–Estos libros llevan casi quinientos años acá abajo –comenté–, que no se hayan destruido es… –¿Magia? –Iba a usar un sinónimo más religioso –torcí una mueca–. Deduzco entonces que es algo fortuito. Ahora, si me permite –traté de ser sutil al cambiar de tema–, ¿no cree que todos estos documentos serían mucho más útiles allá arriba? –Estimado, créame que cuando el mundo esté listo para ver lo que hay acá abajo, yo seré el más dispuesto a subir todo esto a la superficie. Y cuando digo todo esto me refiero incluso a lo que está en esas criptas –apuntó.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 27


–Señor Miele, al parecer usted tiene más enemigos de los que imagina. Escribir el tipo de libros que usted escribe puede ser muy peligroso.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 56


–¿Sabía que acá en el Nahuel Huapi hay un monstruo igual que el del lago Ness de Escocia? –habló él apuntando hacia la masa acuática que se extendía a todo lo ancho del horizonte de visión. –Supuestamente –corrigió la comisario de investigaciones especiales de la Federal, mientras le pedía al mozo un café express doble. –No, en verdad existe –continuó Lorenzo–, lo llaman Nahuelito. Mi abuelo lo vio cuando era joven, en 1924, de muy cerca. Mi abuelo cruzaba el lago en un vapor cuando se les vino encima la criatura, grande como una ballena, con cuerpo de tortuga y cuello largo. Un plesiosauro, le decía él. –Plesiosaurio –rectificó ella. –Es lo mismo, ¿sabía que en la Argentina antes le decían dinosauros a los dinosaurios? –No… –Gisela trató de disimular su impaciencia. –Conozco mucha gente que lo ha visto. Por los alrededores hay cantidad de testigos de Nahuelito. ¿Sabía que la Universidad de Buenos Aires organizó una cacería del monstruo?

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 105


–Ehecachichtli –dije, mientras el grito venía desde otro extremo de las profundidades mexicanas–, el silbato azteca de la muerte –le expliqué a mi compañera–. La primera arma de guerra psicológica que se conoce, un pequeño instrumento de viento usado por los guerreros mexicas para aterrorizar a sus enemigos. Se supone que imita el grito de un torturado antes de desfallecer. O de alguien a quien le arrancan el corazón estando aún vivo.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 153


Un año después, un indígena que se hacía llamar Antonio Valeriano, firmó un escrito en náhuatl54, titulado Nican Mopohua, en el que relató los pormenores de las apariciones y la vida de Juan Diego.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 204


–Es que de todos los enigmas que te he enumerado, el de los ojos es con ventaja el más misterioso. Y el más precioso. ¿Sabes lo que es el fenómeno Purkinje-Sanson? –La primera vez que leí al respecto fue en tu libro, hace un rato. Si mal no entiendo, es un efecto que se da solo en el ojo humano que permite ver varios objetos al mismo tiempo, uno de los principios de la visión estereográfica… –Porque la córnea tiene la facultad de triplicar lo que ve, igual que el cristalino, que además lo dobla –asentí–. Todo este lío se inicia en 1929, cuando el fotógrafo de la antigua basílica, un sujeto llamado Alfonso Marcué, descubrió una figura humana en el ojo derecho de la Virgen. En la época, el Arzobispado de México le pidió que guardara silencio, ya que el gobierno anticatólico de Emilio Cándido Portes, quien asumió el Ejecutivo tras el asesinato del presidente Álvaro Obregón, llevaba un par de años tratando de parar la devoción a la Señora. Intentaron suprimir las peregrinaciones y le cambiaron el nombre a esta delegación, donde acabamos de entrar –precisó–, de Guadalupe a Gustavo A. Madero. La cosa es que no se supo nada del enigma de los ojos hasta 1951, cuando el dibujante Carlos Salinas «redescubrió» la figura de un hombre con barba en los ojos de la Morenita. En esa oportunidad, el artista hizo público el hecho, lo que gatilló que una veintena de oftalmólogos mexicanos se dieran cita para examinar los ojos de nuestra patrona.» En 1956, el doctor Javier Toroella, cirujano oculista, firmó el primer certificado médico en el que se sostiene que en los ojos de la Virgen de Guadalupe se observa una figura humana de acuerdo al fenómeno de ley óptica que recién comentábamos. –El efecto Purkinje-Sanson –recordé. –Al certificado de Toroella lo siguieron otros similares, todo a cargo de colegas suyos que declaraban unánimemente que en los ojos de la Guadalupe se veía un busto humano. Hay que recalcar, eso sí, que ningún especialista confirmó en sus escritos que la figura fuera la de Juan Diego.» Hacia 1962, el doctor norteamericano Charles Wahlig encontró en los ojos de la Virgen dos de los reflejos que ya habían sido detectados por los oculistas mexicanos y que efectivamente correspondían al triple efecto Purkinje-Sanson. Wahlig llevó a cabo una serie de experiencias que corroboraron la realidad científica de estas imágenes. A partir de esta investigación, en 1979, un ingeniero de la Universidad de Cornell, llamado José Aste Tomsmann, inició un proceso de digitalización de la imagen de la Virgen de Guadalupe, en el cual descubrió, gracias a ampliaciones, una serie de misteriosas figuras humanas en el interior de los ojos. Estas imágenes podrían ser los personajes que asistieron al “milagro de las rosas” en el año 1531. Entre las figuras se destacan un indio sentado y casi desnudo, la cabeza de un anciano, otro indígena con un sombrero que parece extender su tilma ante los presentes, una mujer de raza negra, un hombre joven junto al anciano, el ya conocido “hombre con barba” que había sido descubierto en 1929 por el fotógrafo de la basílica, y otras siluetas que pudieran corresponder a una “familia indígena”. » Ese mismo año, los científicos de la NASA Jody Brant Smith y Philip S. Callahan, los mismos que analizaron los pigmentos –asentí–, registraron con película de color infrarroja la imagen total de la Virgen, sin el cristal protector. Entre sus conclusiones aseguraron que la cara, manos, manto y túnica de la Virgen no tienen explicación posible, tampoco la aparición de “supuestos rostros” en los ojos de la Señora. Eso sí, subrayaron que habría retoques y añadidos a la imagen original.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 217





