Alimentan toda imagen

Son apenas palabras y como tales rondan.
Yo las preparaba, mejor dicho se me aparecían
para un final a todo telón
con borlas y dorados
pero algo me exigió que las ubicara en este titubeante
principio.
Son palabras, me dije ayer por la siesta, no mariposas,
por eso puedo clavarlas de las alas en
alguna pared antiguamente blanca.

Me valgo de un martillito de plata,
de uno de esos que no existen
y golpeo lo menos posible. Suficiente para que queden
colgadas, pendientes.

Como palabras que son necesitan poco. Si fueran genuinas
mariposas habitarían expresiones cargadas
de consecuencias, dicen, no me consta.
Esas palabras se hamacan ante mis ojos tal como lo
hicieron varios nidos de loros en un palmar.

Fáciles pero inalcanzables. Aún así tienen color. Grises y
celestes forman cuadrados, cuadrados para
retazos.
Pasan. Mientras, desafían todo plan, alimentan toda imagen.

Kato Molinari



Ciego

Ciego. La coreografía de su bastón es
moderada aunque crítica.

Ciego. Ronda esquinas, huele una cabellera
y se pregunta por qué no nació ladrón.

–Me hubiera gustado tener ojos negros,
recuerda por millonésima vez.

Y se mira en el espejo. Se mira en el espejo
y se contonea, satisfecho.

–Dicen que cuando sea viejo me pareceré a Borges,
tartajea y se hurta de sí.

Kato Molinari


Domingo venturoso

A las diez.
Como siempre a las diez.
Corro los visillos para espiarlos,
mi cuerpo cortajea la neblina,
casi me caigo del balcón.
Para espiarlos.
A las diez.
Para envidiarlos.

Son dos para los extraños.
Hombre y mujer.
Pero no nos engañemos:
para lo que sirve y lo que importa
y lo que embellece
son uno, cuerpo y espíritu,
clavícula y fémur, saliva y lágrima.
Se aderezan, por supuesto,
para navegar los días de domingo.
Ella no es nada bella, más bien obesa
pero ese día el terciopelo y el corsé
resultan casi mágicos.
El maquillaje le insume tiempo y meditaciones.
Hasta el gato es consultado.
Él es más expeditivo.

Mientras se viste piensa que si no salen pronto
dentro de la casa danzarán los ventisqueros
o se criarán anguilas.
La cazadora conoce muchos parques y muchos soles
pero el tintorero es fiel y cuidadoso y se ocupa.
Ni una mancha, ni una hilacha ni un botón indeciso.
El pantalón queda ancho pero eso no tiene importancia.
Sólo cuando faltan el sombrero y el mouchoir
él resuelve encadenar al perro y arropar el piano.

Abren la cárcel.
Los presiento.
No hacen concesiones al día ni a los vecinos.
Parten flamantes hacia el Botánico o
rumbo a Luján.
Al Morris cuesta hacerlo arrancar.
Yo, desde mi balcón mohoso, los inauguro.
Parten, por supuesto, con mi envidiosa bendición.
A las diez.

Kato Molinari



La ley del débil

Domina el instrumento
por un memento mori.
No considera enemigos a
sus adversos ni a sus versos.

Lejos de permitir que cualquier león
se rinda a sus pies, bailaa con
el oso recurrente.

Nadie conoce ni sospecha la

felicidad del oso danzante en par.

Kato Molinari


Las rosas

¡Oh, por favor, las rosas!
Las rosas eran los aciertos translúcidos del atardecer
en Alta Gracia.
Raimundo, el jardinero,
con el rastrillo y un pedazo de pan
se internaba en otro territorio.
-Vea, niñita, vea, la señora mayor
me ha dado pan con dulce de membrillo.
El dulce eran las huellas sanguinolentas
de sus desdentadas encías de loco
Clavadas en el pan francés.
Pero las rosas, ah, las rosas,
cuántas y tan conmovedoras.
Era la época de los tuberculosos y
algunos se extinguían antes que ellas.
Claro está, nada empañaba el atardecer.
¡Oh, por favor, las rosas!

Kato Molinari


Por obligación

Si yo tuviera que escribir por obligación
intentaría un folletín de horror,
crimen y castigo por entregas
o una novela con amores incestuosos y
suicidios tramados como filigranas.
Si tuviera que cantar por obligación
remozaría algún viejo aire español
para desafinar hasta el delirio.
Si por obligación tuviera que sembrar legumbres
plantaría bulbos y ofrecería
solemnes ensaladas de azucenas.
Si me obligaran a reír mostraría la lengua
y haría carantoñas con los pies.
Si me obligaran a estudiar historia
me abalanzaría sobre la tuberculosis de Nefertiti
y la lascivia de Napoleón.
Si por obligación tuviera que amar
lloraría todo el día
entre bombón y bombón.

Si tuviera, en fin, que soñar por obligación
estructuraría estrictas pesadillas amatorias.
Frankenstein y yo.
Armando Bo y yo.
Le Prince Kalender et moi.
Frigerio Rogelio y la que suscribe.

Por ahora tejo guirnaldas
para mis mórbidos brazos.

Kato Molinari


Sin reseñas particulares visibles

Desciendo vertical
y empinada
de genoveses telúricamente avaros.

Como,
sueño,
padezco de caries.
Poco sé de cheques,
giros, órdenes de pago y afines.
Casi nunca uso el teléfono para decir
te quiero, o sí, soy feliz.
Mis noches suelen ser despobladas
y bordeo un nuevo cumpleaños
sonámbula,
febril,
agresiva.
Un despertador redondo
se encarga diariamente de cortarme
la provisión de fantasía.

Vengo.
Voy.
Coqueteo.
Lloro.
Desafino.
Rememoro a Alberto y al Gringo.
Nada doy.
Poco recibo.

Voy.
Vengo.
Vegeto.
Sufro a veces.
Impiadosos y gárrulos créditos
acreditan mi elegancia de empleadita.

Conozco el mar,
la sierra,
la nieve,
el atardecer sombrío.
Mi infancia con sobresaltos
yace abandonada
en una cajita de escarpines.

Mi vida en la ciudad
consiste en una torpe sucesión
de oquedades.

Conozco, sin embargo,
el mar, la sierra,
el atardecer sombrío.

Y hasta donde alcanzan a llegar
los ojos lúbricos de la policía federal,
mi cuerpo carece de
señas particulares.

Kato Molinari


Sucesivas

Toma uno:
todo el mundo llegó.
Se presentó alguien de piel blanquísima:
insoportable.
La tez granate de otro/a ahuyentó el
escaso mérito del momento.
Toma dos:
Eric Satie, sus mejores estudios están
encerrados en una
casete que me regalarán.
Todo el mundo llegó. Faltaban
sillas, vasos, mandolinas.
Entre dos se produjo una empatía sin
pronóstico.
Todo el mundo llegó y ofreció (¿el
mejor postor?) pero yo amé
Al que me llenó los brazos de
retamas.
Toma tres:
estoy pero no estoy,
la cama empieza a navegar.

Kato Molinari






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