Es hoy un lugar común decir que los escritores están
rompiendo en todas partes los moldes de la novela realista, porque todo lo que
vemos alrededor es cada día más extravagante, más fantástico, más inverosímil.
En tiempos no lejanos cabía acusar a los novelistas de caer en la exageración,
de abusar de la coincidencia y lo poco probable; en nuestros días es frecuente
oír a los propios novelistas quejarse de que los hechos rivalizan con las
invenciones más descabelladas.
Doris Lessing
Shikasta, página 2
Se aconseja irse familiarizando poco a poco con las
distintas perspectivas en que se pueden observar las criaturas de Shikasta.
Todas las dimensiones posibles en Shikasta se encuentran en las salas 1-100 de
la Sección 31, desde el electrón hasta el Animal Dominante. La fascinación que
ejercen esas perspectivas múltiples es un verdadero peligro. A escala del
electrón, Shikasta aparece como un espacio vacío donde vibran casi
imperceptiblemente unas formas neblinosas, frotis mínimos de materia, impulsos
infinitesimales separados entre sí por vastos espacios. (El edificio más
monumental de Shikasta se desmoronaría si se suprimieran los espacios entre los
distintos electrones, y quedaría reducido a una sustancia minúscula, como la
uña de un shikastiano.) La gama de sonidos shikastiana es una
experiencia a la que también es necesario acostumbrarse. En cuanto al color
de Shikasta, es de una virulencia para la que hay que estar preparado.
Doris Lessing
Shikasta, página 10
Durante millones de años, Shikasta perteneció a la categoría
de planetas en observación, que comprendía varios centenares de mundos. Una
larga historia de mutaciones súbitas, evoluciones rápidas, bruscas decadencias
y períodos de estancamiento, parecía anunciar un planeta prometedor. Cabía esperar
cualquier cosa. Hubo, sin embargo, un período de estancamiento de varios
milenios, cuando, a consecuencia de la explosión de una estrella en Andar, el
planeta estuvo sometido a una radiación prolongada. Entonces Canopus envió una
misión de reconocimiento. El suelo del planeta era fértil y pantanoso. Había
vegetación, pero era toda del mismo tipo y estable. En los pantanos habitaban
numerosas variedades de saurios; y pequeños roedores, marsupiales y simios en
las raras regiones de tierras secas. El inconveniente de este planeta era la
corta vida de las especies. Cuando Sirius, nuestro rival, llevó a cabo el
experimento de trasplantar a Shikasta algunas especies nativas, estas no se
extinguieron, pero casi en seguida la duración normal de la vida —varios milenios—
se redujo a un corto número de años. (Hablo en unidades de tiempo
shikastianas.) Los especialistas de Canopus y Sirius se reunieron con objeto de
estimar las posibilidades de unos organismos tan efímeros y decidir si valía la
pena repartimos el territorio. Una vez concluida la Gran Guerra entre Canopus y
Sirius, que fue la última de todas nuestras guerras, continuamos reuniéndonos,
para evitar interferencias y duplicaciones en nuestros respectivos
experimentos. Esta práctica se ha mantenido hasta nuestros días.
Doris Lessing
Shikasta, página 21
Esta era la noble raza que yo había venido a instruir en mi
primera visita, a instruir y a defender y… Pero fue inútil, en vano traté de
contenerlo: un grito de dolor me brotó de la garganta, al que ellos
respondieron con otro, pero el suyo era un grito de guerra o al menos así lo
entendían. El grito era triste y fúnebre, y todos gesticulaban y se movían como
envarados en una grotesca arrogancia: una legión de espectros engreídos por el
recuerdo de épocas quiméricas. Me hubieran derribado con sus manos y brazos
huesudos de no haberles mostrado la Signatura. La reconocieron. No al instante
ni sin vacilaciones; pero se detuvieron al verla y se quedaron inmóviles sobre
la arena, frente a mí, unos doscientos, indecisos, recordando vagamente,
mirándome y mirándose entre ellos, observando la Cosa brillante, refulgente,
que yo les ponía ante los ojos… Miré uno por uno aquellos semblantes
desdibujados y enflaquecidos, y sí, reconocí a las soberbias criaturas de
antaño.
Doris Lessing
Shikasta
Casi inmediatamente nuestros enviados descubrieron
mutaciones asombrosas en las especies del planeta. Los vastos territorios
pantanosos, humeantes y fértiles, eran un hervidero de metamorfosis. Los
simios, en particular, engendraban toda clase de mutantes, monstruos muchos de
ellos; pero también surgían variantes espectaculares, verdaderas promesas. Lo
mismo ocurría con todas las formas vivas: vegetación, insectos, peces.
Comprendimos que la fecundidad del planeta pronto sería excepcional, y fue
entonces cuando le pusimos el nombre de Rohanda, que significaba fértil,
próspero. De momento, era aún un mundo de brumas y ciénagas, espantosamente
húmedo. (No hay sitio más deprimente que esos planetas en los que todo es aguas
templadas, nubes, marismas, lodos y humedad; nadie quiere visitarlos.) Pero
también el clima había empezado a cambiar. El agua de los pantanos se
evaporaba, flotaba en espesos nubarrones. Y aparecían nuevas tierras, aunque
desde fuera del planeta solo se veía una masa de nubes encrespadas y humeantes.
Hubo una segunda e imprevista explosión radiactiva, y los polos se congelaron
reteniendo inmensas masas de hielo. Rohanda, con espaciosas extensiones de
tierra y aguas acumuladas en zonas bien definidas, o fluyendo por ríos y
canales, estaba convirtiéndose en un planeta realmente atractivo. Mucho antes
de lo previsto, Sirius y Canopus celebraron una nueva conferencia. Sirius
quería el hemisferio sur, para completar ciertos experimentos iniciados en las
regiones templadas y meridionales de otra colonia. A nosotros nos interesaba el
hemisferio norte, pues allí se había establecido, y prosperaba, un subgrupo de
los «simios» primitivos. En esa época teman ya una talla tres o cuatro veces
mayor que las especies originarias. Tendían a caminar en posición erecta y el
desarrollo de la inteligencia era constante y rápido. Nuestros especialistas
aseguraban que la evolución se aceleraría, y que quizá en cincuenta mil años
alcanzaran al Grado A de la escala. (Siempre y cuando, desde luego, no
ocurriesen nuevos accidentes de naturaleza cósmica.) La expectativa de vida se
multiplicaba, y se consideró que este era el factor más importante. Canopus
resolvió impulsar decisivamente a Rohanda, recurriendo al Plan de Evolución
Acelerada, máxima prioridad. Entre otras razones, se arguyó que, a otra de las
colonias, un planeta tan inestable como Rohanda, le quedaba muy poca vida:
transcurridos veinte milenios, un cometa lo desviaría de su órbita. El
accidente perturbaría el equilibrio del Sistema, mantenido con tantos desvelos.
(Véanse Mapas y Cartogramas Números. 67M a 93M, Área 703, Edificio de
Demostraciones Planetarias.) No obstante, si en ese intervalo Rohanda alcanzaba
el adecuado nivel de eficacia, podría sustituir, en nuestro proyecto cósmico, a
ese planeta desventurado, cuyo destino se cumplió tal como estaba previsto:
desestabilizado, la vida se extinguió en él rápidamente y hoy es un mundo
muerto. Lo que necesitábamos, para ser precisos, era conseguir que Rohanda llegase
al nivel adecuado no en cincuenta mil, sino en veinte mil años. Como era
habitual, solicitamos voluntarios en todas las colonias y escogimos una especie
de la Colonia 10, excepcionalmente dotada para el desarrollo simbiótico. Ahora
bien, para que una especie esté dispuesta al menos a considerar una proposición
semejante, ha de tener una mentalidad peculiar; digamos espíritu aventurero.
Pues, aunque se conozcan las grandes líneas de la probable evolución nadie
puede prever qué ocurrirá exactamente en una simbiosis de dos especies: hay
muchos factores imponderables. No se ocultó a los voluntarios que Rohanda era
por naturaleza un planeta imprevisible, sujeto, más que cualquier otro, a
azares y cambios bruscos. Se ignoraba, ante todo, cómo se conciliarían en la
simbiosis las tan dispares esperanzas de vida: si en un sentido negativo, es
decir, si prevaleciesen las pautas normales en el planeta, entonces el
experimento vendría a ser algo así como el suicidio de una raza. Baste decir
que en aquella fase evolutiva y en aquel momento, la especie elegida era sana y
vigorosa, vivaz e intelectualmente adaptable, y que conservaba en su memoria
genética el recuerdo de otros experimentos parecidos. En pequeños grupos, los
voluntarios de la Colonia 10 fueron implantados en diversos puntos del
hemisferio norte de Rohanda. Eran mil en total, machos y hembras, y casi en
seguida —es decir, en menos de quinientos años— se supo que el experimento
sería un éxito rotundo. La integración de las dos especies fue admirable y benefició
a ambas. No se advirtieron instintos agresivos, derivados de incompatibilidades
genéticas. En Canopus nos felicitábamos. Mucho antes de que transcurrieran los
veinte mil años, la raza más joven, la de exsimios, alcanzaría el nivel
requerido; y los de la Colonia 10, una raza en plena y acelerada evolución,
habrían avanzado hasta una fase muy adelantada, dando un paso que en
condiciones normales les hubiera llevado diez veces más tiempo.
Doris Lessing
Shikasta, página 21-22
Al menos tenemos el consuelo de que esa perfección ha
existido. Quizás en otros lugares y en otros tiempos vuelva a prosperar el
bien… En las horas de oprobio y destrucción, esta fe nos ayuda.
Doris Lessing
Shikasta, página 34
Lo que se enseñaba a los Nativos era la ciencia de
mantenerse en contacto permanente con Canopus, con la Madre, la Amiga
Bienhechora y Tutelar, y con lo que ellos llamaban Diosa, la Divinidad. Si
aprendían a manejar las piedras, a alinearlas y moverlas de acuerdo con las
fluctuaciones de los poderes, ora crecientes, ora menguantes, y a que las
ciudades funcionaran según las leyes de la Necesidad, los humildes habitantes
de Rohanda —que fueran antaño monos asustadizos y semiarborícolas, animales que
tenían muy poca relación con la raza canopiana— llegarían a convertirse en
hombres y a sentirse responsables de ellos mismos y del mundo; y ese mismo día,
concluida la simbiosis, los Gigantes abandonarían el planeta.
Doris Lessing
Shikasta, página 35
Divisamos algunas ciudades y tratamos de imaginamos qué
pensarían los Nativos que al alzar casualmente los ojos vieran la esfera
cristalina que surcaba el cielo como un relámpago, y qué les contarían a
quienes no nos hubieran visto.
Doris Lessing
Shikasta, página 39
Hubiera deseado que el camino no acabara jamás. Qué mundo
maravilloso era la antigua Rohanda. Nunca, en ninguno de mis viajes y visitas,
he recorrido una tierra tan agradable, tan acogedora, tan cautivante, con un
encanto y una seducción naturales a los que uno tenía que sucumbir, como se
sucumbe al hechizo inefable de una sonrisa, o una risa, que parece decimos:
«¿Te sorprende? Sí, soy única, un don superfluo, una prueba de la secreta
generosidad de todo cuanto existe.» Sin embargo, toda esa maravilla pronto
habría desaparecido para siempre, y cada uno de mis pasos por el suelo
crujiente y tibio, y cada uno de mis ratos a la sombra de un propicio follaje,
eran una despedida: adiós, Rohanda, adiós.
Doris Lessing
Shikasta, página 41
La razón de ser, la función, la utilidad de los Gigantes era
ayudar a que los Nativos evolucionasen.
Doris Lessing
Shikasta, página 52
Pero ellos no comprendían. No podían comprenderlo. No eran
capaces de entender ideas de robo y de parasitismo. Quizás había habido una
falla en la estructura genética…
Doris Lessing
Shikasta, página 60
Volando por los cielos se han ido los Grandes, protectores y
amigos, hacia mundos lejanos. Y a nosotros, hijos desamparados, solo nos queda
lamentarnos.
Doris Lessing
Shikasta, página 65
Canopus dice que no debemos derrochar ni saquear, Canopus
dice que no hagamos mal a los demás.
Doris Lessing
Shikasta, página 96
Físicamente, era un hombre vulgar: moreno con ojos castaños,
en los que me complacía imaginar rastros de sus antepasados remotos, los
Gigantes. La piel clara le venía quizá de alguna mutación genética entre los
Gigantes. El cuerpo, recio y vigoroso, me recordaba al de los Nativos. Aunque,
desde luego, en ese entonces ya se habían producido muchas mezclas a causa de
los experimentos sirianos, la presencia de los espías de Shammat, etc.
Doris Lessing
Shikasta, página 105
Le habló como el hombre público que es a veces, con un aire
de amabilidad falsa.
Doris Lessing
Shikasta, página 111
Esta cultura dominante daba el tono y era el modelo de casi
toda Shikasta. Porque, a pesar de las etiquetas ideológicas que distinguían a
cada nación, todos compartían el principio de que la tecnología era la clave de
la felicidad, y de que la felicidad consistía en el eterno progreso material, en
la acumulación de bienes, placeres y comodidades. Los verdaderos fines de la
existencia, pervertidos desde hacía tanto tiempo, y a duras penas y a qué
precio preservados por nosotros, habían caído en el olvido, reducidos a
parodias por quienes alguna vez los conocieron, pues las religiones solo
conservaban atisbos desnaturalizados de la verdad. Y durante todo ese tiempo el
planeta era saqueado. Se arrancaban los minerales de sus entrañas, se
despilfarraban los combustibles, se empobrecían los suelos, explotándolos sin
tener en cuenta el futuro, se exterminaba la fauna y la flora, se llenaban los
mares de veneno e inmundicia, se corrompía la atmósfera; constantemente, a
todas horas, la maquinaria de la propaganda machacaba, más, más, más, bebed
más, comed más, consumid más, despilfarrad más, como en un delirio, como una
obsesión. Eran seres enloquecidos, y las débiles voces que protestaban no
bastaban para detener el proceso desencadenado y sustentado por la codicia. Por
la falta de sustancia de la unanimidad en el sentir.
Doris Lessing
Shikasta, página 121
Opresión y exterminio. Y siempre mentiras, mentiras y
mentiras. Siempre en nombre del progreso y la igualdad, del desarrollo y la
democracia.
Doris Lessing
Shikasta, página 122
Informe de los Emisarios TAUFIQ, NASAR y RAWSTI, MIEMBROS de
la COMISIÓN ESPECIAL enviada a SHIKASTA para estudiar la situación del planeta,
en la PENÚLTIMA ÉPOCA. RESUMEN. [Primera misión enviada al planeta desde la
visita de Johor en los Días de la Catástrofe.]
1. Hemos procedido a un reconocimiento exhaustivo del
hemisferio norte y nos hemos reunido con los emisarios de Sirius, tanto
residentes como viajeros. Nos hemos encontrado también con agentes de Shammat,
aunque ellos no lo saben.
2. Confirmamos la información de nuestros agentes, tanto
indígenas como visitantes, de que se ha producido un cambio inesperado. En todo
el hemisferio norte ha aparecido una raza de «gente pequeña», como les dicen en
todas partes. Los análisis histológicos, óseos y de sangre indican un posible
origen siriano, y los representantes sirianos confirman que son el resultado de
experimentos realizados por Sirius allá por la época de la visita de Johor en
los días del Desalienamiento. Una gran parte del hemisferio norte se ha cubierto
de hielo. Este fenómeno, al retener mayor cantidad de agua, ha provocado
descensos en el nivel de los mares y los ríos y la aparición de tierras donde
antes no las había, tendiendo puentes entre los continentes y las islas que
facilitan el desplazamiento de la «gente pequeña». Sirius confirma la
proliferación de esta especie en los dos grandes continentes meridionales, así
como en el menor. Esta «gente pequeña» no mide por lo general más de un palmo
de estatura y los más altos nunca pasan de cuatro. Los hay de varios tipos,
desde el achaparrado y macizo, dotado de una gran fuerza física, hasta el
grácil y delicado, de una belleza exquisita incluso para los cánones de
Canopus. Los primeros tienden a vivir bajo tierra, en cavernas, grutas y toda
clase de recovecos subterráneos, a veces tan profundos que, casi nunca, o
nunca, ven la superficie de la tierra. Son diestros en la minería, la fundición
de metales y la agrimensura. Extraen y utilizan el hierro, el cobre, el bronce,
el oro y la plata. Los de tipo más delicado viven en estrecho contacto con la
vegetación y saben cómo utilizar las plantas; o se han adaptado al agua y sus
propiedades, o bien son criaturas del fuego. Todos evitan a la gente grande que
vive en Shikasta, hasta el punto de que en ciertas regiones se han convertido
ya en tema de mitos y leyendas. Pero en ciertas regiones se ha establecido y
mantenido un vínculo que incluye el intercambio de información y mercancías. En
nuestra opinión, estas razas no tienen muchas posibilidades de desarrollarse.
Disminuyen de tamaño y en número, y en buena parte han emigrado ya, no a la
Zona Seis, donde no se sentirían a gusto, sino a las Zonas Uno y Dos.
3. A causa de la presión de las masas del hielo polar en una
zona tan meridional, se han producido importantes desplazamientos de las dos
razas que nos interesan. Los Gigantes, que en un principio se afincaron sobre
todo en las mesetas y regiones montañosas del continente principal, se han
extendido hacia el este y han emigrado en gran número al Continente Septentrional
Aislado, a través de los nuevos puentes de hielo. Allí habitan y prosperan. En
la actualidad solo miden dos tercios de su antigua talla. Viven alrededor de
doscientos años. Tanto la duración de la vida como la estatura disminuyen
rápidamente. Los Nativos, antes asentados al sur y al norte de los Gigantes, se
han trasladado y concentrado en las regiones evacuadas por los Gigantes o
escasamente pobladas; han emigrado asimismo hacia el sur, llegando incluso a
las zonas septentrionales del Continente Sur I. También ellos están perdiendo
estatura, reducida a dos tercios de la que tenían cuando Johor los visitó.
Viven alrededor de ochocientos años. Como en el caso de los Gigantes, la
duración de la vida y la talla decrecen rápidamente.
4. En la actualidad hay acoplamientos entre estas dos razas,
y el resultado es una especie físicamente superior, robusta y sana, pero sobre
todo capaz de adaptarse a climas extremados, de sobrevivir con cualquier dieta,
de resistir los cambios súbitos y drásticos. Por ejemplo, viven sin dificultad
en los límites del casquete polar. No son superiores en inteligencia a los
Gigantes ni a los Nativos, pero son ingeniosos y —una vez más— muy adaptables,
dentro de las limitaciones que impone, claro está, la exigua cantidad de SUS
que recibe el planeta. Las nuevas razas híbridas viven entre los Nativos o
cerca de ellos, pero los Gigantes son menos sociables. Por supuesto, hay
desavenencias, y cada vez más frecuentes, tanto personales como de grupo, pero
no existen indicios por ahora de que puedan desembocar en una guerra, ni
tampoco la consideran inevitable o deseable. Por el contrario, los «Preceptos»
de Johor tienen aún bastante fuerza como para que todas las especies se sientan
a disgusto cuando se dejan arrastrar por un humor belicoso, aunque sea un
momento, y los antagonismos son siempre locales y de corta duración. Estas tres
especies —porque los Híbridos han de considerarse una nueva especie— crían toda
clase de animales, que utilizan para alimentarse, como medio de transporte y en
las faenas agrícolas. El uso de los metales es poco conocido, aunque los
rumores sobre las artes de la «gente pequeña» sugieren toda clase de ensayos y
experimentos. Hemos aconsejado a los individuos de todas las latitudes de
Shikasta que se acerquen a la «gente pequeña» y aprendan de ellos cuanto
puedan, en particular sobre los metales.
5. Las «Leyes de Canopus», como las llamara Johor, han
arraigado, hasta cierto punto, no solo en las distintas estructuras éticas,
sino también en las genéticas. Las transgresiones provocan un malestar que es
necesario compensar por medios a veces deplorables e improductivos. Pero hemos
de señalar que tal como estaba previsto estas Leyes pierden con rapidez
vigencia y eficacia. Una de las causas, y no la menos importante, es la
intervención de Shammat, cuyos agentes trabajan sin descanso. El malestar
psicológico que engendran las «transgresiones» es terreno propicio para las
necesidades de Shammat. Por ejemplo, se han impuesto los sacrificios humanos
como modo de «contentar a los Dioses». Esta práctica gana adeptos en todas
partes. Shammat trata por todos los medios de que los shikastianos caigan en el
bestialismo. Como esto no es distinto de lo que ya hemos visto hacer a Puttiora
y Shammat en otros planetas, no entraremos en detalles.
NUESTRAS RECOMENDACIONES:
a. Inoculación de genes canopianos en el nuevo Híbrido, en
nuestra opinión, la especie de mayor potencial evolutivo, pues tiende a las mutaciones
frecuentes y variadas.
b. Visitas más frecuentes de nuestros emisarios. Sabemos que
no hay forma de impedir que Shammat robe la SUS, pero es posible oponerse a que
embrutezca la raza.
Doris Lessing
Shikasta, página 125
Hay quienes dicen que hay en Shikasta demasiadas especies.
Contra este argumento, insisto en mi convicción de que el Híbrido
Gigante/Nativo no tardará en ser la especie dominante.
Doris Lessing
Shikasta, página 129
Preferiría, en la medida de lo posible, que no se me
destinara de nuevo a Shikasta.
Doris Lessing
Shikasta, página 134
Me he entrevistado con los representantes de Sirius. Dicen
que sus experimentos han tenido éxito. El Continente Sur II les ha sido
particularmente útil. Los animales introducidos allí en el último experimento
han tenido una evolución rápida y satisfactoria; y han sido devueltos al
Planeta 3, todos juntos, en el elevador espacial. Informan que hubo
acoplamientos ocasionales no programados entre los representantes y esos
animales. ¿Puede vuestro enviado aprovechar esta oportunidad para sugerir a los
eugenistas canopianos que cuando hagan planes para Shikasta no olviden las
tendencias sexuales de los habitantes del planeta? Siempre he pensado —y lo he
dicho más de una vez— que quizá se exageraba un poco al acentuar la sexualidad,
con el fin de asegurar la supervivencia de la especie. Vuestro enviado ha
discutido este asunto con los representantes sirianos. Y ellos, que han vivido
mucho tiempo en Shikasta, comparten mi opinión. Le han planteado el mismo
problema a los eugenistas. Quisiera señalar que hay pocos ejemplos, en la
historia canopiana o siriana, de individuos o razas introducidos en Shikasta, a
veces durante períodos muy breves, sin que se produzcan acoplamientos no
programados. ¿Puedo permitirme aprovechar la ocasión y pedir que se envíe a
Shikasta una delegación de eugenistas, para que ellos mismos comprueben cómo
están las cosas?
Doris Lessing
Shikasta, página 138
En otros tiempos, los hijos de los Gigantes y de los Nativos
nacían siempre después de una escrupulosa y madura reflexión: cada niño era
elegido por padres considerados idóneos… y le esperaba una vida larga, tiempo
de crecer, tiempo de jugar, tiempo de pensar, tiempo de madurar y de llegar a
ser realmente ellos mismos. Ahora, estas encantadoras criaturas nacen al azar,
de un acoplamiento cualquiera, y son bien o mal tratados, según lo que la
suerte les depare. Mueren con la misma facilidad con que nacen, y en cualquier
caso muy poco después de haber nacido. Y, sin embargo, todos y cada uno de los
niños cuentan con las máximas posibilidades, sí, todavía ahora, de dar un salto
y pasar de una miserable condición subhumana a la de hombre verdadero. ¡Todos
tienen esa posibilidad y hay tan pocos capaces de dar el salto!
