“El arte es todo lo opuesto a las ideas generales: solo describe lo individual y no desea más que lo único. No clasifica, desclasifica.”

Marcel Schwob


"Eran seres rayados, de colores inciertos, rosados violáceos, manchados de bermellón, ocelados de azul, y cuyas heridas exhalaban un fuego pálido. Parecían extrañas palmas de las manos, alrededor de las cuales se crispaban dedos adelgazados; manos errantes, muertas tiempo atrás, arrojadas por el abismo que envolvía el misterio de sus cuerpos, hojas carnosas y animadas, hechas de carne marina; bestias astrales vivientes y móviles en el fondo de un cielo oscuro."

Marcel Schwob
La estrella de madera



"La madre de Heróstratos era violenta y orgullosa. No se supo quién era su padre. Más tarde Heróstratos declaró que era hijo del fuego. Su cuerpo estaba marcado, bajo la tetilla izquierda, con una media luna que pareció encenderse cuando lo torturaron. Las que asistieron su nacimiento predijeron que estaba sometido a Ártemis. Fue colérico y permaneció virgen. Corroían su rostro unas líneas oscuras y el tinte de su piel era negruzco. Desde su infancia le gustó quedarse bajo el alto acantilado, cerca del Artemision. Miraba pasar las procesiones de ofrendas. Por el desconocimiento en que estaban de su estirpe, no pudo ser sacerdote de la diosa a la que se creía consagrado. El colegio sacerdotal hubo de prohibirle varias veces la entrada a la naos, donde esperaba apartar el precioso y pesado tejido que ocultaba a Ártemis. Por eso concibió odio y juró violar el secreto.
El nombre de Heróstratos no le parecía comparable a ningún otro, lo mismo que su propia persona le parecía superior a toda la humanidad. Deseaba la gloria. Primero se unió a los filósofos que enseñaban la doctrina de Heráclito; pero desconocían su parte secreta, por hallarse encerrada en la celdilla piramidal del tesoro de Ártemis. Heróstrato sólo pudo conjeturar la opinión del maestro. Se endureció despreciando las riquezas que le rodeaban. Su asco hacia el amor de las cortesanas era extremo. Creyeron que reservaba su virginidad para la diosa. Pero Ártemis no tuvo piedad de él. Pareció peligroso al colegio de la Gerusia, que vigilaba el templo. El sátrapa permitió que lo desterraran a los suburbios. Vivió en la ladera del Koressos, en una gruta excavada por los antiguos. Desde allí acechaba de noche las lámparas sagradas del Artemision. Algunos suponen que persas iniciados acudieron a conversar allí con él. Pero es más probable que su destino le fuera revelado de golpe."

Marcel Schwob
Eróstrato: Incendiario


"La puerta ojival, cerrada con picaporte redondo que llenaba bien la mano, daba a la cocina, donde el hombre pasaba las mejores horas de su vida. Pues desde la mañana erraba entre las cacerolas, mojando el pan en las salsas, rebañando las sartenes con un trozo de miga, oliendo los tazones llenos de sopa; y él hundía en las marmitas una cuchara de madera con la que iba probando,
comparando sus comidas, mientras el fuego zumbaba bajo las hornallas. Luego, abriendo el hornillo de la cocina, dejaba salir el rojo resplandor que ponía destellos en su carne. Así, en el crepúsculo, se asemejaba a un enorme fanal, cuyo vidrio era su rostro, iluminado por la sangre y por las brasas. Y en esa cocina, el hombre gordo tenía una sobrina regordeta, blanca y sonrosada, que limpiaba las legumbres con sus mangas remangadas, una sobrina sonriente, rebosante de hoyuelos, cuyos pequeños ojos saltaban de contento; una sobrina que le pegaba en los dedos cuando los metía en la fuente, que le tiraba los panqueques calientes a la cara cuando quería darlos vuelta en la sartén, y que le hacía mil y una delicias azucaradas, doradas, cocidas a punto, con divertidos
crutones.
Bajo la enorme mesa de madera blanca dormitaba un gato, con la panza llena y una cola gorda como la de un cordero de Asia, y el caniche, apoyado contra los ladrillos del horno, guiñaba los ojos al calor, mientras le colgaban gruesos pliegues de su rapada piel.
En su habitación, el hombre gordo miraba voluptuosamente un jarro de vidrio en el que acababa de verter suavemente vino de Constanza, cosecha 1811, cuando la puerta de la calle se abrió silenciosamente. Y el hombre gordo se sintió tan sorprendido que abrió la boca y permaneció inmóvil, con el labio inferior caído. Ante él se hallaba un horrible flaco, negro, largo, de nariz delgada y labios sumidos; sus pómulos eran puntiagudos, su cabeza huesuda y, cada vez que hacía un gesto, parecía que de sus mangas o de su pantalón salían esquirlas de huesos. Sus ojos eran hundidos y tristes, sus dedos parecían alambres, y su semblante era tan serio que daba pena mirarlo. Llevaba en la mano un estuche de anteojos y de tanto en tanto se calzaba unos lentes azules mientras hablaba. De toda su persona, lo único untuoso y atrayente era la voz, y se expresaba con tanta dulzura que al hombre gordo se le arrasaron los ojos en lágrimas."

