Tengo para mí que la melancolía de los seres humanos procede del silencio de Dios, de la añoranza de un tiempo en el que los dioses hablaban con los hombres.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 3 del prólogo
Los emplazamientos en los que se estableció un oráculo —puertas de comunicación con los seres que habitan más allá de las estrellas— retienen cierto aire de misterio. Flota en ellos un no sé qué extraño que provoca desasosiego. Quizá sea la sensación de estar pisando tierra sagrada. O tierra maldita. Es una presencia que en días señalados en calendarios astronómicos muy antiguos y en condiciones precisas de luz, presión y temperatura, todavía se hace sentir.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 4 del prólogo
Cada primavera, Perséfone huye del Infierno y, camino de la Tierra, trae en sus manos los primeros tallos que aparecen en los surcos sembrados de trigo en un ciclo nunca interrumpido, desde que los dioses más antiguos procedentes de Mesopotamia dieron a conocer el secreto de las semillas a los hombres, que hasta entonces habían sido nómadas obligados por el hambre a un perpetuo caminar en busca de alimentos. El mito explica los secretos de la siembra que hace posible la germinación del trigo y otros cereales.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 14
—¿Qué es lo que hace que un hombre o una mujer del siglo XXI rompa con todo y decida encerrarse en un convento? —le pregunté al padre Francisco sin el menor ánimo de controversia. —Pues depende; depende de cómo responde cada uno a la cuarta pregunta —me contestó, levantando la mirada de la rama que estaba a punto de cizallar. —¿La «cuarta pregunta»? ¿A qué se refiere? —repliqué, intrigado. —Verá, las tres primeras son las preguntas que se refieren a la situación económica, las relaciones familiares, la vida afectiva, desengaños incluidos, y la cuarta, la importante —añadió con convicción—, es la que se refiere a la fe, a la llamada de Dios. Cuando Él te llama, todo está dicho —concluyó, apretando las tijeras y cortando en seco un tallo coronado de espinas.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 14
Salutación franciscana: “¡Paz y Bien!”
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 15
La emoción, una suerte de temblor de vísperas, invade el ánimo.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 21
El evemerismo es una escuela o corriente de pensamiento que trata de encontrar una explicación lógica a fenómenos, mitos o ritos que, como decía, los antiguos pobladores de las riberas del Mediterráneo consideraban pertenecientes al mundo sobrenatural propio de los habitantes del Olimpo, Zeus y familia en tiempos de la Grecia micénica y clásica y Júpiter si nos adentramos en el panteón romano.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 22
Hay sitios a los que hay que llegar con un libro bajo el brazo. A Ítaca con la Odisea; a Florencia con Bomarzo; a Viena con La marcha Radetzky; a Cumas, con la Eneida. Hay otros lugares a los que se llega con la memoria llena de datos tomados de guías y demás libros de viajes, o con imágenes vistas en la televisión o el cine, y con esa idea preconcebida sometemos a juicio lo que empezamos a ver por nosotros mismos.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 26
… recuerdo que me impresionó de manera especial la descripción que hace Virgilio de lo que la Sibila y Eneas se encuentran al adentrarse en la boca del Infierno:
Solos iban envueltos en la oscuridad cruzando los reinos de Plutón, donde tenían sus guaridas el Dolor, los Afanes, las Pálidas Enfermedades, la triste Vejez, el Miedo, el hambre que es mala consejera, la horrible Pobreza, la Muerte, su hermano el Sueño, el Trabajo y los ilícitos Goces del alma. En el fondo del zaguán estaban la Guerra y la Discordia. En el centro había un olmo inmenso, en cada una de cuyas ramas habitaban los vanos Sueños.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 29
Es un misterio las vueltas que puede dar un ser humano buscando su lugar en este mundo y aún resulta más misterioso el porqué del destino que rige nuestras vidas nos hace nómadas o sedentarios. Hay criaturas que nunca han salido no ya de su país o ciudad, ni tan siquiera del barrio en el que transcurre su vida y hay otras, por el contrario, a las que ese mismo destino —según la mitología, el Destino es un dios ciego, hijo del Caos y de la Noche— las lleva de un lado para otro sin saber nunca ni por qué ni hasta cuándo. El Destino que tiene bajo sus pies el globo terráqueo y lleva en sus manos la urna que encierra la suerte de los mortales.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 31
Los años y los caminos recorridos nos enseñan que en esta vida, para alcanzar lo que uno quiere, casi siempre hay que subir una cuesta y sudar la camiseta.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 31
Ioánina es el paso obligado para viajar hacia el sur, camino de Dodona, el oráculo más antiguo de Grecia, o hacia los pueblos de pescadores de la costa jónica. Algunos, muy recomendables como Parga o Perdika.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 39
Dodona, sede de un antiguo oráculo de Zeus en el que el padre de los dioses hablaba con los hombres a través del movimiento de las hojas del roble sagrado que crecía en el lugar.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 39
… roble es el árbol de los alquimistas, que heredaron el culto de creencias ancestrales.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 40
Los pueblos primitivos observaron que el rayo parecía sentir predilección por los robles y asociaron este hecho con un designio de los dioses.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 40
Para todo tenían respuesta los moradores del Olimpo pero, las más de las veces, había que interpretar sus palabras. Y ahí empezaba el problema, porque mandatario hubo (el rey Creso de Lidia) que preguntó al oráculo si hacía bien emprendiendo una guerra y la respuesta de los dioses fue que si tal hacía, destruiría un reino. El «pequeño» detalle que omitieron precisar los dioses fue que el reino que sería destruido sería el suyo.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 41
El Infierno es el lado oscuro con el que uno barrunta que puede encontrarse al final de la vida. O no. Todo depende del tipo de educación que uno haya recibido, algo fundamental para templar sensibilidad y criterio frente a las cosas de la vida, pero apreciar lo que significa el Infierno como símbolo y concepto también depende de otros factores. Hay uno capital: es imprescindible que a uno no se le haya secado el seso a fuerza de navegar por internet tras abandonar la saludable costumbre de leer algún libro de vez en cuando.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 42
Vivimos tiempos en los que hasta para acceder al Infierno se necesita un permiso.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 42
Gracias a la televisión, el fútbol va camino de convertirse —si es que no lo es ya— en la gran y universal religión del siglo XXI.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 43
El camino tiene una edad, pero alejado ya de ella, siempre queda un poso de nostalgia.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 69
¡Qué grande es ser joven! Suena a tópico, pero no hay otra verdad en el mundo que se le pueda comparar.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 84
Iniciamos el viaje. El recorrido se detiene frente a un edificio espectral: la casa que se levanta en el número 19 de la calle Alfieri. Es una construcción de planta y hechuras burguesas en apariencia común a las de otras que hay en la calle. Pero esa imagen de normalidad se quiebra cuando uno se percata de que toda la casa, a ras de suelo, está rodeada de una extraña red de ojos tallados en la piedra, ojos que se abren al vacío oscuro de lo que se supone que es el mundo subterráneo. A modo de aviso para iniciados, el gran portón de la casa está tallado en madera y en algunos de sus cuarteles emergen los símbolos clásicos de la masonería: la pirámide, la escuadra y el compás. Italia, al igual que el resto de los países de Europa, conoció tiempos convulsos en los que pertenecer a la masonería era vivir peligrosamente. Excomulgados por el Vaticano y proscritos por los gobiernos, la suya fue una larga y tesonera lucha que, por así decirlo, acabó en empate. Herederos de ideas de racionalidad y fraternidad procedentes de los tiempos de los gremios de la Edad Media —los canteros constructores de catedrales góticas— que cobraron forma con la Ilustración y cuerpo en algunos pasajes de la Revolución Francesa, los masones y su existencia clandestina pasaron por muchos altibajos. Hubo países como el Reino Unido donde no solo fueron aceptados sino que sus máximas autoridades confesaron ser los primeros dignatarios de la fraternidad y otros en los que se les persiguió con saña. Épocas hubo en las que algunos de sus principales caballeros llegaron a lo más alto de la pirámide social influyendo en la política, la economía y las costumbres —George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, era masón— y otras, como digo, en las que se ramificaron y buscando refugio contra las persecuciones en la clandestinidad, dieron pie a escisiones que, en el caso de Italia, fueron el origen de una organización secreta, los carbonarios, que luchaban para traer la República y no le hacían ascos a la bomba y al puñal. Todo eso ya es Historia, pero en una ciudad como Turín, que es la ciudad donde se coció el Risorgimento, la corriente que cristalizó en la unión de los distintos reinos y territorios de Italia bajo el manto protector de la Casa de Saboya, ha dejado una huella, no por sutil, menos presente, hacia algo así como el doble sentido de las cosas, como una espontánea vocación por lo dual, el lado blanco y el otro lado de las cosas.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 90
