevas y montañas (gnomos, trastolillos, enanos), fuentes, lagunas, lagos o ríos (lamias, xacias, damas del agua, alojas), bosques (busgosos, diaños, trentis), vinculados a fenómenos atmosféricos (nuberos, ventolines, tronantes) o a la Naturaleza en general (xanas, anjanas, mouras, encantadas y demás hadas o espíritus femeninos de la Naturaleza).

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Duendes, página 10


Es bien conocida la capacidad de los duendes para adoptar las más variadas formas animales, lo que hacen con frecuencia para eludir con mayor facilidad la curiosidad humana. Además, casi nunca aparecen con su aspecto real ante nuestros ojos, ya que gustan de escudarse bien en la invisibilidad, bien bajo la apariencia de animales, generalmente domésticos, como gatos o perros, o cercanos a los humanos, como gorriones y palomas.

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Duendes, página 11


Con el nombre genérico de duendes se denomina, en España y resto de Europa, a un grupo de seres relativamente originales, por cuanto que tienen entre sus características principales su apego por determinados lugares en los que se instalan, siendo casi imposible expulsarlos. Estos lugares son siempre casas u hogares humanos, habitados o deshabitados.

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Duendes, página 13

Lo que singulariza a los duendes de sus otros congéneres es que aquéllos se vinculan siempre, de diversas maneras y manifestaciones, a las casas y a los seres humanos que las habitan. Equivaldrían, dentro de la antigua mitología romana, a los espíritus protectores del hogar y de los campos, es decir, a los dioses Lares.

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Duendes, página 14


Desde siempre, a los duendes se les ha considerado seres intermedios entre los espíritus más elevados (los ángeles y similares) y el hombre. Los ocultistas medievales, procedentes en su mayoría de la Cábala, dividían a los seres invisibles en: Los ángeles y toda su jerarquía celeste (incluidos los «dioses» de los pueblos antiguos). Los diablos y toda su corte demoníaca (así como a los llamados «Ángeles Caídos», situados en una categoría distinta a estos demonios). Las almas de los muertos o fantasmas. Los Espíritus Elementales de la Naturaleza. Dándose la curiosidad de que, a los duendes, según diversos autores y según zonas geográficas, se les ha encuadrado en las cuatro categorías, aunque preferentemente como demonios de poca monta y, sobre todo, como elementales o espíritus de la naturaleza, vinculados especialmente al elemento tierra, tanto de la superficie como de su interior. Algunos investigadores, profundizando más en las íntimas conexiones de todos estos seres y apoyándose en las antiguas enseñanzas, dicen que, al ser humano, desde casi el mismo momento que tiene un alma individualizada, le siguen tres entidades: Su ángel de la guarda o custodio, a modo de Pepito Grillo o la voz de la conciencia, que le acompaña durante toda su vida. Su diablillo particular, encargado del lado oscuro de su mente, que asimismo le acompaña toda su vida. Su espíritu elemental, o genio individual (generalmente un duende o un hada), que le acompaña hasta la edad aproximada de siete años y que le sugiere, a modo de voz interior, aquello que debe evitar por ser peligroso para su vida. A partir de esa edad, este papel lo cumple a la perfección su particular ángel de la guarda, ya que es el momento en el que se encarnan sus principios superiores.

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Duendes, página 15


El vocablo duende parece derivar de la voz duendo, y ésta a su vez del céltico deñeet (domesticado, familiar), existiendo dos acepciones distintas del mismo: La de duende, propiamente dicho, ser fantástico de pequeña estatura. La de fantasma, espíritu o aparecido que se materializa en determinadas circunstancias y que viene a ser una especie de doble energético de una persona fallecida.

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Duendes, página 16


Los duendes no abandonan el lugar en el que viven, salvo que los dueños de la casa quiten de la misma todo aquello que pueda hacer que les guste. El problema es descubrir qué es lo que les hizo venir, ya que no debe olvidarse que los duendes pueden ser convocados, consciente o inconscientemente, por el ser humano y, por consiguiente, pueden estar agazapados en espera de encontrar el momento idóneo para manifestarse. Así, una casa puede estar infestada de duendes y éstos no aparecerán hasta el momento en que, por ejemplo, un cambio en la decoración o en el mobiliario la convierta de golpe en un lugar enormemente atractivo para ellos. Estamos hablando de casas rurales y campestres porque, por lo que se refiere a las ubicadas en las grandes ciudades, suelen huir de ellas como gato escaldado. Aborrecen el ruido, la contaminación y todo aquello que no sea puro y natural, aunque existen varios casos célebres de duendes que han desarrollado sus trastadas en viviendas urbanas.

