El astro errante

"Yo era el astro que erraba en el espacio
al azar de los vientos de la vida,
y tú fuiste la estrella misteriosa
que me brindó su lumbre bendecida.

Sin ti, la eterna noche me rodeara
como al astro maldito del vacío,
y mi vida sin ti se consumiera
en perpetuo y estéril desvarío.

Tú me diste la fe que me faltaba,
me calentó la luz de tu mirada,
¡y esa luz, que me envidian los extraños,
es la luz de tu amor, es luz prestada!"

Olegario Víctor Andrade


El consejo materno

Ven para acá, me dijo dulcemente
mi madre cierto día,
( aún me parece que escucho en el ambiente
de su voz la celeste melodía).

Ven y dime qué causas tan extrañas
te arrancan esa lágrima, hijo mío,
que cuelga de tus trémulas pestañas
corno gota cuajada de rocío.

Tú tienes una pena y me la ocultas:
¿no sabes que la madre más sencilla
sabe leer en el alma de sus hijos
como tú en la cartilla?

¿Quieres que te adivine lo que sientes?
Ven para acá pilluelo,
que con un par de besos en la frente
disiparé las nubes de tu cielo.

Yo prorrumpí a llorar, -Nada le dije,
las causa de mis lágrimas ignoro;
pero de vez en cuando se me oprime
el corazón, y ¡lloro!..

Ella inclinó la frente pensativa
se turbó su pupila.
y enjugando sus ojos y los míos,
me dijo más tranquila:

Llama siempre a tu madre cuando sufras
que vendrá muerta o viva:
si está en el mundo a compartir tus penas,
Y lo hago así cuando la suerte ruda
como hoy perturba de mi hogar la calma:
¡ invoco el nombre de mi madre amada,
y entonces siento que se ensancha mi alma

Olegario Víctor Andrade


La Atlántida

CANTO AL PORVENIR DE LA RAZA LATINA EN AMERICA

¡Wake! 
  Hamlet.

I

Cada vez que en la cumbre desolada 
de la ardua cordillera, 
y tras hondo angustioso paroxismo, 
como caliente lágrima postrera, 
brota de las entrañas del abismo 
misterioso raudal, germen naciente 
de turbio lago, caudaloso río, 
ronca cascada o bramador torrente, 
pardas nubes descienden a tejerle 
caprichoso y movible cortinaje, 
y abandonan los negros huracanes 
sus lóbregas cavernas 
para arrullar con cántico salvaje 
su sueño, y en señal de regocijo, 
sobre muros de nieves sempiternas, 
desplegan, combatientes del vacío, 
taciturnos guardianes 
del infinito páramo sombrío, 
sus flámulas de fuego los volcanes! 
Raudales de la historia son las razas, 
raudales que en la cuna 
vela el misterio y con afán prolijo 
la fábula, Nereida soñadora 
que el verde junco con la yedra aduna, 
como la dulce madre que desplega 
sobre la tersa frente de su hijo 
teñida por los rayos de la aurora 
su manto, de amor ciega, 
envuelve con fantásticos cendales! 
Mientras se llena el mundo 
de rumor de catástrofes. — En tanto, 
con las alas abiertas, 
cruza la tierra el ángel del espanto 
y agita sus antorchas funerales 
el incendio iracundo 
sobre la tumba de las razas muertas! 
Allá en el fondo obscuro 
del valle que a las pies del Apenino 
se extiende como alfombra de esmeralda 
palenque misterioso del destino! 
Do el Tíber serpentea 
del monte Albano en la risueña falda, — 
vago rumor se siente... 
el rumor de una raza despertada 
con el sello de Dios sobre la frente! 
Y en el confín lejano 
del mar, que muere en la desierta playa 
del Asia envejecida, 
con eterno lamento, 
hondo clamor hasta los cielos sube, 
que en son medroso, el viento 
esparce por la tierra estremecida! 
La raza que despierta 
como enjambre irritado, en las sombrías 
hondonadas del Lacio, 
es la raza latina, destinada 
a inaugurar la historia 
y a abarcar el espacio 
llevando por esclava a la victoria! 
Y el clamor que resuena 
de la alta noche en la quietud sagrada, 
es el grito de Illión, que se desploma 
como gigante estatua derribada, 
astro que se hunde en tenebroso ocaso 
cuando surge en Oriente el sol de Roma! 

