Comunicado

¿A quién le importa que justo ante mi ventana
un banco esté levantando un edificio?
Hacharon los árboles los nidos de los pájaros están vacíos
Hubo cielo no habrá cielo
Hubo ramas repletas de hojas
no habrá ramas ni hojas
Habrá un rostro muerto de hormigón
e intrusos indiferentes mirando de ventana a ventana
Un túmulo de paredes vacío
crece cada vez más alto
cada vez más alto se eleva el horizonte emparedado
se enrarece el aliento del aire
En el tesoro de ese banco
el sol rendirá su último oro

Julia Hartwig
Traducción: Bárbara Gill


Destellos

No hay primera ni segunda fila.
Desde todas partes se ve el mismo cielo y el tilo esparce sus aromas.

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La soledad en ciudad ajena cuando estás acostado en la habitación. Esos pasos por el cielorraso y de nuevo el silencio. Y el tic-tac de un reloj ajeno sobre tu cabeza.

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Se incorporó después de una enfermedad y vio en lo alto un castillo de nubes helado.
El castillo estaba lleno de ventanas y puertas opacas. Fascinante.
Cuando ella se levantó, se ocultó a sus ojos.

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Los pájaros, echados y vueltos a echar entre ciudades, finalmente se resignan a la civilización y a los decibeles del estrépito.
Y aquí, en esta plaza parisina que está en una isla entre calles que se entrecruzan, de repente se expande, entre el ensordecedor ruido de los camiones, la clara y límpida voz del verderón.

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Si la humanidad quisiera hoy, en la era de la química, adivinar su futuro en las entrañas de pájaros y peces, qué vaticinio cruel leería a partir del aspecto aberrado que presentan.

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Ya no existe esa Oceanía a la que podríamos partir en búsqueda de inocentes collares de piedras de colores crudamente talladas.

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Cuando Leibniz dijo que en el árbol no hay dos hojas iguales, las hojas profirieron un rumor de alivio.

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Que los ángeles confirmen su existencia con huellas digitales.

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Cierto día ella comprobó que su teléfono se había abichado.

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Nadie ya es lo que es.
El agricultor no es agricultor. El gobernante no es gobernante, el escritor no es escritor, el padre no es padre.
Todos hacen un poco de todo.
Nadie quiere cargar con la literalidad.
sólo algunas muchachas púberes y algunos muchachos púberes son muchacha y muchacho simultáneamente, el magnífico ser humano es capaz de todo.

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¿Por qué me conmueve tanto esa familia que habla en la noche de nieve bajo los neones de la tienda apagada en el callejón?

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No digas que sos un ser humano impotente, que nada te va a salir bien.
Hace falta determinación y voluntad para levantarse temprano, pararse sobre los pies y mirar a los ojos al mundo.

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Cuéntennos cómo es estar sentado en mejores lugares, en los lugares de los triunfadores, sin tener razón ni fe.

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¿Qué haces?
Escardo recuerdos.

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La esperanza nace con la claridad del día.
Señor, danos la más larga claridad del día para que el malhechor no tenga acceso a nosotros.

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¿Y si lo diéramos vuelta como una media, como a un payaso de paño y sacudiéramos el contenido de esa bolsa?
Caería un poco de aserrín, un resorte oculto parpará: ¡Fuera los negros!¡Fuera los judíos! Y luego: ¡Patria!¡Patria!¡Patria!

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Nuestro moralista sumerge al hombre en la eternidad como en un sublimado corrosivo. Lo arranca del cortejo de la civilización, lo lava del polvo de la historia. Esquiva lo que le haya salido al encuentro en el camino.

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Se alejan los veteranos de la pluma.
Aquellos que vieron el cinismo de varias épocas.
Los que todavía tenían esperanza, antes de perderla.
Los que llevaban el desánimo y la falta de fe con impoluta elegancia.
Los que conocían las reglas del juego y no sabían qué hacer con esas reglas.
Entendían la pronunciación de la ironía, del pathos comunitario, lo no dicho y el enunciado del silencio.
Se alejan los veteranos de la pluma, señores.
Ustedes conocerán la tristeza de los principitos llevados al trono por la fuerza.

