¡Adelante!

Era joven y fuerte. Y yo sé que tenía
La obsesión de una estrella que fulgía
En la sombra de un cielo horripilante.
Dicen que estaba loco, porque sólo sabía
Mirarla y exclamar: ¡Adelante…! ¡Adelante…!

En la mazmorra fúnebre donde fue sepultado
En una noche horrenda, y allí martirizado
Por la guardia feroz y repugnante,
Se levantó del suelo ensangrentado
Para exclamar tan solo: ¡Adelante…! ¡Adelante…!

Aunque nada en las sombras se despierte
Sobre la llama inerte,
Siempre se escuchará su clamor delirante
Sobre los propios hierros de la muerte;
¡Adelante…! ¡Adelante…!

Manuel Navarro Luna


Canto de la agonía

Horizonte de lágrimas…!
Escándalo de cruces que se posan sobre siembras de tumbas…!

Los niños, ya no cierran los ojos.
Se abraza al niño negro, que es más fuerte,
el niño débil, que es el blanco.
Y se enredan en el dolor espeso, obscuro y torvo de la tierra crucificada
y escuchan el ruido de su sangre molida por la muerte.

Por los surcos desamparados,
corren las calaveras de los niños que no tuvieron nombres;
—nadie supo jamás cómo esos niños muertos se llamaron…
nadie supo jamás si alguna vez vivieron:…!
la calavera del niño blanco…!
la calavera del niño negro…!

El bohío…!
Ese tallo de sombras, ese copo de sombras
anudado a la madrugada delirante con la voz del gemido;
esa mancha estucada en el temblor de las soledades inermes:
Mugre del campo…!
Greña de la abulia…!

El bohío…!
Clava sus desamparos en las ramas yertas del hambre
y muerde las palideces vacilantes de los niños que juegan, muriendo, con las ramas.

Puño de la miseria,
pico desesperado de la angustia sin migajas de lumbre;
escara de la noche,
hipo de la última tiniebla…!

Por entre filos alarmados de telarañas rondan los esqueletos,
y se alimentan con un caldo obscuro de agonías,
mientras la tos desgrana esputos rencorosos en los graneros de los rincones,
o sobre los bordes, sin pestañas, donde jamás estuvo una palpitación perdida.

El campesino muere…!

Sin luz,
sin pan,
sin agua limpia…!
Muere, para morir,
negado al suelo renegrido que es como la espuma de la muerte.
Y el campesino,
muere…!

Abrazado a una estrella que los hombres ataron a un muro de ignominias,
fue como un garfio enloquecido cuando se puso en pie el denuedo de las trompetas.

Fue como un garfio enloquecido
clavado en el pulmón de la tormenta.

Fue chispa disparada
a un centro de negrura:
harapo guerreador,
cólera en puntas…!

Sobre un charco de muertes sangró por la luz atribulada.
La úlcera de enconos que supura en la carne de los esclavos ofendidos
cortó los hierros a las violencias azuzadas. Y los andrajos iracundos
se levantaron de un lecho de lacerias para ya acabar de morir…!

El pantano famélico abrió la boca desdentada y pestilente
para morder el ímpetu que corrió tras la luz prisionera.
Y el ímpetu,
harapiento y escuálido,
se derribó sobre el frío de sus propios temblores.

Pero subió sobre su cuerpo;
subió sobre su sangre;
subió sobre la muerte…
Y fue como una crecida de clarines,
como el músculo desbordado de la venganza
frente a una verde iluminación de palmeras…!

Corrió…
Corrió tras una estrella,
tras un resplandor encadenado…
¡Para morir sin luz,
sin pan,
sin agua limpia…!

Campesino…!
Campesino cubano…!

Manuel Navarro Luna



Canto de los surcos

El ojo pegado a la raíz estremecida del llanto;
la garganta doblada sobre la corriente de un estertor partido;
la boca, endurecida y helada,
cubierta por un vértigo sucio, por un espumarajo de tinieblas.
El pecho herido…!
El pecho herido sobre un cauce de sombras…!
Y las manos caídas…!
Las manos que podían cargar gritos maduros y despedazarlos…!
Las manos que podían abrir los vientres de la luz…!

