Jardín de infancia

Dónde te escondes, tiempo recién lavado de la infancia.
Todos los rostros se vuelven hacia ti.
Un jardín en la sombra parpadea
y los sentidos regresan a la herida que sana con un soplo.
Y las noches que culminan con risas sofocadas en la almohada
y la dulce certeza
de que hay alguien que vela tu abandono.
Cuánto tiempo has fingido
que también tú creciste entre reflejos
de un estanque de dicha,
y que en él te has bañado.
Y amamantado fuiste, como el resto, de la misma inocencia,
leche caliente y tierna,
hilandera del alma,
deslumbrante certeza a la que un hombre acude cuando ha de recordar
que una onda de amor recorre el tiempo,
y que siempre es la misma: el centro no encanece.


Hablan todos de ti como si fueras la comunión sagrada,
y te sientes distinto por no haber recibido el albo sacramento.
Exiliado de infancia sin culpables.
El mundo tiene ya bastantes cargos para añadir más ruido.
Líbrate de esa falta capital.
La culpa sólo agrava la privación primera
que alguna vez asoma al fondo de mis ojos.
Una luna de invierno que mi boca desmiente con su risa.

Infancia, he de soñarte al menos para tener un sitio al que volver.

María Jesús Mingot


La fuga o el naufrago


Te temo como la nieve fría a la templanza de un claro amanecer,
como la noche al cántaro de fuego,
como la vid madura al podador de otoño.

Cuando te miro,
presiento que me aguarda el vacío,
la penumbra de tierra indiferente a unos labios abiertos por costumbre,
la sombría visión de un temblor inhumano,
de un temblor sin respuesta,
obstinada turgencia sin recurso que retorna a un lugar disipado como espuma caliente.

Con todo la sospecha,
que más que una sospecha es cruel presagio de un invierno al acecho,
me devuelve a tus brazos,
y en el dolor te gozo radiante y extendido.

Cuánta vida, amor mío, cuando el henchido fruto se desgrana,
cuando la tenue piel besa la playa que dibujas al entregarte todo,
mientras cierras los ojos para emerger de nuevo más salvaje y profundo.

Por eso, ¿qué queda, corazón, ante el temor cortante y duro?
La fuga o el naufragio:
la soledad desnuda.

María Jesús Mingot
Del poemario "Cenizas"


"Toda distancia encierra
siempre su propio misterio.
Conviene no perderlo de
vista."

María Jesús Mingot


Trayecto

Te levantas,
bostezas,
por la calle caminas,
aligeras el paso,
te detienes
a cuatrocientos metros de tu casa.

Guardas cola, bostezas,
con torpe disimulo te secundan
macilentos suspiros a tu espalda,
delante de tus ojos
que alguien mira
-milagro-.
Espejismo fugaz: no era a ti sino a ella
a quien miraba,
veinte años más joven,
resplandeciente, intacta, victoriosa,
partidaria sin lucha de sí misma,
a un palmo de distancia de tu cuerpo
mas tan lejos no obstante
de todos esos rostros,
que tanto te recuerdan lo que eres.

Te agolpas a la puerta,
subes los dos peldaños,
al conductor le tiendes
el bonotransporte con tu foto
cuando te llega el turno,
de vuelta a la oficina o a tu casa,
o a este mismo autobús
que enlaza
tus días con tus noches
seis veces por semana,
once meses al año, durante cuatro décadas.

La joven,
cuya presencia ofende a estas alturas
-no seamos hipócritas: tanta belleza hiere-,
traquetea a tu lado al compás de los frenos,
rumorosa, dispersa,
los oscilantes senos a la vista.

Sólo entonces te asalta,
la velada certeza toma cuerpo:
"cada día es el último" -te dices-;
"no desdeñes
estos veinte minutos de trayecto":
la antesala de las cuarenta teclas,
las luces fluorescentes,
los reparos,
el menú de las dos, pespunteado
de palabras triviales,
en primera persona rubricadas
cada cuatro segundos,
el pertinaz letargo,
la modorra,
que hace bailar las cifras
del impávido extracto
con el que caminas al filo de las siete.

Vuelves sobre tus pasos,
el recorrido inverso emprendes
cuajando rebeldías
-mariposas urbanas-;
ralentizas la marcha a tiempo de perderlo:
podrías ir andando,
detenerte en el parque,
atreverte a sentir
a qué distancia de los besos
te hallas
un martes por la noche,
a qué distancia de los sueños te hallas.

María Jesús Mingot
Del poemario: "Hasta mudar en nada"
Bartleby Editores
Director de la colección: Manuel Rico
Libro editado en colaboración con el Servicio
de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid
Páginas 22, 23 y 24




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