“Hiram Abiff fundió dos columnas de bronce. Tenía cada una dieciocho codos de alto, y un hilo de doce codos era el que podía rodear cada una de las columnas. No eran macizas, sino huecas; el grueso de sus paredes era de cuatro dedos. Fundió capiteles de bronce para encima de las columnas; de cinco codos de altura uno y de cinco codos de altura el otro... Erigió primero la columna de la derecha y le dio el nombre de Jakin, y luego la columna de la izquierda y le dio el nombre Boaz. Como remate de las columnas había una especie de lirio. Así fue acabada la obra de las columnas.”

(I Re 7, 15-22)


LA LEYENDA LUCIFERINA DE HIRAM ABIFF

La leyenda de Hiram Abiff que aparece en la Maestría Masónica explica que estando cerca la terminación del templo, Salomón encargó a Hiram Abiff que realizase el diseño de todas las obras de decoración del templo. Éste instaló el taller de fundición en una explanada no lejos del Jordán y otorgó a los masones tres categorías: Aprendiz., Compañero y Maestro, enseñándoles signos, toques y palabras de paso. Habían 70.000 aprendices, 8.000 compañeros y 3.600 masones.

Cuando el templo estaba a punto de ser terminado, la reina de los sabeos Balkis, princesa cuya belleza era célebre en todo Oriente, viajó a Jerusalem para conocer a Salomón, pero el encuentro no resultó del todo afortunado. Balkis, tras conocer por el cuervo Hud-Hud un asunto relacionado con la cepa de vid que se encontraba junto al altar, recriminó a Salomón: “para asegurar tu propia gloria has violado la tumba de tus padres; y esta cepa...”. Y éste respondió con serenidad “que en su lugar elevaré un altar de porfirio y de maderas de olivo, que haré decorar con cuatro serafines de oro”. “Esta viña -dijo Balkis- ha sido plantada por Noé, tu antepasado. Al levantarla de cuajo has cometido un acto de rara impiedad. Por ello, el último príncipe de tu raza será clavado en este madero como un criminal. Pero el suplicio salvará tu nombre del olvido y hará llover sobre tu casa una gloria inmortal”. Balkis añadió que quería conocer a Hiram Abiff y, finalmente, lo consiguió. Tras conocerlo, argumentó que deseaba conocer a los masones y Salomón se negó. Pero el genial Maestro por excelencia, Hiram Abiff, subió en ese instante a un bloque de granito y con la mano derecha realizó un signo parecido a la T, relacionado con Tiro, Tubalcaín...; y los masones se reunieron y guardaron un silencio y una quietud asombrosos.

Algunos días después de los hechos narrados, Bedoni, ayudante y fiel discípulo de Hiram Abiff, sorprendió a tres compañeros: Fanor el sirio (albañil), Anru el fenicio (carpintero) y Matusael el judío (minero), planeando sabotear la obra. Y la obra resultó momentáneamente saboteada, provocando que un Bedoni desesperado por no haber advertido a tiempo a Hiram se lanzase a la ardiente lava. Hiram Abiff, desolado por el fracaso, se retiró llorando y entonces soñó el sueño más importante de su vida. Tubalcaín lo transportó al Monte Zión y al centro de la tierra y le transmitió la tradición luciferina más pura y excelsa:

“De la fundición que brilla enrojecida en las tinieblas de la noche se alza una sombra luminosa. El fantasma avanza hacia Hiram, que lo comtempla con estupor. Su busto gigantesco está presidido por una dalmática sin mangas; aros de hierro adornan sus brazos desnudos; su cabeza bronceada encarnada por una barba cuadrada, trenzada y rizada en varias filas, va cubierta por una mitra de plata dorada; sostiene en la mano un martillo de herrero. Sus ojos, grandes y brillantes, se posan con dulzura en Hiram y, con una voz que parece arrancada de las entrañas del bronce, le dice:

