En efecto, veía espectros, pero eso no era algo que uno pudiera contarle a cualquiera.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 4


Cuando Charles salió al escenario el público que abarrotaba la sala prorrumpió en un estruendoso aplauso que parecía capaz de derribarla. La menuda figura de Dickens aparentaba ser aún más pequeña con el oscuro telón de fondo y la moqueta negra bajo sus pies. La acostumbrada y cuidadosamente dispuesta iluminación de gas envolvería su efigie. Finalmente, se hizo un silencio espeso que permitió a todos escuchar los pasos del novelista mientras se dirigía al atril que siempre utilizaba. Una vez se situó frente a él, el escritor más popular de Inglaterra desplegó unos papeles, y lo que sucedió a continuación únicamente se puede calificar como un sortilegio, como un hechizo inverosímil que lo transformó en un hombre con mil caras, en un actor con mil registros… El individuo de mediana estatura se había transformado en un gigante. Al cabo de unos minutos apenas consultaba el guion y se dejaba poseer por las criaturas que él mismo había dado a luz.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 34


—¿Hay algo de cierto en esas leyendas? —insistió Hugo. —Todas las leyendas, como los mitos, son el ropaje con el que se viste a la historia cuando no se sabe cómo explicarla.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 48


—¿El mesmerismo? ¿Qué es exactamente? —se interesó Claudio. —¿No han oído hablar del doctor Franz Mesmer? —Dickens se mostró visiblemente sorprendido—. Un genio, eso es lo que fue, un genio. Exploró el magnetismo animal que anida en el ser humano y, bajo una técnica precisa, puede inducir al paciente a un estado que, para que me entiendan, parece un sueño. Y, una vez en esa región inexplorada de la mente, ayudarle a sanar sus males.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 68


—En primavera y verano, debe ser muy luminoso —observó Antonio en voz alta. —Querido amigo —dijo Dickens—, no podría vivir sin luz. Nada me parece más placentero que estar rodeado de espejos y ventanales amplios.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 72


No se puede comprender a Sherlock sin conocer a Auguste Dupin. Ni leer a Conan Doyle sin haber leído primero a Poe.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 80


Yo no jugaría tan alegremente con esas cosas. —¿Qué cosas? —Cosas que no conoces ni puedes controlar.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 85


—No te imaginas lo que me ha contado Cristina —dijo, cambiando de tema. —¿La de producción? Fabián asintió. —Al parecer, va a resultar que es verdad que en la casa de Comillas suceden cosas extrañas. Hugo prefirió no interrumpir a Fabián, que parecía esforzarse por buscar las palabras adecuadas. —Las luces se apagan de golpe —reveló el productor tras unos segundos de duda—. Hay bajadas de tensión, algunos focos se han fundido… Entre los decoradores empieza a cundir el miedo. —Miró alrededor, para cerciorarse de que nadie lo escuchase—. Aseguran que hay puertas que se abren y se cierran solas. Y los teléfonos móviles no funcionan dentro de la casa, pero sí fuera de ella. —Entornó sus ojillos azules—. ¿A ti te sucedió algo así cuando estuviste allí?

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 157


Si las casualidades existieran, habría que hablar de casualidad en relación a la gota que terminó por colmar el vaso. Pero como es posible que no existan y que solo sean en realidad el seudónimo con el que los dioses firman sus obras…

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 172


—De tanto no creer en nada, a lo mejor termino creyéndomelo todo —respondió Hugo.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 181


—¿En serio un rojo descreído como tú tiene miedo a los fantasmas? —se burló Violeta. —De tanto no creer en nada, a lo mejor termino creyéndomelo todo —respondió Hugo.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 181


Muchacho, para meterte en la piel de alguien con una personalidad tan rica como la Dickens hay que sentir el teatro, en primer lugar, como le sucedía a él. Todo en él era teatro, incluidas sus novelas. Por eso tenían tanto éxito cuando las adaptaba para aquellas lecturas públicas que volvían locos a sus seguidores.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 188


Capellán es un oportunista, un periodista que, como suele ocurrir entre los de su gremio, no sabe de nada y cree que sabe de todo. Es uno de esos que lo mismo escribe sobre casas encantadas que sobre la búsqueda del Arca de la Alianza.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 243


—¿Qué ha sucedido? —preguntó con aire somnoliento. Dickens sonrió dulcemente. —Creo que comenzamos a avanzar —respondió evasivo. —¿Significa que ya sabe por qué padezco esas… bilocaciones? —Aún no, amigo mío, aún no —confesó Dickens—. Ha sido nuestra primera sesión. Necesitaré más tiempo. Además, usted no padece una enfermedad, que es lo que he tenido que tratar en otras ocasiones, sino que posee un don, y pretendemos averiguar el origen del mismo. No será tarea fácil.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 273


—Otro que no ve el mundo —dijo Ciro al ver el aparato electrónico.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 290


—Alzó la mirada hacia la ventana donde creían haber visto la extraña niebla antropomorfa—. Los inquilinos de la casa aseguraban haber visto a una mujer alta con un vestido de lana negro, que llevaba en su mano un pañuelo para cubrirse el rostro. Los miembros de la familia que vivía en la casa decían haberla visto abrir puertas, e incluso detenerse frente a ellos, como si se dispusiera a hablar. Y hasta uno de ellos intentó tocarla, pero cada vez que se lo proponía, el fantasma mantenía la distancia de una forma inexplicable.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 348



—¡No está muerto! —exclamó Dickens—. Tiene pulso, pero muy débil. Todos se habían arremolinado alrededor del diván. Antonio, fuera de sí, pugnaba por abrirse paso. —¡Déjenme! ¡Sé lo que le sucede! —gritó. El rostro de Claudio había perdido su color, o más bien había adquirido el propio de un difunto, pero el diagnóstico de Dickens era correcto: no estaba muerto.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 360


—¿Bilocación? —dijo Hudson, con el rostro demudado. Se había apartado del grupo, como si temiese ser agredido por alguno de los presentes—. Están ustedes locos. —¿Y lo dice un fotógrafo de espíritus? — replicó Dickens irónico—. Yo he visto a este muchacho en dos ocasiones en lugares en los que nunca había estado. Es más, la primera vez, incluso choqué contra él. —Su mirada iba y venía de Claudio a Hudson—. Y para que lo sepa, eso de tocar esa doble alma o como quiera llamarlo, es algo totalmente insólito y jamás documentado.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 360


Deva no era voluptuosa, y su tono de voz, según la script había tenido ocasión de comprobar en un par de ocasiones, era ligeramente masculino. Pero tenía una mirada tan profunda como inquietante, y su manera de caminar, sus modales, su insólita indumentaria, la convertían en un espécimen insólito, por el que un coleccionista de rarezas femeninas no dudaría en pagar una fortuna.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 451


Mientras los dos guardias la conducían hacia las escaleras, Vera gritaba: —Ha sido la casa; la casa me obligó a hacerlo.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 489


Miguel había conocido a lo largo de su carrera a personas que afirmaban tener capacidades psíquicas, pero la inmensa mayoría eran impostores. Sin embargo, la mirada de Deva era diferente a todas las que conocía. Aquella mujer, resolvió, veía mundos que a él se le escapaban entre los dedos por más que intentaba viajar a ellos.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 503


La novela no estaba mal, según juzgó. Resultaba entretenida, resultona.

Mariano F. Urresti
El enigma Dickens, página 523















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