“Con el paso del tiempo y el esfuerzo promocional de los laboratorios farmacéuticos los medicamentos han pasado de ser bienes esenciales a simples objetos de consumo. Hoy las reacciones adversas a los fármacos ya son la cuarta causa de muerte en países como Estados Unidos.”

Miguel Jara


Estimada Ella,

En una ocasión y a raíz de unas publicaciones algo polémicas me preguntaste ¿cuál es el vínculo entre industria, mercado y política sanitaria? La financiación de los sistemas sanitarios, la creación de mercados de salud y los avances tecnocientíficos, en verdad, tienen relación y es necesario entender esas dinámicas para comprender lo que ocurre en la actualidad, que no es otra cosa que el constante avance de eso que podíamos denominar el «complejo de la medicalización industrial».

Puede parecerte complicado pero no lo es tanto. Te explico. En torno a nuestra salud se ha ido creando una especie de red de empresas que venden tecnología para detectar enfermedades, material para las operaciones o medicamentos. Esas compañías, con el tiempo han ido adquiriendo mucho poder por su peso económico y eso permite a sus responsables tener una capacidad de influencia muy por encima de otras empresas e incluso de otros sectores.

Las multinacionales farmacéuticas y de tecnología sanitaria ejercen esa influencia sobre políticos predispuestos ideológicamente y, también sobre profesionales de las universidades y lo que se denominan líderes de opinión porque sus palabras llegan a muchas personas, son muy escuchados. Y también sobre investigadores y profesionales sanitarios de todas las ramas y a quienes forman las asociaciones de enfermos y a los funcionarios. Llegan a casi todas partes del ámbito de la salud y la sanidad.

Ella, el poder no es malo pero por no sé qué extraña circunstancia en nuestra sociedad se ha visto que, por lo general, quien lo tiene lo usa para mal, en vez de utilizarlo para hacer el bien. Ese complejo industrial en torno a nuestra salud y enfermedad ha conseguido que sean los intereses comerciales de las farmacéuticas y sanitarias los que han prevalecido sobre las necesidades de salud de las poblaciones. Y sucede en todo el mundo, pues su poder se ha hecho global.

Ahora, mi pequeña, deseo que conozcas algo de la historia de ese enorme poder. Pero antes quiero decirte una frase de un escritor, George Orwell, que nos advirtió con sus libros sobre que “en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.

Ella, es importante que conozcas algunas verdades pues si estás bien informada puedes gobernar mejor tu vida y con tus elecciones conseguir que algunas cosas cambien.

Fue pasada la mitad del siglo pasado, el XX, cuando un presidente de Estados Unidos, ya entonces el país más poderoso del mundo, Dwight «Ike» Eisenhower, llamó la atención sobre el inusitado poder político-económico que habría conseguido lo que denominó como «el complejo militar industrial». Estaba formado por la potente industria armamentística y el estamento militar americano.

Unos lustros más adelante empezó a aludirse a otro complejo referido al sector sanitario que también alcanzaría importantes cotas de poder. Arnold Relman, médico internista y profesor de medicina, en su discurso a la Massachussets Medical Society, le llamaría «el nuevo complejo médico-industrial». Éste lo conformarían la poderosa industria farmacéutica y de tecnología médica, junto a instituciones sanitarias diversas, profesionales, directivos y otros agentes sanitarios relacionados con aquella.

Este «complejo» sustenta un gran emporio económico y además ejerce una influencia decisiva en aspectos tan trascendentales como la investigación, la formación y la asistencia médica. Los citados «complejos», el militar y el farmasanitario, son hoy los dos más influyentes del planeta.

Una de las cosas que hacen es lo que se denomina lobby, que es una palabra que procede del inglés y significa vestíbulo, ahora te cuento porqué pero antes es bueno que sepas que un lobby es un grupo de personas influyentes, organizado para presionar en favor de determinados intereses, es decir, un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir para promover decisiones favorables a ese sector concreto de la sociedad.

A finales del siglo XVIII, el acceso a los ciudadanos a la Cámara de los Comunes de Inglaterra estaba prohibido, por lo que se celebraban reuniones con los diputados en los pasillos o en las salas de espera del Parlamento, denominadas en inglés lobbies.

El acceso de los poderosos a los políticos, que son los que gobiernan, es antiguo pues. En la actualidad, el complejo médico industrial ha extendido sus redes más allá de las instituciones políticas e intenta influir en todos los entes que tengan que ver con su actividad. Lo que está en juego es la propia democracia, el sistema que nos hemos dado los ciudadanos para que sean los políticos los que gobiernen en nombre de la población.

