Anhelo eterno

"Turban con su visión mi ánima inquieta
seres y cosas de diverso modo.
Me obsesiona tenaz una secreta
ansia profunda de saberlo todo.

Almas y formas sin cesar escruto.
Voy tras la luz y cuanto miro observo:
Desde el genial filosofo hasta el bruto,
desde el rebuzno estólido hasta el verbo!

La obscura flor, la piedra rutilante,
el insecto, el reptil, el astro errante,
la vida y la emoción, la muerte, el numen;
toda la ciencia, la verdad y el mito,
anhela contener en su infinito
mi espíritu en un mágico resumen."

Froylán Turcios


Breviario antiguo

"El verbo de este libro es una llama
donde la flor de la ilusión perece.
La cantárida vive. El mal florece
y un veneno sutil la sangre inflama.

Su olor no es de verbena ni retama
y un hálito de pólenes parece:
bajo el fuego del sol se desvanece
y dice al hombre: ¡fecundiza y ama!

Libro caliente de emoción sentida,
Amargo y cruel como sangrienta herida,
pérfido y dulce y de un saber profundo,

en cuyas hondas frases entreveo
todo el dolor del inmortal deseo
que da la vida y que estremece al mundo."

Froylán Turcios


“El amor es una embriaguez divina. Es la suprema angustia y la suprema delicia. Amar es sufrir, es sentir dentro del espíritu todas las tempestades y todas las alegrías. Es vivir una vida fantástica, impregnada de tristeza y de perfumes. Es soñar dulces cosas a la hora del crepúsculo y cosas extrañas en la callada medianoche. Es llevar constantemente en las pupilas la imagen de la mujer querida, y en el oído su voz, y en todo el ser la gloria de su encanto.”

Froylán Turcios
Primer amor


La oración del hondureño

"¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!

Fecunden el sol y las lluvias sus campos labrantíos; florezcan sus industrias y todas sus riquezas esplendan magnificas bajo su cielo de zafiro.

Mi corazón y mi pensamiento, en una sola voluntad, exaltarán su nombre, en un constante esfuerzo por su cultura.

Número en acción en la conquista de sus altos valores morales, factor permanente de la paz y del trabajo, me sumaré a sus energías; y en el hogar, en la sociedad o en los negocios públicos, en cualquier aspecto de mi destino, siempre tendré presente mi obligación ineludible de contribuir a la gloria de Honduras.

Huiré del alcohol y del juego, y de todo cuanto pueda disminuir mi personalidad, para merecer el honor de figurar entre sus hijos mejores.

Respetaré sus símbolos eternos y la memoria de sus próceres, admirando a sus hombres ilustres y a todos los que sobresalgan por enaltecerla.

Y no olvidaré jamás que mi primer deber será, en todo tiempo, defender con valor su soberanía, su integridad territorial, su dignidad de nación independiente; prefiriendo morir mil veces antes que ver profanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillante pabellón.

¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací! Libre y civilizada, agrande su poder en los tiempos y brille su nombre en las amplias conquistas de la justicia y del derecho."

Froylán Turcios


La mejor limosna

"Horrendo espanto produjo en la región el mísero leproso. Apareció súbitamente, calcinado y carcomido, envuelto en sus harapos húmedos de sangre, con su ácido olor a podredumbre.

Rechazado a latigazos de las aldeas y viviendas campesinas; perseguido brutalmente como perro hidrófobo por jaurías de crueles muchachos; arrastrábase moribundo de hambre y de sed, bajo los soles de fuego, sobre los ardientes arenales, con los podridos pies llenos de gusanos. Así anduvo meses y meses, vil carroña humana, hartándose de estiércoles y abrevando en los fangales de los cerdos; cada día más horrible, más execrable, más ignominioso.

El siniestro manco Mena, recién salido de la cárcel donde purgó su vigésimo asesinato, constituía otro motivo de terror en la comarca, azotada de pronto por furiosos temporales. Llovía sin cesar a torrentes; frenéticos huracanes barrían los platanares y las olas atlánticas reventaban sobre la playa con frenéticos estruendos.

En una de aquellas pavorosas noches el temible criminal leía en su cuarto, a la luz de la lámpara, un viejo libro de trágicas aventuras, cuando sonaron en su puerta tres violentos golpes.

De un puntapié zafó la gruesa tranca, apareciendo en el umbral con el pesado revólver a la diestra. En la faja de claridad que se alargó hacia afuera vio al leproso destilando cieno, con los ojos como ascuas en las cuencas áridas, el mentón en carne viva, las manos implorantes.

—¡Una limosna! —gritó—. ¡Tengo hambre! ¡Me muero de hambre! –
Sobrehumana piedad asaltó el corazón del bandolero—. ¡Tengo hambre! ¡Me muero de hambre!

El manco lo tendió muerto de un tiro exclamando:

—Esta es la mejor limosna que puedo darte."