II

Raudal que al descender a la llanura 
se torna en ancho río, — 
aquella tribu obscura 
en turbulento pueblo convertida 
sintió dentro del seno 
la inquietud de la ola comprimida, 
el rumor interior, la voz de trueno 
que emplaza a las naciones 
a las gigantes luchas de la vida! 
Y se lanzó impaciente 
en pos de sus destinos inmortales, 
dando al viento los bélicos pendones, 
siniestras mensajeros del estrago,
y encendiendo en el negro promontorio, 
para servir de faro a sus legiones, 
la colosal hoguera de Cartago! 
Nada detuvo el vuelo soberano 
del águila latina — 
la tierra despertó como de un sueño 
al sentirla pasar. El Océano, 
generoso corcel que el cuello inclina 
cuando siente a su dueño, 
rugió de gozo y le rindió homenaje, — 
todo lo holló con planta vencedora: 
la montaña y el páramo salvaje, 
las misteriosas selvas seculares 
en que al compás de místicas endechas 
afilaba el germano taciturno 
con siniestra ansiedad el haz de flechas; 
y las negras pirámides distantes, 
que a la luz del crepúsculo parecen 
abandonadas tiendas de campaña 
de una raza extinguida de gigantes! 
Grecia le abrió los brazos, olvidada 
de su antiguo esplendor. — La Iberia altiva, 
como severa reina destronada, 
dobló la frente ensangrentada al yugo, 
mas no su corazón — eterna hoguera 
en que la llama de Sagunto ardía 
con rojizo fulgor. — La Galia fiera 
lanzó a los aires resonante grito, 
y el escudo de bronce hirió tres veces 
sobre el dolmen maldito! 
Pero cayó expirante en la contienda 
para dormir el sueño del esclavo 
de César en la tienda! 
y el Cármata cruel, el Cretón bravo, 
el escita ligero, 
el sombrío, feroz escandinavo 
que en las brumas polares 
de otro mundo olfateaba el derrotero, 
fueron a prosternarse en sus altares! 
¡Largo su imperio fué! ¡Largo y fecundo' 
el hacha del Lictor estuvo siglos 
alzada sobre el mundo! 
Cantó su origen inmortal, Virgilio, 
sus desastres, Lucano, 
mientras brillaba en el lejano Oriente 
la luz primera del ideal Cristiano! 
Y en brazos de los Césares dormía, 
al rumor de los sáficos de Horario, 
enervada y tranquila, 
cuando sintió tronar en el espacio 
el rudo casco del corcel de Atila! 
¡Despertó, pero tarde! En vez del rayo 
que en sus manos un día 
viera la tierra atónita, llevaba 
el áureo tirso, y en la mustia frente 
la corona de yedra de la orgía! 
Corrió al foro, llamando a sus legiones 
dispersas y distantes, 
y sólo contestaron los histriones 
mezclados al tropel de las Bacantes! 
Volvió al cielo los ojos, y en el fondo 
del cielo, en sangre tinto, 
creyó ver que cruzaban en silencio, 
como un augurio aciago, 
la sombra lastimera de Corinto 
y el fantasma lloroso de Cartago! 
¡Era tarde en verdad! El sol de Roma, 
luz de la historia y esplendor del orbe, 
del Aventino tras la obscura loma 
y de la plebe trémula a los ojos 
para siempre se hundió. — Rojo cometa 
del horizonte en la desierta cumbre 
apareció tras él, vibrando enojos — 
nubes del Septentrión, vientos del polo, 
sobre la tierra inquieta 
esparcieron sus ráfagas de horrores. — 
Sólo quedó de pie, soberbio atleta 
vencido, no tumbado, — destacando 
en las sombras el dorso giganteo, 
como el genio de Roma en lucha eterna, 
centinela de piedra, el Coliseo! 

III

No perecen las razas porque caigan, 
sin honor o sin gloria, 
los pueblos que su espíritu alentaron 
en hora venturosa o maldecida. — 
Las razas son los ríos de la historia, 
y eternamente fluye 
el raudal misterioso de su vida ! 
El río que en otrora 
turbulento y audaz cruzó la tierra, 
ya por blandas y vírgenes llanuras 
o por yermos de arena abrasadora 
al soplo animador de la fortuna, 
de su cauce alejado 
fué a morir como lóbrega laguna 
inmóvil y callado! 
Pero el raudal ingente 
de la ánfora sagrada, la corriente 
inagotable y pura, despeñada 
por ignoto sendero, 
con rumor de torrente surgió un día 
en la tierra encantada 
del indómito ibero, 
donde todo es amor, luz, armonía. 
y el sol más bello, el aire más liviano, 
y siempre altivo, desbordante y joven, 
palpita y siente el corazón humano! 
Así como al salir de su desmayo 
la tierra estremecida 
del sol primaveral al primer rayo, 
parece que sintiera 
en el aire, en el monte, en la pradera, 
en ondas tibias circular la vida; 
España despertó con fuerza nueva, 
y unidas en eterno maridaje 
la pasada romana fortaleza 
y la savia salvaje 
del hijo del Pirene, diestro en lides, 
engendraron la raza destinada 
a suceder a la cesárea estirpe, 
la raza soberana de los Cides! 
¡ Llenó el mundo su nombre ! — Las naciones, 
del monte Calpe hasta el peñón marino 
en que vela el britano, 
creyeron que se alzaba en lontananza 
la sombra augusta del poder latino, 
que de nuevo volvía 
a ser el dueño del destino humano! 
Y España, como Roma, poseída 
de vago afán, de misterioso anhelo, 
soñaba con batallas, cuando un día, 
al tender la mirada por el cielo 
desde las altas cumbres de Granada, 
vio surgir en lejanos horizontes 
la Visión de la América encantada ! 
¡Dos mundos sujetó bajo un imperio! 
¡Y dejó de su espíritu los rastros 
en fecundas, espléndidas creaciones! 
Como Ajax inmortal, retó a la tierra, 
y ansioso de combates 
fué a renovar en África prodigios 
y hazañas de Escipiones; 
pero también se derrumbó impotente, 
no del potro del vándalo a las plantas 
ni del cruel vencedor al ceño airado, 
sino cuando cayó sobre su espíritu 
la sombra enervadora del Papado!

IV

Mientras España duerme acurrucada 
al pie de los altares, 
calentando su espíritu aterido 
en la hoguera infernal de Torquemada, 
Francia recoge el cetro abandonado 
de la historia y prepara 
otra hoguera, a que arroja 
con ánimo esforzado 
fragmentos de Bastillas, 
instituciones viejas, privilegios, 
y de un vetusto trono las astillas — 
hoguera a cuya lumbre soberana 
va a forjar, como en fragua ciclópea, 
su eterno cetro la razón humana! 
Cuando llega la hora 
de las grandes, fecundas convulsiones, 
la hora en que al compás de las borrascas 
se tumban o levantan las naciones — 
Dios envía a la tierra los gigantes 
del genio o de la espada, 
cual si necesitase de almas fuertes 
y músculos pujantes, 
para no perecer en la jornada. 
Así la Francia tuvo 
en las horas más grandes de la historia 
el genio de Voltaire para anunciarle 
el tremendo, supremo cataclismo, 
y el brazo poderoso 
de Napoleón, el genio de la gloria, 
para alzarla expirante del abismo! 
La fuerza es en el mundo 
astro de inmensa curva, que a su paso 
deja como reguero de laureles, 
fulgor de incendios, resplandor de soles, 
pero astro que se pone en el ocaso 
tras nubes de rojizos arreboles. 
Brillante pero efímero; la espada 
¡Brillante fué el imperio de la fuerza! 
que sobre el mapa de la Europa absorta 
trazó fronteras, suprimió desiertos 
y que quizá de recibir cansada 
el homenaje de los reyes vivos, 
fué a demandar en el confín remoto 
el homenaje de los reyes muertos, — 
la espada de Austerlitz, la vieja espada 
en los escombros de Moscou mellada, 
ya no describe círculos gigantes 
esparciendo el pavor de la derrota: 
cayó en los campos de Sedán, sombríos, 
ensangrentada y rota!

V

Anteos de la historia, 
los pueblos que el espíritu y la sangre 
llevan de aquella tribu aventurera 
que encadenó a su carro la victoria, 
ya los postre o abata, 
la corrupción o la traición artera, 
no mueren aunque caigan. — Así Roma 
en su tumba de mármol se endereza 
y renace en Italia, como planta 
que el polvo de los siglos fecundiza. 
Así España sacude la cabeza 
tras largas horas de sopor profundo, 
y arroja los fragmentos 
de su pasada lápida mortuoria, 
para anunciar al mundo 
que no ha roto su pacto con la gloria! 
Y Francia, la ancha herida 
del pecho no cerrada, 
en la sombra se agita cual si oyera 
rumores de alborada! 