Doris Lessing
Shikasta, página 140
Siempre había en Shikasta representantes de Shammat, junto
con los nuestros. Shammat conquistaba culturas, civilizaciones enteras, con el
único propósito de sustraerlas a la influencia de Canopus. Desde el punto de
vista de Shammat, la colonización de Shikasta fue un éxito rotundo. Pero nunca
total, nunca definitivo. Eso era imposible.
Doris Lessing
Shikasta, página 150
Ha de señalarse que más de una vez se ha discutido si
Shikasta merecía tanto esfuerzo. El problema se debatió en una conferencia
plenaria con la participación de todo Canopus. Una tendencia —minoritaria— se
pronunció por el abandono de Shikasta. Esta es la causa de que Shikasta ocupe
una posición única entre los planetas colonizados: el servicio es voluntario,
excepto para los individuos que han intervenido desde un principio.
Doris Lessing
Shikasta, página 151
Tenían convicciones, pero no programa. Tenían la verdad,
pero no sabían qué hacer con ella. Tenían un vocabulario, pero no un lenguaje.
Doris Lessing
Shikasta, página 180
Los intrusos, que venían de una civilización tecnológica,
aplastaron la sublevación con una crueldad y una brutalidad implacables.
Doris Lessing
Shikasta, página 209
Tal vez encontremos una explicación de este fenómeno en la
obra de un especialista shikastiano, Marcel Proust, sociólogo y antropólogo. A
la criada de una familia rica le ordenan preparar un ave para la cena. La mujer
persigue al ave por el corral, mientras farfulla: bestia inmunda, alimaña
repugnante y otras imprecaciones por el estilo; al fin atrapa el ave y la mata.
Esto mismo le ocurre al torturador bisoño que tiene que infligir dolor y
humillación a una persona de la que nada sabe excepto que es el enemigo: la tiene
delante, a él o a ella, sentada, de pie o caída, una criatura perpleja y
aterrorizada, lo mismo que él, pero hay un remedio: el torturador se pondrá a
la altura de su función insultando a la víctima con todas las atrocidades que
se le antojen. Pronto ese individuo, exactamente igual que él, se convierte en
una alimaña repugnante, en una bestia inmunda, y el trabajo puede empezar. Se
podría decir que este proceso nace del sentimiento de unanimidad en el sentir
(SUS) en quienes aún no están completamente envilecidos. E idéntico es el caso
de los conquistadores de un país, convencidos de que las gentes cuyas tierras
se disponen a saquear son indecentes, primitivas, crueles, comunistas,
fascistas, capitalistas, amigos de los negros, chusma blanca… o lo que les
venga a la cabeza. Por eso, rara vez en la historia de Shikasta una raza o un
pueblo ha conquistado a una raza de gente amable, cortés y civilizada,
perfectamente capaz de gobernarse a sí misma.
Doris Lessing
Shikasta, página 209
»Y a la noche siguiente, y a la siguiente, noche tras noche,
nuestros forasteros se sentaban y pedían que les prestaran un niño, cualquier
niño, insistiendo en que no importaba de quién fuese hijo, ni si era niña o
varón, ni qué edad tenía, y mostrándolo a los aldeanos repetían que a ese niño,
si se lo llevaran de la aldea —no, no, nadie tenía esa intención (porque de
pronto la muchedumbre se agitaba y murmuraba), el niño estaba allí, sentado
sobre las rodillas de los forasteros, y solo querían hacerles entender una
idea—, si a ese u otro niño cualquiera se lo llevaran de la aldea y lo educaran
en una de esas ciudades fabulosas donde las gentes no tenían que trabajar sin
descanso toda la vida, donde tenían tiempo de estudiar y aprender, entonces ese
niño sería igual que ellos. ¿Y si lo llevaran a visitar, pongamos, esa estrella
pequeñita…? ¿Esa de allí arriba? ¡Sí! ¡Esa! ¡O aquella! Entonces…» Los aldeanos
alzaban los ojos y se reían mientras contemplaban boquiabiertos el firmamento,
que esa noche estaba lechoso, cuajado de estrellas.» Sí, aquella. Si este bebé
que ahora duerme en mis brazos fuese llevado a esa estrella, sería un bebé
estelar, o tal vez se convirtiera en un gigante, ¿quién sabe? O le saldrían
alas y plumas, ¿por qué no?» Y ellos reían. Estallaban en grandes carcajadas.
Pero eran risas confiadas, maravilladas.» O se transformaría en una criatura
capaz de vivir en el agua, ¡o quizá, en el fuego!» Y eso era lo importante, eso
era lo que siempre tenían que recordar que todo niño puede llegar a ser
cualquier cosa. ¡Un niño era un prodigio, un milagro! Un niño contenía toda la
historia de la humanidad, una historia que se remontaba a tiempos lejanos, muy
lejanos, tan lejanos que eran inimaginables. Sí, la pequeña Otilia, por
ejemplo: en ella, en la sustancia de su cuerpo, de sus pensamientos, estaba
contenido cuando había acontecido a lo largo de todos los tiempos a todos los
seres humanos. Así como una hogaza de pan contiene toda la sustancia de todos
los granos de trigo con que ha sido amasada, una mezcla de todos los granos de
la cosecha y la sustancia del campo de que se ha nutrido, así esa niña contenía
el grano de todas las siegas de la humanidad…
»Recordad, recordad, que dentro de mucho, mucho tiempo, no
en vuestra vida ni en la de vuestros hijos, ni siquiera en la de vuestros
nietos, pero llegará, un día, llegará, en que vuestros afanes, vuestras
miserias, el agobio que es vuestra vida, todo será redimido y dará frutos, y
los niños de esta aldea y del mundo serán lo que pueden llegar a ser… Acordaos,
acordaos de esto… Será como si de esa estrella pequeñita, esa que titila por
encima de las copas negras de esos árboles, sí, ¡de esa!, descendieran unos
hombres, y colmaran de pronto de cosas buenas y de esperanza a esta aldea tan
agobiada por fatigas y penurias. Este niño, recordadlo, no es lo que parece, es
más, es todo; lleva dentro todo el pasado y todo el futuro… Recordadlo.
(…)
» Y un día volverían, y sería el fin de nuestras fatigas y
sufrimientos; de esta miseria terrible que nos tiene a todos aplastados en el
polvo y nos impide levantamos…
Doris Lessing
Shikasta, página 221-222-225
Cuando me asomo a la puerta veo el cielo azul. Y nada más.
Cielo azul. Calor.
Doris Lessing
Shikasta, página 292
Los ejércitos cubrían toda la superficie de Shikasta.
Durante ese tiempo las enfermedades hicieron estragos entre los hombres y lo
que restaba de la población animal y la flora. Durante ese tiempo, los millones
que poblaban el planeta comenzaron a disminuir a causa del hambre. Durante ese
tiempo el aire y el agua se llenaron de venenos y miasmas, y no quedó ningún
lugar protegido. Durante ese tiempo, en fin, toda suerte de desequilibrios
creados por una hubris demencial engendraron toda suerte de desastres
naturales. Entre las multitudes operaban nuestros agentes y servidores, en
silencio y casi siempre invisibles; algunas veces, aunque raras, públicamente.
Canopus, como siempre, preparaba planes de salvamento y reforma. Pero también
circulaban por allí los agentes de Shammat. Y los de Sirius. Y de los Tres
Planetas. Todos perseguían intereses particulares, desconocidos y las más de
las veces lejos de las miradas de los shikastianos, que no sabían cómo considerar
a esa gente extraña, si como amigos o enemigos.
Doris Lessing
Shikasta, página 312
Carta de BENJAMIN SHERBAN a un amigo de la universidad
Querido Siri: Aquí va la prometida crónica del circo. La
tarde antes de partir, George «recibió» —no hay otra palabra, me temo— a los
delegados de las tres organizaciones que iba a representar. Los Protectores
Judíos de los Pobres. (Hembra, negra.) La Federación Juvenil Islámica para la
Defensa de las Ciudades (Macho, un tipo con muchas ínfulas, que une a un
socialismo marxista de cuño absolutamente personal algo así como otras cuatro
tendencias, más una ilustre prosapia que él se encarga muy bien de divulgar.)
La Federación Cristiana Unificada de Jóvenes Funcionarios para la Defensa
Civil. (Hembra, parda.) Los tres confiaron a su delegado cantidades inverosímiles
de mensajes, instrucciones, recomendaciones, admoniciones y buenos augurios, y
regresaron, complacidos, a tres distintas y lejanas regiones de Marruecos. Yo
acompañé a George solo porque él se empeñó, y a nuestra llegada nos instalaron
en la casa de un tal profesor Ishak. Las interminables reuniones de siempre se
sucedieron desde el atardecer hasta pasada la medianoche, y me pareció que
George necesitaba otra vez mi apoyo. Si no, me hubiese acostado. Nunca me han
seducido las cuchipandas pre —y/o post— coloquios. Más de mil delegados de
todas partes del mundo estaban reunidos en el Palacio de las Bendiciones de
Alá, que es enorme, moderno, climatizado, y rodeado de bares, cafés y
restaurantes que tanto gustan en el este como en el oeste, en el norte como en
el sur, y todo de lo mejor. Desde el primer momento todos a una se abalanzaron
sobre las golosinas, pero en particular los delegados de Europa Occidental, y
más en particular los de las Islas Británicas, que parecen decididos a no
desperdiciar ninguna oportunidad de echarse algo al estómago. A las nueve de la
mañana, discursos de apertura. Uno a cargo de George. Todo para todos. Y para
todas, se sobrentiende. La mitad de los delegados son hembras, y de buen ver,
incluso para mi ojo avezado. Había casi tantos uniformes diferentes como
delegados, de todos los colores imaginables: era como estar en la sala de
muestras de una fábrica de tintes. Las medidlas centelleaban. Los galones
rutilaban. ¿Será posible que tanto valor, tanta inteligencia, perfección y devoción
a todas las concepciones posibles del deber se hubiesen reunido así en un mismo
lugar y al mismo tiempo? Tu pobre amigo no estaba entre los uniformados.
Llevaba mi túnica post-Mao y las insignias de nuestra universidad. George
vestía un traje de algodón que no podía chocar a nadie, con tres insignias: los
Protectores Judíos de los Pobres, la Federación Juvenil Islámica para la
Defensa de las Ciudades, y la Federación Cristiana Unificada de Jóvenes
Funcionarios para la Defensa Civil. De este modo, sin siquiera proponérselo se
ponía por encima y más allá de cualquier interés local. Por supuesto, estaba
tan hermoso como el lucero vespertino (como le oí susurrar a una deliciosa
muñeca) y no hubo nadie, macho ni hembra, que se quedara impasible ante aquella
figura masculina, modesta y seductora. Como el tema de la conferencia era la
fraternidad universal y la cooperación, el Ubre intercambio de información, el
amor, y la buena voluntad (etcétera, etcétera) entre las Organizaciones
Mundiales de la Juventud, en primer lugar y antes de descender a las peligrosas
arenas de la unanimidad fue menester delimitar fronteras, disipar malentendidos
y reivindicar derechos. Inmediatamente comenzaron las consabidas agresiones
verbales (bostezo, bostezo). Rompió lanzas la Federación Juvenil Comunista
(Rama Europea, Sección 44) para el Deporte y la Salud, con las alusiones de
rigor a las jaurías del capitalismo, las hienas fascistas y los llamados
demócratas. Una apertura convencional, en realidad moderada. La réplica la dio
la Sección Juvenil Escandinava de la Liga para la Defensa de las Costas,
increpando a los opresores tiránicos, a los carceleros del pensamiento libre y
a los depravados que desvían el curso verdadero e incontenible de la evolución
humana hacia los fosos burbujeantes de la retórica repetitiva. Entró en lid la
Juventud Soviética al Servicio del Mundo (Subsección 15), los oportunistas del
revisionismo y los coprófagos de los Tesoros de la teoría marxista. ¿Iban a
callarse, acaso, los delegados de la Federación Islámica Social-Demócrata de
África del Norte? Herederos degenerados de la corrupta ética revolucionaria que
han pervertido los genuinos ideales del patrimonio socialista en complicidad
con quienes se creen dueños del dogma… fue lo mínimo que dijeron. ¿Y qué
contestarían los Representantes de las Juventudes Chinas por la Paz?, la
Independencia y la Verdadera Libertad? Te lo preguntas, ¿no? Con fervorosa
devoción por las definiciones exactas, he aquí lo que denunciaron: la
utilización de dogmas religiosos arcaicos y supersticiones para esclavizar a
las masas, la fatua fanfarronería de los insolventes defensores de un sistema
económico antediluviano. ¡Blasfemos contra las verdades absolutas y eternas
santificadas en el Corán! ¡Opresores desenfrenados! ¡Invectivas nauseabundas!
¡Corruptores del patrimonio genuino, del manantial espiritual inagotable que
alimenta a las masas trabajadoras! Este asombroso debate fue interrumpido por
la Juventud Noruega contra la Contaminación de la Atmósfera —las rubias trenzas
en revuelo y los pechos palpitantes— clamando que todo aquello era humo de
pajas disfrazado de libertad de pensamiento y tolerancia, lo cual no le
extrañaba, pues no esperaba otra cosa de aquellos machos prisioneros de sus
propias doctrinas decadentes. Pero intervino entonces la plenipotenciaria de
los Ejércitos de la Juventud Británica Femenina para la Protección de la
Infancia, discrepando con Noruega, por cuanto, opinó, los Delegados 1 y 5
habían hablado con razón, pero no desde luego los Delegados 3 y 7, y ella, por
su parte, no veía nada más que racismo en todas aquellas memeces humanistas y
prejuicios flagrantes hasta la insolencia en los glotones que habitan las
pocilgas del sibaritismo postimperialista. Así llegamos al primer descanso, y
salimos en tropel todos, hermanos y hermanas, riendo y bromeando,
intercambiando direcciones y nombres de hoteles y números de habitaciones, y
los que cinco minutos antes se estaban insultando parecían ahora unidos por la
amistad más indisoluble. Media hora después estábamos de nuevo en la brecha. No
quiero aburrirte con los nombres y estilos de los proveedores de insultos
clásicos; me limitaré a transcribir algunas de mis observaciones, y esta es la
primera que me viene a la cabeza: la absoluta necesidad de que el reino animal
(lo que de él nos han legado nuestros mayores) nos proporcione la ocasión de
proezas intelectuales más audaces. Perros Uñosos y hienas ya habíamos
encontrado con anterioridad, pero no tardaron en aparecer los gatos cebados y
los cerdos —ante la indignación de semitas, árabes y judíos—, las arrulladoras
palomas de la hipocresía, las serpientes (viscosas y de otra especie), los
mariscos envenenados en las playas de la contaminación mental, los cocodrilos y
rinocerontes que atacan a ciegas a través de las sutilezas de la revelación
marxista. Y los fenómenos naturales, ¿es que íbamos a pasarlos por alto?
Después del almuerzo, que fue copioso y cordial, y que una vez más nos ayudó a
muchos de nosotros a saciar el hambre atrasada, volvimos al salón de sesiones,
unidos todos en radiante confraternidad, y anoté: el rocío del alba que fecunda
con la refrescante vida del islam las arenas desiertas de la impiedad religiosa
Las Flores del Pensamiento de Nuestro Maestro. (¿El Maestro de quién? Lo he
olvidado.) Los tsunamis del oscurantismo ignorante. Los bancos de arena de la
tosca tergiversación Los efluvios viciados de los espíritus ponzoñosos. Las
aguas estancadas del dogma (Tampoco recuerdo qué aguas. ¿Las del marxismo, las
del islamismo, las del cristianismo? ¿Y a quién le importa? ¡A ellos, por
supuesto que no!) Los torbellinos de la confusión Los embalses secos de las
teorías insolventes. Los yermos donde solo crecen los cardales de los credos
moribundos. Los desiertos de la disensión destructora. Las nubes de la
fraternidad superficial. El Rey Canuto tratando de contener la da incesante de
inspiración marxista. Pies de barro. Cabezas polvorientas, pero en alto.