«¡Malditos nazis alemanes!», pensé, evocando la figura de aquel dominico que arriesgó y perdió su vida por refugiar y ayudar a escapar a varias decenas de judíos turineses, arrestado en Turín y asesinado en el campo de exterminio de Dachau en vísperas del final de la Segunda Guerra Mundial. Dachau, Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Ravensbrück, las cámaras de gas, Mauthausen y la «escalera de la muerte» … Por cierto, hablando de la maldita escalera de este campo de exterminio, anoto que según pude ver en una visita reciente, están intentando que se diluya en la memoria dejando que la hierba colonice los escalones y pierda su brutal perfil de acantilado de la muerte junto a la terrible cantera en la que tantos y tantos presos —no solo judíos, gitanos u homosexuales, también republicanos españoles— perdieron la vida víctimas de la crueldad de los guardianes de las SS. ¿Habrá alguien en este mundo que se atreva a decir que el Infierno no existe? ¿Alguien que proclame que es un invento? Para que nadie olvide, hay un libro, Si esto es un hombre, escrito por Primo Levi, un piamontés que sobrevivió al Holocausto, que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas. Sobre todo, en las de Alemania.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 94
Tenía prisa por saber, saber por qué en cuanto se acerca el solsticio, cientos de personas —creyentes, agnósticos, peregrinos o simples curiosos— se dan cita en tan majestuoso templo gótico para observar un fenómeno que, en apariencia, tiene una explicación dentro de los parámetros de lo racional, aunque, como después explicaré, también abre una puerta a extremos que no pertenecen al mundo de lo visible. El hecho es que, a las doce del mediodía, hora solar, un rayo de luz atraviesa la coloreada vidriera que relata la vida de san Apolinar para dar sobre un clavo dorado que singulariza una baldosa de forma trapezoidal. Es una pieza dispuesta en el suelo con una orientación diferente al resto de los miles de losas que compactan el suelo del templo. Quiere la tradición que la losa sea la tapa de un pozo de 37 metros —los mismos que mide la catedral desde el altar hasta el ábside— y asegura la leyenda que le clou dans le trou («el clavo en el agujero») señala un punto de fuerza de la Naturaleza que ya era conocido por los druidas. Hace muchos siglos, los sacerdotes celtas, que tenían por sagrado el lugar, lo habían señalado levantando un menhir y a su alrededor celebraban algunas ceremonias religiosas cuya memoria, pese al paso del tiempo, se ha preservado.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 98
La catedral de Chartres es una Biblia abierta, un relato en piedra de las principales historias y personajes de lo que en Occidente, durante siglos, hemos conocido como Historia Sagrada. El avatar histórico del pueblo de Israel, sus profetas y sus reyes y, en paralelo, el relato cristiano de la biografía de Jesús, su vida y milagros, la Pasión de Cristo y los hechos de los apóstoles y los principales santos y mártires, fueron la fuente de inspiración para confeccionar el glorioso retablo de personajes esculpidos a lo largo y ancho de los muros y puertas del templo. Para cada historia, un retablo a modo de película tallada en piedra. Con la enigmática excepción de la fachada principal, en la que está ausente cualquier referencia a la Crucifixión —anomalía a la que luego me referiré—, el resultado es abrumador, de una presencia artística apabullante y, a la postre, conmovedora.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 100
Hay sabores que guardan la memoria del tiempo y, en el caso del pan, la de la infancia.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 102
Para quien haya leído a Dante y se haya extasiado con los grabados de John Flaxman, ascender las laderas del Etna fue tanto como evocar uno de los círculos del Infierno. Los pueblos que han ido brotando en las faldas de la montaña hasta trepar por el pecho del gigante coronado por un penacho perenne de humo recuerdan a los minúsculos habitantes de Liliput rodeando a Gulliver. Catania se pierde a lo lejos. Como el último faralá de la inmensa y dispersa ladera que se extiende a los pies del gigante en todo cuanto abarca la mirada.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 128
