"Antes de que anocheciese, se puso en evidencia a qué precio había hecho el emperador su demostración. Constantino se trasladó con su escolta del palacio de Blaquernae hacia el centro de la muralla, en la linde del emplazamiento de
Giustiniani. El desierto palacio fue ocupado por el bailío veneciano a la cabeza de su guarnición de voluntarios. Al caer la tarde, el estandarte del león de San Marcos ondeaba junto a la bandera imperial. Así pues, todo el sector fortificado de Blaquernae se halla en manos de los venecianos. Si después de todo la ciudad conseguía rechazar a los turcos, la ocupación veneciana del palacio podría adquirir un significado siniestro.
Pero Giustiniani y sus hombres acorazados mantienen el puesto de honor, frente a los jenízaros, junto a la puerta de
San Romano. En este lugar ha agrupado no menos de tres mil de sus mejores soldados.
Pero ¿cuál es el número total de defensores? Sólo el emperador y Giustiniani lo saben. Este último ha dejado entrever que la mitad de la guarnición se halla estacionada ante las puertas de San Romano y Kharisios, de lo cual se desprende que nuestra fuerza total, incluyendo monjes y artesanos, no supera los seis mil hombres. Me resisto a creerlo. Los marineros venecianos suman por sí solos unos dos mil, aunque de éstos hay que descontar aquellos que han sido destinados a vigilar el puerto y las naves. Por tanto, estimo que debemos de ser, por lo menos, diez mil hombres en las murallas, aunque sólo un millar -aparte de los seiscientos de Giustiniani- están equipados por completo.
Pongamos diez mil contra doscientos mil. Y hasta ahora no ha llegado la artillería del sultán, ni ha sido avistada su flota. Por la tarde se oyó, en dirección de Selymbria, un ronco fragor como de trueno, aunque el cielo estaba despejado, y de las azules islas del Mármara se elevó una espesa columna de humo."

Mika Waltari
El ángel sombrío




“Como el agua gasta lentamente la piedra, así el tiempo gasta los corazones.”

Mika Waltari



"Cuando la pareja descendió por la vertiente, distinguió a lo lejos una nube de polvo que iba acercándose por la cinta gris del camino. Era un escuadrón de caballería. Los rayos del sol arrancaban destellos de los relucientes cañones de las carabinas. El hombre, haciendo bocina con las manos, comenzó a dar insistentes gritos. Pero a poco comprendió que el ruido de los cascos de los caballos impedía que su voz pudiera oírse. Además, las figuras de ellos dos contra el fondo violáceo de la ladera, posiblemente no debían de distinguirse. Y cuando llegaron al camino los jinetes habían ya desaparecido tras el horizonte.
Era un camino ruin, que seguramente en los días de lluvia se volvía fangoso e intransitable. Sin embargo, se sentaron al borde del mismo. La mujer tenía el rostro encendido, y, a la luz del sol, le brillaban los ojos. El hombre respiraba penosamente y, para disimular su jadeo, encendió un cigarrillo. Demasiadas opíparas comidas, demasiados años de vida sedentaria. Pero ahora tenía que hacer ejercicio forzoso.
A lo lejos se oyó el estampido sordo de una ráfaga de disparos. El hombre y la mujer se irguieron y aguzaron el oído, pero no percibieron ningún otro ruido. Les envolvió de nuevo el silencio de la planicie. La mujer se miraba las manos. Estaban muy sucias y llenas de rasguños, producidos por las agujas de los zarzales. Las uñas pintadas de color de rosa hacían resaltar la suciedad de las manos."

Mika Waltari
Estas cosas no suceden



"El rico no es el que posee oro y plata, sino el que se contenta con poco."

Mika Waltari



“En toda negociación, el hombre honrado está destinado a llevar la peor parte, mientras que la picardía y la mala fe se apuntan finalmente los tantos.”

Mika Waltari


“La conquista del miedo, no la carencia de él, es el verdadero heroísmo.”

