Ante un poeta

Veo a un niño jugar en la sonriente
calzada de la luz, la provisoria.
Veo a un joven andando en la memoria
la temblorosa piedra, lentamente.

Veo a un hombre maduro que camina
Llevando un niño de la firme mano.
Junto a un joven filial veo un anciano
Leve como la lumbre que declina.

Tiemblo al verlo pasar por los urbanos
dédalos con su paso ya rendido
y de pensar que esas sencillas manos

que tantas cosas bellas han reunido
acaben de ser polvo en otras manos…
–Las de la muerte, no las del olvido.

Raúl Hernández Novás


Hacia país inaccesible

   A Marcia
Entonces reconozco que ha llegado el momento
de hacerme a la mar lo antes posible.

Moby Dick 1.

                  I

Ya no basta la vieja biblioteca
visitada por los encantadores.
Un noviembre se filtran adonde mueven
hoscos duendes extraños torbellinos;
ya fracasa la luz: los ojos tiemblan,
la tierra tiembla, las espumas mueren
sobre aquel valle de las flores blancas
donde la luz es fúnebre y el ojo,
torvo, imagina barcos enlutados.
Ya no basta la vida, hay que viajar.

Porque la luz fracasa, y ya no sabes
cómo eran sus manos, qué pedía
al viento, sola, aquella extraña tarde,
por el embozo del desdén cubierto,
un viaje está soñando en lo remoto,
un viaje está esperando antiguamente.

                  II

¿Qué severo país entre sus pechos batía como el mar?
Las olas cruzan sobre un rostro que jamás interroga,
sobre un vuelo de pájaros que miran
únicamente las ramas altas de su redención
y la fronda cargada de paisajes.
Y en el ajado país que se ensombrece
y se incendia sobre los caducos cabellos, sobre las viejas frentes,
una sola señal de anunciación podía traernos la luz,
pero nos fue vedada como la salida maravillosa de una princesa antigua.

                  III

Teníamos el sol.
Teníamos el sol como un gran lago
de luz, y en nuestros juegos fuimos lanzando piedras
sobre su faz inerme. Teníamos el árbol
que no sabe qué significa,
el árbol antiquísimo, cargado de inscripciones
y leyendas. Y fuimos arrancando
sus hojas, para cartas que no llevaba el viento
y que la luz pudiera haber escrito.
Las ramas no podían ya soportar el peso de un paisaje.
Las raíces de cieno.
El corazón se fue quedando solo.

                  IV

Qué país de humo podía sellar el pacto de los ojos
que se abrieron sobre el mar, si era la tierra un baile
de brazos ágiles, como peces traspasados por la misma dolorosa
luz. Al interrogar a un árbol antiguo
¿qué oscura mariposa saltaría del sol?

Ave de mar, visión de flor, visión
de tierra balbuciente, y muchedumbre de vestidos marinos,
aloja los futuros espejos insondables,
la pequeña mirada infinita.

                  V

Hacia el país que recobra, con el ruido
cada vez más cercano de tus pasos
un perfil familiar, hacia las olas anunciadoras.
Y que nunca te borren la tristeza
que sobrevive en tu rostro como un perdido niño.

Puedas llevarlo de la mano.

           Hacia el lugar que afirman
los desterrados pájaros blancos. Las olas intocadas
como instancias del fuego, las que no tienen cuerpo en el reposo.

Aquella su respiración de imposible familia.

Las aves, otra vez, y la flor de la espuma.

                  VI

Mas no llamemos a la puerta del bosque
cuyo corazón es una niña dormida.
A la bella que duerme no despertemos. No
turbemos su sueño de hojas y raíces, donde canta
el duende de las aguas, donde
un caballero avanza, y a su paso
las ramas se despiertan. No toquemos
su estrella preferida. Porque ella
quizá ansía dormir, o quién sabe,
porque no eres el caballero, sino el ciego cantor que lo acompaña,
vamos,
quede su corazón hilando en el silencio,
y ella sea una historia,
           la leyenda que sueña
y en el umbral de tus ojos recobra su vestido, su reino.

                  VII

Ve,
quizá haya una ínsula de perdón para ti
en el balnco país que no perdona.

¿Recuerdas su respiración, las graves olas
congeladas? ¿Era la muerte
quien revolvía en la ceniza esos fantasmas?, pero
¿estaba ella mezclada en estos juegos? ¿Atizaba
la suave danza de sus figuras, sonaba su organillo,
componía un rostro familiar con nubes, con paisajes?

           Los labios, sí, como olas también, los ojos
          venían de lo hondo, las manos
          eran estatuas sumergidas en el sol.
          El cabello llovía en un rostro lejano.

Cuando el grave paisaje dobló el árbol
el viejo fruto se perdió en el río.

