"Las ayalgas son ninfas hechiceras que ocultan inmensas riquezas; habitan cual las xanas en palacios de cristales por donde se deslizan culebreando límpidos y transparentes arroyuelos, y cual los ñuveros guardan también un misterioso fuego que hacen aparecer a la entrada de sus palacios, ocultos en el seno de alguna montaña o bajo las ruinas de algún antiquísimo torreón (…) Las ayalgas son jóvenes y hermosas; un manto tan blanco como la espuma del mar cubre sus mórbidas formas… La entrada de sus palacios encantados está siempre oculta, ya en el horadado tronco de algún árbol añejo, ya bajo las ruinas de algún caído torreón o en el fondo de una sima cubierta de espesos matorrales (…) Las ayalgas guardan en sus palacios tesoros inmensos: en la noche de San Juan brota una llama rojiza y misteriosa en la boca de sus grutas; si alguno logra divisarla y tiene valor para acercarse a ella, arrojando al fuego una pequeña rama de sauce, la llama tomando de pronto un color azulado, se extinguirá pocos momentos después. Entre sus cenizas aparece una ninfa hermosísima: es una ayalga. La ninfa soltará la cinta de flores que ciñe su talle, y asiendo un extremo de ella, ofrece el otro al afortunado descubridor. La ayalga se interna en la gruta, y aquél la sigue, y por fin, llenándole de oro le vuelve a conducir al mismo sitio, desapareciendo enseguida. No cesa aquí su fortuna: si es casado, la hermosa hechicera hará nacer en el corazón de su esposa un amor dulce y eterno, que colme su risueña existencia de goces y encantos. Si es soltero, pronto hallará una joven llena de inocencia y de hermosura que lo ame con todo el fuego de su virgen corazón."

Tomás Cipriano Agüero y Góngora
Tomada del libro Hadas de Jesús Callejo Cabo, página 131



"(Las llavanderas son) viejas vestidas con amarillo ropaje, de rostros enjutos y cabellera más blanca que la nieve. Su voz es lúgubre, semejante al canto del fatídico búho, sus ojos despiden con sus miradas un brillo sombrío y aterrador… Habitan en los huecos de las corpulentas encinas» (Jove las ubicaba en castaños). «Las lavanderas —nos sigue diciendo—, aunque tienen algunos rasgos de ferocidad, no por eso dejan de ser benéficas y humanas; miradlas si no cuando los incendios suceden en algún desmantelado castillo, o en alguna pobre aldehuela, sofocando sus horrores con sus palas cóncavas y llenas de agua, penetrando por las llamas al voraz elemento para arrancarle los débiles niños indefensos y los pobres ancianos paralíticos. Sin embargo, cuando alguno la llega a ver excitado por la curiosidad, las lavanderas, en pago de ella, le dan la muerte más horrorosa."

Tomás Cipriano Agüero y Góngora
Tomada del libro Hadas de Jesús Callejo Cabo, página 134













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