Neuronas oxidadas. Las arenas movedizas de…, los ríos desbordados de…, las
ramas mohosas de… Y así llegamos a la cena, donde pudo verse que algunos
devoraban todo lo que les ponían delante; se hubiera dicho que era la primera
vez que comían en muchos años. ¡Y luego el baile! Allí estábamos todos, hombres
y mujeres, un multicolor jardín de uniformes; algunas chicas se habían puesto
flores en el pelo e incluso una o dos llevaban vestidos, ¡vestidos de verdad!
Estas últimas estaban tan solicitadas que una doncella ofendida observó que
aquello era un asalto «sexual», pero fue la única voz discordante de una
perfecta fiesta de amor y armonía. En mis acostumbradas indagaciones, y en mi
habitual papel de encuestador solitario, descubrí que para muchas de aquellas
pobres almas desnutridas esta era la primera fiesta «de verdad», es decir, la
primera vez que trataban con gentes de otra especie o clase, y que nunca habían
conocido más que reformadores socialistas, pensadores neoislámicos y cosas así.
Y se divertían como locos, deslumbrados por la riqueza intelectual de este
mundo prolífico, «oh, maravilloso mundo nuevo en el que existen criaturas como
estas». Venían que ser protegidos de su propia inexperiencia por almas buenas y
vigilantes, yo entre ellas (George me lo pidió), porque, si bien no había nada
en contra de que despertaran en lechos que ellos mismos habían elegido,
tratábamos de evitar que despertaran tristemente al amanecer en brazos de
perfectos desconocidos. Y ahora a dormir. (Solo.) George pasó la noche en pie,
hablando, como de costumbre. A la mañana siguiente había en el aire una cierta
sensación de urgencia, pues el plato fuerte del orden del día aún no había sido
presentado. ¡Pero aún estábamos en los preliminares! Reinaba un espíritu
militar. La identificación del objetivo oscurecida por una retórica vacía…
invectivas automatizadas… Precisión de tiro calibrada sobre el frente
sociológico… mantenimiento de las posiciones enemigas en el punto de mira de la
lucidez social revolucionaria… identificación del objetivo oscurecido por
instrumentos de análisis defectuosos… vigilancia de las inestables fronteras
del cambio social… trampas cazabobos en el sector social… batallones
invencibles de la dialéctica… bombardeo en profundidad de nuestros bastiones
intelectuales… penetración fatalmente a baja altura en las bases teóricas…
camuflaje inútil de una posición ideológica ya derrumbada… demolición de…
destrucción de… caída en barrena… altimetría… telemetría… ¿Piensas que así
tenía que acabar? Pues casi, porque llegamos al descanso de la media mañana y
solo nos quedaba el resto del día para discutir nuestros verdaderos problemas.
Aún se oían los últimos refunfuños de la tormenta que se alejaba: comunistas
burgueses… socialistas burgueses… tecnócratas burgueses… seudofilósofos
burgueses… pesimistas burgueses… optopolímatas burgueses… burócratas burgueses…
y racistas burgueses y sexistas burgueses. Con una hora par a almorzar y la
jauría del tiempo pisándonos los talones, que no paraban, nos pusimos manos a
la obra, y como entonces estábamos ya unidos y de acuerdo, se aprobaron sin
debate resoluciones sobre la unidad, la fraternidad, la cooperación, etcétera:
los principios a cuyo servicio estamos todos. Y después del almuerzo decidimos,
de prisa y sin discusiones, que era urgente y necesario crear ejércitos, campos
y organizaciones subsidiarias para los innumerables niños de todo el mundo sin
padres y sin hogar. Con este fin se designó un subcomité donde, para mi
desconcierto, pues no me lo esperaba, descubrí que figuraba yo. Creo que George
se lo encomendó a Alí, pero no tengo pruebas y además no me importa; en todo
caso es útil. En realidad, necesario y urgente. En menos tiempo del que tardo
en escribirlo, se crearon una multitud de comités encargados todos de tareas
muy distintas y en general necesarias, como la organización de cursos
acelerados sobre diferencias nacionales y regionales reales (te aclaro que los
melindres de los retóricos que se oponían quedaron limpiamente solventados con
esta simple palabrita inocua, comprendida y aceptada por todos los presentes
con anchas sonrisas de satisfacción), y sobre la supervivencia, y el
intercambio de grupos representativos entre los países. Etcétera. El congreso
concluyó precipitadamente y las bandas tocaron de prisa —tan atrasados
estábamos— un sinnúmero de himnos nacionales y de las organizaciones, y músicas
marciales de toda especie, tipo y estilo. Gracias al cielo los delegados iban
ya camino de la salida, hacia los autocares, muchos llorando a lágrima viva por
las amistades y los amores truncados, planeando improbables reencuentros,
besándose, abrazándose, agitando las manos en un interminable adiós. Nunca he
presenciado una escena de tanta… traición (¿no es eso?), porque aquellos
enemigos se habían pegado unos a otros como caramelos en un día húmedo, y no
había forma de separarlos. Y así terminó el coloquio.
Doris Lessing
Shikasta, página 324
Así llegamos al primer descanso, y salimos en tropel todos,
hermanos y hermanas, riendo y bromeando, intercambiando direcciones y nombres
de hoteles y números de habitaciones, y los que cinco minutos antes se estaban
insultando parecían ahora unidos por la amistad más indisoluble.
Doris Lessing
Shikasta, página 327
No quiero aburrirte con los nombres y estilos de los
proveedores de insultos clásicos; me limitaré a transcribir algunas de mis
observaciones, y esta es la primera que me viene a la cabeza: la absoluta
necesidad de que el reino animal (lo que de él nos han legado nuestros mayores)
nos proporcione la ocasión de proezas intelectuales más audaces. Perros Uñosos
y hienas ya habíamos encontrado con anterioridad, pero no tardaron en aparecer
los gatos cebados y los cerdos —ante la indignación de semitas, árabes y
judíos—, las arrulladoras palomas de la hipocresía, las serpientes (viscosas y
de otra especie), los mariscos envenenados en las playas de la contaminación
mental, los cocodrilos y rinocerontes que atacan a ciegas a través de las
sutilezas de la revelación marxista.
Doris Lessing
Shikasta, página 327
Y los fenómenos naturales, ¿es que íbamos a pasarlos por
alto? Después del almuerzo, que fue copioso y cordial, y que una vez más nos
ayudó a muchos de nosotros a saciar el hambre atrasada, volvimos al salón de
sesiones, unidos todos en radiante confraternidad, y anoté: el rocío del alba
que fecunda con la refrescante vida del islam las arenas desiertas de la
impiedad religiosa Las Flores del Pensamiento de Nuestro Maestro. (¿El Maestro
de quién? Lo he olvidado.) Los tsunamis del oscurantismo ignorante. Los bancos
de arena de la tosca tergiversación Los efluvios viciados de los espíritus
ponzoñosos. Las aguas estancadas del dogma (Tampoco recuerdo qué aguas. ¿Las del
marxismo, las del islamismo, las del cristianismo? ¿Y a quién le importa? ¡A
ellos, por supuesto que no!) Los torbellinos de la confusión Los embalses secos
de las teorías insolventes. Los yermos donde solo crecen los cardales de los
credos moribundos. Los desiertos de la disensión destructora. Las nubes de la
fraternidad superficial. El Rey Canuto tratando de contener la da incesante de
inspiración marxista. Pies de barro. Cabezas polvorientas, pero en alto.