VIII

Señores, un viajero de paso... ¿Podrá estar con ustedes hasta mañana,
sólo hasta mañana, por última vez, en este cuarto?
Los hermanos Karamazov, VIII, vii

Y no podré decir nunca cómo éramos
aquella vez que cenamos juntos, fiel, amablemente...
Éramos jóvenes, sí, y estábamos alegres. Nunca
fuimos tan jóvenes, y hablábamos de nada, sonriendo.
Allí, unos a otros, nos dimos la mirada, las voces,
y todos nos hacía recordar lo futuro, y yo temblaba.
"Y tú, tú sola, qué dijiste entonces, di, oh, sin duda
no era nada importante, ya es muy tarde, sin duda, ya no importa
que no fuese nada interesante
                                                               pero dime aún, di, es tan puro
verte sonreír..."
                                                              Y no alentamos, lo adivino,
cada cual su alta prisión,
                          ¿verdad? Y aun escuchando y pensando
cada cual en una llave, ¿afirmaremos,
afirmaremos que existe una prisión?
                                                              Señores,
un minuto,
               Señores,
(termina la cena, algo muy grato tenía que decirles...),
sólo un momento, una vez más.
                                                              Aquí.
Sólo una vez, amigos, y siempre.
                                                              Hasta mañana.

IX

Termina
Termina el viaje que ardía en la  memoria.
Termina, la región desolada vuelve a su antiguo dueño.
Ya no verás las claras batallas del horizonte, a la mañana se extingue
la llamarada de los pájaros que emigran, el mar
tan leve, movido por la luz, el ejército
de las nubes, la estrella que aún alienta
sobre el océano del polvo.
Las antiguas mareas, la prosecución de las rutas
de las caravanas, las olas del desierto
como esfinges, termina el irrisorio
viaje al Toboso, los planes de conquista
y destrucción, el cruce del Danubio, termina
el viaje de la estepa en nuestros cascos.
La Cruz del Sur entre los hielos, el grito
desgarrador del pájaro blanco, en un idioma que no entiendes.
La luz que crea los recuerdos y pierde las imágenes
que no podremos recobrar:
¿Quién dice, entonces
            que no has partido, que
            nunca has partido, que siempre
cruzaron las imágenes sobre tu rostro inmóvil que alababa
extrañamente? Y los mares te poblaban,
            trayéndote noticias
            de cielos extranjeros y tú, sonriendo,
            agradecías.
Termina el viaje, y es un anillo, un horizonte roto
lo que las olas devuelven, tocando el desengaño, y encuentras
a aquél que fuiste, frente al mar tan pequeño
que sólo puede contener todos sus gestos y sus islas
                                          Regresas,
cuando el naufragio ha cortado los hilos, la ruta
se pierde en tu corazón, y ya no puedes descansar.
                                         Un naufragio
que alienta antiguamente, un perfume
no recobrado, un jardín olvidado por la luz,
y todo lo que pierde su resuello y descansa en la costa que no
duerme te dice
que el viaje no termina.

X

Y tú, quizá, que guardas
la intocada sonrisa
de infancia, la pequeña
grave mirada, puedas
recoger las palabras
latentes, las que no
tenían cuerpo en mi silencio.
Pequeña luz. Pues miras,
aun cercana, desde otro
país, desde otra orilla
(el mar ha vomitado
un gran pez en la arena)
¿serás tal vez el sueño
de un sueño, lo real,
el reverso que mira
(la turba de borrachos
contempla el pez de fuego)
desde otra orilla, desde
otro país el hueco
de mi ser, la danza
de mi muerte?

XI

Those were the days

Porque eres parte de la leyenda de mis ojos
y no sabes qué significas en tu silencio,
porque te miro como el que marcha condenado
y agradece un poco de sol, unas palomas,

¿me perdonas el ser?, ¿el triste manchón eterno?
¿me creerás si nombro una estrella, un claro árbol?

¿Y quién nos creerá que vivimos, que dijimos
tantas palabras como conjuro para un viento
que hacía arder la tarde, la aciaga bandera desplegada
sobre los jóvenes cabellos, sobre las altas frentes,
y qué país podría haber dicho otra palabra?
¿No teníamos el cielo, sobre nosotros, no confiábamos
aun en su arduo ajedrez, su marejada, su presunción de muerte?
Y si en su costa la luz moría, ¿no era también un buen augurio?

Teníamos el sol, teníamos el árbol
que no sabe qué significa. ¿Y éramos
no más, palabras de un idioma oscuro?
Y quién nos creerá si le decimos
hemos vivido, esos fueron los años,
aquella tarde ardió la eternidad sobre las frentes...

