Ausencia (Veinte ciudades de hombres me separan de ti)

Veinte ciudades de hombres me separan de ti,
pequeñita que llenas mi corazón tan grande.
Entre nosotros dos, la distancia enemiga
aleja nuestros cuerpos, ávidos de estrecharse.

La lejanía yergue sus muros invisibles,
en donde nuestras manos vanamente golpean.
Miro, a través de largo camino polvoriento,
tus brazos cariñosos que, allá lejos, me esperan.

Estás ausente tú, la que no ha muchas tardes
se ceñía a mi cuerpo con amoroso lazo;
la que llenó de amor con su carne aromada
la trémula oquedad que le hicieron mis brazos.

Y hoy estos brazos caen, vencidos, agobiados.
La vida, en torno a mí, se desliza tranquila.
No estás tú, mi pequeña, no estás, y este hombre triste
no ha de mirarse al fondo de tus negras pupilas.

Otros ojos te ven y yo no puedo verte,
yo, que te sé mirar como nadie te mira.
Almas de otros recogen tu perfume de pena,
cuando en las tardes tristes, tu corazón suspira.

Mal de ausencia es el mío, y el tuyo es mal de ausencia,
mal de quererse mucho sin poderse querer,
sin que puedan los labios decir eso divino
que en el beso se dicen el hombre y la mujer.

Hoy, el cielo está gris, y mi alma gris, pequeña.
allá donde tú estás se alza toda la aurora.
Sólo con tu recuerdo -la recordaba lejos-
busco el rincón distante donde te encuentras, sola.

Y pienso que mañana te encontraré de nuevo.
de nuevo, en carne y alma, junto a tu amor, feliz.
Pero la vida es corta, mi pequeña, muy corta,
¡y un día de mi vida, yo he pasado sin ti!

José Luis Romeo Murga Sierralta



Con baja y lenta voz

Nadie lo sepa, amada, y a pesar del espacio
que nos separa, hablemos con baja y lenta voz
de aquel amor que yace, como un niño dormido,
sobre mi corazón, sobre tu corazón.

Tú eras una divina mujercita pequeña;
cabellera de sol, grandes ojos de sombra.
Yo tenía tan sólo mi corazón que tiembla;
yo no era más que un niño aspirando una rosa.

Rosa que todavía me perfuma las manos,
y nunca será flor entre las manos de nadie,
porque le dió su sabia mi corazón extraño
que es una rosa viva, de pétalos de sangre.

Puro y claro, mi amor me dio el gozo y la pena,
la pena de perderlo para no hallarlo más.
¡Por qué no te amé siempre de lejos, de muy lejos,
como el mar a la luna, como la luna al mar!

Así no sufriríamos de este recuerdo, ahora,
Pero no… consolémonos y bajemos la voz.
Nos endulzó y pasó, como todas las cosas.
Calla. No maldigamos, ¡Si nos oyera Dios!

Romeo Murga



"Hay un ciclo sin nubes, de azul sonrisa inmensa 
ardiente y vasto cielo sobre la tierra ardiente.
En este luminoso cielo de Dios, destella
la cabellera rubia de un sol adolescente."




Romeo Murga


La lejana

Como el sendero blanco
por donde vuela mi verso,
eres tú, toda llena de las cosas lejanas,
tienes algo de extraño, de sutil y disperso,
como el polvo que dejan atrás las caravanas,
amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares
tienes el gesto claro, la blanca osadía
de las velas que parten hacía todos los mares…
Todo mundo sabe de tus huellas. Los montes
y el viento te desean. Tú - sin saber, acaso
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
como sobre un regazo.
Y otra vez al camino, el viaje ha comenzado,
A las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado,
yo no podría detenerte.
Me quedaría inmóvil. No me querría
a tu pálida vista de ensueños y de azahares
sólo por la tristeza de mirarte partir
como una vela blanca, hacia todos los mares…

Romeo Murga


"Mi voz ungida en suavidades 
irá a través de las edades

como el rumor de un claro río."



Romeo Murga

Soledad, otoño

Estoy solo en la vasta soledad de la tarde,
solo entre todo el mundo; junto a la vida, solo.
Caen sobre el camino polvoriento del parque
las hojas de oro.

Tú cruzas el camino, como yo, solitaria,
envuelta en una pálida claridad otoñal.
Inevitablemente, se hallan nuestras miradas,
y en la paz del crepúsculo, nos miramos en paz.

Pasas. Y yo te quiero a mi lado, este otoño.
Tu también me quisieras tener juntos a tus sombras.
Te llamo desde el fondo de mi ser. Y estoy solo.
Y tú vas sola.

Me han contado tus ojos lo que tú me amarías.
(lo que yo te amaría, quién lo podrá contar)
si llegaran a unirse nuestras dos soledades
en una sola soledad.

No ha de ser. Ya la tarde siente venir las sombras
y en el camino caen tristes hojas de oro.
me has llamado desde el fondo de tu alma. Y sigues sola.
Y me quedo solo.

Romeo Murga


Tu voz

Tu voz, eso es lo que amo,
más que tu corazón y casi más que a ti;
esa cosa invisible que sale de tus labios,
y junto a mis oídos, triste, viene a morir;
esa cosa tan dulce con que tú me respondes
y con que aquella tarde me dijiste que sí.

Tu voz, eso es lo que amo. ¡qué bonita es tu voz!
Más que tu cuerpo todo y más que toda tu alma.

¡Qué manera que tienes de embellecer las sílabas,
gotas del encantado surtidor de tu charla!
¡como vibra en el aire la música pequeña
de tu voz, perfumada de evocaciones claras!
¡Con qué dulzura pende de tu boca graciosa
en invisible y diáfano rosario de palabras!

Tu voz, eso es lo que amo;
el eco triste y trémulo de tu alma triste y trémula;
eso que cuando callas, se aleja hacia la sombra,
y cuando vas a hablarme, desde la sombra llega.

Amo tu voz, tan tenue como la brisa que pasa
rozándole los pétalos al clavel de tus labios,
y otras veces tan ruda, que al escucharla ha sido
como si un viento ronco me desbaratara el alma.

cuando tu voz me canta, bella fuente escondida,
se hace alegre la turbia tristeza de mis tardes.
Amada, no me pidas que te bese en la boca;
tu boca es para hablarme.
No quieras que te colme de efusión amorosa;
yo soy para escucharte, solo para escucharte.

Háblame siempre. Siempre, menos en mi agonía,
porque si en esa hora tu voz me acariciase,
ya la gloria de Dios no me sabría a gloria,
y encontraría débil el coro de los ángeles.

Romeo Murga







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