-Reanima tu alma, levántate hijo mío. Ven sígueme. He visto los males que abruman a mi raza y me he compadecido de ella...
-Espíritu, ¿quién eres? (pregunta Hiram) 
-La sombra de todos tus padres, el antepasado de aquellos que trabajan y que sufren. ¡Ven! Cuando mi mano se deslice sobre tu frente, respirarás en la llama. No temas nada. Nunca te has mostrado débil... 
-¿Dónde estoy? ¿Cuál es tu nombre? ¿Adónde me llevas? (dice Hiram) 
-Al centro de la tierra, en el alma del mundo habitado. Allí se alza el palacio subterráneo de Enoc, nuestro padre, al que Egipto llama Hermes y que Arabia honra con el nombre de Edris... 
-¡Potencias inmortales! (exclama Hiram) Entonces es verdad. ¿Tú eres...? 
-Tu antepasado, hombre, artista..., tu amo y tu patrono. Yo fui Tubalcaín.

Llevándole como en un sueño a las profundidades de la tierra, Tubalcaín instruye a Hiram Abiff en lo esencial de la tradición de los cainitas, los herreros, dueños del fuego.

En el seno de la tierra, Tubalcaín muestra a Hiram la larga serie de sus padres: Iblis, Caín, Enoc, Irad, Mejuyael, Matusael, Lamec, Tubalcaín...

Y entonces le transmite a Hiram la tradición luciferina: Al comienzo de los tiempos, hubo dos dioses que se repartieron el Universo, Adonai, el amo de la materia y el elemento tierra, e Iblis (Samael, Lucifer, Prometeo, Baphomet), el amo del espíritu y el fuego. El primero creó al hombre del barro y lo animó. Iblis y los Elohim (dioses secundarios) que no quieren que éste sea un esclavo de Adonai, despiertan su espíritu, le dan inteligencia y capacidad de comprensión. Mientras Lilith (hermana de Iblis, Samael, Lucifer, Baphomet...) se convertía en la amante de Adán (el primer hombre) enseñándole el arte del pensamiento, Iblis seducía a Eva y la fecundaba y, junto con el germen de Caín, deslizaba en su seno una chispa divina (según las tradiciones talmúdicas Caín nació de los amores de Eva e Iblis, y Abel de la unión de Eva y Adán).

Más tarde, Adán no sentirá más que desprecio y odio por Caín, que no es su verdadero hijo. Caín dedica su inteligencia inventiva que le viene de los Elohim, a mejorar las condiciones de vida de su familia, expulsada del Edén y errante por la tierra.

Un día, cansado de ver la ingratitud y la injusticia, se rebelará y matará a su hermano Abel.

Caín aparece ante Hiram Abiff y también le explica su injusta situación, añadiendo que en el curso de los siglos y los milenios, sus hijos, hijos de los Elohim e Iblis, trabajarán sin cesar para mejorar la suerte de los hombres, y que Adonai, celoso tras intentar aniquilar a la raza humana tras el diluvio, verá fracasar su plan gracias a Noé, que será “avisado por los hijos del fuego”.

Al devolver a Hiram a los límites del mundo tangible, Tubalcaín le revela que es el último descendiente de Caín, “último príncipe de la sangre” del Ángel de Luz e Iblis, y que Balkis pertenece también al linaje de Caín, que es la esposa que le está destinada para la eternidad”.

Tras regresar al templo conducido por Tubalcaín, Hiram Abiff está aturdido por el sueño y las visiones, acaba la obra y se une a Balkis.

Casi terminadas las obras del Templo de Jerusalem, tres compañeros que veían difícil ser admitidos en la Maestría Masónica, decidieron conseguirla por la fuerza. Apostados cada uno en una puerta del templo, invitaron a Hiram a desvelar sus secretos. Como éste no quiso revelarlos, cada uno le asestó un golpe (uno con una regla sobre el gaznate, otro con una escuadra de hierro sobre el pecho izquierdo y un tercero con un mazo en la frente) y lo hirieron de muerte. Los asesinos escondieron el cuerpo sin vida de noche en un bosque, plantando sobre su tumba una rama de acacia (símbolo de la inmortalidad y la Maestría). Hiram fue descubierto y vengado. Su cuerpo reposó en el Monte Zión, a unos pocos metros de la Puerta de Zión.