Campesino…!
Campesino cubano…!

El río, con la sangre podrida,
echa su pelambre de limos fétidos y su cansancio turbio
en la orilla asustada y trémula del día,
y se arrastra después como un apetito desvelado:
apetito sin órbitas
bajo cuyas lenguas acribilladas se despiertan los ataúdes…!

Con la sangre podrida,
siembra su voz podrida en la carne sin llamas del silencio podrido;
y la voz,
que flamea después sobre las espaldas de los mástiles arrodillados,
la voz henchida y plena,
dura y desolada,
renace, y brilla,
como una sementera de llagas.

El río con la sangre podrida…!

Por las venas del agua corren semilleros de fiebres;
el huracán nocturno construye espectros alucinados,
y se alzan en los surcos temblorosos de remordimientos,
los cráneos de los niños que murieron sin saber que eran niños…!

Agua de los sepulcros…! Agua de los sepulcros…! Agua de los sepulcros…!
Se filtra por la negrura que se corrompe en el sueño oloroso a cadáveres,
y lame las cicatrices verdes del espanto,
y lame la carroña amortajada de la noche.

Agua para la sed de los niños…!
Agua para la sed de los hombres…!

¡La llamarada grita en el crecido lecho de las cóleras fatigadas:
canto que sube por el hombro ensangrentado de la tierra para trizar la frente del mundo;
trepidación de escombros donde se desploma la sangre paralizada de las banderas;
vórtice de truenos donde se despedaza el rumbo de los soles…!

Pero aquí no se escucha más que el rudo son de la pupila siniestra;
aquí no se escucha más que la podredumbre del monte…!
El niño… no sabe que es niño…!
El hombre… no sabe que es hombre…!

Manuel Navarro Luna


¡EL GENERAL ANTONIO!

¡Si habláis de la vergüenza:
si queréis señalar las altas cumbres del decoro…
sobre llamas y túmulos y banderas estremecidas
tenéis que alzar la voz y dar el nombre puro y hondo.
¡Tenéis que dar la excelsitud de un grito: ¡ El General Antonio!
Para que escuche el monte, y la piedra, y la nube
y los oídos claros, y los oídos sordos: ¡El General Antonio!

Con Mariana y con marcos,
el Capitán Rondón tuvo armas, y dinero, y caballos, y todo.
¡Se alzaban las primeras amapolas sangrientas de la guerra
entre los rudos filos del resplandor heroico!
El Capitán Rondón dijo despuès a Marcos:
¿Y cuál de los muchachos me vas a dar ahora…?
Guardo silencio el padre. Un silencio de padre, fuerte y doloroso.
Pero tres de los hijos respondieron por Marcos:
José,
Justo
y Antonio.
¡El último,
más fuerte y más pronto!
¡El último,
más pronto que los otros!

Cuando habléis de la Patria,
del dolor y el denuedo t el largo y cruento batallar sin reposo;
y en mil batallas veintisiete heridas cual veintisiete surcos;
de las marchas con hambre y del camino áspero y torvo;
de la gloria en la herida y la gloria en la sangre,
tenéis que hablar del General Antonio!

Con dos balas, se acaba la guerra: dijo Cánovas.
¡Tal vez con una sola para el guerrero epónimo!
Pero aún no la tenían los fusiles de España
y el Pacto del Zanjón no fue paz, sino tregua y encono.
La bandera – sudario, que alguien dijo,-bordada en Camagüey por manos de mujeres-
¡La izó en Mantua el machete del General Antonio!

“Esto va bién”, exclama, cuando se siente herido en Punta Brava.
¡Es la muerte! El lo sabe y sonrie victorioso.
¡Ya ni la muerte misma podrá vencerlo! ¡ Nada
podrá vencer al General Antonio!

Cuando habléis de la Patria,
si queréis señalar las altas cumbres del decoro
en la cumbre del hombre… buscad entre latidos de montaña,
sobre: raíz de trueno y palpitar de troncos,
la presencia profunda que nos cerca y nos manda: ¡EL GENERAL ANTONIO!

Manuel Navarro Luna



Nochebuena

Al tenue resplandor que derramaba
el astro de la noche, en la coqueta
polvorosa ciudad, yo caminaba
con la calma de un viejo anacoreta.

Mientras veía de placer inquieta
la alegre muchedumbre que ambulaba
melancólicamente, en la secreta
angustia de los pobres meditaba.



¡Cuántos habrá –pensaba en esta noche,
cuando haciendo de júbilo derroche
ruedan las almas en beodo enjambre–

que en su tugurio mísero y sombrío
no hallen con qué abrigarse y sientan frío,
no encuentren qué comer y tengan hambre!

Manuel Navarro Luna



Revolución

Pero todos aquellos que azotaron la esclava
Carne nutrida de dolores,
arderán en la hoguera devoradora y brava
que atizó la iracunda mano de los rencores.

Las lejanas antorchas anuncian el instante
de la liberación.
Del universo en ascuas saldrá la delirante
REVOLUCION...!

Manuel Navarro Luna


Santiago de Cuba

Deja que los muertos entierren
a sus muertos

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

¡Por allí anda la madre de los héroes!
¡Por allí anda Mariana!
¡Estaréis ciegos
si no veis ni sentís su firme y profunda mirada...!  
¡Estaréis sordos si no escucháis sus pasos;
si no oís su tremenda palabra!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

Así exclamó aquel día, junto al cuerpo de Antonio
—¡de Antonio, nada menos, que sangraba  
herido mortalmente!—cuando todas
las mujeres allí gemían y lloraban...!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

Allí las madres brillan  
como estrellas heridas y enlutadas.  
Recogieron el cuerpo de sus hijos  
derribados por balas mercenarias,  
y, después, en la llama del entierro,  
iban cantando el himno de la Patria.

¡También lo iban, junto a ellas,
el corazón, sin sueño, de Mariana...!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

Hay muertos que, aunque muertos, no están en sus entierros;  
¡hay muertos que no caben en las tumbas cerradas
y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,  
para seguir guerreando en la batalla...!

¡Únicamente entierran los muertos a sus muertos!  
¡Pero jamás los entierra la Patria!
¡La Patria viva, eterna,
no entierra nunca a sus propias entrañas...!

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

¡Los ojos de las madres están secos  
como ríos sin agua!
¡Están secos los ojos de todas las mujeres!  
Son fuentes por la cólera agostadas
que están oyendo el grito  
heroico de Mariana:

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

¡Venid! ¡Venid, clarines!  
¡Venid! ¡Venid, campanas!  
¡Venid, lirios del fuego,  
a saludar las rosas de vuestras propias llamas!

Manuel Navarro Luna


Tienes que escoger tu muerte

Tienes que escoger tu muerte
como se escoge una flor.
Y verás que hasta el dolor
puede ser la mejor suerte.
El pecho, mientras más fuerte,
más tiene que trabajar
vida y muerte, para dar
su flor al camino pulcro
y que pueda su sepulcro,
siendo sepulcro, brillar.

Pues quien así no trabaja
vive con muerte. Vivir
puede cualquiera. Morir,
sin muerte, sólo el que baja
al sepulcro sin mortaja
y con latidos despiertos,
para ser, entre los muertos,
una conciencia anhelante
que en la sombra se levante
con los párpados abiertos.

Hay quien dice: «El tiempo es oro»
y en dinero lo convierte.
Y hasta comprar una muerte
quiere con ese tesoro
Mas en delirante coro
de furias y de agonías,
las sombras, tercas y frías,
hunden, con un golpe fiero,
al que cambia por dinero
el tesoro de sus días.

Pero al que exprime su hora
que es cual milagrosa fruta,
y de sus miles disfruta
con larga ansiedad creadora,
podrá construir la aurora
sobre la sombra mayor,
y hasta convertir en flor
la muerte que nos destruye,
mientras, brillando, construye,
con luz, su vida mejor.

Manuel Navarro Luna










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