Marcel Schwob
Corazón doble


"Las higueras han dejado caer sus higos y los olivos sus aceitunas, porque algo extraño ha ocurrido en la isla de Scira. Una muchacha huía, perseguida por un muchacho. Se había levantado el bajo de la túnica y se veía el borde de sus pantalones de gasa. Mientras corría dejó caer un espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él. Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a huir, perseguida por un hombre en la fuerza de su edad. Había levantado el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo su túnica, la adoró, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Scira, lanzó dos gritos de horror y de pesar."

Marcel Schwob
Mimos



"Lejos del incienso y de las casullas, puedo muy fácilmente hablar con Dios en esta habitación desdorada de mi palacio. Es aquí donde vengo a pensar en mi vejez, sin que nadie me lleve en brazos. Durante la misa, mi corazón se eleva y mi cuerpo se tensa; el centelleo del vino sagrado colma mis ojos, y mi pensamiento se lubrifica con los óleos preciosos; pero, en este lugar solitario de mi basílica, puedo encorvarme bajo los efectos de mi fatiga terrestre. ¡Ecce homo! Pues el Señor no debe oír de ningún modo la voz de sus sacerdotes a través de la pompa de los mandamientos y de las bulas; y no hay duda de que ni la púrpura, ni las joyas, ni las pinturas le complacen; pero en esta pequeña celda quizá tenga Él compasión de mi balbuceo imperfecto. Soy muy viejo, Señor, y heme aquí vestido de blanco ante Ti, y mi nombre es Inocencio, y Tú sabes que no sé nada. Perdóname mi pontificado, porque fue instituido, y yo lo padezco. No fui yo quien dispuso tales honores. Prefiero ver tu sol a través de esta ventana redonda que en los reflejos magníficos de mis vidrieras. Déjame gemir como un viejo cualquiera y volver hacia ti este rostro pálido y arrugado que a duras penas levanto por encima del oleaje de la noche eterna. Los anillos se deslizan por mis dedos enflaquecidos, del mismo modo que se escapan los últimos días de mi vida."

Marcel Schwob
La cruzada de los niños



Palabras de Monelle

Y Monelle dijo también: te hablaré de la destrucción. 

Esta es la palabra: destruye, destruye, destruye. Destruye en ti mismo, destruye en torno a ti. Haz lugar para tu alma y para las otras almas. 
Destruye todo el bien y todo el mal. Los escombros son similares. 
Destruye las antiguas moradas de los hombres y las antiguas moradas de las almas; las cosas muertas son espejos deformantes. 
Destruye, ya que toda creación proviene de la destrucción. 
Y para alcanzar la bondad superior hay que aniquilar la bondad inferior. Y así el nuevo bien parece estar saturado de mal. 
Y para imaginar un nuevo arte hay que romper el arte antiguo. Y así el arte nuevo parece ser una especie de iconoclastia. 
Porque toda construcción está hecha de ruinas, y nada es nuevo en este mundo fuera de las formas. 
Pero hay que destruir las formas. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de la formación. 

El deseo mismo de lo nuevo no es más que el apetito del alma que desea formarse. 
Y las almas desechan las formas antiguas así como las serpientes sus viejos pellejos. 
Y los pacientes recolectores de viejos pellejos de serpiente contristan a las jóvenes serpientes porque tienen un poder mágico sobre ellas. 
Porque quien posee los viejos pellejos de serpiente impide a las jóvenes serpientes que se transformen. 
Por eso las serpientes despojan su cuerpo en el canal verde de una profunda espesura; y una vez por año las jóvenes se reúnen en círculo para quemar sus viejos pellejos. 
Aseméjate entonces a las estaciones destructoras y formadoras. 
Edifica tu casa tú mismo y quémala tú mismo. 
No arrojes escombros detrás de ti; que cada uno se valga de sus propias ruinas. 
Nunca construyas en la noche pasada. Deja que tus edificios se vayan a la deriva. 
Contempla nuevos edificios con cada mínimo impulso de tu alma. 
Para todo deseo nuevo, haz dioses nuevos. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de los dioses. 

Deja morir a los antiguos dioses; no permanezcas sentado, semejante a una plañidera al lado de sus tumbas; 
Porque los antiguos dioses abandonan sus sepulcros; 
Y no protejas a los dioses jóvenes envolviéndolos con vendas; 
Que todo dios levante el vuelo no bien creado; 
Que toda creación perezca no bien creada; 
Que el antiguo dios ofrezca su creación al dios joven para que sea destruida por él; 
Que todo dios sea dios del momento. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de los momentos. 

