"Antes de su partida a Anakema, Adams me contó la historia de Bornier. Estábamos tendidos en la playa en medio de la inmensa sombra que proyectaba el volcán Kau. La arena, aún tibia, nos sumía en una agradable somnolencia, y la suave brisa del mar borraba los últimos restos de mi inquietud.
-Monsieur du Trou Bornier, comenzó Adams, veterano de la guerra de Crimea, es un hombre extraordinario. Escuche Ud.
Yo no prestaba gran atención. Observando sus manos toscas, rubias y velludas, veía, en medio de los cordones azules de las venas y de las pecas doradas, un ancla tatuada en índigo, cubriéndole la muñeca izquierda.
-Bornier llegó a esta isla hace cuatros años, traído por su irresistible necesidad de movimiento y quién sabe si por quitarle el bulto a cierto asunto. Son díceres; yo no lo puedo asegurar. Los oí una vez en Tahití, en la taberna de un amigo mío; después, el piloto de la goleta que hace el viaje a las Islas Marquesas, me los confirmó. No me atrevería; pero ya que Ud. se empeña le diré que hay cierto robo de cananacas para venderlos en el Perú a la Empresa de las Guaneras de las Islas Chinchas.
Llegó a Rapa Nui en circunstancias de que mediaba un año, o poco más, que se había establecido aquí, al otro lado de esa colina, en Angapiko, una misión de frailes franceses. En un principio todo marchó bien, pero Bornier es sanguíneo, y qué diablos... y como no siempre se consigue lo que se desea... En una palabra, tuvo cierta cuestión con una mujer y los religiosos formaron un escándalo. ¡Qué vamos a hacerle! los frailes meten una alharaca por cualquier motivo. Este fue el comienzo.
Bornier, que tal vez venía para estudiar el terreno, ver modo de traer ganado a la isla y emprender algunos cultivos, para evitar enredos se vino a Angapiko y comenzó a construir una casa con la madera, aún servible, de algunos buques que habían naufragado en años anteriores.
Casualmente aquélla, la última a la derecha, detrás de esos nísperos. Es bien poco confortable, pero era mucho hacer para la poca ayuda que le prestaron los indígenas.
Se veía, medio oculta por los árboles, una casucha plomiza de ese color gris que toma la madera expuesta a la lluvia y al viento salino.
-Aprovechando el caso, rarísimo en ese tiempo, de la llegada de un buque, volvió a Tahití por poco tiempo. Meses después regresaba con ciertos poderes otorgados por las autoridades francesas y bien surtida una vieja goleta de ganado lanar, algunos arbolillos, herramientas, comestibles. Yo le acompañaba. Nos habíamos conocido en casa de una mujer amable de Papeete, y como sucede en esos casos, uno intima estrechamente o se quita el cuerpo a los conocedores de nuestras horas alegres.
Yo soy danés, Ud. lo sabe, nací en Aalborg, pero mis primeros años transcurrieron en Islandia a donde fui emigrando con mis padres, unos pobres campesinos. Un día, no alcanzaba todavía catorce años, triste y desesperado en esa tierra oscura y muerta, me escapé a bordo de un velero. Desde entonces ruedo por el mundo. No me he casado. No he reconocido hijos. Tuve y dejé de tener en más de una ocasión una pequeña fortuna, y ahora, sin esperar nada, sigo viviendo porque la vida es más fuerte que todo eso.
Me ofreció tabaco, sacó su cachimba, y, después de cargarla cuidadosamente, prosiguió envuelto en grandes volutas de humo que le hacían fruncir sus ojos azules y candorosos."