VI

¡Soberbio mar engendrador de mundos! 
¡Inquieto mar Atlante!
Que ora manso, ora horrible, en jiro eterno, 
ya imitando el fragor de roncas lides, 
ya gritos de angustiadas multitudes 
o gemidos de sombras lastimeras, 
te vuelcas y sacudes 
en la estrecha prisión de tus riberas! 
¡Soberbio mar! de cuyo fondo un día 
la colosal cabeza levantaron, 
coronada de liquen y espadañas, 
al ronco son de tempestad bravia 
náufragos del abismo las montañas — 
mientras el cielo en la extensión desierta 
que eternas sombras por do quien velaban, 
lanzaba el primer sol su rayo de oro, 
inmensa flor de luz, recién abierta, 
sobre la cual en armonioso coro 
enjambres de planetas revolaban! 
Tú eres el mismo mar que alzaste un día 
bajo arcadas fantásticas de brumas, 
al vaivén de las olas adormido 
y envuelto dulcemente 
en pañales de espumas, 
jirones de la túnica de armiño 
de tus playas bravias, 
¡huérfano de la historia! un mundo niño. — 
¡ Con cuánto amor velabas 
su cuna, y qué sombrías 
nieblas sobre tu frente desplegabas 
para que el aire errante, el viento inquieto, 
y el astro vagabundo 
no fuesen a contarle tu secreto 
a la codicia insana de otro mundo! 
¡Con qué ansiedad te alzabas, 
el labio mudo, palpitante el seno, 
a interrogar el horizonte obscuro 
de vagas sombras y rumores lleno, 
cuando el alba indecisa aparecía 
mensajera de Dios en el Oriente, 
trayéndote perfumes de los cielos 
para mojar tu frente ! 
¡Y qué grito salvaje, 
mezcla de rabia y de pavor, lanzabas, 
retorciendo los brazos, 
cuando una vela errante aparecía, 
y en la tarde, traía 
bramando el oleaje, 
de algún bajel deshecho los pedazos! 

VII

¡ Siglos pasaron sobre el mundo, y siglos 
guardaron el secreto! 
Lo presintió Platón cuando sentado 
en las rocas de Egina contemplaba 
las sombras que en silencio descendían 
a posarse en las cumbres del Himeto; 
y el misterioso diálogo entablaba 
con las olas inquietas 
que a sus pies se arrastraban y gemían! 
Adivinó su nombre, hija postrera 
del tiempo, destinada 
a celebrar las bodas del futuro 
en sus campos de eterna primavera, 
y la llamó la Atlántida soñada! 
Pero Dios reservaba 
la empresa ruda al genio renaciente 
de la latina raza, domadora 
de pueblos, combatiente 
de las grandes batallas de la historia! 
Y cuando fué la hora. 
Colón apareció sobre la nave 
del destino del mundo portadora, — 
y la nave avanzó. Y el Océano, 
huraño y turbulento, 
lanzó al encuentro del bajel latino 
los negros aquilones, 
y a su frente rugiendo el torbellino 
jinete en el relámpago sangriento! 
Pero la nave fué, y el hondo arcano 
cayó roto en pedazos 
y despertó la Atlántida soñada 
de un pobre visionario entre los brazos! 
Era lo que buscaba 
el genio inquieto de la vieja raza, 
develador de tronos y coronas, 
era lo que soñaba! 
Ámbito y luz en apartadas zonas! 
Helo armado otra vez, no ya arrastrando 
el sangriento sudario del pasado 
ni de negros recuerdos bajo el peso, 
sino en pos de grandiosas ilusiones, 
la libertad, la gloria y e] progreso! 
¡Nada le falta ya! lleva en el seno 
el insondable afán del infinito, 
y el infinito por do quier lo llama 
de las montanas con el hondo grito 
y de los mares con la voz de trueno! 
Tiene el altar que Roma 
quiso en vano construir con los escombros 
del templo egipcio y la pagoda indiana, 
altar en que profese eternamente 
un culto sólo la conciencia humana ! 
Y el Andes, con sus gradas ciclópeas 
con sus rojas antorchas de volcanes, 
será el altar de fulgurantes velos 
en que el himno inmortal de las ideas 
la tierra entera elevará a los cielos! 