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Duendes, página 19

Los autores tenemos serias sospechas de que uno de los elementos que interactúa para que a un duende le sea más atractiva una casa, masía, desván, cocina o establo, con preferencia a otro cualquiera dentro de la misma población, es el relativo a los cruces telúricos (más recientemente llamados redes Hartmann). Así como la reina de un hormiguero elige construir su ciudad en el centro de un cruce de dos líneas telúricas o fuerzas energéticas terrestres, o así como un perro gusta de acostarse en los lugares menos perniciosos o geopatógenos de estas invisibles bandas (al contrario que los gatos, que se recargan con estos focos energéticos), también creemos que los duendes domésticos y otros seres invisibles prefieren aquellos habitáculos que irradien una especial densidad vibratoria que les permite conectar inmediatamente con su longitud de onda y, por tanto, con sus gustos y sensibilidad.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 19


La transformación de estos seres en otras variadas formas, sobre todo de animales, es algo característico del mundo del que proceden. En nuestro mundo físico y material, todas las formas son estables y no suelen cambiar con facilidad, pero en el «mundo astral» o «mundo de los deseos» es muy distinto, porque, según afirman casi todas las doctrinas herméticas, allí las formas cambian a voluntad de la vida que las anima, y los «elementales» en general, como habitantes de ese plano, tienen esta facultad de modificar su forma, aunque, como iremos viendo en las páginas de este libro, suelen inclinarse siempre por algunas muy concretas y determinadas.

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Duendes, página 21

Duendes domésticos

Viven en el interior o en los alrededores de las casas humanas, donde se manifiestan preferentemente de noche, momento en el que aprovechan para jugar y divertirse. Algunos pueden llegar incluso a colaborar con los hombres, y es frecuente que, además de traviesos, puedan ser muy molestos. Serían los trasgos, follets y duendes en general, que llegan a alcanzar el medio metro de altura, actúan siempre en la oscuridad o por la noche, huyendo del sol, amando, sin embargo, la luz de la luna o de los pequeños candiles, y esto es así porque, al parecer, las descargas de los vientos fotónicos, emanadas del sol, lastiman su piel etérica, como a nosotros una fuerte tormenta de arena la piel física. Sobre todo, cometen sus fechorías amparados

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Duendes, página 22


Diablillos familiares

Considerados como duendecillos, generalmente con aspecto de diablillos, están ligados no a una casa, sino a una persona, a la que ayudan, convirtiéndose ésta en su dueño. Como tal, puede venderlos, transmitidos en herencia, cederlos, etc. La forma de conseguidos es, por tanto, muy variada: pueden ser «fabricados», capturados, recibidos como regalo, comprados e incluso invocados mediante determinados rituales secretos, razón por la cual están muy vinculados históricamente a la brujería.

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Duendes, página 23


Duendes dañinos de dormitorio

Extraña familia de duendes (utilizando esta palabra con ciertas reservas) individualistas y agresivos, viven de absorber la energía vital a los seres humanos y de tener contactos carnales con ellos, provocando pesadillas y enfermedades a los que eligen como víctimas, sobre todo a los niños y mujeres. Actúan generalmente en casas solitarias, donde construyen sus guaridas, y su presencia, por fortuna, es menos abrumadora que la de los domésticos.

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Duendes, página 23


Es sabido que una de las condiciones que ponen algunas hadas para casarse con mortales es que no tengan ante su vista ni se les mencione verbalmente la sal, como ocurre en la isla de Madagascar.

