“A nuestro juicio la cuestión en debate puede plantearse en los siguientes términos: ¿Conviene a la mujer la educación que se da en los colegios de monjas o la que recibe en los colegios laicos?¿Cómo las monjas que abjuran de la familia, del matrimonio y de la sociedad, podrán educar a hijas, a esposas o a madres de familia? Eso equivale a pretender que un ciego enseñe pintura o un sordo el canto. ¿Cómo inculcarán en sus educandas el temple del espíritu, la expedición y el acierto para gobernarse en cosas difíciles, y aún en las ordinarias, las que huyendo de las tempestades de la existencia, se han refugiado a orar tranquilamente en el santuario:.. Absurdo es esperarlo.”

Teresa González de Fanning
En un artículo que publicó el 29 de enero de 1898 en El Comercio



"La educación de la mujer es la base sobre la que se alza el edificio social. De ella depende el edificio de la familia, ese laboratorio de hombres, de donde han de salir los ciudadanos que den lustre a la patria o que la hundan en el abismo del retroceso."

Teresa González de Fanning
En un artículo que publicó el 29 de enero de 1898 en El Comercio


"Y un terrible paroxismo le corta la palabra. Su cuerpo se agita a impulsos de una fuerte convulsión; sus miembros se ponen rígidos, y su alma vuela al cielo a recibir el premio que Dios reserva a los mártires del deber.
La pequeña iglesia de Jesús María está llena con la parte más selecta de la sociedad de Lima.
En los altares arden los cirios benditos, y las notas sonoras y cadenciosas del órgano resuenan por los ámbitos del templo.
El sacerdote ocupa la cátedra sagrada, y todos escuchan con recogimiento las solemnes palabras que dirige a la que va a consagrarse esposa del Señor, ligándose por medio de votos terribles que sólo la muerte puede romper.
La joven religiosa lleva aún los atavíos mundanos. El blanco velo de las desposadas envuelve, cual nube vaporosa, su casta y diáfana belleza.
Pronuncia los solemnes votos, y poco a poco va despojándose de las galas del siglo y cambiándolas por el tosco sayal.
Cruje la tijera; y una cascada de blondos cabellos, desprendiéndose de su cabeza, va a caer rodando hasta sus pies.
Extendida en el suelo, es cubierta por el paño mortuorio, y cuatro hachones proyectan su fúnebre luz, sobre este cadáver que alienta aún, en tanto que la comunidad entona el lúgubre salmo de los difuntos.
Luz, la virgen de los cabellos de oro, ha muerto para el mundo, y es ya la esposa del Señor.
Fatigada peregrina, su planta ha sido destrozada por las espinas del camino.
Ha perdido cuantos seres amaba sobre la tierra, y se ha refugiado en el asilo de las esposas del Crucificado."

Teresa González de Fanning
Lucecitas









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