VIII

¡Campo inmenso a su afán! Allá dormidas 
bajo el arco triunfal de mil colores 
del trópico esplendente, 
las Antillas levantan la cabeza 
de la naciente luz a los albores. 
como bandadas de aves fugitivas 
que arrullaron al mar con sus extrañas 
canciones plañideras, 
y que secan al sol las blancas alas 
para emprender el vuelo a otras riberas! 
¡Allá Méjico está! sobre dos mares 
alzada cual granítica atalaya, 
parece que aún espía 
la castellana flota que se acerca 
del golfo azteca a la arenosa playa ! 
Y más allá Colombia adormecida 
del Tequendama al retemblar profundo, 
Colombia la opulenta 
que parece llevar en las entrañas 
la inagotable juventud del mundo ! 
¡Salve, zona feliz! región querida 
del almo sol que tus encantos cela, 
inmenso hogar de animación y vida, 
cuna del gran Bolívar! ¡Venezuela! 
Todo en tu suelo es grande, 
los astros que te alumbran desde arriba 
con eterno, sangriento centelleo, 
el genio, el heroísmo, 
volcán que hizo erupción con roneo estruendo 
en la cumbre inmortal de San Mateo! 
Tendida al pie del Ande, 
viuda infeliz sobre entreabierta huesa, 
yace la Roma de los Incas, rota 
la vieja espada en la contienda grande, 
la frente hundida en la tiniebla obscura, 
¡mas no ha muerto el Perú! que la derrota 
germen es en los pueblos varoniles 
de redención futura, — 
y entonces cuando llegue, 
para su suelo la estación propicia 
del trabajo que cura y regenera 
y brille al fin el sol de la justicia 
tras largos días de vergüenza y lloro, 
el rojo manto que a su espalda flota 
las mieses bordarán con flores de oro! 
¡Bolivia! la heredera del gigante 
nacido al pie del Avila, 
su genio inquieto y su valor constante 
tiene para las luchas de la vida; 
sueña en batallas hoy, pero no importa, 
sueña también en anchos horizontes 
en que en vez de cureñas y cañones 
sienta rodar la audaz locomotora 
cortando valles y escalando montes! 
Y Chile, el vencedor, fuerte en la guerra, 
pero más fuerte en el trabajo, vuelve 
a colgar en el techo 
las vengadoras armas, convencido 
de que es estéril siempre la victoria 
de la fuerza brutal sobre el derecho! 
El Uruguay que combatiendo entrega 
su seno a las caricias del progreso. 
El Brasil que recibe 
del mar Atlante el estruendoso beso 
y a quien sólo le falta 
el ser más libre, para ser más grande, 
y la región bendita! 
¡Sublime desposada de la gloria! 
¡Que baña el Plata y que limita el Ande! 
¡ De pie para cantarla ! que es la patria, 
la patria bendecida, 
siempre en pos de sublimes ideales, 
el pueblo joven que arrulló en la cuna 
el rumor de los himnos inmortales! 
Y que hoy llama al festín de su opulencia 
a cuantos rinden culto 
a la sagrada libertad, hermana 
del arte, del progreso y de la ciencia, — 
¡la patria! que ensanchó sus horizontes 
rompiendo las barreras 
que en otrora su espíritu aterraron, 
y a cuyo paso en los nevados montes 
del Génesis los ecos despertaron! 
¡La patria! que olvidada 
de la civil querella, arrojó lejos 
el fratricida acero 
y que lleva orgullosa 
la corona de espigas en la frente, 
menos pesada que el laurel guerrero ! 
¡La patria! en ella cabe 
cuanto de grande el pensamiento alcanza, 
en ella el sol de redención se enciende, 
ella al encuentro del futuro avanza, 
y su mano, del Plata desbordante 
la inmensa copa a las naciones tiende!

IX

¡Ámbito inmenso, abierto 
de la latina raza al hondo anhelo! 
¡El mar, el mar gigante, la montaña 
en eterno coloquio con el cielo . . . 
y más allá el desierto! 
Acá ríos que corren desbordados, 
allí valles que ondean 
como ríos eternos de verdura, 
los bosques a los bosques enlazados, 
do quier la libertad, do quier la vida 
palpitando en el aire, en la pradera 
y en explosión magnífica encendida! 
¡Atlántida encantada 
que Platón presintió! promesa de oro 
del porvenir humano. — Reservado 
a la raza fecunda, 
cuyo seno engendró para la historia 
los Césares del genio y de la espada, — 
aquí va a realizar lo que no pudo 
del mundo antiguo en los escombros yertos, 
la más bella visión de sus visiones! 
¡Al himno colosal de los desiertos 
la eterna comunión de las naciones! 

Olegario Víctor Andrade



La vuelta al hogar


Todo esta como entonces 
La casa, la calle, el río, 
Los árboles con sus hojas 
¡Y las ramas con sus nidos 

Todo está, nada ha cambiado, 
El horizonte es el mismo; 
Lo que dicen esas brisas 
¡Ya otras veces me lo dicho! 