Hiram Abif



Leyenda

Salomón- el déspota oriental que dominaba al pueblo Hebreo-, cumpliendo el testamento de su padre - David-, resolvió construir un Templo en honor a la Divinidad que adoraba su pueblo, con el fin de imitar las costumbres de los déspotas de los pueblos vecinos, lucir ante éstos sus riquezas y satisfacer su orgullo de muy sabio.

Como el pueblo hebreo estaba muy atrasado en comparación con los pueblos vecinos, Salomón no encontró entre su gente quien pudiera encargarse de la construcción. Entonces se dirigió a Hiram -rey del pueblo de los Tirios, muy adelantado en el Arte de la construcción pidiéndole un Arquitecto, obreros especializados y materiales de construcción adecuados, obligándose a pagar todo aquello en diferentes formas. El rey de los Tirios envió a Salomón un arquitecto muy competente, llamado Hiram Abif, los obreros especializados y los materiales de construcción.

El Arquitecto preparó los planos y dirigió la construcción del Templo, que representaba artísticamente el Universo, tal como lo observaban los astrónomos de la antigüedad, y expresaba alegóricamente la ideología de los pueblos más cultos de aquellos tiempos que adoraban a la Naturaleza y al Sol -Astro que más beneficios aportaba a los habitantes de la Tierra-. Su simbolismo artístico no fue comprendido por el sabio Salomón, a juzgar por los relatos bíblicos.

Uno de aquellos días, estando ya para terminarse los trabajos del Templo, llegó a Jerusalén, para visitar a Salomón, Belkis -la reina de Saba-, atraída por la celebridad, sabiduría y obras monumentales construidas por éste. Para dar la idea de su poderío y para despertar en ella el amor, con objeto de tomarla por esposa, Salomón quiso que admirara los trabajos del soberbio edificio, erigido en honor de la divinidad que adoraba su pueblo. La reina visitó tan bellas obras admirando los objetos artísticos del Templo, y preguntaba quién era el autor y ejecutor de ellos.

(*) Existen y se los denomina Evangelios Apócrifos. Salomón contestaba que era un tal Hiram, hombre raro e intratable, mandado por el rey de los Tirios; Belkis intrigada, solicitó que le fuera presentado el artista, y Salomón se dio maña para distraerla de semejante empeño. Esto excitó más la curiosidad de la reina, y Salomón, por no desazonarla, cedió a sus instancias, ordenando que llevasen a Hiram a su presencia. La reina fue afectada en su corazón por la mirada serena y seria del artista, pero se calmó y le preguntó acerca de cada una de sus obras, admirándolo por sus sabias explicaciones y defendiéndolo de las críticas injustas de Salomón, nacidas de los celos y la baja envidia.

Como la reina expresase luego el deseo de ver la multitud innumerable de operarios que mandaba Hiram, Salomón, celoso, esquivaba el complacerla, indicando que los operarios eran individuos de diferentes países y lenguas y se hallaban diseminados por mil partes, y por lo tanto, resultaba imposible congregarlos. Entonces Hiram sube trepando a un peñón de granito para ser divisado por todas partes, y levantando la diestra, hace un ademán de trazar en el aire una línea horizontal y una vertical, formando la escuadra misteriosa. A esta señal acuden en el acto de todos los puntos del horizonte los operarios de todas las razas, nacionalidades y lenguas, formándose en orden y por grupos de aprendices, compañeros y maestros.

Hiram extiende luego el brazo formando la escuadra con el cuerpo, y aquél mar de hombres queda inmóvil. Esto hizo comprender a la reina que Hiram no era un simple mortal, sino un Sabio; y Salomón se dio cuenta de la superioridad de la Sabiduría sobre la riqueza, y, del Poder del pueblo sobre el suyo, sintiéndose humillado.