Porque una dicha que entre las hojas se derrumba
hoy hace signos sobre tu piel, que no comprendes,
pero sabes que ha muerto aquella tarde imantada
en que marchábamos, sonriendo, al mar lejano,
y no puedes reconquistar la ciudad vetusta
que se rendía ante tu paso, por siempre abierta
a la mirada, a la sonrisa de un astro joven.
Porque has pedido la tarde en esos dulces diálogos.
Porque has perdido la sagrada mañana, inclínate:
verás un río, la tierra abierta ante tu beso,
el viaje incógnito, temblando junto a la orilla.
Mas oye al hada que en tu frente comienza el canto,
no extrañarás un remoto astro que te nombre
y en los zarzales de la noche queme sus iras.
Ya la luz guarda para siempre la vieja estrofa.
Se abate el árbol de las estrellas, inscripciones
desmembradas, que un día fueron legible espuma,
ya inencontrable en el sereno crecer del árbol.

Otros verán los nuevos signos, rostros del cielo.
"No temas, duerme. Se apaga el tiempo. Estoy contigo..."

Raúl Hernández Novás


Mira estos ojos

Mira estos ojos donde el sol declina,
desvistiendo el temblor de los hermanos:
toma los gestos mudos de estas manos
que ya no han de aplaudirte, Gelsomina.

No escucharás mi corazón que trina
pues estarás tocando un son lejano
en la trompeta cuyo ruido anciano
es hijo del claror que te ilumina.

No volverás al páramo del frío
que tiembla huérfano de amor y de arte
con sus helados astros de rocío.

Ni el río astuto robará tu parte.
Acepta sólo el hosco temblor mío.
Y mi piel sin caricia ha de abrigarte.

Raúl Hernández Novás



Quién seré sino el tonto

But the fool on de hill
sees the sun going down
and the eyes in his head
see the world spinning round.

Lenon y Mccartney

Quién seré sino el tonto que en la agria colina
miraba el sol poniente como viejo achacoso,
miraba el sol muriente como un rey destronado,
el tonto que miraba girar el mundo,
guardando en su rostro las huellas de la noche.
Quién seré sino el tonto de siempre atraído por el mar,
aquel que en el mar feroz dejó su nombre.
Quién sino el tonto que lloraba
y lloraba por el mar, las flores, las muchachas,
la esbelta luna sonriendo.
Sobre la colina está solo and nobody seems to like him,
pero él ve el mundo moverse a su alrededor,
el sol rebotar como una pelota roja
en el horizonte. El sol tragado por el mar, frío
entre los peces.
Quién seré sino aquel que ya no mira,
no oye, no palpa, absorto, esas tierras astrales,
esos frutos,
las viñas de la realidad, airoso manto.
El que ve la noche descender como un cuerpo
inapresable, el que siente la luna caer sobre sus
hombros
como una tela delicada, aquel que en la marisma
jugaba a rey, a payaso, a rey, a oscuro caballo.
Absorto, solo, en la colina, gritando
como loco, bajo los pájaros que emigran
señalando un carcomido rumbo. Yo
el loco, el tonto que siempre he sido, girando
en la burla,
torpe bufón de florida pirueta, riendo,
con dientes podridos, la realidad inapresable
como implacable cuerpo, a nuestro lado,
descansando en las hierbas
brotadas de los muertos, entre sonrisas de nocturnas flores.
Quién seré, dios mío, sino el loco tonto, el oso
bronco, el jorobado torpe,
bufón bailando, reuniendo rumbos entre su brazos, flores
para una mujer que no existe, quien mira al sol
dormirse cual tembloroso viejo
y al mundo girar en burla alrededor de sus hombros destronados.

Raúl Hernández Novás


Solo he venido

Solo he venido para decir qué milagro se hace cuando llueve,
Qué milagro desciende, qué manantial o estrella tiembla
En los ojos y en el pecho de la cólera y el duelo. Solo
He venido a decr qué hace el mar en la costa
Desde antiguo, y en qué carroza se va camino al sol.
Siento la luz que muere, su semilla y la esperanza,
Quiero que el cielo me muestre una ancha faz propicia.
Yo no diré que no conozco aquellas hojas de niebla,
Las manos de los muertos, aquellas nubes en los ojos
Que solo una vez veremos, aquellas soledades
Y caminos por donde somos conducidos como niños
Con el mismo paso de la tarde entre árboles muertos.
Por tus labios, por la soledad desvestida y el manto entregado
Cuando tanto frío hacía en los balcones, por la mano
Que arranca, por la mano que quita generosa
Y construye con lo caído y lo apagado, y amasa
Un barro virgen con estrellas muertas,
                                                No quiero
Abjurar de ti.
            Y si llegan los vientos agoreros,
            Y si el mar prepara un
            Cataclismo,
Si el mar de la mirada –el que resta en los ojos
Cuando ya se ha marchado con el sol- prepara una muerte,
                        Su muerte,
            No pensaré que me hayas traicionado,
            Pues me dejaste nombrar mi destino
Y el milagro que siempre advenía con la lluvia,
El manantial o estrella que se arrancan los ojos ahítos.
                        Desecados.

Raúl Hernández Novás















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