Ondas, aves y murmullos 
Son mis viejos conocidos, 
¡Confidentes del secreto 
De mis primeros suspiros! 

Bajo aquel sauce que moja 
Su cabellera en el río. 
¡Largas horas he pasado 
A solas con mis delirios! 

Las hojas de esas achiras 
Eran el tosco abanico 
Que refrescaba mi frente 
Y humedecía mis rizos. 

Un viejo tronco de ceibo  
Me daba sombra y abrigo, 
¡Un ceibo que desgajaron  
Los huracanes de estío! 

Piadosa una enredadera 
De perfumados racimos,  
¡Lo adornaba con sus flores 
De pétalos amarillos!

El ceibo estaba orgulloso 
Con su brillante atavío; 
¡Era un collar de topacios 
Ceñido al cuello de un indio! 

Todos aquí me confiaban  
Sus penas y sus delirios; 
Con sus suspiros las hojas,  
Con sus murmullos el río. 

¡Qué triste estaba la tarde 
Las última vez que nos vimos! 
Tan sólo cantaba un ave 
En el ramaje florido. 

Era un zorzal que entonaba 
Sus más dulcísimos himnos, 
¡Pobre zorzal que venía 
A despedir a un amigo! 

Era el cantor de las selvas, 
La imagen de mi destino,  
Viajero de los espacios, 
¡Siempre amante y fugitivo! 

“¡Adiós!“ parecían decirme 
Sus melancólicos trinos; 
“Adiós, hermano en los sueños! 
¡Adiós, inocente niño!“ 

Yo estaba triste, muy triste! 
El cielo oscuro y sombrío, 
Lo juncos y las achiras 
Se quejaban  al oírlo.

Han pasado muchos años 
Desde aquel día tristísimo; 
¡Muchos sauces han tronchado 
Los huracanes bravíos!. 

¡Hoy vuelve el niño hecho hombre, 
No ya contento y tranquilo: 
Con arrugas en la frente 
Y el cabello emblanquecido! 

Aquella alma limpia y pura 
Como un raudal cristalino 
¡Es una tumba que tiene 
La lobreguez del abismo! 

Aquel corazón tan noble, 
Tan ardoroso y altivo, 
Que hallaba el mundo pequeño 
A sus gigantes designios, 

¡Es hoy un hueco poblado 
De sombras que no hacen ruido! 
¡Sombras de sueños, dispersos 
Como neblina de estío! 

¡Ah! Todo está como entonces: 
Los sauces, el cielo, el río, 
Las olas, hojas de plata 
Del árbol del infinito. 

Sólo el niño se ha vuelto hombre 
Y el hombre tanto ha sufrido, 
¡Que apenas trae en el alma 
La soledad del vacío!

Olegario Víctor Andrade


Las ideas

Surge a veces en el llano, 
y en la loma a veces brota,
susurrando mansamente
como de una arteria rota
cristalino manantial.
Manantial inagotable
cuya linfa fresca y pura
se desliza misteriosa
bajo arcadas de verdura,
como sierpe de cristal.
Danle sombra con sus ramas
los arbustos de la orilla,
y desplega ante sus plantas
la balsámica gramilla
su magnífico tapiz.
Ya se vuelca en un ribazo,
ya se arrastra en una hondura,
ya parece desde lejos
en la faz de la llanura
misteriosa cicatriz.
Pero avanza, siempre avanza,
deja el llano, cruza el monte,
y al murmullo de sus pasos
se va abriendo el horizonte
como el velo de un altar.
Lo saluda el ave errante, 
con dulcísimos gorjeos,
y le cuenta el aura tímida
sus amantes devaneos,
a la luz crepuscular.
La onda leve se agiganta,
su rumor se torna en grito,
como el pecho en que fermenta
la ansiedad del infinito,
la inquietud del provenir.
Y creciendo y avanzando,
el raudal se torna en río,
y va el río tumultuoso
impertérrito y sombrío
con el mar a combatir!
Así nacen las ideas,
manantiales de onda pura,
las ideas que no tienen
más escudo ni armadura
que el escudo de la fe.
Pero avanzan silenciosas,
se retuercen, forcejean,
y se allana las montañas
y los páramos chispean
a los golpes de su pie!

Olegario Víctor Andrade


“No morirá tu nombre
ni dejará de resonar un día
tu grito de batalla
¡mientras haya en los Andes una roca
y un cóndor en su cúspide bravía!”

Olegario Víctor Andrade
A José de San Martín

No hay comentarios: