"Carr empujó su copa hacia delante sobre la superficie cromada.
El barman hizo ademán de tomarla. Carr se volvió hacia Marcia.
-¿Otro? -preguntó-. Te llevo uno de ventaja.
Marcia sonrió, pero no soltó su copa. El barman levantó la de Carr con un rápido movimiento y se alejó.
-No debes estar ni un poco más alcoholizado de lo necesario cuando veas a Keaton -dijo ella-. Se guía mucho por las primeras impresiones.
Carr asintió, obediente. Marcia se veía espléndida esa noche. Sobre el vestido negro los hombros y el cuello desnudos se veían asombrosamente juveniles. Y la cara tenía esa expresión que Carr encontraba tan estimulante como perturbadora: una mirada que incitaba a la audacia, pero que amenazaba picar como una avispa si la audacia no era la apropiada; una mirada que indicaba que ella estaba intensamente interesada en uno, pero sólo en ciertas cosas de uno.
No, por ejemplo, en los problemas. Sin importar cuán oscuros fueran.
-¿Qué pasa, Carr? Estás muy callado.
-Nada.
-Una casi pensaría que no estás ansioso por ver a Keaton.
Carr terminó su Manhattan. Se tocó la corbata negra.
Hubo otro silencio incómodo. Para romperlo, comenzó a hablar de cualquier cosa."

Fritz Leiber
Los que pecan



"Como dos espadachines de la antigüedad, el brujo y el diácono iniciaron un duelo singular. Las armas eran dos interminables hojas de un color violeta incandescente, pero la técnica era la de dos maestros de esgrima: fintas, estocadas, paradas, respuestas fulgurantes."

Fritz Reuter Leiber Jr.
¡Hágase la oscuridad!



"En otras ocasiones se decía que no debía tener ningún temor a que la descubrieran, la sorprendieran, la desenmascararan, que las demás personas que deambulaban por el árbol de apartamentos la considerasen una intrusa, porque era invisible para ellos, o para casi todos. La prueba de esto (ante sus propios ojos era tan evidente que le pasaba desapercibida) era sencillamente que ninguno se fijaba en ella, ni siquiera le mostraban las pequeñas cortesías que practicaban entre ellos, como sujetar la puerta del ascensor para que entrara. ¡Tenía que hacerse a un lado para ellos, y no a la inversa!
Esta especulación sobre su invisibilidad le condujo a otro horror especial. Supongamos que, en sus esfuerzos por descubrir su edad, alguna vez lograba quitarse los guantes y no descubría las suaves manos de una joven, ni tampoco las manos resecas y surcadas de venas de una anciana. No encontraba nada en absoluto. ¿Y si conseguía abrirse el abrigo y al mirar, con el mentón hacia adentro, lo único que veía era el forro de la prenda? ¿Y si miraba en un espejo y no veía nada, excepto la pared detrás de ella, o sólo otro espejo con reflejos de reflejos que se remontarían al infinito?
¿Y si fuera un fantasma? Aunque había ocurrido mucho tiempo atrás, o así se lo parecía, creía recordar el frío vértigo que le produjo ese pensamiento la primera vez que lo tuvo. Encajaba con su situación. Los fantasmas rondaban un lugar y aparecían y desaparecían a tontas y a locas, e incluso eran visibles para unas pocas personas sensibles. No conocía ninguna historia de fantasmas contada desde el lado del fantasma; lo que pensaban y sentían, en qué medida comprendían y si sabían lo que eran (fantasmas) y lo que hacían (aparecerse).
(E incluso había habido las pocas personas sensibles que habían parecido verla -y ella les había devuelto la mirada con coquetería-. Pero no le gustaba recordar esos episodios porque le asustaban y le hacían sentirse estúpida -¿por qué había corrido el riesgo de coquetear? – , y, al final, empañaban su mente. Hubo un muchachote gordo – ¿qué habría visto en él?-, y antes un anciano amable, y antes… No, desde luego que no, ¡no tenía que retroceder tanto en el recuerdo, nadie podía obligarla a hacerlo!)
Pero ahora la idea de que podría ser un fantasma se había convertido en una más de sus fantasías familiares, que regresaba a su mente, de vez en cuando, con la regularidad de un reloj y con algo, poco, de la conmoción que la idea le había producido inicialmente. «Parte de mi repertorio», se decía a modo de broma. (¡Dios sabe cómo habría logrado soportar su existencia si las cosas no le parecieran graciosas de vez en cuando!)
Pero la mayor parte de las veces no eran tan graciosas. Una y otra vez volvía a la que parecía ser la cuestión principal: ¿cuánto había durado su vida consciente, la que tenía ahora? Y, en momentos en que no la asediaba el pánico, la única respuesta que obtenía era que no lo sabía.
Podían ser meses o años, el tiempo suficiente para que, aunque no les mirase a la cara, conociera a los inquilinos del árbol de apartamentos por sus ropas y sus movimientos, por las pequeñas cosas que se decían unos a otros, por su manera de andar y sus expresiones favoritas. Llegaba a conocerlos lo bastante bien para poder reconocerlos cuando se cambiaban de ropa, se ponían zapatos nuevos, andaban más despacio o empezaban a usar bastón. En ocasiones, aparecían inquilinos nuevos y, poco a poco, se convertían en nuevos conocidos. Más tarde, estos viejos conocidos podían desaparecer, se mudaban o fallecían. ¿Acaso llevaba décadas allí? Recordó un relato de horror en el que una mujer joven y hermosa despierta de un estado de coma para encontrarse moribunda a causa de su edad. ¿Le ocurriría eso cuando por fin se mirase en el espejo?"

Fritz Leiber
Imaginaciones horribles



"Los dos platillos volantes y amarillos de centro abultado todavía estaban suspendidos enigmáticamente a unos cuatro metros del pavimento, como en el momento en que les había dado la espalda, y en el medio, inmóvil, la Baba Yaga permanecía exactamente como la había dejado. Esto es lo que había ocurrido hasta ese momento: cuando la voz le había hablado en ese inglés ligeramente incorrecto y extrañamente estremecedor, él se había quitado de prisa el traje espacial, casi con ansiedad, y había descendido sin demora de la Baba Yaga, pero no había habido nadie allí fuera. Después de esperar unos minutos al pie de la escalera se había dirigido al pozo junto al cual quedó subyugado.
Ahora empezaba a preguntarse si la voz no habría sido una mera ilusión auditiva. Era irrazonable pensar que un alienígena pudiera hablar inglés sin ninguna conversación previa. ¿O es que podía...? Pensó qué podía resultar imposible para seres de esa capacidad.
Inspiró hondamente. Al menos el aire resultaba bastante real.
El silencio era profundo, pero cuando se mantuvo inmóvil, se distendió, cerró los ojos y dejó escapar el aliento suavemente, le pareció oír un remoto, apagado y débil rumor. ¿Era la circulación de la sangre del planeta extraño? ¿O la de su propia sangre? O quizás el rumor proviniera del pilar de rocas lunares que descendían al otro pozo, no mucho más allá de la Baba Yaga y los platillos invisiblemente suspendidos de lo que él estaba frente a ellos.
El pilar gris, que ocupaba íntegramente la tercera parte de su horizonte, pero que se ahusaba rápidamente hasta reducirse casi a un punto a la altura del cielo, parecía a primera vista una montaña sólida, salvo que él sabía que se precipitaba ininterrumpidamente en el pozo a una velocidad lo bastante grande como para hacer que las partículas y los fragmentos que lo componían resultaran imperceptibles individualmente: presumiblemente a esos quince kilómetros por segundo que había calculado encima de la película, sobre el cielo que techaba la atmósfera."

Fritz Leiber
El planeta errante


"Quien miente con arte se acerca a la verdad más de lo que imagina."

Fritz Leiber
The First Book of Lankhmar


"No hay forma de expresar determinadas cuestiones, y otras son tan complejas que un hombre languidece y muere antes de encontrar las palabras adecuadas."

Fritz Leiber
The First Book of Lankhmar


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