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El árbol desgarró su cubierta como Rejtan* , se abrió hasta el alquitranado interior y descubrió su corazón de estruendoso latido.

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El arce fue alcanzado por el relámpago. Por fuera ni una huella. El árbol ocultó en sí el relámpago y ahora se debate como un enfermo visitado por el demonio.

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Rueda el pesado carro de la tormenta. Se oye cómo golpetea sobre las irregularidades. Ya humean las mechas de los truenos.

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Laberinto de boj y una fila pareja de carpes bajo los cuales ocultarse a la lluvia. En la noche, cuando miro hacia abajo desde la alta ventana, hacia el jardín del palacio iluminado por los faroles escondidos entre las hojas, siento la placidez del pequeño zapatero del cuento, el que se convirtió en emperador.

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Cuando se ponga el sol, el cielo estará como repleto de la luz de faroles chinos.

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Con repentino estrépito los árboles se decidieron al vuelo. Sus verdes alas se hincharon de sangre por el esfuerzo.
Ahora están inmóviles, humillados, desnudos, con las cabezas gachas.

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Son las seis de la mañana. Pero todavía está oscuro. Alrededor del lago las casas apagadas. Sólo lejos de la orilla se balancea una canoa iluminada.
Es el pescador que echa las redes. Pesca para el Viernes Santo.

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Se añora este encuentro:
Encontrarse con Cristo jardinero que riega los surcos y poda las ramas de los árboles que se preparan para florecer.
Pasamos al lado, Él se toca el sombrero y dice: Vivo.

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Cuando el alado mensajero de Dios le anuncia a María la buena nueva, los ángeles que lo acompañan forman encima de la casa de ella una multitud tan apretada, que se empujan con las alas.

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Cantar en la ciudad, como si se transitara un camino vacío entre los campos. ¿Para qué semejante esfuerzo?
O trepar a una montaña alta, por la sola alegría del ascenso.
Todo lo que hacés sin una necesidad evidente se convierte en diamante preciado.

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Un muchacho joven, un estudiante, se mató al volver del funeral de la abuela. Comentarios escépticos. Risas. Quién se mata por la muerte de la abuela.
Sin embargo, sucede que la imagen de nuestra condición se nos aparece con penetrante claridad recién en el carril secundario de los sentimientos.
De repente la punzante soledad. Imposible de obviar. En algún arrabal del corazón. El más triste.

*Diputado polaco que en el siglo XVIII heroicamente se opuso a la repartición de Polonia.

Julia Hartwig
Traducción: Bárbara Gill



Dualidad

Esa es la falta Y esa la herida por la que instilar el bálsamo venenoso
La belleza del mundo cual hoja de cuchillo que se clava sin dificultad
Arrolladora violencia de la naturaleza y en su seno la gracia del bienestar
Domeñado fuego de la Progenie cual camada de cálidos felinos Noche de amor y un techo de madera oliente a brea
Oh humo que al revocar de la chimenea me sofocas con ternura
Todo lo bueno que nos procura la existencia junto con una muerte que no podemos detener
hacéis de mí una ciega esclava que sostiene en su mano el cetro del poder
En un momento en que mi destino se halla en otro lugar
Yaciendo atado en el fondo de una oscura guarida
Esperando a poder revelarse

Julia Hartwig


Insomnio

"La noche se ha partido por la mitad.
Entre risas se oye el deambular por la calle de los Titanes de la Noche.
Dan portazos con las puertas de los coches. Sus voces, sus gritos rebotan como una pelota contra los muros de los edificios apagados.
Ahora llega de nuevo entre el silencio el lamento de mi vecino enfermo que hace ya años que no se levanta de la cama."

Julia Hartwig


No preguntar

En sueños alcancé a pensar
qué habrá mas allá
Y me respondí a mí misma
Para qué preguntar

Cuando despertemos
nuestros pasos nos conducirán a ese lugar
que en vano hemos buscado hasta hoy
Y en sueños lo creí y a la vez no lo creí

Y ello me procuró un poco de esa felicidad
que solo en sueños puede experimentarse

Julia Hartwig























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