A la tumba de Corbacho

Humilde tumba que abrigas
Las cenizas de un peruano,
Que por lanzar al tirano
Murió en la flor de su edad;
Permíteme que te adorne
Con esta pompa mortuoria,
Mientras con otra de gloria
Te adorna la libertad.

Con este paño de lito,
Igual con la noche oscura
De la servidumbre dura
En que gime la nación,
Cubriré el túmulo triste
Que sobre el cadáver frío
Del hombre virtuoso y pío
Levantó la compasión.

Y encima de esta daga,
Preludio de la esperanza,
Y signo de la venganza,
Con impulso clavaré;
Y esta corona marchita,
Que arrancó vil populacho
De las sienes de Corvacho,
Bajo la daga pondré.

Alrededor de ambas cosas,
Y por los cuatro costados,
En candeleros dorados
Que a la vista engañaran,
Pondré estas antorchas claras
Prendidas en libre fuego,
Emblemas de las que luego
En el Perú lucirán.

Y vendré todas la noches,
Encubierto y disfrazado,
Trayendo el libro sagrado
De nuestra Constitución
Y a la luz de las antorchas,
En este campo de muerte,
Si algún traidor no me advierte,
Leeré con atención.

Estudiare con esmero
Las garantías del hombre,
Donde se halla el dulce nombre
De Ley y Libertad,
Consultando con los manes
De Corvacho, mi ignorancia;
Y del hombre la importancia
Miraré con claridad.

Y cuando venga la aurora,
Ante la tumba postrado,
Salir de este odioso estado
De esclavitud, juraré;
Y hasta la noche siguiente
Del cadáver venerado
Del más valiente soldado
Tierno me despediré.

Miguel Wenceslao Garaycochea?


Anacreónticas


 I

Tentado estuve un día
a admitir el destino
que me estaba brindando
un generoso amigo.
Por el bien de mis padres,
más bien que por el mío,
desechando aprensiones,
casi me determino.
Pero, luego, mi musa,
exhalando un suspiro,
se quejó de esta suerte
dentro del pecho mío:
-¿Me abandonas, ingrato;
me dejas, fementido;
y de la recta Themis
te alistas al servicio?
¿Desprecias la corona
de laureles y mirtos,
que te estoy componiendo
desde cuando eras niño?...
¿Has pensado bastante
de tu necio extravío
las funestas resultas?
¿Estás ya decidido?
Dame mi lira, ingrato;
dame mi lira, impío;
y que te den los cielos
la suerte de Batilo.
Piedad, ¡oh musa!, exclamo,
piedad de un afligido
que si engañarse pudo,
nunca ofenderte quiso.
Y desechando luego
mis fatales designios,
a mi lira me torno,
y a mis amados libros.

II

¿Porqué, pues, ya no elogias
el poder de mis armas,
ni mis bellas conquistas,
en dulce metro, cantas?...
-Me preguntó, curioso,
Cupido esta mañana
que a visitarme vino
al despuntar el alba.
-Porque me has engañado,
porque Nise es ingrata,
porque hice juramento
de abandonar tus aras
le contesté, sañudo;
y entonces él, con gracia,
me replicó, diciendo:
-Es muy bella la causa.
¿No ves que por mis leyes,
que todo el mundo acata,
las promesas son burlas,
los juramentos, chanzas?
Olvida, pues, a Nise
si Nise te es ingrata;
pero no menosprecies
a todas las muchachas.
Mira el talle de Zoila,
de Amelia la garganta,
los ojos de Matilde,
la boquita de Laura.
¿Renuncias a la dicha?...
No seas necio, ¡vaya!,
por una bagatela
infelice no te hagas.
Y diciendo y haciendo,
nuevo dardo me clava,
dejándome cautivo
de tus encantos, Laura.

