El arte sagrado no es, en modo alguno, la traducción de un folklore destinado a distraer el aburrimiento.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 20
No pensemos que sólo una civilización haya tenido el privilegio de poseer toda, la sabiduría. Afirmar que se haya expresado la espiritualidad de forma definitiva en un período dado, sería traicionar el movimiento de la vida y negar toda progresión en la búsqueda del espíritu. La luz divina está siempre y en todas partes; la función de las civilizaciones reside en hacerla existir, en manifestarla. No obstante, para vislumbrarla, era preferible elegir un momento de dignidad real como la Edad Media en la que se reveló con fuerza y majestad.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 22
Para la Edad Media la realización del hombre se logra mediante un diálogo permanente entre el alma y la piedra.
Por ello el arte sagrado exige el despertar de una cierta conciencia con el fin de que las representaciones artísticas nos ayuden mejor a conducir nuestra barca a través de las incertidumbres de lo cotidiano. Implica una transformación, un rebasamiento de nuestras fijaciones. En el umbral de la catedral somos semejantes al viajero descrito por el poeta islámico Ornar Kheyyam: ni herético ni ortodoxo, no poseía riquezas, verdad, ni certidumbre. Absolutamente vacío, despojado de sus prejuicios está preparado para entrar en la comunidad universal de los que, un día, tomaron la ruta.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 24
Plantearse interrogantes trae aparejado un mejor conocimiento de la verdad sagrada que el arte es capaz de transmitir. Cuanto más nos conozcamos a nosotros mismos más respetaremos la Naturaleza de la que tomamos modelos. Nadie será capaz de modificar la piedra con la menor posibilidad de lograr una obra maestra, si primero no ha modificado su manera de pensar.
¿Acaso esta moral de la Edad Media no tiene resonancias más actuales que muchas doctrinas? La meta del arquitecto que construye una catedral es la de «formar» hombres al darles la posibilidad de realizar el gesto del pensamiento por el cual se convierten en testigos fieles de la obra divina. Aunque el hombre ha recibido la inteligencia y el don de crear, los utiliza o no según la forma de comportarse.
El arte sagrado es la incitación al viaje. En cuanto a los países recorridos, a los océanos atravesados, dependen de nuestra perseverancia. Maese Eckhart escribe:
Puedes obtener cuanto desees con fuerza, y ni Dios ni criatura alguna podrán quitártelo a condición de que tu voluntad sea absoluta y realmente divina y que Dios esté presente en ti. Así, pues, no digas jamás «quisiera» ya que eso es algo futuro, sino di más bien: «Quiero que así sea desde este momento.»
El ideal vivido por la Edad Media se basaba en un pensamiento sencillo que hablaba directamente al corazón del hombre. No obstante, se sabe que esta simplicidad del alma es el estado más difícil de alcanzar ya que supone una transparencia casi total, del manantial perpetuo de la creación. El sabio ama tanto el frío invernal como el sol de verano, el susurro de las hojas como el trueno. No muestra preferencia por lo que le favorece, sino que acoge el conjunto de las expresiones del Cosmos.
El sentido oculto de las esculturas nos orienta hacia esa sabiduría; no es tan sólo privilegio de un pequeño cenáculo de iniciados que guardaría celosamente para él sus informaciones. Concierne a cuantos deseen atravesar su tiempo asumiendo su responsabilidad espiritual y participando en la aventura humana.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 30-31
Los senderos del arte de vivir, en exceso abandonados, tienen un carácter regenerador que invocan con sus súplicas a nuestros contemporáneos. El medio para lograrlo reside tan sólo en la aspiración espiritual, el deseo de hablar con los símbolos y de avivar esa llama que brilla en lo más recóndito de todo nuestro ser.
Cada búsqueda simbólica aporta, a pesar de sus inevitables insuficiencias, un dinamismo nuevo en el enfoque del gran misterio que constituye nuestro breve paso sobre esta tierra. Basta que un caminante, animado por esa sed de comprender lo esencial, aborde con respeto una figura de piedra para que quede abierta una ruta. Si la ciencia de los símbolos y el amor por un arte sacro son indispensables, como suponemos, para el equilibrio del hombre, la Edad Media tiene mucho que enseñarnos y nuestra línea de conducta queda resumida en una sola palabra: atención.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 33-34
¿Sabremos arrodillamos ante la Sabiduría de la Edad Media, no para idolatrarla, sino para incorporarla a nuestra carne?