Pedro Prado
La reina de Rapa Nui 


"Como la primavera recién comienza, no hay aún para Alsino frutos maduros. La vida le es difícil y hostil, pues sospecha el miedo que por todas partes infunde. En un comienzo llevado por la necesidad, luego, cada vez más tranquilo con la costumbre, y siempre al amparo del silencio en que duermen los ranchos, una noche aquí, otra lejos, visita los gallineros y soberados llevándose consigo huevos, quesillos y lo que pueda servirle de alimento en esa su vida cada vez más frugal.
Es posible que nadie hubiese reparado en tan insignificantes robos, pero son muchos los que se aprovechan del pánico y quieren beneficiarse. Sin embargo, él resulta, siempre, el único sospechoso.
Esa noche volaba buscando alguna casa solitaria. A pesar de la oscuridad, sus ojos experimentados descubrieron en el repliegue de los montes una aislada por leguas de las más vecinas, y escondida entre grandes árboles. Bajó, llevado por su seguro instinto, entre los naranjos de un huerto, y no lejos de un corredor donde, sobre escaleras y barriles abandonados, dormían unas gallinas.
En cuatro pies, y todo lo encogido que le era posible andar, se acercaba, cuando un perro oculto en un rincón oscuro, sin titubear, se lanzó resuelto a atacarlo, levantando en el silencio de la noche gran desconcierto con sus ásperos y furiosos ladridos. Uno de los guardianes, que en ese mismo instante, contra uno de los pilares en sombra, desalojaba la cerveza bebida, vio a pesar de su naciente borrachera que, seguido del perro, alguien huía hacia el interior del huerto.
Aligerado de su peso y valiente por el alcohol, se lanzó tras el posible ladrón.
Alsino, corriendo desesperado por entre los árboles que le impedían volar, por segundos enlazado en los altos yerbajos y sus recias marañas, tropezando en los troncos con sus alas, que el viento de la velocidad de la carrera entreabría, recibió, de pronto, de algo firme e invisible, tan recio golpe en el pecho, que cayó bruscamente de espaldas. Había chocado contra un alambre bajo tendido entre los árboles, donde, olvidadas, pendían algunas piezas de ropa puestas a secar.
El perro, envalentonado, de un salto cayó sobre Alsino alcanzando a darle en un brazo dos o tres feroces mordiscos, antes de que el guardián, que gritaba llamando a sus compañeros, llegase hasta él.
Con la algarabía y el estruendo de los disparos de carabina de los otros policiales, al acudir en auxilio, los pajarillos dejaban los árboles y huían en la oscuridad estrellándose contra las altas ramas hasta caer despavoridos en la maleza.
Aprovechando el encontrarlo tumbado y medio inconsciente, todos le dieron a Alsino despiadados puñetazos y puntapiés, mirando por mantener ese casi aturdimiento, propicio a la seguridad y a la obediencia."

Pedro Prado
Alsino



La Rosa Desvelada

Si tu supieras lo que buscas tanto,
si no ignorases lo que tanto anhelo,
ni tu tendrías desespero y llanto,
ni yo dudaría del azul del cielo.

Los dos sentimos que nos cubre un velo,
pero ahora ese desvelo yo levanto;
y ambos sabemos que termina en duelo,
entre un misterio prodigioso y santo.

Algo agoniza, y al morir transido,
surge de la visible sepultura
la rosa del amor que, hacia el olvido,

en el eterno olvido siempre dura;
mas allá del amor hemos vivido,
allí donde el amor se transfigura.

Pedro Prado Calvo


Nadie escoge su amor,
nadie el momento,
ni el sitio, 
ni la edad,
ni la persona...

Pedro Prado


Presentimiento

Todo en mi vida es un presentimiento.
Soy como hoja medio desprendida
que ya la agita, sin llegar el viento;
una hoja temblorosa y conmovida.

Amo, sin verla, clara imagen pura;
y mis ansias, mi angustia y mi tristeza,
sólo esculpen y buscan en la dura
realidad de la vida a la belleza.

Yo sabré quién espera y quién llama,
animando el misterio y escondida,
cuando esta fiebre que a mi ser inflama,
ciña, por fin, la forma apetecida.

De amor humano hacia el amor divino,
voy labrando, sin tregua, mi camino.  

Pedro Prado




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