El mal, desde luego, existe. Seguro que Hades —o el Diablo— asoma de vez en cuando por una de las pocas puertas del Infierno que a lo largo del Mediterráneo todavía hoy permanece abierta y humeante.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 128
El arte de asociar el destino de las personas con la posición de las estrellas en el instante de su nacimiento es un saber antiguo cuya invención se disputan caldeos, asirios, egipcios y babilonios. Con la llegada del islam y la rigurosa condena establecida en el Corán contra todo tipo de prácticas tenidas por paganas, el ancestral arte de la profecía encontró refugio en las estrellas y el misterioso saber de los sacerdotes de la Antigüedad pasó a ser patrimonio de astrólogos y astrónomos.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 141
Al igual que los alemanes nazis, los japoneses también utilizaron a prisioneros chinos (en Nankín) para someterlos a experimentos médicos. Miles de mujeres chinas y coreanas fueron obligadas a ejercer de prostitutas para los soldados. El Mal hizo horas extras. Según ha publicado el historiador y ex militar británico Antony Beevor, al final del conflicto y como fruto de una «estrategia planificada», el ejército japonés perpetró su mayor atrocidad: recurrió al canibalismo, utilizando prisioneros de guerra como «ganado humano». Eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno para, posteriormente, ser devorados. Según Beevor, por respeto a las familias de las víctimas, esta atrocidad no formó parte del pliego de acusaciones del Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio en 1946.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 155
Saliendo desde la moderna Asuán, muy cerca de la antigua Luxor, la ciudad levantada sobre las ruinas de Tebas, la que fue capital del Imperio Nuevo del Antiguo Egipto, se llega pronto a Dendera. Es un pueblo grande que se encuentra a unos setenta kilómetros al norte de Luxor, en la ribera occidental del Nilo. Hoy su principal atractivo, el que atraía a los viajeros y turistas antes de las recientes convulsiones políticas que ha padecido el país, es la más espectacular y misteriosa representación espacial del Zodíaco que nos ha legado la Antigüedad. Estaba en el templo dedicado a Hathor, diosa del amor y de la belleza, la Afrodita de la mitología griega. Tenía una docena de capillas y en la bóveda de una de ellas, tallado en arenisca, estaba el famoso Zodíaco. El que se enseña en Dendera es una copia, para ver el original hay que ir a París, al Museo del Louvre. El bajorrelieve del Zodíaco estaba esculpido en el techo de una estancia dedicada a Osiris, el dios egipcio de la resurrección y la fertilidad, tan explícita en las crecidas del Nilo. Este dios también presidía el tribunal que juzgaba a los difuntos. Todo en el lugar y alrededor de esta pieza única está tejido de símbolos cuya contemplación obliga a mirar al cielo. Es un mapa de las estrellas y las constelaciones. La bóveda celeste está simbolizada por un círculo sostenido por cuatro pilares en forma de mujeres y diversas representaciones de Horus, el dios personificado con cuerpo de hombre y cabeza de halcón. En el primer anillo hay 36 figuras que simbolizan los 360 días del año egipcio. Quedan fuera los cinco días llamados en griego «epagómenos» para completar el año solar. En el anillo interior están representados los signos del Zodíaco —círculo de animales—, algunos mediante los símbolos que han llegado hasta nuestros días. Se cree que el templo fue construido en los años 50 a.C., el gran Zodíaco pudo ser tallado en la misma época. Algún astrofísico ha leído en los relieves un hecho astronómico singular defendiendo la consignación en fecha precisa de dos eclipses, uno de luna que habría tenido lugar el 25 de septiembre del año 52 a.C. y otro de sol acaecido el 4 de marzo del año 51 a.C. En orden a fechas y simbolismos a la hora de desentrañar el significado del conjunto de figuras que componen el Zodíaco, lo más honrado es reconocer que los expertos en el Mundo Antiguo se mueven entre sombras, cosa que no resta interés a algunas de sus conjeturas. Ciertos estudiosos, por ejemplo, han creído identificar en algunos de los signos grabados en esta singular rueda celeste la huella de un viejo relato de la cosmogonía babilonia: la famosa «tabla del destino», el objeto sagrado al que se refiere el mito que narra la lucha de los dioses primigenios, la posterior aparición del cielo y la Tierra y también la creación del primer hombre. Es una larga historia llena de episodios a cuál más truculento que se inician con la coyunda sagrada entre Tiamat, la diosa del agua salada, que resulta ser la mala de la película y representa la oscuridad y el caos, y Apsú, dios del agua dulce que acabará siendo asesinado. De ellos descenderá Marduk, el dios de la luz y el orden del que hablé cuando viajamos a Babilonia para conocer los restos del zigurat construido para perpetuar su memoria. El paso de los siglos y el avance del desierto enterraron en el olvido la memoria del templo y del Zodíaco. Pero a lo largo del tiempo los hombres no han perdido la afición a consultar los horóscopos. Es la prueba de la perenne vigencia de una de las preguntas que más veces se han formulado los seres humanos de todas las épocas: «¿Qué me deparará el futuro?». Pregunta en cuyo fondo late el rescoldo de la angustia vivida por el primer hombre que vagó errante por la Tierra. Ignorante de que a la noche la sucede el día, lo podemos imaginar aterrado ante la llegada de las sombras de la primera noche de su vida, a la espera de que volviera de nuevo la luz. No sabremos cuánto tardó en reponerse de aquel miedo y nadie puede asegurar que el terror vivido no se haya prolongado en el inconsciente colectivo dejando un poso de eterna incertidumbre ante lo que está por venir. De ahí el interés por saber y anticipar qué nos deparará el futuro, el día siguiente, a los ya vividos.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 177
Salvando la distancia, que es mucha, en el lenguaje científico hay un punto de esoterismo que recuerda la función de los jeroglíficos, los signos de la lengua sagrada que solo conocían los sacerdotes y los escribas. Todo se transforma, a veces para volver.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 179
En un libro denso y a ratos misterioso (El nombre del infinito) en el que se establecen las relaciones sutiles que enlazan el misticismo religioso con el mundo de las matemáticas, Jean-Michel Kantor cuenta un episodio poco conocido para cuya interpretación hay que evocar la figura de un personaje carismático, un starets ruso (un anciano venerable) llamado Hilarión que en 1907 publicó un libro en el que recogía sus experiencias místicas trabadas alrededor de la oración de Jesús. En él decía haber entrado en contacto con Dios recitando una y otra vez los nombres de Cristo y Jesús. Entraba en éxtasis repitiendo, a modo de letanía, las palabras «Cristo» y «Dios» hasta lograr acompasarlas con los latidos del corazón y el ritmo de la respiración. El control de la respiración, la quietud y los efectos de laxitud que dicho proceso provoca en el cerebro son, por otra parte, técnicas centenarias de autocontrol que articulan la conexión entre respiración y consciencia bien conocidas entre los gurús de algunas sectas de la India. Aquel cisma venía de atrás. Al parecer, la fórmula era una adaptación de una técnica antiquísima desarrollada en los primeros siglos del cristianismo por los eremitas de los desiertos de Palestina y Egipto. Entre los historiadores de los místicos era conocida como la «Oración del corazón». En esencia, consiste en rezar sin parar buscando la fusión física y mental con Dios. Estas técnicas de oración combinan centenares de repeticiones breves de las mismas palabras con un control de la respiración y de los latidos del corazón.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 203
El oficio arrancó acompañado de una salmodia que poco a poco fue adquiriendo un tono monocorde. Casi perdí la noción del tiempo. Analizando después el porqué de aquel estado de laxitud y percepción cerebral lineal, llegué a la conclusión de que, siendo una suma de todo —la noche, el ambiente, el olor del incienso y mi predisposición mental al acceso a nuevas experiencias, al éxtasis—, el factor determinante había sido la palabra. La lectura solemne y sincopada de los textos sagrados. Perdí la noción del tiempo, pero no la sensación placentera de estar flotando, levitando, anclado por las manos entrecruzadas al elevado apoyabrazos del sitial. Las palabras, la luz de los hachones y el humo del incienso… Nunca me he sentido tan cerca del misterio. Me acordé de Borges, el genio ciego de Buenos Aires, y de un relato suyo que habla de la inalcanzable lengua absoluta, la lengua perdida, el idioma de Dios.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 216
El Gran Lavra es el único monasterio de Monte Athos que jamás fue expugnado, todos los demás sucumbieron en algún momento de la Historia a los saqueos o los incendios.
Fermín Bocos
Viaje a las puertas del infierno, página 217
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