A mi madre

Ya para mí no hay gloria
Todo mí bien llevose la cruel muerte;
Triste recuerdo la fatal memoria
Me pinta en los dolores de mi suerte;
Pues la pasada historia
Paréceme ilusión forjada en sueño;
Y despertando del letal beleño
Al golpe de la parca, furibundo,
Atónito y lloroso considero,
Que cual brilla el relámpago ligero,
Así pasan las glorias de este mundo.

Cuan pura rosa en mayo,
No bien brilla argentada
Al golpe de aquilón,
Así súbito rayo
De la parca homicida
Cayó en su cara vida
Y abrió mi corazón.

¿Quién podrá consolar mi aguda pena?
Cada vez que a mi vista dolorida
Parezca objeto alguno que recuerde
La antes dichosa vida
Que al dulce arrullo de mi madre amada
Gocé... Mas ¿qué gocé? No gocé nada;
Siempre ausencia, y eterno descontento
Y si algunos instantes de alegría
Hurtarles pude a los sañudos hados
¿Puede con el dolor ser comparado
Lo que siente en este trance el alma mía?
Nada respeta la segur airada
De la muerte cruel, ni la hermosura
Ni la virtud preciada;
Todo hunde en las tinieblas oscuras.

Veintiuno de octubre, nunca, nunca
Pasará sin que llore el alma mía,
Con tanta exaltación como otro tiempo,
Tiempo dichoso "¡Cuando Dios quena!"
Me llenabas de júbilo y de gozo
Y de fino placer y de alborozo
De mí, por ser el venturoso día...
Y ya no podré verte tan hermosa
Cual la aurora risueña
Y con faz halagüeña
Cantar a los sones del arpa,
Ni brindar expresiva
Por la salud del hijo a cada instante
Y en tono alegre, con gentil semblante,
Repetir cariñosa ¡viva! ¡Viva!

Natalicio de María Talavera


Himno patrio

¡Paraguayos!, corred a la gloria
y colmad vuestra patria de honor,
inscribiendo al luchar, en la historia,
nuevos timbres de noble valor.

El feroz y cobarde enemigo
que cien veces tembló a nuestra vista
viene audaz a buscar la conquista
de la tierra que el cielo nos dio;

ya sus pasos resuenan confusos,
ya se escucha salvaje alarido.
¡Paraguayos!, el suelo querido
el infame agresor profanó.

Del vivac donde cuenta sus glorias
esforzado y valiente guerrero,
y do aguza constante el acero
contra el vil y perverso invasor,

¿no observáis al contrario insolente?,
¿no miráis ya sus tiendas plantadas?
¡Extinguid sus feroces mesnadas
de las armas al rudo fragor!

Al tañido marcial del clarín
y al clamor de la guerra horrorosa
se levanta gigante y hermosa
la bandera de fuerza y unión;

dulce emblema de gloria y poder,
que dio patria y honor a esta tierra;
en la lucha, en la lid, en la guerra
invencibles te ostentas León.

Este suelo inocente y hermoso
que al gran río le debe su nombre
es la tierra gloriosa en que el hombre
con su sangre se dio libertad;

aquí alzó la justicia su trono
levantando su espada iracunda;
aquí el siervo la infame coyunda
en coronas trocó de igualdad.

De la patria los templos y altares,
si es forzoso con sangre reguemos,
y en sus aras de hinojos juremos
¡morir antes que esclavos!

Desplegada en los aires se mira
de los libres la hermosa bandera,
sus colores mostrando altanera
del rubí, del diamante y zafir.

Natalicio de María Talavera




La antorcha del saber brilló en su frente
E inspiración divina en su cabeza,
Siempre ostentó del genio la grandeza,
Que el tiempo no la pudo dominar:
La Patria y la Libertad fueron su anhelo;
Murió luchando por los santos lares,
Defendió con su pluma los Altares
Cual soldado que lidia hasta triunfar.

Epitafio



Reflexiones de un centinela en las víspera del combate

¡La muerte, idea del horror! ¿Y la esperanza
que en este ardiente corazón se agita?
¿Y mi noble ambición caerá marchita
al rudo golpe de enemiga lanza?

¿Y por qué he de morir? ¿La muerte acaso
a todos hiere con sus negras alas?
Entre la nube de encendidas balas
¿No podrá mi valor abrirse paso?

¡Al combate, al combate! ¡No más calma!
Emoción del peligro, yo te ansío;
que al fuego del valor, templada el alma
recobre altivo su indomable brío.

¿Quién no hará entonces de valor alarde?
Quien, sordo al eco del marcial estruendo,
en más la vida que el honor teniendo;
huirá al peligro, el corazón cobarde? 

¡Nadie!, que todos buscarán la gloria
y al centro de las huestes enemigas
iremos a clavar en sus lorigas
los pendones que anuncien la victoria.

¡Y que dulce será para el soldado,
aun coronado de fatiga y gozo,
a su patria anunciar con alborozo
nueva feliz del triunfo conquistado! 

¿Qué hermosa, entonces, de su noble pecho
rechazará el amor y sus caricias?
Cuando la gloria brinda con su lecho
¿Podrá el amor negarnos sus delicias? 

Entonces, a los bélicos redobles
sucederán cariños hechiceros:
la gloria y el amor son compañeros
y por amor y gloria somos nobles". 

Calló el guerrero: el alma enardecida
Fingió sueños de gloria y de fortuna…
Y en su lecho de nubes, adormida,
Blanca en el cielo apareció la luna.

Natalicio de María Talavera

















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