Soy Gideon –pronunció en voz alta–, el cortador, la espada y la lanza del Señor.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 268


–Encontraron la catedral antártica. –No es cuestión de encontrar la catedral, es si ella desea ser encontrada.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 340


–¿Has escuchado de las guerras del agua? –Escribo de conspiraciones, Paul, por supuesto que he escuchado de las guerras del agua. De aquí a treinta años el agua pura será el recurso más valioso del planeta y las mayores reservas están en la frontera de Chile y Argentina, que para el 2050 se convertiría en algo así como el nuevo golfo Pérsico, que atraerá la mirada y los intereses de las superpotencias.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 368


–Libros, libros y más libros… Eres muy egocéntrico, Elías Miele –interrumpió Princess.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 392


–¿Segura que tienes batería? Me enseñó la pantalla del iPhone, en la parte superior se indicaba noventa y ocho por ciento. –Te lo dije en México –continuó hablando–. De Apple solo tiene la carcasa y la manzanita.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 430



» Su obra más polémica y emblemática fue precisamente el puente de Cal y Canto –me detuve–. Y ahora, me atrevo a agregar, esta bóveda. A pesar de que no aparece en ningún libro.» Zañartu se obsesionó con el puente como un símbolo urbano, pero también como una pieza que lo ayudaría a limpiar la podredumbre de la Chimba. Personalmente participó en el diseño y supervisó las obras, que costaron alrededor de doscientos mil pesos de la época, bastante por debajo de lo estimado. Esto, porque el corregidor ahorró en mano de obra, ordenando que todos los presos de Santiago participaran de la construcción no como albañiles, sino casi como esclavos. El puente iba a ser parte de su condena. Mal alimentados, casi desnudos y a pleno sol del verano, los subyugados por el “faraón” de Santiago de Chile levantaron su pirámide, en un proceso en el que día a día fallecía al menos uno de los condenados, sobre todo los más ancianos. Fue ahí donde surgió el mito. El rumor sostenía que Zañartu había ordenado que a cada prisionero fallecido le fuera drenada la sangre, la cual era usada en la pasta pegajosa de huevo y barro, mezclada para pegar las lajas y piedras. Por años se pensó que era una leyenda, una invención de historiadores con vocación de escritores, hasta que hace unas dos décadas, cuando se construyó la estación de metro por donde ingresamos, se encontraron restos del puente y en la autopsia arqueológica se verificó que efectivamente se había usado sangre humana como parte del cemento artesanal.» Extraño personaje el corregidor Zañartu. Se las ingenió para arrasar con las calles y cantinas de Santiago, encerrando y condenando a borrachos y asesinos por igual. No solo por su idea de corrección fascista, sino para tener mano de obra para construir su ciudad soñada. No solo hizo el puente y los tajamares, también cubrió las calles principales de la ciudad con adoquines y erigió acueductos en la precordillera para traer agua pura a la capital. El fin fue bueno; el método, cuestionable.» Encerró a sus dos hijas en un convento que él mismo creó para ellas trayendo monjas desde España. Murió solo y viudo el viernes 15 de junio de 1782, gritando de dolor de estómago. Tenía los intestinos perforados por úlceras. Dicen que ese día hubo una feroz tormenta en Santiago y que la gente aseguraba que el diablo había venido por el alma del despiadado corregidor, de quien se contaba no había alcanzado a recibir la extremaunción. El comidillo de que su alma en pena aún vagaba por las calles de Santiago fue alimentado por el hecho de que la poderosa tormenta desatada la noche de su fallecimiento hizo crecer tanto el río que parte de los tajamares y una pilastra del puente resultaron horadados.» Hasta que el Cal y Canto fue derrumbado, en 1888, se decía que cada noche de San Juan podía verse el espectro del corregidor Zañartu gritando arriba del puente, pidiendo almas y sangre de los infelices para poder terminar sus obras.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 440