Neuronas oxidadas. Las arenas movedizas de…, los ríos desbordados de…, las
ramas mohosas de…
Doris Lessing
Shikasta, página 328
John Brent-Oxford. N.° 65. Esta deplorable reliquia del
pasado ha servido en algunas ocasiones los intereses populares, pero quienes en
un período revolucionario persisten en rutinas caducas son absolutamente
incapaces de valorar lo nuevo y el progreso Bajo la bandera de la pluralidad y
la objetividad, ha defendido a los camaradas descarriados que han vuelto
erróneamente la espalda a la Verdad, e incluso ha apoyado al vetusto Partido
Laborista cuyos crímenes y errores criminales hace tiempo que han sido desenmascarados.
Pese a los esfuerzos y la dedicación de los Reeducadores, se niega tercamente a
reconocer la Verdad, y como precisamos de todas las plazas de nuestras
gloriosas prisiones para los elementos criminales de nuestra propia población,
se recomienda enviarlo a la Colonia Penitenciaria N.° 5 En nuestra Europa no
hay sitio para tales desechos del pasado.
Doris Lessing
Shikasta, página 350
19. George Sherban. Inteligente, instruido y dotado de una
atrayente personalidad. Diestro en el arte de manejar individuos y grupos. En
mi opinión es peligroso. Inútil pensar en reeducarlo. Tampoco es cuestión de
detenerlo durante su próxima visita ni de someterlo a juicio; tendría
repercusiones enojosas. Habría que deshacerse de él por medio de un «accidente»
que parezca verosímil He dado instrucciones al respecto.
Doris Lessing
Shikasta, página 350
Las novedades del día son: (1) Prohibición de comer pescado
en cualquier lugar de las costas. Pescadores en vías de extinción. Las grandes
potencias rivalizan en los océanos por la pesca de altura. Síntomas de
envenenamiento en los peces de los mares antárticos. (2) El nivel de alimentos
en las Islas Británicas es hoy inferior al mínimo mundial. Los países del
Tercer Mundo declaran que no tienen escrúpulos en dejar morir de hambre a los
europeos que siempre los han tratado como basura. Se están tomando la revancha.
Encantador. (3) Hay cuatro millones de personas en las cárceles y en los campos
penitenciarios de Europa. No saldrán de allí con vida. Casi todos son viejos.
(4) Enfermedades del ganado vacuno. Enfermedades del ganado bovino.
Enfermedades del ganado porcino. (5) Los árboles mueren. Los gobiernos dicen
que no es la polución propiamente dicha. (6) Los Ejércitos de la Juventud están
en marcha. ¡Bravo! Suficiente para un solo día.
Doris Lessing
Shikasta, página 353
Me han dejado responsabilidades que me superan. Estoy
convencida de que cometo grandes errores.
Doris Lessing
Shikasta, página 374
Si yo te dijera qué cosas valoro en ti, ninguna te
complacería. ¿Lo sabes? ¿No es extraño? Tú crees que lo que cuenta para mí es
lo que tú valoras en ti misma: tu inteligencia práctica, tu habilidad par a
manejar las situaciones, tus discursos brillantes y lógicas, tu rapidez y
concisión en los debates. Hasta tu humanidad… Te enfadarías, sabes, si te
dijera lo que adoro en ti… es esa maravillosa aprehensión de la realidad, esa
intuición, ese don, ese instinto. Te veo tomar un tazón de arroz y veo que tus
manos se expresan en un lenguaje inteligente. Alzas la mano para ajustarte el
sari: podría pasarme la vida contemplando ese movimiento. Hay en él mucha
seguridad, mucha sabiduría. Uno de los niños corre a tus brazos, y no es lo que
dices, sino cómo lo tocas y lo tomas. Es un milagro, esa cosa que hay en ti. Es
algo de lo que nunca podré cansarme. Miro cómo posas el pie en el suelo, con
absoluta perfección, cada paso, y el movimiento de tu cabeza cuando la vuelves
para escuchar. Te digo, Sharma, que hay algo que… ¡no tengo palabras! Solo
puedo rendirle homenaje.
Doris Lessing
Shikasta, página 380
En los tiempos de ese otro sueño mío, el más antiguo, la
tierra estaba poco poblada. La gente de entonces sabía para qué vivía. Nosotros
no lo sabemos, no tenemos la menor idea. Existían para mantener la vida en este
planeta. Eran ellos quienes regulaba las fuerzas, los poderes, las corrientes
cósmicas, tan numerosas y tan diversas, todas con flujos, cadencias y ritmos
diferentes. La vida estaba regida, en cada minuto, por el saber de esas gentes.
Pero no con esa regularidad mecánica, de relojería, que hoy gobierna nuestras
reflexiones y emociones, sino con un movimiento que acompañaba y atravesaba el
flujo siempre cambiante de esas corrientes. Cuando un hombre y una mujer se casaban,
no era «para tener hijos» ni para «fundar una familia», no necesariamente,
aunque por supuesto nacían niños, pero en el momento preciso y por elección.
No, esos dos eran elegidos, o se elegían el uno al otro, porque nacían con el
conocimiento de cómo hacerlo, porque eran complementarios, y esto se
determinaba siempre de acuerdo con la posición que ocupaban en el cosmos, con
respecto a las estrellas, los planetas, la danza de los cielos, las fuerzas de
la tierra, la luna, nuestro sol. De modo que en verdad no se elegían, sino que
eran elegidos por ser lo que eran, por el lugar que ocupaban. Cuando «se
casaban» —y no podemos ni siquiera sospechar qué era esto para ellos— la unión
era un sacramento, en el sentido de que todo contribuía a la armonía. Y cuando
se apareaban, era otro sacramento, en el sentido genuino y verdadero, utilizado
conscientemente y con precisión para regular las fuerzas y las corrientes,
alimentarlas, incrementarlas, moderarlas. Y lo mismo ocurría con lo que comían.
Y con las ropas que llevaban. No podía haber discordancias, porque ellos eran
la armonía misma. Todo, pensamientos y movimientos, estaba suspendido sobre
esta tierra, entre la tierra y el cielo, y a través de ellos fluía la vida de
las estrellas, y a través de ellos la sustancia de la tierra fluía hacia las
estrellas…
Doris Lessing
Shikasta, página 381
Tengo la sensación de que algo muy poderoso me atrae, me
aspira, me arrastra, y yo quiero dejarme llevar. Cerca, no sé dónde, hay una
cosa dulce, fuerte, que tira de mí.
Doris Lessing
Shikasta, página 385
La verdad, no sé qué hacer ni qué decir. No existo. Hay una
transparencia alrededor de mí, como un velo que no puedo apartar. Una especie
de arco iris pálido.
Doris Lessing
Shikasta, página 385
¿Deseamos ver a esos millones de jóvenes, algunos por
supuesto con ideas políticas totalmente equivocada pero susceptibles, lo hemos
comprobado, de reeducación, esos millones que han creado a lo largo y a lo
ancho del mundo sus propias organizaciones, estilos de trabajo» órganos
protectores, métodos de autodisciplina, deseamos que se vuelvan unos contra
otros? No puedo creer que sea esto lo que tú deseas, ni que apruebes los
métodos políticos vigentes en Europa.
Doris Lessing
Shikasta, página 403
Ha sido, recientemente, sometido a Reeducación de Máximo
Nivel, sin resultados aparentes.
Doris Lessing
Shikasta, página 404
¿Quién compone todas esas canciones? ¿De dónde vienen?
¡Grande es en verdad la fuerza del Pueblo!
Doris Lessing
Shikasta, página 408
—Abro este Juicio con una denuncia. Una acusación. Digo que
las razas blancas de este mundo lo han destruido y lo han corrompido; digo que
las razas blancas provocaron las guerras que han arruinado el mundo, que
hicieron posible la guerra que todos tememos, que han envenenado los mares, las
aguas y el aire, robado y acaparado todos los recursos naturales, dilapidando
los dones generosos de la tierra de Norte a Sur y de Este a Oeste. Las razas
blancas han tratado siempre con arrogancia, desprecio y crueldad a las otras
razas, y, sobre todo, han sido culpables del supremo crimen de estupidez, y
deben ahora aceptar, en tanto que asesinos, ladrones y depredadores, la
responsabilidad que les toca por la terrible situación en que hoy nos
encontramos.