El problema es que cuando un complejo como el que tratamos extiende tanto sus influencias al final no sabes bien quién gobierna, si los políticos elegidos por la gente o el complejo.

Se produce entonces un conflicto de interés, lo que es bueno para la gran industria no lo es para la sociedad.

Ella, los conflictos de interés están muy extendidos (puede incluso que sean inevitables). Por ejemplo, la formación sobre medicamentos y novedosas técnicas sanitarias corren a cargo de las empresas que producen esos fármacos y tecnologías.

Poco a poco el complejo ha ido haciendo esa labor. Se profundiza así en el adoctrinamiento pues tiende a obviarse la información que es sustituida por la propaganda para inculcar determinados valores o modos de pensar en las personas a las que van dirigidas, médicos en este caso. Una cosa es informar, de lo bueno y de lo malo de un medicamento y otra cosa es presentar sólo la parte beneficiosa de una terapia o un enfoque médico.

A través de su constante y sistemático acercamiento a los médicos el complejo medicalizador consigue definir las enfermedades que nos asolan, les enseña a diagnosticarlas según sus intereses y pone a su disposición los tratamientos que produce. Además, genera entre quienes tienen la capacidad de extender una receta la idea de que sólo existe un modo de entender la salud, el que dicta el gran lobby farmasanitario. Lo demás, como no está en ningún sitio porque el complejo está en todas partes, no existe.

Cuando enfermas, Ella, te asaltan muchas dudas, si la enfermedad es grave te ataca el miedo y puedes sentir soledad. Pocas cosas entonces hay tan reconfortantes como conocer a otras personas que padezcan tu misma enfermedad. Para ello existen las asociaciones de pacientes de una dolencia, organizaciones de personas que padecen cáncer o diabetes, por ejemplo.

El problema de nuevo son los conflictos de interés que te explicaba. Para una persona que ha perdido la salud es muy interesante que otros seres humanos en su situación le aconsejen sobre terapias o tratamientos, les recomienden médicos y centros de salud o les ofrezcan otras informaciones sobre cambios en el estilo de vida, por ejemplo y otras cosas que puede hacer para estar mejor.

Pero para el complejo también es muy interesante llevarse bien con ese tipo de asociaciones pues así pueden influir en la información que ofrecen a quienes llegan con su mismo problema y como te he comentado, no es verdadera información sino propaganda. Se ha convertido en normal que las empresas del lobby farmasanitario den dinero a las asociaciones de pacientes.

Les pagan sus páginas web o sus medios de comunicación con los enfermos, participan en actos públicos con ellas y otras acciones que son un marketing perfecto para las empresas porque dan a conocer no sólo la enfermedad sino el enfoque que interesa a sus patrocinadores.

Hace poco tiempo leí sobre un estudio que refleja que el 83% de las asociaciones de pacientes de alguna enfermedad en Estados Unidos (EE UU) reciben contribuciones económicas de las compañías farmacéuticas. En un tercio de los órganos de gestión de esas entidades se encontraron ejecutivos o ex de farmacéuticas.

Enfermos e industrias tienen intereses muy distintos, los laboratorios quieren dar a conocer sus medicamentos y qué mejor que una asociación de enfermos de una patología a la que va destinada tu fármaco para promoverlo. Los pacientes ligados por sus asociaciones al complejo industrial son útiles para hacer presión a los políticos y que den vía libre con rapidez a un nuevo tratamiento en investigación.

También para intentar que las administraciones paguen lo que piden las farmacéuticas por un medicamento de reciente introducción en el mercado. Como ves Ella, tras la sinceridad de la cara amable de quien te atiende en una de esas asociaciones puede estar oculta toda una estrategia para manipular a personas sobre su enfermedad y cómo vivir con ella o superarla.

Mi querida nieta, todo este panorama que te describo no ayuda a confiar en el modelo establecido. Pareciera que las personas sólo somos máscaras tras las cuales estuvieran los verdaderos amos de nuestra salud y vidas.

Uno de los ejemplos clave para entender hasta dónde llegar el poder de este complejo que ahora te describo es el control de los organismos que han de velar por la calidad de los medicamentos que consumimos.

La Unión Europea posee la llamada Agencia Europea de Medicamentos (EMA) que ejerce el control de los fármacos que tomamos. Pero Ella, ¿cómo puede controlar los tratamientos de una industria que es su principal cliente?

Me explico. La industria farmacéutica paga para que los empleados de la EMA revisen la documentación que les presentan y recomienden o no la aprobación de fármacos. Estas agencias (además de la europea cada país tiene la suya) son «mantenidas» por la industria que está encantada de que sea así pues en nuestra sociedad quien paga manda y ese control del complejo sobre la institución pública le da cierta garantía de que sus medicamentos logran salir al mercado y es más difícil retirarlos si luego se descubre que alguno provoca daños.

No sé qué piensas tú de todo esto pequeña. A mí no me parece mal cobrar a la industria por este concepto, lo que habría que hacer es reforzar los mecanismos de transparencia e independencia de las agencias reguladoras pues la población puede tener la tentación de pensar que trabajan para las llamadas Big pharma -el conjunto de grandes laboratorios- cuando su misión es garantizar que sólo se venden los medicamentos necesarios, eficaces y seguros.

En estas instituciones también puede encontrarse a gente «de las industrias», lo que refuerza la idea de “complejo”. No hace mucho que la agencia de medicamentos estadounidense establecía que como máximo el 13% de los consejeros podían tener vínculos con la industria. Es decir, entre quienes deciden están las empresas a las que hay que regular. Es como poner al zorro a cuidar de las gallinas ¿no te parece?

Pero bueno, ya continuaremos escribiendo sobre esto.

Hasta pronto pequeña.

Miguel Jara



"Hay que defender al sistema de salud de los ataques de la industria farmacéutica."

Miguel Jara


“La industria farmacéutica es un sector con muchas irregularidades que le llevan a moverse en el oscurantismo. Además, actúa de espaldas a la ciudadanía.”

Miguel Jara


“La Industria farmacéutica está más interesada en promocionar sus novedades antes que en la Investigación el Desarrollo.”

Miguel Jara


Mi querida Ella,

Desde que el ser humano lo es ha necesitado comprender el mundo, la realidad que le rodea. Para ello surgió la Ciencia. Gracias a la ciencia las personas han podido avanzar y comprender multitud de procesos, de su propio organismo, de la naturaleza y de la vida en general. Ello ha ido acompañado de un desarrollo tecnológico indiscutible y en general, eso ha contribuido a que las personas puedan vivir una vida mejor. La ciencia ha desarrollado métodos que la han convertido en la referencia para el conocimiento del ser humano.

Queremos saber y obtener verdades, es decir, necesitamos comprobar que algo es cierto o que funciona y para ello necesitamos pruebas que lo demuestren.

La ciencia es admirable y admirada. Y es lógico que así sea dado el impresionante progreso que ha supuesto el método científico. La ciencia nos ha colocado en el mundo.

La imagen científica del hombre y del cosmos ha sido revolucionaria y a ella se resisten sólo ignorantes y nostálgicos. Interrogantes que inicialmente eran metafísicos han sido desplazados por la ciencia. ¿A dónde mirar para resolver nuestros problemas sino a ella?

El buen científico y tú mi pequeña, como cualquier persona puedes (y debes) serlo, ha de “dudar de todo”. Esa es o debiera ser la postura del método científico que es la base del conocimiento hoy como te explico. Este nace de la observación, la generación de una hipótesis que intente explicar lo que sucede y su comprobación. Está muy bien como planteamiento abierto al debate razonado y a la fuerza de los hechos. No basta con una teoría aparentemente coherente de lo observable; se necesita el aval empírico.

La Ciencia auténtica se basa en un método insensible a prejuicios por lo que no basta con que alguien descubra algo; lo observado, lo experimentado, ha de ser reproducible, comprobable por otros. Y es desde esos datos como se destruyen, modifican o construyen teorías. Y esa debiera ser la postura de cualquier persona, un moderado escepticismo inicial hasta que suficientes elementos de juicio orienten el planteamiento propio. ¿Que qué es el cientifismo o cientificismo entonces, Ella? La creencia en que la ciencia es la única posibilidad de conocimiento y la única fuente de esperanza.

Quizá el cientifismo más peligroso es el del reduccionismo simplista de todo lo humano. Por ejemplo, el ver en la depresión o en cualquier estado de ánimo sólo un balance de neurotransmisores. Si bien es legítimo tratar de encontrar componentes bioquímicos o alteraciones neurobiológicas subyacentes a un trastorno psíquico, no lo es asumir sin más una causalidad simple no comprobada.

El cientifismo ha calado en muchos ámbitos y el de la salud no es ajeno a estas perversas influencias pues asistimos a una medicalización injustificable de la conducta de las personas y a una esperanza ciega en que se acabarán encontrando los genes responsables o regiones cerebrales afectadas cuando se detecta una posible enfermedad, aunque no exista una base real que lo haga previsible.