III

A la espléndida mesa
de Jove poderoso
asistieron un día
los inmortales todos;
y al paso que, entre brindis
y conceptos graciosos,
del néctar delicado
saboreaban los sorbos,
cada cual se preciaba
de franco y generoso,
y de ser insensible
al influjo del oro.
Mercurio, por echarles
su vanidad en rostro,
al descuido, en la mesa,
arroja su tesoro.
Y Venus se sonríe;
Ceres abre los ojos;
Marte desfrunce el ceño;
se sobresalta Apolo;
Minerva, por prudencia,
atisba de reojo;
y Vulcano se acerca,
aunque taimado y cojo.
Del seno de su madre;
como muchacho loco,
el Amor, al dinero
se lanza sin decoro,
y solamente Baco,
en profundo reposo,
ni pestañeó siquiera,
porque estaba beodo.
El Interés, entonces,
recogió su tesoro,
y en su interior se dijo:
Ya los conozco a todos.

IV

¿Verdad, querida Nise,
que te agradan mis versos,
tanto porque son míos,
como porque son bellos?
Tan urbana lisonja
en el alma agradezco,
que en tus preciosos labios
vale mucho un requiebro.
Pero si, por fortuna,
te han parecido buenos,
cómpramelos, bien mío,
que no es muy alto el precio:
una tierna caricia
vale cada soneto;
una endecha, un abrazo;
cada canción, un beso.
Y verás como entonces
arrebatado mi estro
produce en abundancia
delicados conceptos:
que el premio fertiliza
los áridos talentos,
y las musas acuden
al olor del incienso.

V

Pobre soy, nada tengo,
miserable es mi vida;
pero a pesar de todo
paso tranquilos días.
Apolo que protege
a quien Fortuna priva
de sus avaros dones,
tal vez con injusticia;
generoso me ha dado
una pequeña lira
para que, en dulces ocios,
celebre a mi querida.
Tengo amor; soy pagado
tal vez con demasía;
y de mortal alguno
¿envidiaré las dichas?
Surque los anchos mares
quien no tema sus iras;
y el que tesoros quiera
sepúltese en las minas.
Que por la plata toda
que en el Perú se cría,
no cambiaré yo nunca,
ni mi amor, ni mi lira.

VI

Mucho más que el avaro
su riqueza escondida
amo yo, fiel Ernesto,
mi compás y mi lira.
En vano, pues, intenta
tu amistad comedida
persuadirme a que deje
mi soledad tranquila.
En el mar proceloso
de pretensiones míseras
bogar feliz no puede
mi pequeña barquilla.
Demasiado conozco
las propensiones mías;
no nací, no, mi Ernesto,
con ambiciosas miras.
Guárdense los caudales
para quien los codicia,
y obtenga los destinos
el que los solicita:
que yo sólo deseo
modesta medianía,
donde manejar pueda
mi compás y mi lira.


El sueño
Una noche gozaba
del plácido descanso
que adormece las penas
y anubla los cuidados.
Pero, luego, cual uno
que a lo lejos ve un cuadro
y distinguir no puede
sus confundidos rasgos,
repasaba en mi mente
infinitos retratos
de objetos que, despierto,
me son idolatrados.
Y poco a poco crece
el seductor engaño;
y la ilusión se aumenta
por un prodigio raro;
de manera que mi alma,
en un ensueño grato,
distingue bien las formas
como en el día claro.
Ya parece que toco
las cosas con las manos,
y que siento y percibo
los soplos del Austro.
Ya parece que veo
el semblante adorado
de aquélla que, aun en sueños,
me tiene amartelado;
y que feliz cual nadie
disfruto sus halagos,
y tranquilo reposo
entre sus tiernos brazos.
Pero cuando más libre
me juzgo de cuidados,
y a la dicha me entrego
con mayor entusiasmo;
se presenta Cupido
a mis ojos turbados
con la aljaba en el hombro
y la flecha en la mano.
Al verlo, me intimido,
me estremezco, me espanto;
y en fervorosa súplica
le adoro arrodillado.
El hijo bello, entonces,
de la diosa de Pafos
me muestra de su flecha
el filo ensangrentado;
y abriendo los claveles
de sus divinos labios,
me habló de esta manera,
entre alegre y airado:
¡Mortal!... ¿Por qué pretendes
descubrir los arcanos
de mi poder tremendo,
de mi obrar sobrehumano?...
En tus locuras, ciego,
me nombras el ingrato,
el cruel, el homicida,
el traidor, el tirano.
Castigar yo debiera
con suplicios extraños
tu necio atrevimiento,
tu arrojo temerario.
Pero, pues en mis artes
no estás aún versado,
e ignoras la potencia
invencible de mi arco,
perdono por ahora
tus locos arrebatos,
y haciéndote favores
quiero quedar vengado.
¿Ves este invicto acero,
este arpón soberano
que de reciente sangre
se encuentra salpicado?...
Pues con él de tu amada
hoy mismo he traspasado
el insensible pecho,
el corazón ingrato.
El tributo que exijo
de todos los humanos
por su loca arrogancia,
con creces ha pagado;
y te espera rendida,
pues sabe que descanso
tendrán sus fieras ansias
solamente en tus brazos.
Anda, pues, y ya nunca
importunes con llantos,
con suspiros y quejas
mi poder soberano.
Goza de tu querida
los hermosos encantos,
y mi poder celebra
con versos acordados,
que solamente exijo,
de tal favor en pago,
amorosas letrillas
y muy sabrosos cantos.

Miguel Wenceslao Garaycochea


Como tremendo rayo

Como tremendo rayo que impaciente
de verse en opresión, rompe furioso
el seno de la nube y desdeñoso
de la alta esfera baja reluciente;

e infundiendo terror al insolente
ilumina y no daña al que medroso,
en medio del silencio tenebroso,
perdió la senda y huye de repente;

así este héroe inmortal de eterna fama
viene y aterra al opresor cobarde,
alumbra nuestra dicha, nos inflama

del entusiasmo patrio que en él arde,
y cuando «Libertad» su voz proclama,
muere aún haciendo del morir alarde.

Miguel Wenceslao Garaycochea



"El hombre vive tanto cuanto sabe."

Miguel Wenceslao Garaycochea



Paranomasia

¿Ya piensas en casamiento
porque tu fortuna escasa
te ha dado una... que no es casa,
pues si digo casa miento?
¿Quieres que se menoscabe
tu dicha por este empeño,
y a tu honor, que se halla en peño,
no le das al menos cabe?
No dejes ningún contrato;
ditas y haberes concuerda;
y después lo harás con cuerda,
resolución y con trato.
Es digno de compasión
quien, sin saber, se encadena,
y su albedrío en cadena
ciego pone con pasión.
Escudriña tu conciencia;
con ella ponte en contacto;
que al matrimonio con tacto
se debe ir, y con ciencia.
No te lleves del donaire
ni del garbo te enamores,
que quien así es en amores
tiene el nombre de Don Aire.
La hermosura sufre estrago,
la experiencia nos lo enseña,
dejando fastidio en seña,
que en dos amantes es trago.
En la juventud florida
siempre el amor nos congracia,
pero nos burla con gracia
en siendo ya su flor ida.
Genio y honradez comprueba
en tu mujer, sabiamente,
pues no es de una sabia mente
quien todo no hace con prueba.
No dejes con modo expreso
que te trate como esclavo,
que una mujer tal es clavo
y cárcel donde uno es preso.
En fin, si el olvido entierra
la pasión que es fementida,
cuando no es la fe mentida
y hay virtud, no cae en tierra.
Al darte yo el parabién,
pienso me he de complacer
si te casas con placer
y te casas para bien.

Miguel Wenceslao Garaycochea


Pobre soy, nada tengo

Pobre soy, nada tengo,
miserable es mi vida;
pero a pesar de todo
paso tranquilos días.
Apolo que protege
a quien Fortuna priva
de sus avaros dones,
tal vez con injusticia;
generoso me ha dado
una pequeña lira
para que, en dulces ocios,
celebre a mi querida.
Tengo amor; soy pagado
tal vez con demasía;
y de mortal alguno
¿envidiaré las dichas?
Surque los anchos mares
quien no tema sus iras;
y el que tesoros quiera
sepúltese en las minas.
Que por la plata toda
que en el Perú se cría,
no cambiaré yo nunca,
ni mi amor, ni mi lira.

Miguel Wenceslao Garaycochea


¿Qué fuego, ¡ay! Dios...?

¿Qué fuego, ¡ay! Dios, acá en el pecho siento?
¿Qué poderío tiene aún en mi mente?
¿Qué incendio que me hiela de repente
y hielo que me abrasa en el momento?

¿Qué agrado que me causa gran tormento
y pesar que me agrada fuertemente?
¿Qué dulce vida que amo diligente
y muerte amarga es ya la que sustento?

¿Qué herida es esta igual con el remedio?
¿Qué tormenta que al mismo tiempo es calma?
¿Y qué deleite parecido al tedio?

Este incógnito mal que sufre el alma
es efecto de amor, que en el asedio
que hizo a mi voluntad, ganó la palma.

Miguel W. Garaycochea


Yaravíes

I

¡Fiero tormento!...
No hagas del rigor alarde
ni martirices ufano
mi triste pecho,
que tus crueldades
me tienen ya cual espectro
que de la tumba horrorosa
a la luz sale.

Siempre severo
en mi dolor te complaces,
y no ablandan mis suspiros
tu duro ceño;
pero, constante
a la fe que di a mi dueño,
serviré de admiración
a los amantes.

¡Piadoso cielo!
¿De mis lastimeros ayes
no perciben tus oídos
los tristes ecos?
¿Seré culpable,
porque amé de tu modelo
esas gracias peregrinas
tan admirables?

Ningún consuelo
suavizará tantos males:
¡moriré que, a dolor tanto,
no hallo remedio!
Venga el instante
que exhale el, ¡¡ay!!, postrimero
en los brazos de mi bien
idolatrable.

Así contento
bajaré al silencio grave
que ocultará, compasivo,
mis tristes huesos;
sin que me espante
el verme cadáver yerto,
pues el morir por amar
es muerte suave.

II

Era feliz en el tiempo
que, ignorando del amor
el poderío,
pensaba jamás rendirme,
ni dejarme seducir
de su atractivo.

Disfrutando de la infancia
los placeres, que volaron
ya fugitivos,
nunca pensé que a la dicha
sobreviniesen, tan pronto,
tantos martirios.

Pero lo contrario siento
desde aquel fatal instante
en que Cupido
disparó su aguda flecha
contra el infelice blanco
de mis sentidos.

Desde entonces la alegría
huyó de mi triste pecho
cruelmente herido;
y desde entonces no puedo
disfrutarla un solo instante,
pues la he perdido.

Lloraré, pues, mi desgracia;
lamentaré mi pesar,
pues no hay alivio,
mientras no se compadezca
aquella beldad tirana
por quien yo vivo.

III

Aunque en mares borrascosos
de dudas y sobresaltos
batalle el alma,
no dejaré de adorarte,
pues que tu imagen le vuelve
la dulce calma.

Y aun cuando los astros todos
empleen su cruel influjo
contra mi amor,
culto he de darte en mi pecho,
en mi memoria y sentidos,
con más fervor.

Nada mi intento amedrenta,
nada arredra mi albedrío,
sino mi suerte,
que ha de permitir severa
que, inhumana y rigurosa,
me des la muerte.

Pero si algo compasiva
correspondes a mi amor
tan fino y puro,
que he de amarte hasta la tumba,
y hasta vivir olvidado,
te lo aseguro.

IV

Pues que pronuncias mi muerte
sin inmutar el semblante,
beldad tirana,
moriré; mas yo te advierto
que mi muerte será origen
de tus desgracias.

En las aras del amor
yo ofreceré en sacrificio
mi vida amarga,
bajando al silencio horrible
donde yacen los despojos
de la cruel Parca.

Pero mi sombra funesta
rodeará tu duro pecho
como fantasma
que, entre sus trémulos brazos,
los delirios de la mente
feroz abraza.

Y a esa tu imaginación
perversa, indómita, fiera
e inhumana,
llenarán de horror y espanto
los melancólicos ayes
del que te amaba.

De este modo, a pasos lentos,
irás siguiendo los rastros
de mis pisadas;
y habitarás en la tumba
con aquél para quien fuiste
por siempre ingrata.

V

Del silencio imperturbable
la lobreguez pavorosa
y el negro manto,
rodearán en todo tiempo
la existencia de un viviente
desesperado.

Y ya que no hace impresión
en tu diamantino pecho
mi triste llanto,
compasivo me arrebate
donde desprecios no vea,
el sueño largo.

De la trémula campana
el melancólico toque,
fúnebre y tardo,
dará fin a los tormentos
de un existir tan penoso,
cruel y tirano;

pues mientras pueda vivir,
y mientras la luz del día
hiera mis párpados,
de los tiros insufribles
de la suerte más perversa
he de ser blanco.

Y sólo en la tumba fría,
cuando se extinga la hoguera
de amor en que ardo,
cesarán de atormentarme
los desdenes de una ingrata
a quien tanto amo.

VI

¡Qué mal has correspondido
a mi pasión amorosa,
bella homicida!
¡Y qué mal tienes pagado
mi cariño, mi ternura,
mi fe sencilla!

Después de tantas promesas,
después de tantos halagos
como me hacías;
me bridas, ora, la copa,
que antes de placeres era,
llena de acíbar.

Jamás, en aquel entonces,
presumí que cobijase
furiosa víbora
que, en pago de mis servicios,
en el pecho me infiriera
mortal herida.

Celos, desaires y enojos,
son los dones que tu mano,
cruel, me prodiga,
después de que, en otro tiempo,
tantas veces me juraste
ser siempre mía.

Pero el Dios a quien ofendes,
y cuyos fueros quebrantas
con injusticia,
me vengará, no lo dudes,
del despotismo y soberbia
de tu alma altiva.

Amarás a quien no te ame;
querrás a quien te aborrezca,
en algún día;
y entonces, ¡ay!, sufrirás
cuanto hoy me haces padecer
con ignominia.

VII

¡Hado fatal!...
¿Qué importa que yo me ausente,
y en soledades me esconda
con triste afán,
si las penas y martirios
mis pisadas presurosas
siguiendo van?

La enfermedad,
aunque el mísero doliente
mude mil veces de lecho,
con él se va;
y a todas partes le sigue
atormentándole siempre
con impiedad.

Con gran crueldad
la memoria me renueva
las heridas que en el pecho
frescas están,
y ni la ausencia ni el tiempo
sus hórridas cicatrices
las borrarán.

¡Ay!... ¡Que he de estar
padeciendo sin consuelo,
sin esperanza ni alivio,
tan fiero mal;
y sin que puedan mis ayes
la dureza de mi dueño
cruel, ablandar!

VIII

Oscuras sombras,
en las cavernas horribles
del fiero olviden, sepulten
las crueles horas
en que sentiste,
¡corazón mío!, las glorias
de un amor tan mal pagado,
tan infelice.

Pues, bien, recobra
la libertad que perdiste;
vuelve en tu acuerdo, y desecha
pasión tan loca;
que no es posible
que ames a quien te deshonra,
y a quien te trata de un modo
tan cruel y horrible.

Y nada importa
que en sus días más bonancibles
correspondiese, benigna,
tu fe amorosa;
y que, sensible,
días de placer y gloria
te haya dado en otro tiempo,
¡¡De nada sirve!!

Ingrata ahora,
tan solo por un -se dice,-
con la mayor injusticia,
sí, hoy te arroja;
hoy te despide
pronunciando, rigurosa,
con labio pérfido el fallo
de que la olvides.

Hoy te abandona
en un mar lleno de sirtes,
a merced de los rigores
de fiero Bóreas;
y si persistes
en tu amor, contra la roca
fracasará de su orgullo,
tu vida triste.

Hacia la costa
del desengaño apacible
proto, pues, de tu barquilla
vuelve la proa;
y cuando libre
del riesgo te halles, entona,
corazón, al escarmiento
himnos sublimes.

Miguel Wenceslao Garaycochea



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