Doris Lessing
Shikasta, página 418
A partir de entonces continuaron apareciendo en los cielos
aparatos de diferentes tipos y modelos, a toda hora del día y de la noche,
algunos a muy escasa altura, otros casi invisibles, la mayoría desconocidos
para los jóvenes —muy expertos— que los observaban. Se habló en «broma» de
visitantes del espacio, de platos voladores, de fuerzas policíacas
internacionales, de flotillas aéreas de vigilancia, de satélites espías
teledirigidos.
Doris Lessing
Shikasta, página 443
Se hizo un profundó silencio. El viejo blanco no se levantó.
Nadie esperaba que lo hiciera: todos sabían que su salud era precaria. Sentado
en su silla, de la que no se había movido durante todas las sesiones, dijo
claramente, pero sin tratar de elevar la voz: —Me declaro culpable de todo
cuanto se me ha acusado. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Doris Lessing
Shikasta, página 444
—Parece que estamos asistiendo a un seminario sobre la
crueldad del hombre para con el hombre.
Doris Lessing
Shikasta, página 449
Fue un tiempo de frenética actividad. Ya en vísperas de la breve,
pero intensa fase final de la larga orgía de destrucción mutua, los
shikastianos, aunque empeñados en aniquilarse los unos a los otros, no dejaban
de tener cierta conciencia de la situación en que se encontraban. Los
presentimientos aciagos eran el pan de cada día, pero difusos y nunca en
concordancia con la verdadera magnitud de los posibles peligros. Las alarmas,
aunque frecuentes, solo respondían a un aspecto parcial de la situación: a una
circunstancia que, si bien los preocupaba por algún tiempo, era olvidada cuando
sobrevenía una nueva crisis que parecía ser más grave. Sin embargo, en el
planeta, y en todos los países, muchos shikastianos comprendían perfectamente
bien lo que estaba ocurriendo.
Doris Lessing
Shikasta, página 453
Lo que nadie, o muy pocos, comprendía era la naturaleza del
singular interés con que los observaban, al parecer, ciertos vecinos de la
galaxia. Se sospechaba en verdad que a algunos «seres venidos del espacio» les
interesaba nuestro planeta, y casi todos pensaban que los jefes de estado y los
gobiernos tenían un conocimiento cabal y concreto de las visitas —con
intenciones pacíficas o lo que fueren— de criaturas venidas de otras regiones
de la galaxia. Conocimiento que, se suponía, los mandatarios y sus subalternos
negaban, por temor a las posibles reacciones de los shikastianos quienes, por
haber tenido innumerables «apariciones» y «experiencias» de máquinas espaciales
desconocidas, creían en esos «visitantes del espacio», aunque de un modo vago y
casi mítico, como creían en arquetipos religiosos o seres ultraterrenales, de
naturaleza angélica o demoníaca. Porque no había ni una sola región de Shikasta
en cuyos mitos y leyendas no se aludiera a esas visitas de criaturas
superiores.
Doris Lessing
Shikasta, página 454
Había batallas en esa época, que se libraban en los cielos
de Shikasta, y que no tenían ninguna relación con Shikasta. Era Shammat que
combatía contra Shammat… en una guerra salvaje, insensata, suicida. Los cielos
de Shikasta, en cualquier caso, estaban invadidos por toda suerte de artefactos
mecánicos y técnicos, estaciones de observación, estaciones meteorológicas,
equipos de radiocomunicaciones, algunos al servicio del progreso, otros al
servicio de la guerra; había armas de toda especie y de todos los grados de
poder destructor, que también rivalizaban entre ellas, sin que los habitantes
de Shikasta tuvieran la más remota idea de cómo ni por qué. Shikasta estaba
envuelta en un verdadero caparazón de metal que giraba alrededor de ella. Que
esto contribuía a debilitar las redes y eslabones de las corrientes cósmicas,
no era algo que pudiera preocupar a Shikasta, ya que sus técnicos, incluso al
final, cuando ya ciertos hechos saltaban a la vista, no habían llegado aún a
comprenderla naturaleza de esas fuerzas; durante varios siglos las ciencias
habían seguido un cauce retrógrado y oscurantista, que impedía toda reflexión
lúcida o útil en esa dirección. (Jamás sospecharon, por ejemplo, que algunas
ciudades, o ciertos edificios, estaban construidos de tal modo que era
inevitable que llevaran a sus habitantes a la locura, o al menos al
desequilibrio mental.) Todo alrededor del caparazón metálico que envolvía a
Shikasta se libraban batallas. Y otros observaban esas batallas. Más de una vez
naves-maestras sirianas, en el curso de una travesía rutinaria de reconocimiento,
habían puesto en fuga las máquinas de Shammat que encontraban trabadas en lucha
en los cielos de Shikasta. Más de una vez, las grandes naves sirianas, y las
nuestras, habían patrullado esos cielos como aliados protectores, ahuyentando
los horribles aparatos de Shammat, cuya beligerancia casi automática no hacía
sino agravar las presiones que pesaban sobre Shikasta. Y la luna de los
shikastianos era motivo de violentas disputas. También visitaban Shikasta naves
de los Tres Planetas. La caída de Shikasta en la barbarie había afectado,
tiempo atrás, el armónico equilibrio de estos tres planetas dentro de la
estructura de las fuerzas cósmicas, y desde entonces les costaba mantenerse en
buen estado. La Guerra del Siglo XX, con sus emanaciones maléficas y deletéreas,
solo provechosas para Shammat, había afectado a estos planetas. Las naves
visitantes venían en misión de reconocimiento y observación. En todo tiempo
nuestros funcionarios han mantenido con ellos excelentes relaciones,
prestándoles toda clase de ayuda y asistencia. También ellos esperaban, como
todos nosotros, el momento en que la larga noche de Shikasta llegara a su fin,
y diera paso a un lento retorno hacia la luz. Como puede verse, una gran parte
de la labor llevada a cabo por los visitantes de Shikasta era de vigilancia y
observación, y no amenazaba al desdichado planeta: todo lo contrario. Pero lo
que los habitantes ignoraban era que hubiese tantos visitantes distintos, y
tantos tipos de naves distintas. Ya hemos mencionado que cada una de las grandes
potencias tenía armas de guerra «secretas», que ocultaban no solo a los ojos de
sus vecinos o rivales, sino sobre todo del populacho, y como desde el punto de
vista de armas tan poderosas, los cielos de Shikasta eran en verdad exiguos, no
había una sola región del globo que no fuese visitada por aparatos originarios
de Shikasta misma.
Doris Lessing
Shikasta, página 458
Se preveía, desde hacía largo tiempo, una violenta reacción
contra las razas blancas, cuya tecnología había arruinado gran parte del globo
y había matado a muchos de sus habitantes. El peligro era real. Si las pasiones
se exacerbaban todavía más, podía producirse una grave reducción del material
genético. La raza, o las «razas blancas»
Doris Lessing
Shikasta, página 462
En todas partes están, nuestros Ojos y Oídos, ¡y nada escapa
a nuestra vigilancia!
Doris Lessing
Shikasta, página 465
¿Sabías que cuando llegaron los primeros exploradores, hace
mucho tiempo, aquí vivían unos gigantes? El viejo indio me lo ha contado, y él
lo aprendió en lo que llama la Escuela.
Doris Lessing
Shikasta, página 477
¿Te parece que habrá sido así, en otros tiempos, la vida en
las ciudades? La gente sin tensiones, quiero decir, tranquila, y que las cosas
marcharan bien sin leyes ni reglamentaciones ni órdenes ni ejércitos. Ni
cárceles, cárceles, cárceles. ¿Te parece posible? Ya sé, es una idea
descabellada, pero ¿y si fuera verdad?
Doris Lessing
Shikasta, página 479
¿No te parece que lo que pasa no es tanto que olvidemos las
cosas horribles, sino que nunca creímos que pudieran suceder?
Doris Lessing
Shikasta, página 480
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