A las seis de un otoño...

A las seis de un otoño.

Hay quien va en autobús a las seis
de un otoño.

Un libro suspendido en otro aire,
los ojos húmedos,
caídos,
sobre esa línea
que habla del amor vulnerable.

Sin misericordia.

Hay quien viaja sin misericordia
por su propia ciudad.

Lo persiguen sus lluvias,
sus preguntas,
mordiéndole la espalda.
Tropieza y cae,
se levanta y cae,
reanuda cartas nunca comenzadas.

Olvidos.

Cruje olvidos
que incluyen avenidas, casas de la niñez,
atardeceres
atestados de ángeles.

Los ojos
desarmados
del amor vulnerable
a las seis de un otoño.

Luis Alberto Carro


Cada palabra...

Cada palabra que toco
está
en su sitio
desde antes de nacer.
Una
no se sostiene sin la otra.
No alumbra sin su igual
o su enemiga.
No es nadie
si no acepta sus espejos.
El único terror
será el cristal vacío,
pero también la ausencia
está prevista
con su palabra exacta.

Luis Alberto Carro


Cuaderno del desmemoriado

Sobre esta hoja desierta como un cementerio a medianoche
de qué luna escribir en cuál de todos
los techos del desvelo.
Cómo saber si fue verdad el aire,
si el jazmín nada más que un simulacro,
si la palabra fuego ardió cuando hizo falta.
Dónde anotar los pájaros del horizonte roto,
la voz de una mujer
fugada
del espejo.
Tengo miedo de leer despedidas detrás de cada lluvia,
de creer una tregua entre banderas,
mientras la soledad —gusano endemoniado— nos perfora
la sombra.
O acaso es necesario pertrecharse contra
el roído muro de la infancia,
contra el primer silencio,
esa frontera incierta con papeles de prófugo.
Si es así, aquí me tienen, desarmado, desnudo
peregrino de la duda,
pidiéndole al primero que camine esta calle
que me responda
qué hago en el borde de la nostalgia en blanco.

Luis Alberto Carro



El viaje

Estar solo a esta hora duele más
que morirse.
Pero la fila es larga,
demasiado larga.
Hoy no es tu día, ¿sabes?
No eres el próximo en subir a ese tren
condenado.
(Ya volverá por ti, no te preocupes...)
Ahora es preciso darle cuerda al reloj,
escarbar
en la tierra más oscura de la memoria
para saber si aún están, si estuvieron
alguna vez,
al cabo de tanto vendaval y baile,
la silla en la cocina,
la camisa escolar,
la madre —o al menos una rosa de ceniza—,
un nombre,
un día cualquiera,
otro olor que no sea el de las mismas
deudas pendientes,
para seguir el viaje.

Luis Alberto Carro



La espera

Abuela Ema colocó tierra negra en maceta y se sentó a esperar.

La llovizna no le pidió permiso, no dijo “buenas tardes”
ni de dónde venía.
Simplemente bajó al hondo silencio y allí
se echó a dormir.
Hasta que un día sin saludo ni aviso, la gota
se hizo tallo,
colibrí
en la cintura de lo verde.

Abuela Ema ya no estaba en su silla de paja

    Una luz
    recién hecha
    bailaba
    sobre el patio.

Luis Alberto Carro



Regreso

El agua cabizbaja sobre su misma huella
camina, desafiando las leyes de la muerte.
Ayer, tal vez mañana, cuando un hombre despierte
desnudo de preguntas, navegará con ella.

Cambiarán los faroles, las esquinas, la estrella
del cuaderno de versos con que inició su suerte.
No habrá puerta, ni plaza, ni piedra que lo alerte
del día en que su sombra le entablará querella.

Tal vez busque en los bares una mujer que nunca
obedeció a relojes, alguna carta trunca
con su pañuelo inútil y su promesa escasa.

Tal vez en los cristales no arda su luz secreta.
(¿Dónde aquel pelo largo, y el café, y la carpeta?)
No hay regreso posible mientras el agua pasa...

Luis Alberto Carro









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