“No es que me moleste pero ¿cómo es que se sienta usted aquí a mi lado? La biblioteca está desierta, puede escoger el sitio que le apetezca.”
“Es lo que he hecho. El oráculo me ha indicado que es a ti a quien debo buscar.”
“¿Oráculo? ¿Buscarme a mí? Perdone usted, buen hombre, pero mañana tengo un examen sobre Kant y el idealismo alemán y he de estudiarme este volumen de…”
“Eso no es importante. Escucha, cavilius, he de hablar contigo de algo que sí lo es, y mucho.”
“Ah, ya veo. Se está usted confundiendo de persona; yo no me llamo así, yo me llamo…”
“Te llamarás, algún día te llamarás así… Dentro de 3 lustros te cansarás de tu nombre y lo cambiarás por el de cavilius.”
“Esteeee… Bien, de acuerdo, lo que usted diga. Ahora, si me disculpa, creo que mi pedicuro me está esperando.”
“Aguarda; sólo te pido que me escuches. Será un momento.”

“Adelante, adelante, faltaría más. Que espere el pedicuro.”
“Mi nombre es Philipp Vandenberg… ¿No te suena? Da igual, te sonará cuando dupliques tu edad. Soy investigador y escritor, y hace doce años, cuando tú tenías la mitad de los que tienes ahora, escribí un libro sobre Grecia. Lo acaban de publicar en España.”
“Sssstupendo, felicidades. Si lo veo lo compraré, siempre he querido saber cuántos griegos hay en Grecia. ¿Ya está?”
“El libro no trata de demografía sino de oráculos. De oráculos griegos. Esos lugares sagrados donde los antiguos hacían preguntas sobre su destino, sobre el futuro de sus vidas, sobre el éxito o el fracaso de sus proyectos. Sabes qué es un oráculo, ¿verdad?”
“Claro que sé qué es un oráculo, quién no sabe qué es un oráculo, hasta el más ignorante sabe qué es un oráculo. Los oráculos no son ningún secreto para mí.”
“Bien, ahora estoy seguro de que eres la persona que necesito: el libro se titula precisamente El secreto de los oráculos.”
“Vaya por Dios.”
“En él hago un recorrido por los oráculos más importantes del mundo antiguo: Olimpia, Delos, Dodona, Siwah, el oráculo de la muerte junto al río Aqueronte, el del sueño en Oropo… y sobre todo, sobre todo, el oráculo sagrado de Apolo en Delfos. Describo el funcionamiento de todos ellos (hasta donde se conoce, claro), expongo los hallazgos arqueológicos que ofrecen pruebas reales de su existencia, utilizo las fuentes antiguas para ilustrar qué uso se les daba… Por supuesto, ten en cuenta que el libro tiene ya doce años y que cuando tú lo leas tendrá casi 30; para entonces se habrán hecho descubrimientos nuevos que yo no he podido recoger en mi libro; por ejemplo, que las emanaciones subterráneas que la pitia de Delfos aspiraba antes de cada vaticinio eran de gas metano.”
“Apasionante, buen hombre; así que yo leeré el libro el siglo que viene. Menos mal. Y supongo que lo de colar la palabra ‘secreto’ en el título es por poner un anzuelo para que el público pique, porque por lo que me está contando, el libro debe de ser un peñazo, con perdón.”
“No lo creas. El libro desvela el auténtico secreto de los oráculos, descubre el arcano de sus rituales, revela el misterio de la voz de los dioses y de los muertos. Porque ¿sabías que unos oráculos permitían entrar en contacto con los dioses del Olimpo, y otros en cambio lo hacían con los muertos que habitan el Hades? ¿Que unos requerían de intermediarios para establecer el contacto, y en otros eran los mismos consultantes los que experimentaban el éxtasis? ¿Que en unos los dioses hablaban a través de la voz de una pitia, y en otros mediante el viento susurrante a través de las hojas de una encina; unos respondían a las consultas con un simple “sí” o “no”, y otros con enigmáticos versos? Todo esto y mucho más queda desvelado en el libro. ¿Quieres saber cuál es el subtítulo? ‘Los arqueólogos descifran el misterio mejor guardado de la Antigüedad’. ¿Qué te parece?”
“Pues eso, apasionante, ya le digo. Entonces seguro que esas palabras, ‘secreto’, ‘misterio’ y tal, salen en el libro a cada golpe de página, ¿no? Seguro que cada vez que explica usted cómo se descubrió algún antro de esos donde los pitonisos se comunicaban con los dioses o los muertos, se encomienda usted a todos los sacrosantos misterios y enigmas habidos y por haber en el mundo mundial. Seguro que descubre usted en su libro las conexiones secretas entre los oráculos griegos, los extraterrestres del triángulo de las Bermudas y las psicofonías de los castillos medievales. ¿No?”
“No hago nada de eso, malpensado. Apenas uso esas palabras en el libro. Tiempo tendré de escribir sobre escarabajos verdes, quintos evangelios, conjuras vaticanas y otras tonterías. Las tengo todas en mi cabeza, no tengo prisa. Cierto que mi primer libro trató sobre maldiciones faraónicas, ¿hay algo más absurdo que eso? Pero en este libro hablo de oráculos; es un libro serio, riguroso y documentado. Además, no es una novela, donde uno puede permitirse licencias fantasiosas sin que se note demasiado; esto lo he escrito dotándolo de un tono de periodismo de investigación y de reportaje sobre el terreno. Yo mismo he sido periodista muchos años, así que no soy un novato. Te aseguro que he procurado hacer un libro ameno pero sin renunciar al rigor y a la documentación.”
“Vale, vale. Por mí como si lo escribe en estilo romántico tardío; si lo que quiere decir es que no es un libro aburrido, ya le entiendo, ya. Pero lo de documentado permítame que lo dude. Porque claro, supongo que habrá tirado usted de…”
“De quién va a ser: del genio de Herodoto y del incansable Pausanias. Bueno, también de otros, como Plutarco, Tácito, etc. Además, he puesto bastantes ilustraciones, y eso siempre se agradece cuando se trata de libros descriptivos como el mío. Aunque he de confesarte, porque me caes bien (pero que quede entre tú y yo), que el libro se me quedaba corto sólo describiendo los diez o doce oráculos que tenía previstos y explicando las cuatro cosillas sobre cómo fueron descubiertos por los arqueólogos y cómo se supone que funcionaban. Así que eché mano de Herodoto una vez más y colé por allí en medio un par de capítulos explicando largo y tendido lo del oráculo de Delfos y el rey Creso, y lo de Temístocles y los muros de madera.”
“Pues sí que suena muy riguroso su estudio, sí. Pero en fin, si dice usted que el libro va de oráculos, esas anécdotas también van de oráculos, así que al menos en eso es coherente. Aunque, si me permite que le haga yo de pitoniso particular, me temo que su libro va a tener menos éxito que el chico ese que se pasea ahora por Francia en bicicleta, Miguel Indurain o como se llame. El tema de conocer el futuro y consultar a los adivinos interesa mucho en este país, pero siempre que se trate del entorno cercano; lo que sucedió hace 2000 ó 3000 años, señor Vandeburgo, no creo que sea algo que llame mucho la atención. Por desgracia, añado.”
“Vandenberg. Eso cambiará, amigo cavilius, cambiará… En los años venideros habrá una predilección especial por conocer la Historia, ya sea a través de novelas o de ensayos. Mi libro se venderá con éxito aquí, como se ha vendido en mi país. Ya lo verás, dentro de unos años será imposible encontrar un ejemplar.”
“Pues nada, que me alegro. Y si le parece, me levanto y me voy ya, ¿eh?”
“Espera, aún no te he dicho por qué te he buscado y por qué te necesito.”
“Tampoco se crea que quiero saberlo, en serio. Además, y sin ánimo de ofender demasiado: ¿realmente le parece un éxito que dentro de unos años sea imposible encontrar un ejemplar de su libro? A mí me preocuparía un poco.”
“A eso voy. Escucha un minuto más, ahora viene lo más importante: he de revelarte lo que me ha dicho el gran oráculo délfico, que es la razón por la que estoy hoy aquí.”
“Pero en cuanto me lo diga me largo, tanto si le parece mal como si le parece peor. ¿De acuerdo?”
“Serás libre de hacer lo que quieras. Atiende y escucha lo que el oráculo me dijo sobre ti: cuando tu afecto hacia los griegos, ahora inexistente, se haya despertado, cuando cambies tu nombre por el de cavilius, cuando el destino haga que sientas interés por los oráculos, por Delfos, por sus misterios; cuando ese destino ponga en tus manos el secreto del oráculo, cuando sientas que debes decir lo que piensas de ese secreto, entonces y sólo entonces ese mismo destino pondrá en tus manos mi libro; y entonces y sólo entonces lo leerás, y lo darás a conocer de nuevo al mundo, y rememorarás esta conversación; y entonces y sólo entonces comprenderás de qué te he estado hablando todo este tiempo.”
“Ajajá. O sea, que dentro de ¿3 lustros me dijo?, cuando el destino tenga a bien mostrarme el secreto del oráculo y yo diga lo que pienso de él, me encontraré con su libro, lo leeré y lo daré a conocer. ¿Y para qué diantres lo daré a conocer, hombre de Dios, si nadie podrá leerlo? Porque me acaba de decir que en unos años no existirá ni un ejemplar de él. Le he pillado, ¿eh, truhán?”
“Dentro de no mucho tiempo, amigo cavilius, todo el conocimiento humano estará flotando en un éter invisible llamado internet, que se extenderá por todo el planeta y del cual todos nosotros seremos adictos…”
“Internet; no lo he oído en mi vida. ¿Y?”
“Allí estará mi libro. Bastará con que, cuando llegue el momento, recuerdes este apretón de manos que ahora te doy, y todo el que quiera leer mi libro podrá hacerlo.”
“Ah, muy bien. Y una última pregunta, si no le sabe mal: ¿por qué ha escrito usted este libro?, ¿cuál es el secreto de los oráculos, ése que dice usted que han descifrado los arqueólogos? ¿Realmente ha sido así? Me tiene intrigadísimo.”
“Amigo cavilius, eso es algo que no te puedo desvelar y que tampoco encontrarás en las páginas del libro. Porque allí sólo está el camino para que tu espíritu, o el de cualquiera que tenga a bien recorrerlo, intuya qué hay tras el umbral que separa lo humano de lo divino. Cuando ese espíritu recorra la Vía Sagrada de Delfos, y el tuyo lo hará dentro de 3 lustros, cuando contemple la casa del dios, cuando adivine el ádyton entre sus ruinas, quizá ese espíritu sienta algo especial o quizá no. Si lo siente, estará entonces muy cerca de conocer el secreto del oráculo.”
“Pues me parece perfecto, sobre todo porque no he entendido ni una palabra. Y ahora, si me disculpa, se me está pasando el arroz. Encantado de conocerle, señor Vandeburgos, y a seguir bien.”

Philipp Vandenberg
El Secreto de los Oráculos?







No hay comentarios: