Árbol que eres un penoso relámpago

Árbol que eres un penoso relámpago,
viento que arrebatas una ardiente materia,
bosques de rayos entre el agua nocturna;
¿he de decirles que para mí se está forjando
una pesada joya en mi corazón, una hoja
que hiende como una estrella el refugio de la sangre?

Ignoro otra mirada que no sea como un vuelo
reposado y profundo, ignoro otro paso lejano,
ola que fuese más clara que la vida en mi pecho.

Sepan que estoy viviendo, nubes, sepan que canto,
bajo la gloria confusa de la tarde, solitario.

Sepan que estoy viviendo, que me aprieta el cielo,
que mi frente ha de caer como lámpara vacía
a los pies de una estatua que vela tenazmente.

Javier Sologuren Moreno


Crepúsculo adentro

¿Cómo naciste, flor, cómo el viento
te fue tocando bajo ardientes nubes,
cómo lo tierra se abrió desde el silencio,
cómo entró en tu pequeño corazón el agua?
Veme a tu lado, veme la mirada,
veme arrastrado por una ola de extenso murmullo
por un espacio despierto que calla y respira.
Teniendo bajo tus labios, bajo tu sombra desnudo,
voy yendo paso a paso a un país que desconozco,
a un valle de agua tranquila entre colinas de fuego.
Desciendo en el hueco de una mano que guarda día y noche,
invierno y primavera, otoño y estío, canto y silencio,
que junta entre sus dedos la fauna de la luz,
la púrpura que el día bañará en sagrada dulzura.
Veme agitado, veme inclinado, veme viéndome, flor,
debajo de un puñado terrestre que se incendia y un misterio.

Javier Sologuren Moreno




Dédalo dormido

                                        Most musical of mourners, weep anew!
                                Not all to taht bright station dared to climb.
                                                                                                           Shelley

Tejido con las llamas de un desastre irresistible,
atrozmente vuelto hacia la destrucción y la música,
gritando bajo el límite de los golpes oceánicos,
el hueco veloz de los cielos llenándose de sombra.

Ramos de nieve en la espalda, pie de luz en la cabeza,
crecimiento súbito de las cosas que apenas se adivinan,
saciado pecho con la bulla que cabalga en lo invisible.

Perecer con el permiso de una bondad que no se extingue.
Ya no ser sino el minuto vibrante, el traspaso del cielo,
canto de vida rápida, intensa mano de lo nuestro, desnuda.

Hallarse vivo, despierto en el espacio sensible de una oreja,
recibiendo los pesados materiales que la música arroja
desde una altura donde todo gime de una extraña pureza.
Miembros de luz sorda, choques de completísimas estatuas,
lámparas que estallan, escombros primitivos como la muerte.

Vaso de vino pronto a gemir en una tormenta humana,
Con una sofocante alegría que olvida el arreglo de las cosas,
ebrio a distancias diferentes del sonido sin clemencia,
errando reflexivo entre el baile de las puertas abatidas,
alistando una racha salobre en la inminencia de la muerte,
pisando las hierbas del mar, las novedades del corazón,
pulsando una escala infinita, un centro sonoro inacabable.

Modificado por una azarosa, por una incontrolable compañía.

Pisadas en nuestro corazón, puertas en nuestros oídos,
temblor de los cielos de espaldas, árboles crecidos de improviso,
paisajes bañados por una murmurante dulzura, por una sustancia
que se extiende como un vuelo irisado e instantáneo.

Prados gloriosos, estío, perfil trazado por un dedo de fuego,
blanco papel quemado para siempre detrás de los ojos,
valles que asientan su línea bajo el zureo de las palomas,
fuentes de oro que agitan azules unos brazos helados.
Quietud del mar, neutros estallidos de un imperio cruento,
mudas destrucciones, espuma, golpes del espacio abierto.

Sueños que toman cuerpo, coherentes, en una silenciosa tentativa;
mecanismos ordenados en medio de una numerosa vehemencia,
lujo intranquilo del cielo que sella una hora inmune.

Cuerpo que asciende como la estatua de un ardoroso enjambre
buscando muy arriba la inhumana certeza en que se estalla
para quedar inmensamente vacío y delirante como el viento.

Una idea, Dédalo, una idea que iba a acarrear nuestro futuro
(un sueño como un agua amarga que mana desde la boca del sol),
los planos hechos a perfección, la elocuencia del número,
el ingenioso resorte para suplantar los ojos de la vida,
todo era una inocente flecha en tránsito de lucidez y muerte.

Ciudades perdidas por un golpe de viento, ganadas por un sueño.
Palabras incendiadas por la fricción de un remoto destino,
murallas de un fuego levantado al que no nos resistimos
canto arrancado a la tumultuosa soledad de un pecho humano.

Javier Sologuren Moreno



Detenimientos

Entre el agua y la sombra, a orillas
de una sedosa mirada nocturna
y en la mitad ardiente del brazo,
la lámpara nos une como una caricia,
como una flor espejeante a un hombro perfecto.

(No sé si he respirado los rayos de su luz
y si al mirarte una impalpable lágrima
aproximo,
una abrigada pluma, una burbuja; risada,
un titubeante círculo de amor y sueños).

