Bajo la bóveda azul

Cuando el cielo asume su reinado enérgico,
cuando se embravecen las aguas del mar,
y sólo sirenas y náufragos pueblan
las frías regiones de la noche atroz,

traslado mi alma, venciendo los piélagos,
a la conjurada manifestación,
donde participo de choques violentos
en el centro mismo de la adversidad.

Quiero ser espíritu de aquellas ráfagas
que en días y noches de eterna labor,
en las duras piedras y al son de las olas
esculpen el rostro de la eternidad.

Que siempre retumbe en la inmensa bóveda
mi grito instintivo, humano y mortal,
e infinitamente sus ondas sonoras
penetren punzante el enigma azul.

Que oigan los dioses mi clamor efímero,
mi canto impotente de humana pasión;
me cubran de roca, de duro granito,
para la victoria de mi soledad.

Óscar Distéfano


Buscando a Dios

Busco a Dios en la médula del cosmos
con mis escrutadoras esperanzas,
explorando las últimas estrellas
con el ojo avizor de los instintos.

Tengo dudas sobre el lugar celeste
donde dispone la deidad su alcoba:
si en la verde extensión paradisíaca
o en la pía metáfora del cielo.

Busco a Dios en la entraña de la tierra,
en la mágica luz de los estíos,
en las vibrantes horas de la dicha
y en la dura certeza del adiós.

¿Acaso no estaré aplacando el miedo
que me crece voraz ante la muerte?

Óscar Distéfano


"Del fuego que encendiste ¿Que de dónde me nace tanto deseo brusco: urgencia de tu boca, instinto de asediar tus noches con el fauno que llevo en las entrañas?"

Óscar Distéfano


Hágase la voz

Conocí a un hombre afable
que un día comenzó a refunfuñar
porque el futuro le quedaba chico
para la gran tarea que le debía al mundo.
¿Quién era el endemoniado profeta?

Pasaba el tiempo
y no lograba revertir su sentimiento:
carecía de exaltación:
se pasaba horas hurgando
en sus bolsillos vacíos.

¿Qué será de su espíritu, de su salud mental,
pues esta noche nuevamente
el insomnio lo envuelve en su vacío,
y el alba no le trae todavía
la lluvia mansa, el cántaro de estrellas
donde beber sus nuevas fantasías?

¿De cuál estratagema
hará uso para encontrar
la puerta al cielo de su infancia,
aquellas risas inocentes del pasado
atascadas en un jardín inolvidable
de la memoria malherida?

¿Regresará a su antigua trasnochada
donde la luna lo mira y lo avergüenza
porque no logra confesar sus emociones?
¿Regresará a la gloria del suplicio,
a la sangre que mana sin tiempo y sin medida?

Óscar Distéfano


Hiroshima y Nagasaki

Homenaje a las casi 240.000 víctimas fatales de Hiroshima y
Nagasaki, ciudades que sufrieron ataques nucleares los días 6 
y 9 de agosto, respectivamente, de 1945.

Porque ya no le queda fe,
porque su cuerpo humea,
una boca —rojos los dientes— indulta a los dioses
—una boca, todas las bocas, mi boca—
el infierno antes de tiempo,
el niño en sangre, extraviado entre escombros,
la madre sin cocina, sin tarea, sin despertador,
el padre buscando el suicidio,
la ciudad en llamas plegada sobre sí.

Un pájaro interroga al dios de los pájaros: por qué
el aire se inflama hasta el cielo, por qué
los nidos se achicharran, por qué
la hierba se calcina de súbito, por qué
el apareo ya no es posible
hasta los próximos cincuenta años. ¡Por qué!

Una niña, colegiala feliz,
no sabe nada y llora, desnuda llora, llora
el amor por su muñeca,
el corazón carbón de su muñeca,
y nada sabe y llora y sólo nada sabe
de esa lluvia fea, agua polvosa y gris, y llora
segundo a segundo a segundo
todo lo que fue su mundo.

En bosques bien cuidados
se cazan mariposas al otro lado de la tierra.
En campos de golf onerosos
se relajan los ideólogos de la victoria.
En alegres tertulias se deleitan los tímpanos,
en las casas tranquilas
envejecen las viudas de soldados.

Sigue el curso de la vida, sigue y sigue,
sigue la mágica restauración, ya sólo
quedan los cuerpos sin suplicio, sin rostros, sin nombres,
queda el alma en la calma del arma mortal,
sólo el consuelo de la eternidad.

Ay, esta culpa hereditaria, cómo duele.
Ay, los monstruos que somos, cómo duele.
Ay, nuestros espíritus horribles con traza
de crueldad recurrente, cómo duele.
Ay, las imágenes interminables
de la carne apretada en racimos bajo la muerte, cómo duele.

Hoy se oyen voces entonando
en los medios del orbe
venerables noticias de progreso y civilización.

. . . los seres humanos, los victoriosos sapiens, somos
los elegidos de Dios, los indomables del Diablo, somos
lo que más nos gusta hacer, el juego que más nos distrae, somos
matarnos todo el tiempo, crónicos jugadores, somos
los inmortales hominoideos. Somos . . . 

Óscar Distéfano


La rosa

Radiante está la rosa en una esquina,
como una reina que en su trono exhala
aura y color en la vacía sala,
soberbia en su belleza femenina.

Bebe humedad del agua que adivina
los tersos pétalos, la ardiente gala,
mientras la luz de la mañana avala
la majestad de estética divina.

Bella la flor ignora que su vida,
truncada ya en el tronco cercenado,
ha ingresado en el reino de la muerte.

Así también, vertiendo despedida,
el sueño de vivir cuando acabado,
repite de la flor aquella suerte.

Óscar Distéfano










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