Mira todas las cosas bajo el aspecto del momento. 
Deja que tu yo siga el capricho del momento. 
Piensa en el momento. Todo pensamiento que dura es contradicción. 
Ama el momento. Todo amor que dura es odio. 
Sé sincero con el momento. Toda sinceridad que dura es mentira. 
Sé justo con el momento. Toda justicia que dura es injusticia. 
Actúa sobre el momento. Toda acción que dura es un reino difunto. 
Sé feliz con el momento. Toda dicha que dura es desdicha. 
Ten respeto por todos los momentos, y no establezcas nunca vínculos entre las cosas. 
No retrases el momento: quedaría una agonía. 
Mira: todo momento es cuna y féretro; que toda vida y toda muerte te parezcan extrañas y nuevas. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de la vida y de la muerte. 

Los momentos son parecidos a tizas mitad blancas y mitad negras; 
No organices tu vida por medio de dibujos hechos con las mitades blancas, porque hallarás luego los dibujos hechos con las mitades negras; 
Que cada negrura esté atravesada por la espera de la blancura por venir. 
No digas: vivo ahora y moriré mañana. No dividas la realidad entre la vida y la muerte. Di: ahora vivo y muero. 
Agota a cada momento la totalidad positiva y negativa de las cosas. 
La rosa otoñal dura una estación; cada mañana se abre, todas las noches se cierra. 
Aseméjate a las rosas: ofrécele tus pétalos al desgarro de los placeres, al pisoteo de los dolores. 
Que todo éxtasis agonice en ti, que todo placer desee morir. 
Que todo dolor sea en ti el paso de un insecto que va a alzar el vuelo. No te limites al insecto chupador. No te enamores de esas cetonias doradas. 
Que toda inteligencia brille y se apague en ti lo que dura un relámpago. 
Que tu dicha esté dividida en fulguraciones. Así tu parte de alegría será igual a la de los demás. 
Cultiva la contemplación atomística del universo. 
No resistas a la naturaleza. No apoyes en las cosas los pies de tu alma. Que tu alma no aparte la cara como el niño malo. 
Ve en paz con la luz roja de la mañana y el resplandor gris de la noche. Sé la aurora mezclada con el crepúsculo. 
Mezcla la muerte con la vida y divídelo en momentos. 
No esperes la muerte: está en ti. Sé su compañero y mantenla pegada a ti; la muerte es como tú mismo. 
Muere de tu muerte; no envidies las muertes antiguas. Varía los tipos de muerte con los tipos de vida. 
Ten toda cosa incierta por viva, toda cosa cierta por muerta. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de las cosas muertas. 

Quema cuidadosamente a los muertos y arroja sus cenizas a los cuatro vientos del cielo. 
Quema cuidadosamente las acciones pasadas y aplasta las cenizas, porque el fénix que renacería de ellas sería el mismo. 
No juegues con los muertos y no les acaricies el rostro. No te rías de ellos y no los llores: olvídalos. 
No te fíes de las cosas pasadas. No te ocupes de construir hermosos féretros para los momentos pasados: piensa en matar los momentos que vendrán. 
Desconfía de todos los cadáveres. 
No beses a los muertos, porque éstos asfixian a los vivos. 
Ten por las cosas muertas el respeto que se les debe a las piedras que sirven para edificar. 
No te manches las manos a lo largo de los renglones gastados. Purifica tus dedos en aguas nuevas. 
Respira el hálito de tu boca y no aspires los alientos muertos. 
No contemples las vidas pasadas más que tu vida pasada. No colecciones sobres vacíos. 
No lleves en ti un cementerio. Los muertos dan pestilencia. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de tus actos. 