En ese cientifismo inocente, casi infantil, yace la negación de la libertad y de la responsabilidad de cada cual. Uno sería como es “por culpa” de sus genes, de las neuronas con que nació o por sus neurotransmisores que están “averiados” y así sería comprensible e incluso predecible, mediante la imagen cerebral funcional o el estudio genético de turno. Pero si bien el comportamiento de una estrella es predecible, el de un ser humano no lo es desde el conocimiento de sus genes y su entorno.

Te preguntarás cuales son las manifestaciones actuales más peligrosas del cientifismo Ella. Yo pienso que el ataque a la libertad.

Si creemos que estamos determinados por nuestros genes, que somos manipulables mediante psicofármacos y que la imagen cerebral da cuenta de lo que nos ocurre y de nuestras creencias, de cómo sentimos o disfrutamos o pensamos o si lo pasamos bien o mal, no somos responsables de nuestros actos.

Y esto no es ciencia ficción, ocurre hoy. Existe una demanda de diagnóstico y tratamiento de situaciones que no son propiamente clínicas, algo facilitado por la proliferación de etiquetas médicas para todo y por la creencia de que cualquier perturbación de nuestro estado de ánimo ha de ser tratable en un contexto de obligación de ser felices.

Pero las personas somos más complejas, somos subjetivas, eso que habrás oído alguna vez de que cada persona es un mundo. Todos somos diferentes. Si pasamos de ser una biografía a una mera biología, ya todo estaría dicho. Es la vía a la alienación del ser humano. El cientifismo asume en general que ciencia equivale a verdad y bondad. Y en nombre de la ciencia asistimos a auténticas aberraciones. No es lejano el tiempo de las lobotomías generalizadas (premiadas con el Nobel en 1949).

Como explica el doctor en Medicina y jefe de la sección de Bioquímica del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, Javier Peteiro, en su libro El autoritarismo científico (Miguel Gómez Editores, 2010):

“La ciencia se ha convertido en el oráculo moderno, casi en una nueva religión. La cantidad de tests prenatales disponibles aumenta progresivamente induciendo a una selección negativa, es decir, a abortos; no es descartable en absoluto a corto o medio plazo una selección positiva de los mejor dotados genéticamente. La tentación eugenésica es evidente y recuerda claramente las aspiraciones de mejora racial nazi”.

La religión relaciona la humanidad a elementos sobrenaturales, trascendentales o espirituales no demostrables. La ciencia mal entendida acepta por demostrado lo que no lo está. Sirve de propaganda social y de marketing para quienes controlan el mercado de la salud y necesitan conferirle a su discurso “garantías científicas” para hacerlo más creíble. Consiguen así hacer más vendibles sus productos, los aparatos y tratamientos médicos que piden para comulgar sus feligreses.

Como explica el autor mencionado, uno de los pocos que ha tratado con tanta claridad el cientifismo:

“Ocurre de modo aparentemente paradójico que el cientificismo es nocivo para la propia ciencia porque trata de hacerla más ‘científica’. Parece un juego de palabras pero no lo es.

Los investigadores profesionales viven de eso, de su trabajo científico. Ahora bien, no todo el mundo puede investigar lo que quiere; hay proyectos financiables y hay finalidades políticas y económicas que influyen en esa financiación.

Y todo eso es regido en última instancia por criterios pretendidamente científicos por medibles: calidad, excelencia, impacto, eficiencia…

La canalización ‘científica’ de las ayudas a proyectos, con sus comités de expertos, cercena en no pocos casos la libertad y la creatividad que facilitan el propio avance científico. La gente acaba así metida en líneas ‘productivas’, es decir que conducirán a publicaciones en función de las cuales serán financiadas, cerrando el círculo. El cientificismo asfixia a la ciencia”.

Como ves Ella, vivimos en una época que hace necesario más que nunca el debate, especialmente en el contexto del ataque que se está haciendo a la educación y especialmente a la humanística. En la creencia de que la ciencia es el único saber, estamos asistiendo a un desprecio de lo humanístico y a una pérdida de la universalidad que caracterizó alguna vez a las universidades.

Los efectos de esa ignorancia de un saber fundamental como la Historia, la Literatura o la Filosofía serán sin duda negativos. Lo triste es que se adoptan políticas educativas deshumanizadoras a sabiendas, en la creencia de que lo rentable en realidad es formar a técnicos flexibles, mano de obra cualificada para el mercado laboral y no a personas críticas.

Miguel Jara























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