La reina clavó los ojos en el prodigioso artista, y el instinto lo hizo olvidar su compromiso con Salomón. Al día siguiente, mientras que la reina paseaba con su séquito fuera de los muros de Jerusalén, se encontró con Hiram Abif que esquivaba los aplausos del triunfo y buscaba la soledad. Guiados por el instinto, llama del fuego interno, se declararon mutuamente su amor y sin vacilaciones se tomaron uno a otro por esposos, conviniendo en que Hiram saldría el primero de Jerusalén y después ella, embarazada y ansiosa de juntarse con él en Arabia, bella y libre.

No faltó un servidor de bajo fondo que denunciara a Salomón lo sucedido entre la reina e Hiram. Asustado y humillado ante la manifestación de fuerza y organización de los obreros que estaban bajo las ordenes del Sabio y Artista, y celoso por lo sucedido entre éste y la reina, el ambicioso rey de los hebreos sintió envidia y odio hacia Hiram, y temor de que su trono y corte pudieran ser aniquilados por éste pueblo organizado, cuyo Poder se manifestaba superior al suyo.

Entonces llamó a su presencia al hipócrita Sadoc, - Sumo Pontífice de la religión de los hebreos y su consejero-, le comunicó lo ocurrido y entre los dos maquinaron el modo de vengarse de Hiram, seduciendo a tres obreros ignorantes, descontentos e inhábiles, para que lo matasen, prometiéndoles el grado y salario de maestro como compensación.

Como ya estaba terminado el Templo, Hiram Abif solicitó de Salomón licencia para retirarse a su tierra natal. Para inspeccionar por última vez su obra, entró solo al Templo a la hora acostumbrada, cuando los obreros descansaban. Los tres ignorantes advertidos de su costumbre usual, se apostaron en el Templo a esa hora, y al ver a Hiram, le exigieron los signos, los toques y la palabra secreta de reconocimiento de maestro. Hiram les indicó que no podía comunicarles esto, debido a que ellos todavía no estaban capacitados para ocupar el puesto de maestros.

Entonces, los Ignorantes, armados de los útiles de trabajo, lo mataron y al anochecer sacaron su cuerpo enterrándolo en la montaña, y plantando sobre su tumba una Acacia -símbolo de inocencia-. Consumado el crimen y temerosos de ser castigados por sus compañeros, se escondieron en los montes.

Al día siguiente, los obreros advirtieron tanto la ausencia del su Gran Arquitecto, como la de los tres compañeros asesinos; comunicaron lo sucedido a Salomón, y se dispersaron en busca del cadáver, el cual fué encontrado en la montaña al quinto día e inhumado en el Templo con los honores correspondientes, en presencia de Salomón y del sacerdote Sadoc, quiénes también rindieron hipócritamente honores al desaparecido.

Los obreros afligidos por la desaparición de su Gran Arquitecto y de su insuperable Maestro en Artes y Oficios de construcción, juraron sobre su féretro ensangrentado seguir su obra y aprovechar sus enseñanzas; y prometiendo la «Unión, Solidaridad y Cooperación» en el trabajo, en el estudio y en la lucha por un futuro mejor, se dispersaron por diferentes rumbos, llevando sus conocimientos y sus experiencias a los pueblos atrasados y oprimidos, para ayudar a la «Evolución y al Progreso» del Género Humano hacia la «Fraternidad y felicidad» Universales.

La Francmasonería Progresista, que nació en el seno de la Masonería operativa y heredó su forma de organización, conservó intacta en esencia La Leyenda del Gremio hasta nuestros días, comunicándola a los Maestros Masones Aprobados después de tomarles la promesa de fidelidad ante los componentes del pueblo masónico.

La comunicación de la Leyenda del Gremio a un francmasón indica una manifestación de confianza de sus hermanos y le da plenos derechos para ocupar los puestos de responsabilidad tanto en Logia como en las Federaciones y Confederaciones de las Logias y, además, implica la aceptación de parte del candidato de ciertas obligaciones correspondientes a su grado. (Desde este momento se le reconoce, también, el derecho de adquirir por la edad los seis grados superiores de la Francmasonería y el privilegio de Francmasón libre).

Hiram-Abif





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