Mika Waltari



"Lo dejé y corrí a la catedral; pero Satanás prepara sus celadas más arteramente de lo que se supone. Cuando salí de misa lleno de contrición, me vi detenido en el pórtico por un joven que tenía las mejillas llenas de puntos negros, como si en otro tiempo hubiese sido alcanzado por alguna explosión de pólvora. Apoyándose en su espada, me dirigió la palabra en alemán, diciendo que había oído muy buenos informes sobre mí. Era forastero en la ciudad y se hospedaba con su hermana en la posada contigua a la taberna de «Las Tres Coronas». Me dijo que necesitaba la ayuda de algún joven inteligente, y me pidió que le visitase a la noche. No lo lamentaría, según me dijo. Sus maneras eran sospechosamente untuosas, pero tenía una sonrisa atrayente. Iba vestido con unas calzas muy ajustadas y un jubón de terciopelo con botones de plata, y me pareció que no perdería nada con acudir a su llamada.
Cuando la señora Pirjo supo la triste situación en que se encontraba Andrés, preparó para él un paquete de viandas, y al llegar la noche corrí a la Casa Consistorial. En el patio me encontré con el carcelero, un viejo soldado con una pata de palo, que me había enseñado a manejar la espada.
—Puedes entrar —me dijo en tono amistoso—. No eres tú el primer visitante.
Descendí a la celda, que alegraba la luz de una vela de sebo. Allí estaba la dueña de «Las Tres Coronas», que tenía la cabeza de Andrés apoyada en su regazo, acariciando sus mejillas y hablándole tiernamente.
—Miguel —dijo ella con gravedad cuando aparecí—, es difícil encontrar un muchacho mejor y más noble que tu amigo Andrés. Anoche, cuando regresé a casa para irme a dormir, después de las fogatas de la noche de San Juan, una odiosa barahúnda me hizo levantar. Un grupo de aprendices borrachos destrozaron la puerta e irrumpieron en la casa; echaron a mi pobre esposo en una artesa vacía y pusieron piedras sobre la tapa, obligándome luego a servirles cerveza, aguardiente y comida. Casualmente llegó en aquel momento este buen muchacho, y cuando vio el aprieto en que me encontraba, la emprendió contra aquellos mozos a puñetazo limpio, como Sansón contra las murallas de Jericó, y los echó fuera, aunque todos cayeron sobre él, armados de garrotes, y Andrés, por otra parte, apenas podía tenerse en pie, después de las fatigas de la noche de San Juan. Cuando al fin llegaron los vigilantes, me censuraron insolentemente por servir a los beodos fuera de las horas reglamentarias, y este joven, interpretando mal sus intenciones, los arrojó también para proteger la paz de mi casa. Después quedóse dormido en el suelo, dominado por el cansancio; pero regresaron los vigilantes y, entre patadas y puñetazos, se lo llevaron a la prisión, puesto que no pudieron encontrar a ningún otro a quien detener. ¡Sí que se van a dar una buena panzada con este ruin negocio, así Dios me ayude! Y eso mismo dice mi viejo, a quien me olvidé de sacar de la artesa hasta esta mañana.
Acarició la mejilla de Andrés y dijo:
—Estás en buenas manos, amigo mío, pues tan cierto como que tengo licencia para abrir taberna y pago impuestos, yo te sacaré de esto. Bebe esta cerveza (es la mejor que tengo) y restaura tus fuerzas.
Viendo que Andrés de nada carecía y estaba bien cuidado, y que mi presencia no era necesaria, me fui a beber un litro de cerveza en «Las Tres Coronas», donde el posadero confirmó, palabra por palabra, el relato de su esposa.
La cerveza me tonificó, dándome también el valor necesario para entrar en la posada y preguntar por el forastero que vivía allí con su hermana. Parecía gozar fama de rico y liberal, porque sin tardanza me condujeron a su habitación. Al entrar percibí en seguida un agradable olor a lacre; había una bujía encendida sobre la mesa, en donde el extranjero estaba escribiendo. Su servicio de escribanía era de excelente calidad y consistía en artículos que fácilmente podía llevar en una cajita de cobre pendiente del cinturón. Me reconoció, se puso en pie, dirigióme un saludo amistoso y me cogió la mano. Aquello era muy halagüeño, pues el joven tenía el aire grácil y distinguido de un verdadero caballero, para quien era cosa corriente un hermoso alojamiento, vino a diario, prendas lujosas y buen servicio.
Me explicó que se llamaba Didrik Slaghammer y que era hijo de un comerciante de Colonia, hecho caballero por el emperador. Durante su juventud viajó por tierras extranjeras, y últimamente había estado comerciando en Danzig y en Lübeck."

Mika Waltari
El aventurero




“La soledad es patrimonio de la edad adulta.” 

Mika Waltari



"Me desperté dominado por la sensación de que no me encontraba solo en la habitación, sino que había alguien que esperaba a que yo despertase. Esta sensación fue tan fuerte que permanecí con los ojos cerrados y traté de percibir la respiración o los movimientos de quien estaba presente. Pero al abrirlos, descubrí que me encontraba solo. Me sentí tan desilusionado que las paredes y el techo comenzaron a desvanecerse ante mis ojos. Volví a cerrarlos y de nuevo sentí aquella misteriosa presencia. Recordé que algo parecido había sentido en el sepulcro, y una gran paz invadió mi espíritu.
Entonces pensé: «Con Él su reino vino sobre la tierra. Ahora que ha dejado el sepulcro, su reino permanecerá sobre la tierra, mientras Él permanezca aquí. Quizá siento la proximidad de su reino».
Me dormí de nuevo, pero al despertar por segunda vez sentí el peso de mi cuerpo en el lecho, el olor a sudor y noté la firmeza de las paredes de barro que me rodeaban. Mi despertar fue tan pesado como el plomo, y tampoco esta vez deseé abrir los ojos, tal era en mí el temor de volver al mundo de la realidad corpórea.
Cuando al fin conseguí abrir los ojos y pasar de la beatitud del sueño a la realidad, observé que esta vez era cierto que no estaba solo. Había una mujer acurrucada sobre la alfombra, esperando inmóvil que yo me despertara. Llevaba un manto negro y tenía la cabeza cubierta, por lo que al principio me pregunté si se trataría o no de un ser humano. Al despertar no sentí su presencia, y tampoco la había oído entrar. Me incorporé, me senté en el borde del lecho, y sentí en mi cuerpo todo el peso de la tierra.
En cuanto oyó que me movía, la mujer se enderezó y descubrió su rostro, que estaba muy pálido y ya no era joven. Las experiencias de una vida intensa habían devastado su antigua belleza. Sin embargo, en su rostro había algo inusitado y radiante. Al ver que estaba completamente despierto, movió una mano como para indicarme que permaneciera quieto, y empezó a cantar con voz profunda en el lenguaje sagrado de los judíos."

Mika Waltari
Marco el romano


"Me he quedado despierto para escribir. De a ratos he cerrado los ojos y apoyado mi ardiente frente sobre mis manos. Pero el sueño no se apiadará de mí. A través de mis fatigados párpados veo su belleza, su boca, sus ojos, cómo sus mejillas arden cuando las toco con mis manos, cómo me atraviesa una deslumbrante llama cuando acaricio su piel desnuda. Nunca la he deseado tan desesperadamente como ahora, cuando sé que la he perdido."

Mika Waltari
El sitio de Constantinopla



"Mi vida estaba ahora ligada a la buena marcha y triunfo de este imperio, y así, en principio, me esforcé en ver cada cosa bajo el más favorable aspecto. Había señales evidentes de que el sultán estaba haciendo preparativos para una gran campaña, y aunque yo no deseaba mal a nadie, tenía una aguda curiosidad por saber qué sería del rey de Viena. Había tenido la experiencia del poderío del emperador y no creía que pudiese prestar mucha ayuda a su hermano, máxime ahora que el rasgo más acusado del Imperio otomano era su tendencia a la expansión. En esto seguía las doctrinas del islam, que predicaba guerra incesante contra los infieles. También entre los jenízaros crecía la impaciencia y hasta el descontento, si el sultán dejaba de conducirles, por lo menos en el plazo de un año, a una guerra en la cual les esperaban el botín y los frescos laureles.
Mientras que las campañas del emperador costaban enormes sumas y excedían con mucho a sus recursos económicos, las guerras del sultán se pagaban por sí solas, mediante una sagaz e ingeniosa organización. Su caballería regular, los espahís, percibían sus haberes de granjas que dependían del sultán y en cuya explotación se empleaban como esclavos los prisioneros cogidos en la batalla. De esta manera, los espahís servían al sultán sin que el Tesoro fuese afectado en lo más mínimo. En los distritos limítrofes con los países cristianos, vivían en permanente estado de guerra los akinshas, que formaban la caballería ligera, pues su tradicional bandolerismo les inclinaba a entrar al servicio del sultán. Similares experimentos llevaban a gran número de holgazanes y picaros a engrosar el ejército; a estos últimos se les destinaba comúnmente a ser carne de cañón, en la vanguardia de cada ataque.
Por todas estas causas, entre otras, el sultán se encontraba pues en ventajosa situación en relación con los dirigentes cristianos y podía aún, mientras se prolongase el quebranto, dar cuenta, lentamente pero con seguridad, de la resistencia enemiga. Y así, cuando al igual que Giulia me sumí en los sueños de un futuro espléndido, no me parecía nada fantástico el verme convertido algún día, y en pago a mis servicios, en gobernador de alguna poderosa ciudad germánica.
Pero cuando discutía de los asuntos del serrallo, Giulia me aconsejaba no fiarme demasiado en el favor de Ibrahim y preguntaba con algún sarcasmo qué es lo que había hecho por mí hasta la fecha. Giulia conocía bastantes chismes oídos a nuestras vecinas y en los baños, enterándose de que la esclava favorita del sultán, Jurrem la rusa, había dado a luz tres hijos a la vez. Esta joven y siempre vivaz esclava había capturado de tal manera el corazón de su señor, que éste no hacía el menor caso del resto de su harén, y hasta había despedido vergonzantemente a la madre de su primer hijo. Era ahora a esta linfática mujer rusa a la que los enviados extranjeros entregaban sus presentes; la llamaban Roxelana y trataban por todos los medios de ganarse su favor. Tal era su influencia sobre el sultán, que él haría cualquier cosa por atender a sus deseos, y voces envidiosas habían comenzado a insinuar brujería.
—Los grandes visires van y vienen —comentó Giulia—, pero el poder de la mujer sobre el hombre es eterno, y su influencia, más fuerte aún que la del amigo más querido. Si yo pudiese de alguna manera ganar el favor de la sultana, haría una mayor suerte para ambos de la que podría jamás otorgar el gran visir.
Sonreí de su simplicidad, pero la aconsejé diciendo:
—Habla bajo, mujer, pues en esta ciudad las paredes tienen oídos. Yo vine aquí para servir al gran visir y a través de él a Jaireddin, señor del mar. Y tus razonamientos son erróneos; nada en el mundo es tan huidizo como una pasión sexual. ¿Cómo puedes suponer que el sultán va a estar atado por siempre a una mujer, si las más escogidas vírgenes de cada raza y país esperan a su más mínima señal? No, Giulia; las mujeres no tienen puesto alguno en la alta política; no se puede fundar ningún futuro en una hurí descarriada en el harén."

Mika Waltari
Aventuras en Oriente de Mikael Karvajalka



“Nada es el honor para un hombre vencido. De todas maneras, será desgraciado. El honor es sólo para el victorioso.” 

Mika Waltari



"Pasaron los días y las semanas hasta que, en la tercera reunión de las comisiones, el cardenal Cesarini consideró que lo mejor era definir en cuatro puntos las principales diferencias entre ambas Iglesias. La primera y más importante cuestión era la del origen del Espíritu Santo y la de la palabra filioque que los latinos habían añadido al Credo. La segunda era la cuestión sobre las obleas, ya que la Iglesia griega utilizaba pan fermentado y la católica, sin fermentar. La tercera diferencia la formaba la doctrina sobre el purgatorio, y la cuarta, la cuestión sobre el Papa como cabeza visible de la Iglesia. Marco Eugénico explicó de entrada que los griegos en ningún caso podrían ni siquiera discutir el primer punto, y después de muchos intentos de convencerle, el emperador accedió por fin a que las comisiones discutiesen sobre los dos últimos puntos.
Por fin, yo también tuve ocasión de conocer a mi superior, el doctor Nicolás Segundino. Oriundo de Negroponto —también llamada Eubea—, era un hombre alto y delgado, todavía joven, en cuyo rostro alargado y en cuyos ojos de color azul pálido había siempre una expresión de sufrimiento y de infinita melancolía. A primera vista, era un sabio distraído, pero no tardé en advertir que en sus pensamientos había brillantez y astucia. Como conocedor de idiomas, era un auténtico genio, de forma que era capaz de traducir simultáneamente y sin titubeos lo que se hablaba, del griego al latín y del latín al griego. Dio su total aprobación a mis conocimientos del latín y luego me hizo escribir al dictado un fragmento de texto griego. Después de corregirlo me lo hizo traducir al latín."

Mika Waltari
Juan el peregrino



"Poco después de la cosecha llegaron dos emisarios de Cartago con el fin de recoger información sobre la situación de Segesta. Eran dos porque la asamblea de Cartago no solía confiar misiones importantes a un solo hombre, pero tres habrían sido demasiados. De acuerdo con la costumbre, ambos emisarios iban acompañados por un numeroso séquito de esclavos, amanuenses, agrimensores y expertos en cuestiones militares.
Dorieo permitió que Tanakil ofreciese un banquete en honor de aquellos hombres. Durante el mismo, exhibió ante los invitados su árbol genealógico, y les aseguró que Dorieo no tardaría en aprender el idioma y las costumbres elimios. Por su parte, Dorieo llevó a sus invitados a ver el perro sagrado. Poco más podía mostrarles.
Después de largas negociaciones llevadas a término por la asamblea de ciudadanos según autorización expresa de Dorieo, los emisarios cartagineses reconocieron al espartano como rey de Segesta y Eríx, pero le exigieron el pago de indemnizaciones por los daños causados en Panormos. A decir verdad, los cartagineses ya habían confiscado la trirreme. Las otras demandas presentadas consistieron en el reconocimiento de Erix como ciudad cartaginesa, el derecho de Cartago, en su calidad de residencia invernal de la diosa, a seguir recaudando las crecidas sumas que aportaban las peregrinaciones a Erix, y a dar su conformidad en las transacciones comerciales y acuerdos que se hiciesen con las ciudades griegas de Sicilia, así como a otros asuntos concernientes a la guerra y a la paz. Finalmente, Dionisio y sus focenses debían ser entregados a Cartago para que fuesen juzgados por los actos de piratería que habían cometido en el mar oriental.
Dorieo accedió a todas las demandas, pues las mismas sólo significaban reconocer una situación de hecho, pero se negó tajantemente a entregar a los focenses. Sobre este punto se mostró inflexible, aun cuando Tanakil hizo todo lo posible por demostrarle que nada debía a Dionisio, sino que, por el contrario, había sufrido injustamente a sus manos."

Mika Waltari
El etrusco


"Porque yo, Sinuhé, soy un hombre y como tal he vivido en todos los que han existido antes que yo y viviré en todos los que existan después de mí. Viviré en las risas y en las lágrimas de los hombres, en sus pesares y en sus temores, en su bondad y en su maldad, en su debilidad y su fuerza. Como hombre, viviré eternamente en el hombre y por esta razón no necesito ofrendas sobre mi tumba ni inmortalidad para mi nombre."

Mika Waltari
Sinuhé el egipcio



“Todas las miradas estaban inquietas, todo el mundo llevaba prisa, cada cual esperaba una mejora futura y así nadie gozaba del momento presente.”

Mika Waltari


"Todo vuelve a empezar y nada hay nuevo bajo el sol; el hombre no cambia aun cuando cambien sus hábitos y las palabras de su lengua. Los hombres revolotean alrededor de la mentira como las moscas alrededor de un panal de miel, y las palabras del narrador embalsaman, como el incienso, pese a que esté en cuclillas sobre el estiércol en la esquina de la calle; pero los hombres rehuyen la verdad. Yo, Sinuhé, hijo de Senmut, en mis días de vejez y de decepción estoy hastiado de la mentira. Por esto escribo para mí solo lo que he visto con mis propios ojos o comprobado como verdad. En esto me diferencio de cuantos han vivido antes que yo o vivirán después de mí. Porque el hombre que escribe y, más aún, el que hace grabar su nombre y sus actos sobre la piedra, vive con la esperanza de que sus palabras serán leídas y que la posteridad glorificará sus actos y su cordura. Pero nada hay que elogiar en mis palabras; mis actos son indignos de elogio, mi ciencia es amarga para el corazón y no complace a nadie. Los niños no escribirán mis frases sobre la tablilla de arcilla para ejercitarse en la escritura. Los hombres no repetirán mis palabras para enriquecerse con mi saber, Porque he renunciado a toda esperanza de ser jamás leído o comprendido. En su maldad, el hombre es más cruel y más endurecido que el cocodrilo del río. Su corazón es más duro que la piedra. Su vanidad, más ligera que el polvo de los caminos. Sumérgelo en el río; una vez secas sus vestiduras será el mismo de antes. Sumérgelo en el dolor y la decepción; cuando salga será el mismo de antes. He visto muchos cataclismos en mi vida, pero todo está como antes y el hombre no ha cambiado. Hay también gentes que dicen que lo que ocurre nunca es semejante a lo que ocurrió; pero esto no son más que vanas palabras."