José Froylán de Jesús Turcios Canelas

Froylán Turcios


Las Nubes

"Las nubes con sus formas caprichosas
revolando impelidas por el viento,
me hicieron pensar por un momento
en la efímera vida de las cosas

Al cambiar sus figuras vaporosas,
al empuje del raudo movimiento,
las creyó el visionario pensamiento
alas de gigantescas mariposas.

Ora fingen tropel de extraños seres,
siluetas de fantásticas mujeres,
o visiones de un mágico espejismo;
pórticos de palacios imperiales
errando en la locura del abismo."

Froylán Turcios


Lluvia Matinal

"Está lloviendo. La bruma
cubre la calle desierta,
y yo sufro el melancólico
dolor de las cosas viejas.

Imágenes del pasado, 
rosas de la primavera,
van resurgiendo en mi espíritu
y aumentando mi tristeza.

Sigue cayendo la lluvia
con su pertinaz cadencia,
fría, monótona y triste,
lluvia de llanto y pena…

Duelo de las cosas idas,
luz de las noches serenas,
divinas horas lejanas
tan profundamente muertas…

Abro un álbum de memorias,
libro de las cosas viejas,
y me llega al corazón
un vago olor de hojas secas."

Froylán Turcios


"Tenía, además, una profesora de idiomas y pintura, una joven alemana llegada al país hacía algunos años, de actitud rígida y voz chillona y aflautada. El escaso vocabulario español de que ella podía servirse, habíase aumentado considerablemente desde que daba clases a Hortensia, quien tomaba un vivo interés en que la pobre Emy hablara el castellano. En cambio, la extranjera hizo de ella su discípula favorita, esmerándose en hacerla comprender el francés, el inglés, y la difícil lengua germánica, de pronunciación casi imposible para labios latinos. Pero en lo que verdaderamente la niña hacía rapidísimos progresos era en piano y en pintura, artes para las cuales demostraba extraordinarias aptitudes. Admiraba verla en el pincel, bosquejando paisajes de invierno o acuarelas otoñales. Eran ensayos incorrectos; pero que revelaban ya una sorprendente facilidad en el arte de Gustavo Doré.
En el piano ejecutaba piezas difíciles, fragmentos de música clásica, melodías severas; y una amiga de Alicia le daba diariamente clases de canto, en las que su voz, delicada y cristalina, empezó a vibrar con las dulzuras del ritmo. Alicia la inclinaba a la lectura. Primero la ejercitó en la comprensión de libros infantiles, cuentos ingleses o narraciones escandinavas; siguiendo a éstos pequeñas novelas instruc­tivas de autores españoles, exentas en absoluto de todo argumento pasional. Relatos de viajes lejanos, descripciones de costumbres, recuerdos históricos, leyendas inocentes: de esta clase de libros ingenuos se componía la biblioteca de Hortensia. Volúmenes inofensivos, en los cuales su alma infantil y apasionada, su inteligencia observadora por naturaleza, encontraban distracciones más intensas y útiles que las que le proporcionaban sus amigas, con juegos banales y necios, capaces sólo de distraer a las niñas vulgares y cándidas.
Por temor de que cayera en manos de la pequeña, Alicia guardaba cuidadosamente los libros franceses de los autores contemporáneos, que un editor extranjero, con quien su marido cultivaba relaciones comerciales, le remitía por todos los correos. Llegaban aquellas ediciones elegantes, con las páginas vírgenes, con el papel aún húmedo; y ella se anegaba, con una voluptuosidad espiritual, en las fuertes emanaciones de aquella literatura malsana, en los perfumes acres, en las quejas angustiosas y apasionadas, en los estremecimientos de lujuria y en la orgía de carnes y de vahos sexuales de que están saturadas las obras de los artistas parisienses, cantores del placer refinado y de la caricia dolorosa, de los supremos espasmos carnales y de todas las delicias prohibidas de las prostituciones elegantes. Afrodita de Pierre Louys, le causó un placer intensísimo; una embriaguez cerebral que le arrancó algunas lágrimas; lágrimas neurasténicas, motivadas por la crispatura de sus nervios sensitivos, que no eran sino cuerdas temblorosas del arpa resonante de su cuerpo."

Froylán Turcios
Almas trágicas



Tierra maternal

"Tierra de luz y de íntima fragancia
que en mi recuerdo de ilusión fulgura,
fértil región de insólita hermosura,
carmen de amor donde corrió mi infancia;

Vasto jardín fecundo que mis horas
perfumó con sus rosas y claveles,
que coronó mi musa de laureles
y me ofrendó sus músicas sonoras;

A ti, pródigo edén por quién suspira
mi corazón en la gran paz nocturna,
van los vagos acordes de mi lira

entre el rumor universal dispersos:
¡qué a ti revuela mi alma taciturna
en el arcano ritmo de mis versos!"

Froylán Turcios


















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