Que toda copa de arcilla transmitida se haga polvo en tus manos. Rompe toda copa en la que hayas bebido. 
Sopla la lámpara de vida que el corredor te tiende. Porque toda lámpara antigua echa humo. 
No te legues nada a ti mismo, ni placer ni dolor. 
No seas esclavo de ropa alguna, ni de alma ni de cuerpo. 
Nunca golpees con el mismo lado de la mano. 
No te contemples en la muerte; deja que a tu imagen se la lleve el agua que corre. 
Huye de las ruinas y no llores en medio de ellas. 
Cuando te sacas la ropa por la noche, desvístete de tu alma del día; desnúdate en todo momento. 
Toda satisfacción te parecerá mortal. Hazla avanzar a latigazos. 
No digieras los días pasados: aliméntate de las cosas futuras. 
No confieses las cosas pasadas, ya que están muertas; confiesa ante ti las cosas futuras. 
No bajes a cortar las flores a lo largo del camino. Confórmate con cualquier apariencia. Pero deja la apariencia y no mires hacia atrás. 
Nunca mires hacia atrás: hacia ti avanzan las llamas jadeantes de Sodoma y te convertirías en estatua de lágrimas petrificadas. 
No mires detrás de ti. No mires demasiado delante de ti. Si miras en ti que todo sea blanco. 
Que nada te sorprenda, por compararlo en el recuerdo; que todo te sorprenda por la novedad de la ignorancia. 
Que todas las cosas te sorprendan, porque todas las cosas son diferentes en la vida y semejantes en la muerte. 
Edifica en las diferencias; destruye en las similitudes. 
No te dirijas hacia las permanencias, ya que no están ni en la tierra ni el cielo. 
La razón, que es permanente, la destruirás, y le dejarás cambiar tu sensibilidad. 
No temas contradecirte: no hay contradicción en el momento. 
No ames tu dolor, ya que no durará. 
Piensa en tus uñas que crecen y en las escamitas de tu piel que se caen. 
Echa al olvido todas las cosas. 
Con un punzón acerado te dedicarás a matar pacientemente tus recuerdos, así como el antiguo emperador mataba las moscas. 
No hagas durar tu felicidad del recuerdo hasta el futuro. 
No recuerdes y no preveas. 
No digas: trabajo para adquirir, sino trabajo para olvidar. Echa al olvido la adquisición y el trabajo. 
Rebélate contra todo trabajo; contra toda actividad que exceda el momento, rebélate.
Que tu andar no vaya de una punta a la otra, ya que no existe tal cosa; pero que cada uno de tus pasos sea una proyección corregida. 
Borrarás con tu pie izquierdo la huella de tu pie derecho. 
La mano derecha debe ignorar lo que acaba de hacer la mano derecha. 
No te conozcas a ti mismo. 
No te preocupes en absoluto por tu libertad: olvídate de ti mismo. 

Y Monelle dijo también: te hablaré de mis palabras. 

Las palabras son palabras mientras se las dice. 
Las palabras conservadas están muertas y engendran pestilencia. 
Guíate por mis palabras habladas y no actúes según mis palabras escritas. 

Después de hablarme así en la llanura, Monelle calló y se puso triste, porque tenía que volver a hundirse en la noche. 
Y, de lejos, me dijo: 
Olvídame y volverás a encontrarme. 
Y miré hacia la llanura y vi alzarse a las hermanas de Monelle."

Marcel Schwob
El libro de Monelle
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán 


"Porque sabrás que las pequeñas rameras sólo salen una vez de la muchedumbre nocturna para cumplir una misión de bondad. La pobre Ana acudió en auxilio de Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en una ancha calle de Oxford bajo los grandes quinqués encendidos. Con los ojos húmedos le acercó a los labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y le prodigó caricias. Luego volvió a sumergirse en la noche. Tal vez murió poco después. «Tosía - dice de Quincey - la última noche que la vi». Quizá erraba aún por las calles; pero, a pesar de su apasionada búsqueda y de haber arrastrado las burlas de las gentes a las cuales interrogaba, Ana se perdió para siempre. Más tarde, cuando pudo disfrutar de una vivienda abrigada, pensó muchas veces, con lágrimas en los ojos, que la pobre Ana hubiera podido vivir allí, junto a él. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda o desolada, en la negrura central de un b... de Londres, habiendo llevado consigo todo el amor piadoso de su corazón."

Marcel Schwob
El libro de Monelle


"Sé justo en el momento preciso. Toda justicia que tarda es injusticia."

Marcel Schwob


"Solía invitar a un transeúnte desconocido cuando caía la noche... A veces elegía al azar. Se dirigía al extraño con toda la cortesía que hubiera podido poner en ello Harún-al-Raschid. El extraño subía los seis pisos del camaranchón del señor Hare. Le cedían el canapé; le ofrecían whisky escocés. El señor Burke le preguntaba por los incidentes más sorprendentes de su existencia. ¡Qué insaciable oyente era el señor Burke! Antes del alba, el señor Hare interrumpía siempre el relato. La forma de interrumpirlo del señor Hare era siempre la misma, y muy imperativa. Para interrumpir el relato, el señor Hare solía colocarse detrás del canapé y aplicar sus dos manos sobre la boca del narrador. En ese mismo momento, el señor Burke iba a sentarse sobre su pecho. En tal posición, ambos pensaban, inmóviles, en el final de la historia que nunca oían. De ese modo, los señores Burke y Hare remataron un gran número de historias que el mundo no va a conocer."

Marcel Schwob
Vidas imaginarias



“Toda construcción está hecha con materiales de derribo, y nada hay de nuevo en este mundo sino las formas.”

Marcel Schwob













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