Mika Waltari
Sinuhé el egipcio


"Toivo pasó las vacaciones de Navidad en la ciudad, pues cuando el mar estaba helado, el viaje a Helsinki era largo y pesado, y él deseaba no perder tiempo en su trabajo. Ya se había acostumbrado a su habitación y se sentía como en su propia casa. Se había encariñado con el papel descolorido de las paredes y con la pantalla de la lámpara de mesa que ostentaba pintadas unas rojas rosas traslúcidas. Pasaba muchos días de invierno en la penumbra, de su cuarto, escribiendo apuntes o sentado en su sillón, con un libro sobre las rodillas, leyendo o meditando.
Pasó el tiempo, y Toivo fue adoptando costumbres fijas. Comía a las horas regulares y dormía exactamente ocho horas. Era como si una vida regular le diese moral y le ayudase en el trabajo.
Su teoría empezaba a adquirir forma en su mente. Con frecuencia leía la Biblia y particularmente le gustaba la descripción de la venida del Espíritu Santo. La estudiaba letra por letra, penetrando incluso en el texto griego original del Nuevo Testamento, y recurría a las más modernas obras de comentarios. Igualmente leía una y otra vez el encuentro de Saulo en el camino de Damasco, y del Antiguo Testamento los lugares donde Dios se apareció a los profetas. Estaba muy enterado de la moderna escuela psiquiátrica que explicaba que la conversión de Saulo era consecuencia de un ataque epiléptico y que, generalmente, todos los personajes históricamente destacados habían padecido esta enfermedad. Esta teoría le interesaba en grado extremo, y en muchos casos la consideraba como un punto de partida adecuado. La aparición divina era indudablemente algo anormal, algo que se salía de lo corriente. Pero, ¿era necesario interpretar todo lo excepcional como un fenómeno patológico? A estos fenómenos se asociaba tanta grandeza, tanta amplitud y tanta santidad que más bien se podía interpretar una aparición como el momento más clarividente de los espíritus de más fina constitución y más desarrollados.
Pero la aparición no dependía de la civilización exterior del hombre. La podía experimentar una persona, dotada de la más fina civilización de su tiempo y de todo el saber, pero igualmente podía percibirla un campesino ignorante y primitivo, o tal vez solamente un comerciante entregado al materialismo. En estos hombres había aquel algo que hacía que la divinidad hablase a través de ellos, una facultad espiritual que no estaba todavía al alcance de la ciencia. Leía y releía en distintas obras los testimonios de diferentes personas y observaba que todas empleaban casi las mismas palabras para describir su visión.
Casi siempre se asociaba con un destello de luz sobrenatural y una conmoción mental desmesurable y que luego se convertía en una sensación metafísica de paz y de felicidad y cada vez atestiguaban que lo que decían no procedía de ellos, sino de más arriba. Se les comunicaba lo que tenían que decir.
Una visión fuerte y conmovedora se desarrollaba siempre con un movimiento de masas, que luego era reducido a poca cosa o adquiría dimensiones majestuosas, según la personalidad del que había experimentado la visión y según la forma en que presentaba su doctrina. San Pablo experimentó la conmoción en el camino de Damasco, y la fe cristiana conquistó el imperio mundial. Buda experimentó la divinidad debajo de una higuera, y todavía hay millones de personas que desean llegar del karma al nirvana. Mahoma tuvo la visión en una cueva en el desierta, y el Islam, activo y fuerte, conquistó imperios y destruyó naciones en Asia, África y Europa.
Pero en sus rasgos fundamentales todo era lo mismo, primero una visión y luego un movimiento de masas a su alrededor. En cada movimiento religioso, la fuerza impulsora más oculta era una aparición divina. Toivo definió así todo esto: «El hombre llega a través de un fenómeno espiritual, todavía no explicable, a una convicción sobre la divinidad y sobre la realidad de la existencia de lo metafísico». La religión cristiana, el islamismo y el budismo eran religiones mundiales, religiones organizadas. Pero el científico podía aproximarse más al nacimiento de una religión contemplando los movimientos religiosos individuales que no se habían extendido en gran escala y en los que la organización exterior todavía no había adoptado formas rígidas.
Toivo tenía muy adelantado su trabajo; la tesis había adquirido formas claras. Quería escribir una investigación de los movimientos religiosos de masas, que se dividiría en dos partes, la histórica y la psicológica. La parte histórica describía el aspecto exterior de cada movimiento y la parte psicológica su fuerza impulsora más oculta, la visión que había tenido el fundador del movimiento, y para aclarar ésta, era necesario un estudio lo más completo posible de su personalidad y de su desarrollo. Toivo se proponía escoger varios movimientos religiosos como objetos de investigación y demostrar que, a pesar de las diferencias aparentes, obedecían las mismas leyes interiores."

Mika Waltari
De padres a hijos





















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