Los jesuitas jamás han sido blancas palomas, ¿o crees que llegaron al trono vaticano por la sonrisa del argentino? Tanta obra benéfica no es gratis, querida, las buenas acciones jamás han sido rentables, menos para el nuevo orden.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 443


» Superman fue inventado por dos pobres jóvenes judíos de Cleveland. Un superhombre capaz de saltar los edificios más altos de un solo brinco y detener una locomotora con los brazos. Sus responsables lo vistieron con una malla ajustada y una capa roja, mezcla del uniforme que usaban los acróbatas circenses con los hombres bala de similares espectáculos. Así lo vendieron a la editorial National: como un campeón circense que en verdad era un hombre de las estrellas que luchaba por la verdad y la justicia.» Pero como en todo, hay acá una profunda historia secreta. El 2 de junio de 1932, exactamente seis años antes de que el hombre de acero debutara en la portada del número uno de la revista Action Comics, el padre de Jerry Siegel, un comerciante e inmigrante lituano llamado Mitchel Siegel, recibía dos balazos en el pecho mientras protegía el negocio familiar de un asalto a mano armada. Los ladrones resultaron ser los propios vecinos de la familia, también inmigrantes lituanos, desesperados por la ruina económica en que se hundía el país por esos años. Ellos no querían matarlo, no querían que “las balas atravesaran al vecino”. Esas fueron sus palabras durante el juicio, donde además lloraron pidiendo perdón a los Siegel. De ahí que la facultad más extraordinaria del personaje fuera la de ser inmune a las balas. El hijo que se convierte en el padre es una de las líneas clásicas de Superman; acá, el hijo recreaba a su padre, en una versión ideal que nunca iba a morir de un disparo. Un padre y al mismo tiempo un hijo que dedicaría su vida a evitar que otros perecieran bajo el fuego de un cañón.» Hay que entender que los Estados Unidos de América, al contrario que otros pueblos, carecen de una cultura propia de dioses y titanes. El haber exterminado a sus indígenas y nativos los dejó sin un folclore mitológico potente y concreto, como sí sucedió en el resto del Nuevo Mundo. Lo poco que se conoce de los dioses de los apaches, cheyennes y navajos proviene de una tradición oral que solo gracias a Canadá se ha mantenido: el ave del trueno, sasquatch y otras criaturas más propias de un zoológico imaginario que de un panteón propiamente tal. Esta falencia ha hecho que los Estados Unidos hayan creado su propia mitología, usando el arte y la cultura en la tarea. En los cazadores de ballenas y el relato de Moby Dick encontraron su lectura del guerrero y el dragón; los cuentos y novelas de Mark Twain le otorgaron sus ciclos de los bribones y bardos; el miedo y las pesadillas ancestrales aparecieron con el terror material de Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft, y los caballeros andantes de la Europa medieval consiguieron su espejo en los vaqueros de far west. Y así se alarga un ciclo inventado que nos encarrila hasta los superhéroes como la encarnación multicolor y con sabor a chicle de dioses, semidioses y ángeles. La gran mitología americana, quizás solo igualada en alcance y masividad con la reinterpretación de la leyenda artúrica, y de todos los ciclos épicos de Occidente, que en el fondo es Star Wars. Significativo es el dato de que todos estos eventos culturales aparecen cuando los estadounidenses más lo necesitan. Moby Dick vino con el amanecer de las luchas raciales; el far west fue la respuesta escapista a la guerra civil, del mismo modo que los superhéroes contestaron a la Gran Depresión de los treinta y Star Wars a Watergate, la desolación de los setenta y a un país tratando de sanarse después de Vietnam.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 454


–Los hombres están tranquilos y comiendo –comentó. –Eso es bueno –respondió Prat–. Cuando tenía barcos a mi mando, lo que más me importaba era que mis subalternos estuvieran bien alimentados.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 487


–A propósito –insistió Edwards–, algo que nunca le he preguntado, capitán –prosiguió el escritor y diplomático–, ¿de verdad hablaba con los muertos? –No, nunca lo hice –el tono del anciano fue cortante–. Fui muy cercano a gente que practicaba el espiritismo, compañeros de su padre incluso, pero no. Traté de hacerlo, participé de un par de reuniones, alimentado por el entusiasmo de mi tío Jacinto Chacón, pero jamás logré hablar con un muerto. Quizás ellos no tenían tema de conversación conmigo; vaya uno a saber. –¿No cree en fantasmas, entonces? –Cómo no he de creer en fantasmas, estimado Alberto, si yo soy uno.

Francisco Ortega
Andinia, la catedral Antártica, página 488










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