Agua del Balsaín

¡Agua del Balsaín, alegre y clara
Que engendra el sol, en su caricia pura
A la dormida nieve, que en la altura
Relumbra, del canchal de Peñalara!

De bosques reales, que Diana ampara,
Refleja en sus remansos la hermosura,
Y al finar de la sierra la espesura
Al manso Eresma su caudal depara.

Cantando baja por el caz somero;
Salta en las presas, los batanes mueve,
Y abreva los ganados de su orilla.

Y pues, hija del sol y de la nieve,
Es buena y es piadosa, va hasta el Duero
Regando la llanada de Castilla.

Marqués de Lozoya



“[...] la dispersión de las cosas que durante siglos permanecieron en la Casa del Torreón de mis antepasados directos, produjo en mí —ya poeta y romántico—, una cierta melancolía. Siempre ha producido en mí tristeza el presenciar el desguace de una casa habitada durante siglos por una misma familia y he expresado este sentimiento en alguno de mis poemas.”

Marqués de Lozoya


“Nací en la ciudad de Segovia, a la cual toda mi vida había de estar vinculado, el 30 de junio de 1893, a las nueve de la noche, en la plaza que se llamaba entonces de San Pablo y luego de Colmenares, hoy del Conde de Cheste, en la casa que sigo habitando todavía y en el cuarto del ala norte, la que se llamaba del jardín, que sigue siendo mi dormitorio habitual.”

Juan de Contreras y López de Ayala más conocido como el Marqués de Lozoya
Memorias


“No creáis saber algo de Segovia porque hayáis recorrido por espacio de algunas horas sus callejas y sus plazuelas, y porque os asomasteis algún día a las murallas para contemplar desde ellas los valles del Eresma y del Clamores. No creáis saber de ella, aun cuando busquéis en un vademecum para viajeros la historia de cada iglesia y de cada palacio. De la Segovia que no es piedra ni ladrillo, sino espíritu, sólo sabemos algo los que hemos vivido en ella, día por día, durante muchos años, nuestra vida vulgar, de cotidiana monotonía, impregnada a veces de un hastío que agudizaba nuestra sensibilidad para captar los matices más sutiles de cada hora del día, de cada estación del año, de cada ciclo litúrgico. Sólo conocemos el proceso de la ciudad los que habiendo superado el promedio de la vida, hemos sido ‘niños en Segovia’. Solamente nosotros podemos evocar el tiempo en que era en el recinto urbano el silencio tan denso que bastaban para alterarlo el rumor de unos pasos sobre los guijos de una callejuela; cuando se podía discernir cada nota en el concierto de las campanas de la catedral y de las parroquias; de las esquilas conventuales. En los crepúsculos del estío, llenaban el ambiente los chillidos y el vertiginoso revuelo de los vencejos. Los bueyes de las carretas aldeanas sesteaban sobre la yerba rala de las plazas de San Agustín, de San Pablo y de San Juan de los Caballeros.”

Marqués de Lozoya
En el prólogo a una obra, El libro de Segovia, original de Jaime Delgado


Tapiz

El cielo azul, entre las frondas de oro,
tiene una claridad dulce y serena:
Las altas copas de la olmeda amena
Desgranan por el suelo su tesoro.

El son del montaraz cuerno de toro
En los profundos ámbitos resuena,
Y en un remanso, que el regato llena,
Retoza de Diana el sacro coro.

Cae la tranquila tarde; los lebreles
Husmean los trofeos de la caza
De ramas adornados y cubiertos;

Y sobre agreste altar, la Diosa enlaza
Con guirnaldas de mirlos y laureles
La cornamenta de los ciervos muertos.

Marqués de Lozoya










No hay comentarios: