IX. De la idea que está en mí y en otros de una cosa infinita y sumamente perfecta no puede colegirse la existencia de Dios, y por ende tampoco de aquella que está en Descartes.

Pero para que esta idea cartesiana de la cosa infinita y sumamente perfecta se conozca más certeramente y se mida en sus fuerzas, digo que actuaré con Descartes con justo derecho si a partir de la idea que de esta cosa no solamente está en mí, que soy endeble de ingenio, sino que también estuvo en los más grandes filósofos de casi todos los tiempos, hago un juicio de la idea de Descartes. Y ni yo ni aquellos antiguos maestros descubrimos en nosotros mismos idea alguna en que haya tanta prestancia, dignidad y perfección que deba decirse obra no del poder humano sino de la potencia de Dios solo. Porque si los filósofos que escudriñaron la naturaleza de Dios diligente y ansiosamente hubieran reconocido en ella la infinidad y la suma perfección y tanta prestancia que no pudiera haber salido de la mente humana, indudablemente habrían colegido todos con gran consenso, como Descartes, que Él es uno, carente de cuerpo, dotado de ninguna figura, infinito, eterno y sumamente perfecto. Y al contrario, o bien inventaron un Dios que era múltiple, corpóreo, esférico, animal, circunscrito en ciertos términos o sujeto a la muerte, y por ende no sumamente perfecto, o bien negaron por completo que Dios existiera. Mas en lo que me atañe, cuando considero atentamente la idea que está en mí de Dios, descubro una cierta especie de una cosa dotada de prestancia y excelencia máxima, y tanta cuanta no recuerdo haber descubierto jamás en ninguna otra especie. Y aunque me parezca ser por lejos la más perfecta de todas las cosas, sin embargo reconozco que por muy perfecto que sea aquello que percibo en esta idea, está de lejos puesto debajo de la inmensa e infinita prestancia y perfección de Dios, y que por mucho que lleve al límite las fuerzas de mi ánimo, nunca ocurrirá que con el pensamiento pueda alcanzar y comprehender tanta excelencia. Reconozco asimismo que por el contagio de las cosas corpóreas que suelo atrapar con los sentidos siempre se pringará algo imperfecto y finito a la idea de Dios que trato de expresar en mí, y que aunque no pueda tener verdadera noticia de Dios partiendo de esta idea, sin embargo la tengo partiendo de la razón. Por eso piensa y habla de lejos más verdadera y dignamente de Dios quien dice que Él no es nada de cuanto pueda pensarse, que quien osa pronunciar confiadamente que Dios es lo que él piensa. Por lo tanto, siendo de esta suerte la idea de Dios que está en mí y en otros, puedo y debo juzgar que la idea de Descartes le es enteramente semejante, y que por eso no hay por qué adoptar a Dios de autor para formarla. Si Descartes dice sólo saber que los demás hombres son estólidos, reiremos, porque, ¿qué fanático o loco no aprobará sus delirios con una respuesta semejante? Ciertamente, habiéndosele una vez preguntado por carta de dónde se había conseguido una idea así que varones muy poderosos de ingenio no encontraron en sí mismos cuanto quiera cuidado y atención hubieran aplicado, osó responder que esta idea estaba en otros como en él pero no les era conocida. Una vez más fue menester preguntarle cómo aquellos varones ingeniosos y diligentes y avisados por él fueron desconocedores de esta idea tan espléndida e ilustre metida en sus ánimos y sólo él era conocedor de ella. Porque, ¿qué habría respondido a eso de razonable o verosímil? ¿Cuánto más creíble es que él, engañado por vanas imágenes, pensara ver lo que no veía, que no que todos los demás no vieran lo que estaba patente a sus ojos?

Pierre-Daniel Huet


"Nadie defendió con más calor, ni enseñó más a las claras esta doctrina (la del automatismo) que Gómez Pereira en su Antoniana Margarita, el cual rompiendo las cadenas del Lyceo en que había sido educado, y dejándose llevar de la libertad de su genio, divulgó en España ésta y otras muchas paradojas."

Daniel Huet















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