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Duendes, página 28


Las casas encantadas, a las que también se les suele llamar «casas infestadas» o «casas afectadas», como definición general, serían aquellas donde, sin causa física aparente, se producen fenómenos de diferente naturaleza. Pueden ser sitios donde ocurren apariciones de fantasmas (ideoplastias), chasquidos, ruidos y golpes (raps), extrañas voces (metafonía), caída inexplicable de piedras (paralitergia o litotergia) u otros fenómenos, a cual más sobrecogedor, como ruidos de cadenas, pisadas siniestras, campanillas que suenan solas (thorbismo), malos olores, (osmogénesis), formaciones luminosas (paraóptica), sonidos musicales (paramelofonía), manchas de sangre (parahematosis), muebles, sillas y puertas que se mueven (telequinesis). Genéricamente, tres han sido los intentos de explicación de este fenómeno: Se deben a causas naturales, como la presencia de ratas y otros animales en los techos, paredes, muebles… o bien son provocados por seres humanos bromistas y con un sentido del humor excesivamente molesto. La interpretación espiritista, que los atribuye a personas muertas de forma violenta que prolongan su abreviada existencia terrena en forma, según Paracelso, de «caballos, lemures, espíritus estrepitosos o ruidosos». Serían almas en pena, fantasmas, espectros, ectoplasmas, o cualquier otra manifestación relacionada con el mundo de los muertos. La investigación moderna considera que los fenómenos poltergeist tienen como origen a un ser humano viviente, con frecuencia una muchacha durante el período de pubertad, con tensiones instintivas reprimidas, tendencias agresivas y demás circunstancias psíquicas, que es la causante involuntaria de los mismos al rechazar el ambiente que le rodea mediante mecanismos de telequinesis. Esta teoría es la más aceptada hoy en día por los parapsicólogos actuales, como el conocido Hans Bender, de la Universidad de Friburgo. No obstante, hecha esta consideración, existen varios términos que se suelen utilizar como sinónimos para designar los extraños fenómenos, no ordinarios y sin causa aparente, que se producen en algunas casas o edificios: poltergeist, casas encantadas, casas del miedo o casas enduendadas.

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Duendes, página 40


Un duende, de acuerdo con la terminología del investigador y especialista en casas encantadas Hans Holzer, «es el recuerdo emocional superviviente de una persona que ha fallecido trágicamente y que no logra liberarse del trastorno emocional que le ata al lugar de su óbito».

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Duendes, página 43


… la doctrina hoy imperante, el poltergeist, palabra alemana que traducida significa duendes burlones, y más literalmente, un espíritu (geist) que produce ruidos (polter), es una manifestación física producida por un ser vivo, es decir, un humano, generalmente por un joven, con claros síntomas de desarreglos emocionales que desencadena y exterioriza una psicorragia o desplazamiento de objetos, casi siempre de forma inconsciente, aunque se conoce algún caso, pocos, en que el fenómeno se puede desencadenar de manera consciente por el sujeto cuando éste ha asumido un gran potencial mental que le permite ejecutar tan extraños prodigios. Al poltergeist se le suele denominar también como «psicokinesia espontánea recurrente» …
Es importante darnos cuenta que el fenómeno de las «casas encantadas» se ha producido, y se está produciendo en nuestros días, como hecho innegable, y que para la explicación sobre su posible origen debemos estar receptivos a aquellas teorías que lo entroncan con el denominado «más allá», porque, de lo contrario, si nos atenemos tan sólo a la explicación de que todo esto lo provoca una mente juvenil trastornada, caemos en un error similar a considerar, por ejemplo, que lo provocan única y exclusivamente los duendes o los extraterrestres, pongamos por caso. El mundo visible e invisible es más complejo de lo que tal vez nos imaginamos, y mientras no tengamos más datos fidedignos, todo es cuestionable y posible. Lo que sí parece cierto es que los poltergeist siguen un patrón de comportamiento muy homogéneo en todos los casos: son burlones pero inofensivos, en el sentido de que no lesionan a las personas, sino a los objetos, y suelen asediar a sujetos determinados más que a lugares concretos.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 42-43


Los trasgos son conocidos en Europa con nombres muy variados, que dependen del país, región o incluso comarca. Así, en España aparecen como trasgos en Cantabria, La Rioja, Castilla, Asturias y norte de León; trasnos en Galicia, trastolillos en Cantabria y tardos en Galicia y Castilla. En cualquier caso, presentan múltiples variedades entre ellos. Son seres de pequeño tamaño (entre los 40 y 80 cm de altura), traviesos, juguetones, con piel de coloración oscura o marrón y que, tocados con gorros generalmente rojos, visten blusas de bayeta del mismo color. Sus ojos son negros y brillantes, con uñas en las manos, provistos de pequeños cuernos y rabo. Es frecuente que tengan un agujero en la mano izquierda y que sean cojos. Su relación con nosotros se suele limitar a la pura y simple travesura, y les gusta actuar en solitario. Cuando un trasgo se instala en una casa, lo primero que hace es empezar a explorar su nuevo hábitat. Le fascinan dos lugares especialmente, las cuadras y las cocinas. En el primero no hay nada que le divierta más que molestar al ganado, y en la cocina revuelve y rompe todo lo que encuentra. Sucio por naturaleza, le encanta revolcarse en el estiércol y limpiarse el trasero con la leche de las vacas en cuanto sus dueños se descuidan. Sin embargo, en determinadas circunstancias, llega a tomar cariño a los habitantes de la casa, por lo que se conocen casos de trasgos que ayudan en las labores del hogar, ya sea limpiando platos, barriendo u ordenando las cosas.
(…)
Una de sus costumbres favoritas y más estúpidas…, es la de recoger y contar los granos de maíz, linaza o mijo que encuentre desparramados. Esto es bueno para los habitantes de una casa que le quieran echar y es de un resultado fulminante, tanto si el trasgo tiene la mano izquierda agujereada como si no: Si es un trasgo con agujero o «furacu», por el mismo se le irán cayendo todos los granos de cereal a la vez que los está contando, con lo cual nunca terminará el recuento y se irá. Respecto al trasgo que no tiene agujero en la mano, esta aparente ventaja la compensa con creces por el hecho de que sólo sabe contar hasta cien o diez o dos, según versiones, así que se equivocará de forma irremediable cuando pase de esa cifra, volviendo a contar de nuevo, hasta que se aburre, por lo que nunca vuelve a aparecer por esa casa. El motivo que le obliga a realizar con tesón tan inútil tarea es su pasión —casi enfermiza— por el orden.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 48-49


Se sabe que ciertos niños, en una edad comprendida aproximadamente entre los cuatro y siete años pueden ver a este tipo de seres, sobre todo cuando concurren estas dos circunstancias: Que el niño o niña sea especialmente sensible, pues es conocido que a esas edades suelen ver cosas que a los adultos les pasan desapercibidas, lo que, sumado a otros factores como la educación recibida y una especial receptividad mediúmnica a todo lo que ve y siente, hace que luego vayan contando a sus padres que juegan con un «amiguito invisible», que incluso les hace regalos. Que el niño o niña viva en el ambiente adecuado, es decir, en contacto con la Naturaleza, en lugares idóneos para que estos pequeños duendecillos se presenten. También se sabe que no sólo los más tiernos infantes pueden verlos, sino también algunos animales domésticos, como los perros y los gatos, pues tanto unos como otros son mucho más sensibles a las interferencias producidas con esa dimensión paralela, psíquica e invisible. A la mayoría de los duendes domésticos les gusta la cercanía de los niños, y, una vez que ganan su confianza, y se hacen sus cómplices, les empiezan a sugerir juegos, bailes, canciones, lugares donde esconder sus juguetes, y un sinfín de actividades veladas para los adultos que, sencillamente, ignoran su existencia, y mucho menos que su hijo esté en tratos con alguno de ellos.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 129


Dentro de la familia genérica de duendes hay un grupo con unas características propias, perfectamente diferenciado, al que hemos denominado, siguiendo la terminología comúnmente aceptada, como «familiares», personajes que no se vinculan a una casa, sino a una persona concreta, la cual se sirve de ellos a su antojo pudiendo disponer de su uso y abuso, hasta el extremo de venderlos e incluso donarlos a un tercero. Son los «familiares», y aunque su forma es cambiante y elástica, podemos decir que tienen como características el medir por lo general menos de cinco centímetros, el ser muy nerviosos, moviéndose continuamente, con un hambre insaciable y de una dudosa moralidad, que les permite tanto ayudar a sus dueños a prosperar y enriquecerse como a procurarles la ruina y la muerte, y todo ello con la misma facilidad. Los diablillos familiares pueden ser accesibles a sus futuros dueños por tres procedimientos: invocándolos, buscándolos o creándolos. El primero es el tradicionalmente usado en la magia negra, donde existen todo tipo de grimorios, rituales y ceremonias específicas para hacer venir del mundo astral —el bajo astral— a estas entidades con el fin de servir al brujo o bruja en cuestión. Los otros dos procedimientos son más estrambóticos, pero sobre ellos existen leyendas suficientes que aseguran su efectividad

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 134


Los hechiceros y alquimistas tenían usualmente un demonio familiar metido en una redoma o botella… Rojas Zorrilla los menciona en su obra Lo que quería el Marqués de Villena: Zambapalo: Señor, he de hablar de veras: yo tengo miedo. Marqués: ¿Por qué? Zambapalo: Porque deste hombre me cuentan que tiene en la redoma un demonio.
(…)
Hay varias formas de conseguir uno de estos familiares, pero, dejando a un lado la invocación, dos son las más usuales: buscándolos o creándolos. Respecto a la primera, consiste en recogerlos en la noche víspera de San Juan o en esta misma noche mágica del solsticio de verano, buscando debajo de los helechos. Así ocurre en Cantabria o en el País Vasco. Sin embargo, en Cataluña, Baleares y Galicia su procedencia es más curiosa, pues en las dos primeras zonas se «fabrican» de una extraña hierba que sólo nace en esta especial noche debajo de un puente concreto (Baleares) o de la semilla de una cierta planta llamada «maneironera» (Cataluña). Por el contrario, en Galicia hay que acudir a la busca y captura de un huevo de gallo negro para conseguir la formación de un «diablillo».

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 135-136-140


Entre los diablillos familiares…, tendríamos que hacer dos claros grupos: a) aquellos que son invocados por una parte y creados por otra, tomando como materia prima sustancias de lo más variopintas (gallos, hojas, granos, sangre…), siguiendo un proceso o ritual mágico complicado a base de fórmulas y símbolos asociados a la brujería y cuyos creadores eran brujas o magos que frecuentaban los aquelarres, aliado de sus «diablillos», criaturas a las que podríamos denominar homúnculos; y b) aquellos otros de los que no hay una clara constancia de que hayan sido creados, sino buscados y localizados en ciertos parajes especiales, en, días muy concretos del año. Estos últimos, estando igualmente asociados a la brujería, no tendrían vinculación con la magia negra, sino con la blanca o benefactora, es decir, estarían dispuestos a ayudar a su dueño y a terceras personas sin que por eso el alma del poseedor peligrara. Los homúnculos, simplificando, serían los clásicos diablillos encerrados en una botella, a mitad de camino entre el genio de la lámpara de Aladino y el diablo cojuelo de Don Cleofás, muy invocados en ceremonias hechiceriles y con los que se debía tener muy presente dos aspectos: su alimentación (no se les podía dejar pasar hambre) y su traspaso (había que escoger a la persona adecuada para que fueran sus futuros dueños y herederos). Por otra parte, tenían parecidas características que los duendes: se podrían transformar en diversas formas animalescas —incluso humanas— y eran muy inquietos y vivarachos. El hecho de que se vincule a todos estos seres con prácticas brujeriles ha posibilitado que se creen fabulosas leyendas alrededor de ellos: la de transportar a sus dueños por los aires a los lugares más remotos y en un lapso de tiempo insignificante o que podían hacer a sus dueños invisibles y poderosos gracias a su mera tenencia. ¿Qué hay de verdad en todo ello? Como casi siempre ocurre, y mucho más tratando de estos temas tan nebulosos y resbaladizos, ni todo es rigurosamente verdad ni creemos que alguien se haya tomado la molestia de inventar todo lo que atañe a estos «familiares». Lean los datos y juzguen por sí mismos, pero recuerden que existen tantas cosas extrañas en este Universo…

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 142


Ana de la Cruz, mulata, procesada por bruja en 1690, comentó durante su proceso el curioso procedimiento para poder conseguir uno de estos minúsculos seres, que no era otro que juntar tres granos de helecho, y de esta manera formaba un «familiar» que le acompañaba a todas partes. De nuevo, el helecho hace acto de presencia, esta vez en tierras tan lejanas de las vascas o astures, vinculado a estos diablillos inquietos.

Jesús Callejo y Carlos Canales

Duendes, página 155


Se sabe que a lo largo de la Edad Media era relativamente frecuente que ciertos personajes de prestigio recibieran visitas de hombres (nunca mujeres) vestidos con suntuosos ropajes, de gran belleza y jóvenes, con los que se podía hablar de todo tipo de temas. El padre del matemático Jerónimo Cardán tuvo uno de estos encuentros en 1491, en el que le confesaron que podían vivir hasta tres siglos y que eran hombres en cierta manera formados de aire, pero dicha visita fue circunstancial pues no volvió a verlos nunca más. Otro que pretendía haber tenido contactos más duraderos con estos extraños personajes fue el maestro de Roger Bacon, así como el autor de la enciclopedia Magia Naturalis, J. B. Porta, donde reconoce que parte de sus conocimientos proceden de una fuente sobrenatural. Fueron llamados también «demonios luminosos», y por los francmasones más tarde con el apelativo de «hijos de la luz»; pero fue, sobre todo, en los siglos XV y XVI cuando tuvo lugar un mayor número de apariciones de seres con aparentes vestidos de luz, que procuraban el encuentro de rabinos y cabalistas, con quienes discutían todo tipo de cuestiones, que iban desde los textos sagrados hasta el conocimiento del origen del universo, caracterizándose siempre por un vivo interés por las ciencias experimentales.

Jesús Callejo y Carlos Canales
Duendes, página 177

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