Así eres

"Te preguntas: ¿Quién soy?
Más valdría callar.
Existir no es seguro.
Sólo por hipótesis vivimos.
El Ser se hermana con la Nada
Y es vano tratar de distinguirlos.
¿Acaso sabes dónde comenzaste,
no puedes afirmar que tu fin
no es un comienzo oculto?
Deja las cosas como están
al cuidado del Tiempo
-del que tampoco sabemos nada-."

Jaime Mejía Duque
Germinalia


El nuevo Diógenes

Vengo buscando un libre que me diga
cómo es la libertad
-y no me mienta-;
que no ahueque su voz
para la muerte,
que no dibuje peces en la arena,
y que pueda correr tras la luna
como los niños de la aldea.
Vengo buscando
un hombre libre
¡libre!
Que se diga ¡me voy!
y que pueda marchar a donde quiera.
Que sea
como el río en la llanura,
manso y señor,
blando buril sobre la dura piedra,
que pueda ser el alma de las cosas
sin menoscabo de su esencia,
así como las nubes
-que son agua-,
así como los poetas
-que son tierra-

Jaime Mejía Duque



"La afirmación sobre el tradicionalismo de la literatura colombiana, que yo también la he formulado en ocasiones, debe ser tomada en sentido muy general y reubicarla hoy, sin duda, en un contexto de ruptura. Es decir, ya esta constatación –el tradicionalismo- es más reducida. Lo grave ha sido, en el caso colombiano, que el denominado tradicionalismo se daba respecto de una pobre, deformada y deformante tradición, cuyo nombre propio es un nombre compuesto: escolástica-gramaticalismo. Nuestros literatos vivían cautivos de formas vacías. Ahora, por la apertura al panorama latinoamericano, panorama de crisis y de búsqueda de la universalidad, ese tipo de tradicionalismo nacional se ha quebrado. Hay cierta ofuscación y muchas vacilaciones ante diversas opciones posibles en la novela, la poesía, el teatro y hasta el ensayo. Pero esto expresa otra dinámica.
Y en cuanto a la paradojalmente nombrada aquí “tradición de la ruptura”, sí que la ha habido. Es bueno anotar esto, ya que la comprobación de esas rupturas (muy espaciadas en nuestra historia literaria, pero no por ello menos evidentes) nos permite al fin confiar en que la vida, lo vivo, se abre paso de cualquier modo y notifica su presencia. Veamos casos concretos: Isaacs, con su novela, en aquel momento de cuadritos de costumbristas estáticos como cromos antiguos; Carrasquilla, cuando debuta con Frutos de mi tierra (1896); Silva, con sus Nocturnos y sus Gotas amargas; Valencia, con Ritos, en 1899; Luis Carlos López y Barba-Jacob, indudablemente, y luego León de Greiff y alguien más entre Los Nuevos; Rivera, con La Vorágine, etc. Hasta llegar a García Márquez y al nuevo teatro que arranca alrededor de 1958… Todos esos casos constituyen rupturas, hacen chirriar un poco cada vez aquella coraza superestructural de nuestras letras. Finalmente, ahora mismo, lo que predomina es la ruptura a todos los niveles. Se trata de profundizar en su sentido y, a partir de ella, comprender esta historia vivida. Con el mero enfoque impresionista y el tremendismo demagógico no se llega a ningún lado, sino que se trilla en redondo y hasta se crea otras ilusiones no menos frustráneas que las anteriores."

Jaime Mejía Duque











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