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 3
¿Qué deseaban transmitir los medievales?, nos preguntábamos al comienzo de este capítulo. Con la ayuda de algunas perspectivas vislumbradas para hacer destacar la actualidad de la Edad Media, podemos contestar ahora: la Tradición. Fue la «herramienta» intelectual utilizada de una manera incesante en las canteras de las catedrales, protegió la Luz creadora de las influencias negativas de una época que no conoció más que obras maestras. Si se desea contemplar la auténtica belleza de la Edad Media y penetrar en el fondo de su pensamiento, hay que recurrir a la tradición.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 20
El alma de la Tradición corresponde a la comunión del hombre con la forma temporal de que se reviste la eterna Sabiduría. Es la vida íntima de las formas artísticas de una época, su sustancia más sutil. Cuando se colocan juntos una Virgen románica y un angelote contorsionado de la época barroca, el alma que se expresa no es la misma. En el interior de las catedrales, una especie de lámina de fondo surge en nosotros; no logramos encerrarla en un teorema, pero sabemos que nos enseñará, siempre que le concedamos nuestra confianza, a alzar una de las puntas del velo que oculta el misterio por naturaleza. El erudito describe con sequedad las esculturas y establece fechas con el corazón inconmovible, si el alma de su tradición no se ha despertado en él: el hombre «tradicional», aquél que ha elegido como valor primordial la búsqueda de su parcela de luz, progresa gracias a una sensibilidad en extremo viva que le permite no disociar la forma de una obra de arte de la idea en ella contenida. El alma de la Tradición es una llamada a nuestra vocación espiritual.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 40
El espíritu de la Tradición, es la Sabiduría inmortal, lo absoluto que adquiere formas relativas en las diversas tradiciones. Los medievales la calificaban de «no manifestada», de «no creada» para demostrar que no estaba sometida al tiempo ni al espacio. San Buenaventura añadía que aquél que tuviera todas las propiedades de todos los seres vería con claridad esa Sabiduría. Estas características inducirían fácilmente a creer que el espíritu de la Tradición es de todo punto inaccesible, al sobrepasar los límites de la inteligencia humana, lo cual demostraría un escaso conocimiento del pensamiento de los antiguos. En efecto, la inmensa sabiduría no permanece en las nubes y se manifiesta en el hombre en el que representa la voluntad de renovarse de forma permanente. Cada vez que nos transformamos de manera consciente y que desarrollamos nuestro sentido de lo sagrado, vivimos el espíritu de la Tradición.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 40-41
La Edad Media no formaba individuos etéreos que recitaban letanías en los subterráneos de sombríos castillos; creaba «activos» que luchaban con la materia. Por consiguiente, después de haber insistido tanto sobre la Sabiduría, hemos de procuramos un medio práctico de buscarla.
Esté medio es el esoterismo…
… En cierto modo, vivir en esoterismo significa identificarnos con lo que estudiamos sin perder nuestra originalidad. El ciudadano del siglo XX, conservando sus características que nadie es capaz de anular, puede «convertirse» en un capitel de la Edad Media si llega a percibir su significado esotérico. Evidentemente, no se trata de reducir al hombre a una escultura antigua, sino de elevarlo al significado sagrado contenido en ella.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 41-42
La Europa moderna, bajo la influencia del positivismo, ha creído que la razón puede explicarlo todo. Por el contrario, la Edad Media, admitía sin reservas lo desconocido y no trataba de introducirlo a la fuerza dentro del marco de la lógica. Admitir la existencia del símbolo equivale a aceptar la parte de misterio que está en nosotros. Por ello, es una pretensión ingenua creer que se explicará íntegra y definitivamente un símbolo.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 50
Abordar el universo de los símbolos no es extraviarse en una zona fría y esclerótica; es tocar la carne de la Humanidad, recoger el alma trémula de cinco mil años de historia durante los cuales se consideró al símbolo como el tesoro por excelencia.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 51
El símbolo, signo de contrato, de pertenencia a una hermandad es, ante todo, la invocación a una realidad superior que tan sólo pueden volver a encontrar los hombres unidos por lo divino…
El símbolo convierte nuestra vida en una aventura del espíritu al estimular nuestro deseo de conocer el armazón de la realidad oculto bajo las tejas coloreadas del tejado. El deber del hombre consiste en adquirir conciencia de los hitos colocados en su camino, se llamen templos, catedrales o capiteles. Ante una catedral no contemplamos una obra del pasado, sino más bien el eterno presente del símbolo. Para uno de los más grandes simbolistas medievales, Vincent de Beauvais, la Naturaleza expresa, bajo unas formas concretas, las intenciones incomprensibles de la divinidad. Así, pues, poseemos copias visibles de la Creación gracias a las cuales comprendemos quiénes somos y adónde vamos. La función de un maestro arquitecto consiste en reunir esas «copias», aspectos de la Naturaleza y aspectos del hombre en la armonía del arte sagrado. Al visitar una catedral, emprendemos en realidad un viaje inmenso a través del espacio y el tiempo y franqueamos sin temor los límites de lo invisible.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 52
El oficio de simbolista exige conocer las interpretaciones más diversas y contradictorias de un símbolo, transmitido de época en época y dentro de contextos culturales distintos. En el seno de la Edad Media, un símbolo recibe significados contradictorios, casi de una manera sistemática: la serpiente es la tentación que indujo a nuestros primeros padres a la caída, el mal insidioso que hace creer en un hombre todopoderoso y le induce a representar el papel de aprendiz de brujo; y es también, de acuerdo con la tradición hermética, la inteligencia que se desliza por entre los fenómenos materiales sin que jamás sea detenida. Cuando vemos un elefante en un capitel, es absurdo establecer una relación con el tiempo y la época, pues no se trata de una representación naturalista o decorativa. Los bestiarios, compendios de información simbólica sobre los animales, nos enseñan que es la imagen de la investigación intelectual, de la profundidad de pensamiento y del sentido religioso. Más extravagante aún resultaría la tentativa de una explicación zoológica frente a un fénix, ave mítica que nos enseña el proceso de regeneración por el fuego y del renacimiento del espíritu. Al poner pie en el atrio de una catedral operamos una ruptura en relación con la vida profana. De pronto nos interrogan centenares de figuras esculpidas y nos piden cuentas sobre la manera como llevamos nuestra existencia. ¿Acaso somos como el avaro que se niega a transmitir sus tesoros y cuyo cráneo es devorado por un ave? ¿Somos como el astrólogo que dirige su espejo hacia el cielo para descubrir la verdad de los astros y conocer su cielo interior? ¿Somos como el pelícano que hace revivir al mundo mediante el sacrificio de sí mismo? Ciertamente todo es símbolo, pero nada resulta confuso o imaginario. Si unas figuras como el toro, el águila y la rueda han atravesado los tiempos y las civilizaciones, es porque contienen en ellas fuerzas creadoras que encuentran sus correspondencias exactas en nosotros mismos.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 56-57
El ser que ha alcanzado la humildad es semejante al Sagitario de la catedral de Reims. Con los cuatro pies sólidamente afirmados en la tierra, asumiendo sus deberes materiales sin convertirse en esclavo de ellos, lanza su flecha hacia el centro de los cielos.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 64
Todo símbolo es una mano tendida. Si sólo contuviera un pasado concluido, su interés sería casi nulo. Pero en primer lugar es un universo por conquistar, un rostro de luz cubierto por un velo.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 64
Si el símbolo se encuentra en el corazón del arte sagrado es porque se trata del único medio de comulgar auténticamente con la armonía del Universo del que el hombre es una ínfima parte. Mediante la práctica del símbolo avanzamos por el laberinto de los grandes misterios y ponemos en movimiento el conjunto de nuestras facultades.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 65
El símbolo más grande de los arquitectos medievales era la divina proporción, clave de las relaciones armónicas entre las partes del templo. Los, constructores no contaban, no calculaban; creaban el edificio como si de un ser inanimado se tratara, capaz de revelarnos las leyes de nuestra propia evolución. Un «Compagnon du Tour de France» nos hablaba un día sobre la forma que tenía de elegir las piedras buenas. «Yo no mido —decía—. Coloco la mano sobre la piedra. Así es como la conozco y entonces la cojo o la rechazo.»
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 65
La auténtica honestidad del hombre especulativo reside en restituir con toda fidelidad el espíritu empañándolo lo menos posible con prejuicios personales. Desde el momento que se rechaza una idea o un símbolo con el pretexto de que no se adaptan a una teoría intelectual, se desliza de una manera insensible hacia el fanatismo y se acaba por derribar un frontispicio de iglesia porque ya no resulta «agradable» o ha dejado de «convenir». Así actuaron los humanistas del siglo XVII.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 72-73
Nunca tomemos el gesto de un escultor por un mecanismo sin alma; resulta de una voluntad por hacer sagrada la materia. La más elevada espiritualidad vive en la obra de arte realizada de acuerdo con las leyes de la armonía.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 73
Chartres es, sin duda alguna, la hija espiritual del templo de Luxor aun cuando diversas evoluciones hayan ocultado más o menos la realidad.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 80
Sin duda alguna, la Edad Media nació en el Oriente Medio.
Todos los caminos de la transmisión de símbolos destacan un centro de irradiación mucho más importante que los otros: el Antiguo Egipto. Para interpretar los capiteles, nos veremos con frecuencia obligados a recurrir a su tradición. Por lo general, se ignora que, aparte de los templos, los bajorrelieves y las estatuas universalmente admirados, esta civilización nos ha legado un considerable número de documentos escritos. Los más célebres son los textos de las Pirámides y el Libro de los Muertos, cuyo título egipcio es literalmente el Libro de salir fuera de la Luz, pero también poseemos los textos de los sarcófagos, de las estelas, de los papiros, los textos que adornan los muros de los templos, de una manera especial los templos tolemaicos de Esna, de Dendera, de Edfú y de Kom-Ombo. Se trata de inmensas biblias dé piedra que apenas se empieza ahora a descifrar el sentido.
«Más de una de las cosas llegadas de Egipto son enigmas —dice Momus—. El que no esté iniciado en ellas no debe reírse.» Plutarco, tan bien informado sobre el pensamiento faraónico nos aconseja: «Si se toman estas cosas al pie de la letra sin preocuparse de buscar el sentido elevado, que escupa y se enjuague la boca.»
Ciertamente, la influencia egipcia no oculta la de Sumer y de Babilonia. La Edad Media debe a estos dos Imperios unos temas tan notorios como la visión del paraíso, el diluvio que devastó la Tierra para castigar a los impíos o la torre de Babel. Entre los animales del Bestiario, el licornio es la traducción medieval del unicornio babilónico, animal mítico que ocupa un puesto de honor en esta civilización. Se ha llegado incluso a discernir unos parentescos inquietantes entre el modo de construcción de nuestras iglesias y los procesos técnicos empleados en la erección de templos sumerios.
Probablemente no llegará a saberse nunca si en una antigüedad remota unos viajeros llegados de Occidente tuvieron contactos directos con los sabios del Cercano Oriente o si gestiones simbólicas emprendidas en épocas y lugares diferentes llegaron a los mismos resultados. Nosotros nos inclinaríamos más bien por la segunda hipótesis.
Como quiera que sea, las relaciones entre Egipto y la Edad Media presentan unas características en extremo peculiares. No sabría apartar de sus orígenes y de su simbolismo primero al pensamiento cristiano que nació en la tierra de los faraones. Hasta el presente nos habíamos contentado con un análisis excesivamente rápido, enfrentando de manera superficial las religiones llamadas «paganas» a la religión que se dice «revelada». No obstante, la manera de ver de los hombres de la Edad Media nos inclina a una mayor circunspección. Como Dios ha estado siempre presente en nuestro mundo, los sabios del pasado han escuchado forzosamente su voz y sería imprudente dar de lado su experiencia.
Dentro de una perspectiva menos teológica, tenemos pruebas tangibles de la presencia de Egipto en la sociedad medieval. En la corte de los Papas se utilizaban tiaras, mitras y cetros procedentes directamente de las cortes faraónicas; en la farmacopea descubrimos, sorprendidos, fórmulas, de medicamentos inventados por los laboratorios de los templos egipcios, y la botánica debe mucho a la ciencia de las plantas en extremo desarrollada y puesta a punto por los sacerdotes médicos. Los papiros médicos de Egipto contienen tratados de cirugía o ginecología que no han perdido nada de su valor y vigencia. La escuadra de los arquitectos romanos y de los maestros de obra de la Edad Media es la reproducción exacta de la escuadra de la diosa Maât, garante de la armonía y con la que Pitágoras hizo su ángulo de equidad.
Cualquiera que sea el terreno enfocado, es posible remontar desde la Edad Media hasta Egipto, de la catedral a la pirámide. Y por ello, a pesar del carácter desacostumbrado de la proposición, puede afirmarse que Egipto es la madre espiritual de Occidente. Descuidándola se correría peligro de comprender mal la Francia de los siglos XII y XIII y de interpretar equivocadamente su simbolismo. Incorporándole la tradición céltica cimentada por los druidas y la tradición germánica de la que surgió la caballería iniciática, se dispone de instrumentos suficientemente eficaces para vislumbrar la Edad Media desde el interior.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 82-83
Acariciando un día el puente sobre el Gard, como quien coge por los hombros a un padre venerado, el gremial tallista de piedras (La-Gaieté-de-Villeboisle) decía en voz muy queda:
—Estoy aquí para sucederte, para continuarte.
Antaño, los compañeros de gremio pasaban libremente de un país a otro en una Europa en la que aún no se habían establecido fronteras. Se han descubierto más de nueve mil signos lapidarios sobre los edificios de la Edad Media, y este número se encuentra muy por debajo de la realidad. Los gremiales grababan sobre la piedra esas marcas cuyo misterio aún no ha sido elucidado. Se limitan, con excesiva frecuencia, a calificarlos de «marcas de destajistas» cuando en realidad revelan las claves geométricas que se aplicaban a la construcción de las catedrales.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 87
La ciencia de la Edad Media —y no su saber técnico— está dirigida sobre todo al alma. Observa la Naturaleza para descifrar los jeroglíficos y no para confeccionar manuales de Zoología o de Botánica. De cada fenómeno natural extrae lo que considera indispensable para el desarrollo espiritual del hombre. No practica compilaciones ni disecciones, pero se basa en la Tradición legada por los antiguos a fin de proseguir la divinización de la tierra y de la colectividad humana. Sin esa divinización, que se encuentra siempre para ser recomenzada, las ciudades sólo serían segregaciones de individuos y no reflejos de la Ciudad santa. La ciencia medieval es un empirismo noble, no es teórica, que no disocia nunca la mano del espíritu. De hecho, ese talante de espíritu, que no tenemos derecho a juzgar de acuerdo con la mentalidad científica que nos es propia, es un arte de vivir.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 92
El modo de creación artística de la Edad Media reposa sobre unas bases que nos sorprenden. Elucidando las más destacadas, precisaremos los primeros criterios «científicos» que abren los caminos del país de los capiteles esculpidos. El arte medieval es esencialmente tradicional porque reconoce que el simbolismo es una necesidad natural del hombre. Además, está presente en todos los tiempos y todos los lugares. En los tejidos de Oriente, las estelas célticas y los sarcófagos romanos. Los auverneses y los tolosanos identificaban los signos del espíritu divino que los imagineros seguían reproduciendo sobre la piedra. La Edad Media quiere la universalidad, el hálito que atraviesa los espacios. Aquél que desea la plenitud recuerda que Dios es comparable a una gran águila que cubre la tierra entera con sus alas y la contempla con sus millares de ojos. En estas circunstancias, se hace indispensable formar un Hombre que sea lo más completo posible, un Hombre que también posea millares de ojos para observar al Creador.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 93
En cada una de las dovelas de la fachada de Laon, la Sabiduría Eterna aparece ilustrada por una mujer que sostiene dos libros, uno abierto y el otro cerrado. Su cabeza se encuentra en las nubes y sobre su pecho reposa una escala. Abriendo el libro hojeamos las páginas de la Creación, Los objetos más corrientes empiezan a hablar. El arado nos incita a labrar nuestra tierra interior para poder plantar la semilla de la primavera y la hoz nos incita a separar lo esencial de lo superficial. Al cerrar el libro nos «recogemos» en el sentido primero de la palabra, reunimos lo que parecía disperso. La escala pone en comunicación lo más alto con lo más bajo, establece una relación entre la nube y la gleba.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 119
El gran arte, ése con el que cada uno pone de manifiesto su genio, es la buena manera de hacer las cosas. Según la Tradición, el arte no es una actividad reservada a algunos; nos enseña a reinar sobre nuestra existencia. Una vida sin arte está desprovista de sentido.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 120
Hemos de llevar a cabo tres «operaciones» para crear de nuevo en nosotros el genio del artesano medieval. La primera nos la indica un capitel de Vézelay en el que Jesucristo se aparece a los dos peregrinos de Emaús, que no lo reconocen. «¿De qué habláis?», les pregunta. Los dos se detienen con la mirada triste. Y uno de ellos, llamado Cleofás, se asombra de la ignorancia de aquel forastero y le cuenta la pasión y resurrección de Jesucristo. «¡Espíritus ignorantes, lentos en creer lo anunciado por los Profetas!», dice el Señor, interpretándoles el sentido oculto de las Escrituras. Si se ha expresado en forma de parábolas, es porque los más grandes valores humanos no pueden traducirse de otra manera.
La escena que se desarrolló en el camino de Emaús fue implícitamente reproducida en todas las obras de arte de la Edad Media. El peregrino, somos nosotros; frente a los capiteles, a las catedrales y a las leyendas, interrogamos a las parábolas con sus múltiples significados.
El célebre «molino místico» dé Vézelay constituye el segundo grado. A primera vista, la escena es banal. Un hombre introduce grano en el molino y otro recoge la harina. De una manera alegórica se trata del trigo aportado por Moisés y de la harina vertida en las manos de san Pablo. El molino místico es, ante todo, el del misterio. Tan pronto como creemos haber encontrado un sentido a nuestra vida descifrando 195 capiteles, hemos de, introducirlo en el molino para que lo triture y lo transforme en alimento regenerador. De lo contrario, practicaríamos el intelectualismo y nuestro ideal no estaría vivo.
Por último, la tercera «operación» está indicada por una escultura asaz frecuente: el hombre que se lleva los dedos a la boca apartando los labios. No se trata de un personaje grotesco o de una fantasía del escultor. En efecto, en el Próximo Oriente, uno de los ritos principales de resurrección era «abrir la boca» por la cual el nacido por segunda vez lograba hablar del Verbo en lugar de proferir palabras incoherentes. Reunirse con el artesano medieval es tener el sentido de la parábola, moverse en el misterio y transmitir la experiencia vivida.
El arte simbólico hace actual el paraíso de los orígenes, comunicándonos el influjo divino. Cuando el escultor hace nacer una estatua, las fuerzas celestes viven de nuevo sobre la Tierra y nos dan ocasión de participar en la obra del Creador prolongándola.
Las torres de las catedrales simbolizan el Sol y la. Luna. Nos indican el doble movimiento que rige el arte sagrado: la voluntad de elevarse hasta lo más alto y la voluntad de materializar lo que hemos percibido. El monje medita en su celda con el fin de adivinar los designios divinos, el tallista de piedra los hace perceptibles en la escultura de manera que la Humanidad adquiera conciencia. Uno y otro son auténticos pontífices, ya que construyen un puente entre lo oculto y lo aparente. El arte de la Edad Media no es espiritual ni materialista, ya que ambas vías se extravían igualmente cuando se afirman dé una manera separada. Si la ciencia espiritual del abad no hubiera recibido la asistencia del arte del escultor, hubiera seguido siendo un recipiente vacío y sólo hubiera interesado a un número muy reducido de individuos. Si la ciencia del maestro de obra no hubiera recibido la asistencia de la plegaria del abad, habría sido únicamente una magnífica técnica. El abad y el maestro de obra no son materialistas ni espiritualistas. Saben que la vida es, a la vez, ascensión y encarnación, meditan y crean.
Las dos torres existen en función del frontispicio central que se abre entre ellas. El hombre en pie se encuentra en el justo medio y recibe en la mano derecha la luz potente del día y en la mano izquierda la luz reflexiva de la noche. Mediante la unión de ambas luces entra en la catedral, comulga con la bóveda y los pilares y erige el altar en su propio corazón. Sube a la nave del Grial y emprende el viaje inmenso, aquél que no tendrá fin.
La ciencia es un arte, el arte es una ciencia. Juntos, captan el misterio. Separados, dividen al hombre en «materia» y «espíritu», lo clavan en un sitio. El arte con la ciencia lo es Todo. En vez de imitar servilmente la Naturaleza, logran conocer el proceso de creación oculto en la Naturaleza. El arte profano es naturalista, se satisface con la apariencia, incluso deformada; el arte tradicional es sagrado, porque propaga a través del tiempo y del espacio la profunda naturaleza de la vida.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 103
En Vézelay, en Autun, en Notre-Dame de París, en Lyon, en Vienne, en Lescure d’Albigeois, en Burdeos, en Issoire y en tantas otras construcciones contemplamos los signos del Zodíaco que revelan las leyes del cielo y la manera de adaptarse sacralizando el tiempo. La vitalidad creadora de Aries, el equilibrio dinámico de Tauro, la inteligencia de los Géminis, la gestación de Cáncer, la nobleza de Leo, el recogimiento de Virgo, la justicia de Libra, la transmutación de Escorpión, el viaje espiritual de Sagitario, la ascensión de Capricornio, la transmisión de Acuario y la percepción sensible de Piscis son cualidades simbólicas que cada individuo puede integrar para convertirse en el hombre zodiacal más allá del tiempo. La astrología medieval es una voluntad de armonía que no se satisface con los cálculos de la astronomía y hace comunicar al hombre con el cielo que lleva en sí.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 135-136
El hombre de la Edad Media no observa la Naturaleza, la contempla desde el interior. ¿Acaso su cuerpo no es la imagen perfecta de los cuatro elementos? La cabeza es el fuego que se alza hacia las alturas y rejuvenece cuanto toca; el pecho es el aire, el soplo de la creación; el vientre es el agua que adquiere la forma del recipiente permaneciendo semejante a sí misma; las piernas son la tierra que es el fundamento sólido del mundo. Cada elemento, de acuerdo con la etimología de la palabra latina ligamentum, es un «ligamento» demostrándonos que Dios «liga» entre sí los diversos aspectos de la realidad. Según los Evangelios, «lo que el hombre ligue sobre la tierra quedará ligado en el cielo».
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 113
El mundo es un filtro de inmortalidad para quien descubre su sagrada dimensión, un veneno mortal para quien lo concibe como una obra satánica.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 117
De una manera simbólica el maestro de obras lleva una «máscara» a la manera de los sacerdotes antiguos que representaban los misterios sagrados. Para todos los que trabajan en la cantera, es un rostro hierático, eternamente semejante a sí mismo, persuadiendo a todos de la verdad de la obra emprendida. Las palabras que salen de su boca se convierten en actos y anima un espíritu comunitario nutrido de un calor humano tan discreto como constante. Ciertamente, el maestro de obras no se engaña; sabe que el Hombre no está acabado y que, una vez más, no se alcanzará la perfección. Tanto mejor, habrá que viajar de nuevo, construir una nueva catedral, vencer otros obstáculos y acercarse algo más a la obra maestra.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 87
De una manera simbólica el maestro de obras lleva una «máscara» a la manera de los sacerdotes antiguos que representaban los misterios sagrados. Para todos los que trabajan en la cantera, es un rostro hierático, eternamente semejante a sí mismo, persuadiendo a todos de la verdad de la obra emprendida. Las palabras que salen de su boca se convierten en actos y anima un espíritu comunitario nutrido de un calor humano tan discreto como constante. Ciertamente, el maestro de obras no se engaña; sabe que el Hombre no está acabado y que, una vez más, no se alcanzará la perfección. Tanto mejor, habrá que viajar de nuevo, construir una nueva catedral, vencer otros obstáculos y acercarse algo más a la obra maestra.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 131
El hombre que no siente en su carne la verdad de los símbolos no es digno de su consideración.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 130
En ningún momento el maestro de obras separa el trabajo material del espiritual. Pasa por la materia para alcanzar el espíritu porque todas las demás vías le parecen utópicas y falaces. El hombre que no siente en su carne la verdad de los símbolos no es digno de su consideración. Toda su atención se concentra sobre la manera de hacer: si un gremial demasiado hábil logra su talla sin vivir su trabajo lo amonesta sin contemplaciones. Por el contrario, alienta con la mirada al aprendiz que acaba de estropearlo todo avanzando un paso. Se desencadena su cólera cuando un obrero alardea de su valor en una taberna de la ciudad y le advierte que si quebranta por segunda vez la sagrada regla del anonimato lo expulsará de la cantera. —¿Cómo puedes creer que el arte sirva para expresar tus sentimientos personales? —le dice—. ¿No sabes que lo único que tiene importancia es la idea que ha de transmitirse y no quien la transmite? Algunos días se comete la falta más grave: un cantero distraído estropea una escultura casi terminada. El hombre desciende del andamio y, con la muerte en el alma, avisa al maestro de obras. Inmediatamente éste hace que coloquen la piedra estropeada sobre unas angarillas y la cubre con un velo negro. Reuniendo a todos los trabajadores de la cantera, se organiza una procesión. Vestido de luto, el culpable marcha en cabeza y transportan la piedra asesinada hasta un cementerio donde se la entierra. Una vez terminada la ceremonia, se reanuda el trabajo y el obrero inhábil se consagra a la creación de una nueva obra maestra que haga olvidar su crimen. Durante las etapas de la construcción el maestro de obras vela para que cada participante cumpla su función y se integre de una manera perfecta a la empresa colectiva. Con frecuencia ha de responder a las críticas de los escultores. —¿Acaso no somos simples copistas? —le preguntan. El copista ejecuta sin conciencia —contesta el maestro—. En cuanto a vosotros, identificaos con los símbolos grabados y descubrid el auténtico significado de vuestro trabajo. En vez de explotar vuestras minúsculas cualidades, en vez de engreíros exponiendo vuestro saber ante los que empiezan, haced que penetre en vosotros nuestra regla de vida. Dominaos, no toleréis ninguna debilidad en vosotros. Mañana seréis libres si practicáis un conocimiento directo de la piedra que os conducirá a vuestra auténtica personalidad. Rectificad sin cesar y encontraréis la luz oculta en vuestras manos.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 160
La arquitectura es la madre de todas las artes y sin la presencia de la catedral no tienen sentido la pintura ni la escultura. El maestro de obras unifica y reúne. El edificio no es un fin, sino un crisol en el que el hombre sincero descubre su propio camino. En los períodos en los que la serenidad se ve aguijoneada por la inquietud, el maestro recuerda el relato de uno de sus remotos antepasados, un carpintero a quien el rey había pedido que le explicara sus secretos. —Iba por un bosque en las montañas —contestó el carpintero— y me dediqué a observar la Naturaleza de los árboles, y solamente cuando mis ojos tropezaron con unas formas perfectas surgió en mí la visión de mi armazón y puse manos a la obra. Sin ello no sé qué hubiera sido de mi trabajo. Gracias al acuerdo perfecto entre mi naturaleza y el árbol mi obra parece la de un dios. El maestro de obras no se preocupa por la superficie de la piedra ni por el aspecto superficial de la Naturaleza. Trata de comulgar con el centro de la materia, toca el corazón del bloque que se ha de esculpir y modela el alma de sus compañeros. Desde la cima de las flechas, contempla todo el paisaje de este mundo donde todo está presente.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 162-163
En 1613, el jurista Loyseau considera el trabajo manual como una ocupación «vil, sórdida y deshonrosa». En 1672, la palabra «artista» aparece en el diccionario de la Academia y relega la de «artesano» a las tinieblas de las gentes sin importancia. Quedan separados el arte y el oficio, la obra ya no pertenece a Dios ni al maestro. El arte moderno nace en un clima de muerte espiritual en el que se desprecia el trabajo manual, en el que la inteligencia de la mano ha dejado ya de ser un valor esencial de la civilización. El operario tradicional, en virtud de su oficio, realizaba un acto de creación. Incorporaba el espíritu a la materia y respondía a una vocación, a una llamada cuyo origen desconocía, pero de la que escuchaba la voz. El hallazgo del maestro de obras era el auténtico nacimiento, la más extraordinaria aventura. No cabe la menor duda de que la angustia contemporánea y la vacuidad estéril de nuestras formas artísticas se deben al hecho de que el oficio de hombre ya no es un arte de vivir y la ocasión de ejercer su maestría. Sin embargo, sucumbir a las lamentaciones, a la nostalgia del pasado o a la desesperación sería traicionar el ideal imperecedero del maestro de obra cuya sonrisa animará siempre la misma esperanza: construir a la vez al hombre y al templo.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 165-166
La catedral es la voz del maestro de obras.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 166
Quiéralo o no el hombre, el mundo sigue edificándose cada día; el Universo es un lugar de perpetuas mutaciones, de transformaciones incesantes que en su mayoría se nos evaden. El tiempo que transcurre nos permite comprobarlo, en parte, en nuestra propia existencia/ ya que nuestra apariencia física se modifica igual que nuestra visión personal de la vida. En el fondo de ese movimiento existe algo inmutable, un punto central: la raza «Hombre» se encuentra en cada individuo, el Universo permanece en equilibrio y nos impregna con su radiación.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 167
La catedral perfecta del Universo es la ciudad de Dios. Todo está ordenado en ella de acuerdo con unos ritmos que no varían nunca. Los planetas cumplen su revolución con una tranquila constancia, el sol se levanta cada mañana por el Este y las fases de la luna se repiten cada mes. Es posible prever, por la observación y el cálculo, el desplazamiento de los astros y comprender las leyes celestes que aplica el arquitecto soberano de los mundos, sin fallar un solo instante. Si el cielo es el lugar donde se expresan magníficas; verdades, la organización de la Tierra ha de hacerse a su imagen. Así, pues, los maestros de obras tienen el deber de volver a crear la morada divina en el suelo de Occidente con el fin de que todos los hombres tengan ante sus ojos una imagen de la arquitectura secreta del paraíso, una imagen que les permitirá perfeccionarse y edificar el templo en sí mismos.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 167
Para la Edad Media, el destino humano está claro: venimos de Dios y vamos hacia Dios. No hemos elegido el día de nuestro nacimiento y tampoco elegiremos el de nuestra muerte. Nuestra aventura se desarrolla entre esos dos límites, tan misterioso uno como el otro y somos responsables de la orientación que adoptemos: negarnos a aceptar el misterio, hundiéndonos en la ignorancia o aceptarlo tal como es y avanzar hacia el Conocimiento. El milagro de las catedrales es uno de los pocos que nos da el medio de progresar por esta última vía. Ellas son otros tantos hitos indicadores en el bosque de los símbolos, otras tantas brújulas que mantienen el sentido de la vida.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 167
En el interior de las catedrales se celebraba, a cada instante, la unión entre el hombre y el Creador. Esas mansiones sagradas, alcanzando a la vez la mayor altura y la más lejana profundidad, integran el cuerpo inmortal de la Sabiduría al cuerpo mortal del individuo y de esta alianza surge el hombre nuevo que habla todas las lenguas…
… al franquear el umbral de una catedral nos sentimos acogidos por piedras vivas. En el templo, nuestros pensamientos se entretejen con la imagen de las nervaduras, nuestros sentimientos se ennoblecen y se yerguen siguiendo la línea de los pilares y nuestra mirada se colma con el color inmaterial de las vidrieras. Para el hombre de la Edad Media, la catedral es, de una manera tangible, la Jerusalén celeste. Sabe que la palabra de las piedras le revela las virtudes que necesita y le pone en guardia contra los errores fatales; sabe que la cripta comunica directamente con nuestra Madre la Tierra y que la ventana circular de la bóveda se abre ante nuestro Padre el Cielo. En la catedral ya no es un caminante, un forastero inquieto por el mañana, sino un invitado colmado de las más valiosas riquezas, un hijo que Nuestra Señora recibe en su palacio. Sin embargo, lo que le espera es el trabajo y no el reposo. Y también sabe que ese trabajo es un don porque transforma el mundo en plegaria y el alma en luz.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 168-169
El edificio (la catedral) ejerce una protección mágica. Su campanario ahuyenta a los demonios y provoca la llegada de los ángeles que ayudarán a los ciudadanos con sus consejos. Las gárgolas disipan las tempestades y las flechas atraen el influjo magnético que se extenderá sobre la población y la mantendrá en resonancia con los movimientos celestes. La construcción entera en un talismán gigantesco que pone a la comunidad al abrigo de las fuerzas hostiles; una ciudad privada de templo está expuesta a las peores calamidades.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 172-173
La Edad Media intentó crear comunidades, no multitudes. A la unidad de las piedras juntas respondía la unidad de la comunidad de hombres ligados por la veneración de un mundo sagrado. El «cuerpo místico» de Jesucristo se encarnaba, precisamente, en el alma de una población unida alrededor de su iglesia.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 173
Debemos citar aquí un párrafo de una carta circular de la Facultad parisiense de Teología, fechada en marzo de 1444. Los últimos sabios de la época medieval explicaban de una manera admirable el profundo sentido de la fiesta de los Locos:
«Nuestros predecesores, que eran unos grandes personajes, permitieron esta Fiesta. Vivamos como ellos y hagamos lo que ellos hicieron. No hagamos estas cosas con seriedad, sino tan sólo por juego y para divertirnos, siguiendo la antigua costumbre, a fin de que la locura que nos es natural y que parece nacida en nosotros desaparezca y se evada por ese canal, al menos una vez al año. Los toneles de vino estallarían si de vez en cuando no se les abriera la piquera o el bitoque para que penetrara el aire en ellos. Ahora bien, nosotros somos unos viejos bajeles o unos toneles con los sellos mal colocados que el vino de la Sabiduría haría estallar si lo dejásemos hervir de esa manera con una continua devoción al servicio divino. Hay que airearlo y aflojarlo por temor a que se pierda y se desparrame sin beneficio alguno.»
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 174
Una de sus funciones más extraordinarias y de las menos conocidas es la de ser una central que emite y distribuye la energía cósmica. Este concepto es de origen egipcio ya que en los templos faraónicos se hacía la ofrenda a los dioses para que la creación se renueve y aporte su dinamismo a la Humanidad. No hay ninguna diferencia entre la energía espiritual y la que hace moverse la corteza celeste y agita los mares. Un número reducido de sacerdotes iniciados la acumula en el lugar santo y se ocupa de regularizarla. Como escribía Heer, nuestras antiguas iglesias son comparables a los trituradores atómicos, ya que en ellas se concentran los poderes benéficos, conservados constantemente por el recogimiento, la liturgia y los símbolos. En vez de disociar la materia y de jugar a aprendiz de brujo, el sabio medieval manejaba las fuerzas universales con respeto y lucidez. De este modo impedía la inevitable explosión que se produce cuando el hombre destruye los ciclos naturales que no llega a comprender a causa de su vanidad.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 175
Cuando la piedra habla, la materia se convierte en espíritu, el hombre y la catedral son una sola carne. Más allá de las edades, la piedra nos llama por nuestro verdadero nombre y podemos oír el eco de su palabra que resuena bajo las bóvedas y repercute de símbolo en símbolo.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 177
La desviación del eje es un fenómeno corriente de la Edad Media. Casi siempre se observa que el eje de la nave no se encuentra en la prolongación exacta del eje del coro. Los arqueólogos, al no encontrar una explicación satisfactoria desde el punto de vista racional, han llegado a la conclusión de que esta anomalía se debe a las irregularidades del suelo, o a la reanudación de un programa de construcción abandonado por dificultades pecuniarias. Según ellos, los constructores de una segunda cantera no habrían logrado respetar la dirección establecida por los de la primera. Esto es olvidar la calidad de los maestros de obras y la capacidad técnica de los gremiales constructores. En realidad, la desviación del eje es una práctica simbólica conocida desde la época faraónica, cuyo ejemplo más célebre puede verse en el templo de Luxor, en el Alto Egipto. La desviación marca la ruptura entre la nave de los fieles, donde aún se busca lo sagrado a través de la razón, y el coro de oficiantes donde se recurre a la intuición, a la visión directa de lo divino. Al rectángulo de la nave sucede la curvatura, esta desviación del eje corresponde a un principio pitagórico caro a los maestros de obras: la simetría, ha muerto, la disimetría es vida. La línea recta es un invento humano absolutamente arbitrario, la línea quebrada es el reconocimiento de la energía que hace vibrar a la Naturaleza.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 186
El laberinto está inscrito en el pavimento de la nave. En su centro aparece frecuentemente la figura desuno o varios maestros de obras, símbolos en este mundo del arquitecto divino. Los meandros del laberinto son las tramas de la existencia humana, sus gozos y sus penas, así como la floración de la Naturaleza. El laberinto llamado «camino de Jerusalén», o «lugar de Jerusalén», era el punto terminal de los peregrinajes de la carne y el espíritu. Se recorren sus derredores de rodillas utilizando el «Hilo de Ariadna», el cordel dé los constructores, a fin de llegar hasta el corazón del símbolo y de regresar para transmitir la experiencia adquirida. En cierto modo, el laberinto es el camino de los constructores que parten a la búsqueda de su oriente perdido. En esta ruta el hombre se despoja y revive la aventura del Gólgota. Perdido entre la multitud, el peregrino de la Edad Media aspira a la fraternidad de los constructores que comulgan al servicia de Dios.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 192-193
La Edad Media simbólica se encuentra siempre presente en nosotros. Por el interés medio de sus monumentos y de sus esculturas nos ofrece un medio excepcional de penetración hacia las alturas y las profundidades. Sus símbolos proceden de una Tradición que magnifica el instante de conciencia, el momento de gracia cuando el pensamiento individual se abandona a sí mismo para confiarse a la corona de gloria formada por las catedrales y la Naturaleza. No contemplemos el arte medieval desde el exterior como eruditos muy poco sensibles o turistas demasiado apresurados. Nos orienta hacia la divinidad contenida en nosotros, hacia nuestra mirada de luz que escapa a la Historia y al tiempo.
Christian Jacq & François Brunier
El mensaje de los constructores de catedrales, página 204
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