A veces uno ama tanto...
A veces uno ama tanto un cuerpo
que, sin notarlo siquiera, se olvida del alma.
A veces uno entrega tantas cosas
que no le queda nada –ni siquiera el corazón– adentro.
Y qué ocurre entonces con el infiel que tan sólo recibe
como si nuestro deber fuera brindarle el cielo
para recibir su enorme nada.
Cómo se puede sobrevivir, sin caer de bruces,
al desalojo de lo que algún día fue nuestro,
son mis nuevas preguntas de este final del verano
que se niega al otoño de la vida.
Y me reprocho haberle hecho preguntas al viento
si de sobra sabemos que él no tiene palabra.
Mónica M. Volpini Camerlinckx
Te estás muriendo
Domingo. Media mañana. Pleno campo.
Los leños crepitando en el hogar.
Envejecidos árboles que ya no silban mis pasiones.
(Necesidad de amar).
Y todos los recuerdos que me atormentan
parecen acurrucarse junto a mí.
Acabo de descubrir
que existe la soledad total para los que aman,
que nadie parte sin dejar heridas,
y que ser hija es más difícil que ser madre.
(¡Esto es vivir!)
No soporto pensar que poco a poco me abandones,
Madre… pequeño gorrión herido
que necesita mis caricias
multiplicándose día a día.
Es tan difícil… pero tan dulce al mismo tiempo
que se parece a Dios.
Entonces quiero gritar todo este dolor oculto en mi sonrisa
para pedir que no te mueras.
Y le reclamo al cielo tu presencia,
cada vez que sobrevivo a esta dualidad de mi existencia:
cuando aparto mi mirada de vos para esconder una lágrima,
y me encuentro a mi hijo en espera de sonrisa.
No soy de acero.
Soy solamente una mujer de las que aman
hasta quedar sin fuerzas…
Y también es por eso que, de repente,
El enojo da paso a la ternura del recuerdo
y te agradezco los años que me diste
mientras atesoro la dulce locura de estas horas…
éstas horas que entiendo como últimas…
… de los últimos momentos que te tengo.
Mónica M. Volpini Camerlinckx
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