Ajena al paso de mi voz, al incesante
fuego que va contra el olvido, retirada
a música inmóvil había de escucharte.

Detenido en silencio todo cuanto tocas,
rostro, vaso de fugaz derredor, madura espalda. 

Javier Sologuren Moreno





El ciego mar

no veo
me trasplanto
la boca de una flor
es un volcán hembra
horario y minutero
desfilan tierra adentro
pero yo me hallo en el mar

no veo
bebo
un cielo de revés
un torbellino blanco
estalla entre mis huesos

no veo
sino brazos transparentes
el color apenas mima su crepúsculo

no veo
sino el mar
yo soy el mar

Javier Sologuren Moreno


Estancias 22

Cuerpo a cuerpo,
Hombre y Mujer,
se irán quemando
en el fuego blanco
del amor.
Mano a mano
levantarán el árbol
de la vida,
y su aire y sus pájaros.
Hombre y Mujer,
descubrirán que el mundo
es compañía
y un mismo sol
calentará sus huesos,
y un mismo anhelo
los mantendrá despiertos.

Javier Sologuren Moreno


La visita del mar

Soy un cuerpo que huye, sombra que madura
con un murmullo de hojas en tu mirada
igual al mediodía cruel y esplendoroso;
mar, ala perdida, párpados de nieve,
casto sonámbulo entre materias corrompidas,
ola sedosa en que tristemente espejeo.

Toda palabra es mía cuando estoy a la orilla
de tus ojos, mar, todo silencio es mío.

Extraño huésped que me dejas turbado,
instante en que habito sólo lentamente,
dichoso, melancólico, desierto, penetrante.

No estoy en mí, no soy mío, viento, son mis ojos,
mar, ahora que te miran, ahora que tu rostro
me alza largamente despierto en el vacío,
blanco corcel yo mismo, inmaterial, desnudo.

Pasos furtivos, mar, hacia ti me conducen
cuando la noche es que en ti una hoja de palma
y mi cuerpo no es sino blandísima nieve,
llorosa sombra, triunfante peso de oro.

En la altitud de la noche abro una ventana.
En mis ojos el sueño es un juguete de hielo,
una flecha preciosa que no alcanzará a herirme.

(Oído visible de la estrella, registradme).

Mar, desde tu pecho abre sus venas la zozobra,
canta el fuego fugaz de solitarias perlas;
mudo rayo terrestre que quema hasta el cabello.

El aire de la noche, tus dedos ciegos, celestes;
tu profunda seda, mar, ardiendo quietamente.

(La hermosa luz ya viene en unos pies danzando).

Playa pura, final, mar, donde no somos
sino un fantasma entre las flores de la aurora.

Javier Sologuren Moreno


Nuevo día

del alba son los pálidos corceles
y el tumulto lejano de los sueños
con trémulas saetas el arquero
los encumbrados aires frescos hiende

mi morosa cabeza que sostienes
en un remanso de tu brazo abierto
a las nociones de la luz oriento
traspasando la orilla del durmiente

un nuevo día sí un exaltado
fulgurar de la efímera existencia
un hoy que en ser ayer tárdase apenas

a su presente incógnito ingresamos
una vez más del embeleso presas
semblantes de la luz mueven a engaño

Javier Sologuren Moreno



Memento

Los que caímos más de siete veces
y aun en cada paso,
y, sin embargo, no somos los caídos;
sentimos un extraño dolor por los caídos;
nosotros, tú y yo, los que caemos,
con profunda unción de hijo a padre
encendemos de vida a los caídos:
la vida enajenada en las batallas,
en la turbia agonía de los tiempos;
esa vida que anida en el recuerdo
de los que son, de los que fueron, los caídos.

Javier Sologuren Moreno


Reloj de sombra

Con una larga garra de tristeza busco
la pálida altura de una planta femenina;
tal como un viento quejumbroso busco
la intempestiva desnudez, sombra y efigie,
grito distante del pájaro que emigra,
pena con que hiere una imagen a su espejo.

Errante luz blanca bajo el vacío del cielo,
pequeño reloj que sólo fuera una lágrima,
hora en que todo ser es una pálida violeta,
estatua de pronto, arrastrada por la música
en un ramo de tinieblas y nevadas agujas.

Hora en que busco algo que no es tuyo ni mío
con una mirada puesta en lo que huye.

Javier Sologuren Moreno



Vida continua

Árbol que eres un penoso relámpago,
viento que arrebatas una ardiente materia,
bosques de rayos entre el agua nocturna:
¿he de decirles que para mí se está forjando
una pesada joya en mi corazón, una hoja
que hiende como una estrella el refugio de la sangre?

Ignoro otra mirada que no sea como un vuelo
reposado y profundo, ignoro otro paso lejano,
ola que fuese más clara que la vida en mi pecho.

Sepan que estoy viviendo, nubes, sepan que canto,
bajo la gloria confusa de la tarde, solitario.

Sepan que estoy viviendo, que me aprieta el cielo,
que mi frente ha de caer como lámpara vacía
a los pies de una estatua que vela tenazmente.

Javier Sologuren





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