Cercanías
Hoy me duele ese instante en que la vida
es un tren vacío
que avanza hacia la noche.
El incendio fugaz de ventanillas
parpadea enceguecido
con una intermitencia
como de ojo continuo
que no acaba de cerrarse.
Me da miedo
el vagón solitario con los cuerpos ausentes
que van a ningún sitio.
De todos los asientos que arrastran su insustancia
hacia no se qué limbo.
Mirar como transcurre
es arrancarse un poco
del maletín del alma
filamentos de sangre
y engancharse al sonido que se va adelgazando.
O saltar al silencio
de raíles sin término.
Pepa Agüera Sánchez
Piedras
Me inquieta
esa larga quietud de las estatuas.
Me parece que fuera
asomarse a un espejo
muy lejano y con manchas herrumbrosas.
Me perturba su gesto pensativo,
su sonrisa perpetua
o su rictus de eterna permanencia.
Soy yo la que está ahí, pero no estoy,
como no permanezco en el espejo
si dejo de mirarlo...
Cada vez que su frío
reclama mis pupilas
siento en las manos tacto de milenios.
Una clara opulencia
de pechos blancos y caderas níveas,
tensas musculaturas,
enigmáticos rostros que miran al pasado,
cabelleras de piedra retorcida.
¿Seré yo esa cariátide
que bajo la cornisa
sostiene trozos de la misma historia?
¿O el jinete que tira de la brida
de su corcel rampante?
¿O Laocoonte luchando con la sierpe?
No sé, pero me duele
mirarme en esos ojos sin mirada
porque soy yo
la que está en esa piedra como espejo
y ahí me veo, inmóvil,
dura por dentro y con antiguas grietas
por donde aflora el musgo.
Y mis labios de mármol insensible
preguntan al rosario de las horas:
¿Dónde estás, Pigmalión?
Pepa Agüera Sánchez
Sideralia
Intenté irme tan lejos
que no pudiera el recuerdo
morderme los tobillos.
Me hice exploradora astronáutica
de espacios insondables.
A pesar
de las rojas colinas de Marte,
el surfing en los discos de Saturno,
la ardiente calidez de Venus,
la gravedad extrema de Júpiter...
y más allá, las galaxias
cada una girando a su rollo,
-abrumadoramente bellas-
la lejanía no fue ningún remedio.
La soledad tampoco.
Cuando intenté volver se agotó mi energía
y alunicé a la fuerza en el satélite
que orbita en torno a ti.
Desde un cráter polvoriento miré al cielo.
Contemplé el disco azul en la distancia.
El dibujo remoto de la costa
se insinuaba apenas
entre el deshilacharse de las nubes
justo donde estuvimos una tarde.
Las lágrimas hicieron el milagro.
Un Arco Iris en la Luna.
Pepa Agüera Sánchez
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